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EL DIA QUE ME QUIERAS

Barco y Pastrana comienzan a coquetearle a la participación.

28 de julio de 1986

De tanto reflexionar sobre la posibilidad de la oposición reflexiva, liberales y conservadores parecen estar llegando a la conclusión de que sería mejor no hacerla. O por lo menos esto es lo que parece deducirse de los juegos de palabras que han venido intercambiándose estos días entre los representantes de ambos partidos, y que podrían culminar en un próximo encuentro de Virgilio Barco y Misael Pastrana para conversar sobre el único tema que los une: el artículo 120 de la Constitución.
El Presidente electo había expresado durante su campaña, en términos totalmente categóricos, su intención de poner en práctica un gobierno de partido: "El país ha superado la coyuntura que determinó el surgimiento del Frente Nacional, y por tanto, el mantenimiento de nuestra civilización política no depende ahora de que persistan instituciones de compromiso interpartidario. Bien sabido es que estas han conducido a escuálidos y condescendientes programas de gobierno, que llevan al estancamiento en la acción potencial del Estado en términos del bien común y la justicia".
No bien se habían conocido los resultados electorales cuando el mismo ex Presidente, en su calidad de jefe del Partido Conservador, anunciaba la teoría de la "