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El desafÍo 2006 - 2010

Álvaro Uribe será más recordado por lo que haga en los próximos cuatro años, que por lo que ha hecho hasta ahora. ¿Logrará conservar su popularidad y su prestigio?

5 de agosto de 2006

La reelección es, por naturaleza, un mandato de continuidad. Los 7.300.000 votos que recibió Álvaro Uribe el 28 de mayo son un grito de los votantes pidiendo más de lo mismo: optimismo, crecimiento económico, seguridad en las carreteras. Y que ese Presidente trabajador, cercano y preocupado por los ciudadanos comunes mantenga el mismo rumbo.

La paradoja es que el Álvaro Uribe de la transición entre sus dos gobiernos, de la reelección a la posesión, ha sido distinto. A diferencia de 2002, conformó un gabinete con grandes pesos de la política: Juan Manuel Santos, el líder de La U; Juan Lozano, como cuota de Cambio Radical; Carlos Holguín, el presidente del Partido Conservador; María Consuelo Araújo, hermana de uno de los jefes de Alas-Equipo Colombia. En las últimas semanas, Uribe ha buscado afianzar sus bases políticas mediante jugadas de mal recibo en la opinión pública: le ofreció la embajada en Francia a Ernesto Samper, que tuvo que echar para atrás, y salió a la conquista de congresistas que durante la campaña electoral había expulsado de los partidos que lo apoyaron.
 
El discurso también ha cambiado. Al inaugurar el Congreso, el 20 de julio, dejó atrás su conocida tonada de proyectar un porvenir seguro y sin guerrillas, y le dejó al poder legislativo una agenda de trabajo que no propiamente goza de grandes simpatías: una cascada de impuestos, que afecta a los asalariados y expande el IVA a la canasta familiar; reformas a la Ley 100 de seguridad social; disminución de las transferencias del presupuesto central a las regiones, y la venta de una parte de Ecopetrol. También estará en esa lista el TLC, una vez termine el proceso de firma con Estados Unidos. Esta agenda es una dura prueba para el famoso teflón que protegió a Uribe en su primer cuatrienio.

A Uribe se le han notado los propósitos de ampliar su discurso a temas distintos a la seguridad. Y habría que ver si esa es una meta factible. La seguridad democrática, bandera característica del primer gobierno, aún necesita mostrar sus frutos más contundentes. La política de mano dura contra la guerrilla hizo eco del sentir de un pueblo agotado por la violencia, pero en el período que comienza, ese pueblo ya no se conformará con mejores indicadores estadísticos, sino que pedirá hechos concretos. Los ataques terroristas de la semana previa a su posesión demuestran que la guerra aún se persigue la cola y que habrá que pensar en unas formas nuevas de romper su espiral. Uribe buscará un proceso de diálogo con las Farc y ese se convertirá en uno de los puntos más examinados de su segundo período.

¿Qué tan distinto será Uribe en el segundo tiempo? No se van a agotar su capacidad de trabajo, liderazgo y mando, ni su sorprendente potencial para innovar. Conservará su obsesión por estar en contacto con la gente, producir resultados y comunicarlos.

Por eso mantendrá los consejos comunales, en los que la propia voz del ciudadano define tareas para el gobierno. En el pasado cuatrienio salieron 2.297, de las cuales se cumplieron 1.030, y 997 están pendientes. A partir de ahora se concentrarán en problemas puntuales que afectan a cada departamento o ciudad. Uribe conservará los hábitos y las prácticas que le han funcionado bien.

Pero hay cambios en la situación política que lo obligan a ajustes de fondo y de estilo. El propio Presidente dice que las reformas recientes le dan al sistema político tintes de parlamentarismo, lo cual obliga a un cogobierno con el Congreso. Aunque en 2006 llega con mayorías amplias que no tenía en 2002, Uribe va a tener que emplearse a fondo para mantener la unidad de los partidos que lo respaldan y para evitar que las aspiraciones de sus jefes en materia de sucesión (sobre todo de Juan Manuel Santos y Germán Vargas) se vuelvan un palo en la rueda que debilite la efectividad de la aplanadora gobiernista en el Congreso.

¿Cómo reaccionará la opinión pública ante un Uribe más cercano al Congreso? ¿Perderá la imagen de independiente y renovador? En los últimos cuatro años el mandatario utilizó su popularidad, alimentada con una eficaz estrategia de comunicaciones, para mantener un amplio margen de maniobra. Logró audacias como negociar con los paramilitares y reformar la Constitución, para hacer viable la reelección. En 2006-2010 esa estrategia tiende a agotarse, si hay un cambio de apoyo de la opinión pública por el cogobierno con el Congreso.

Hay otros desafíos. La gente empieza a acostumbrarse a las innovaciones introducidas hace cuatro años. "La opinión pública es como un animalito que aprende, se acostumbra a las cosas", dice el encuestador y experto en opinión pública Napoleón Franco. Y hay recursos, manejados con éxito durante la primera presidencia, que no van a estar disponibles en la segunda. Por ejemplo, la comparación con los gobiernos anteriores. "Uribe al principio era muy bueno, pues la gente lo comparaba con Pastrana, ahora se enfrenta a sí mismo... ese mecanismo también se agota", agrega Franco.

El Presidente ha utilizado hasta ahora el concepto de 'campaña permanente' para conservar la iniciativa y el apoyo de la opinión pública. "Gobierno que no está en campaña se muere", afirma. Ha sido un mandatario mediático, que sale todo el tiempo en televisión, formula propuestas y comunica los actos de su gestión con un estilo que los convierte en actos de proselitismo. Desde cuando llegó al poder supo utilizar para eso tres escenarios privilegiados: el referendo, que le permitió recorrer el país explicando los 15 puntos (así sólo uno haya sido finalmente aprobado); la cruzada para permitir la reelección, y la campaña electoral. Todo esto le permitió al Presidente actuar como candidato y mantener la mística hasta el final del mandato. No tuvo el desgaste que sufrieron todos sus antecesores cuando quedaron, como solía decirse, "con el sol a la espalda".

La pregunta es si a Uribe también le va a llegar el deterioro ahora que no hay reelección. El senador Ciro Ramírez acaba de proponer otra reforma para extenderla a un tercer período y las primeras reacciones de Uribe son tan ambiguas como las de hace cuatro años ("mi pase es de Lina", dice, en lugar de rechazar la idea con contundencia). Pero el Presidente sabe que es muy poco viable volver a cambiar el 'articulito'. En la clase política que lo acompaña hay varios aspirantes a sucederlo. Y es muy arriesgado apuntarle a contar nuevamente con el apoyo de la opinión pública.

Uribe enfrentará su segundo período sin la perspectiva de una nueva reelección, lo cual le abre nuevos desafíos. Su dimensión histórica estará en juego en el próximo cuatrienio. El Presidente será más recordado por lo que haga a partir de ahora, que por lo hecho hasta el momento. De un mandatario que logra ser reelegido con una votación tan amplia no se espera una gestión tibia ni un mandato pasivo. Se le exige un cambio histórico.

Uribe es consciente de lo anterior. Preparó, personalmente, su discurso para la segunda posesión, que más que grandes anuncios y sorpresas refleja una filosofía política y "sus" doctrinas de Estado. Para su redacción leyó textos como los que en su momento utilizaron gobernantes de la talla de Harry Truman y Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos.

Los colombianos esperan de Uribe resultados muy concretos en la ambiciosa agenda económica y social, en la consolidación de la seguridad democrática, y en el combate de la politiquería. La figura de la reelección, en el futuro, estará asociada a la capacidad de este gobierno de solucionar problemas acumulados durante años, desde asuntos macro, como la estructura fiscal y el desafío de los violentos a la vigencia institucional, hasta temas puntuales como asegurar la viabilidad del Seguro Social.

La experiencia enseña que en las segundas partes a los Presidentes les exigen más y les cobran más duro los errores. Ya no hay tiempo para ofrecer sueños ni proyectos. Se esperan resultados. Uribe tendrá que lidiar con la dificultad de que no todos sus seguidores quieren lo mismo. ¿Es compatible, por ejemplo, la reforma económica ortodoxa que haría felices a los empresarios, con las demandas en educación y lucha contra la pobreza que anhelan los estratos bajos? ¿Habrá plata para 'lo social' y para mantener el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas?

Las evidentes dificultades del segundo tiempo serán enfrentadas por un Presidente que se siente muy seguro con 7.300.000 votos en el bolsillo. La experiencia acumulada le permite identificar dónde están las sensibilidades de los ciudadanos, dónde los riesgos y dónde los aplausos potenciales. El Presidente considera que en su primer mandato rompió inercias que tenían el país paralizado y acomplejado, y que ha logrado superar esas taras. Lo cree firmemente. Y ahora tiene que demostrarlo con hechos.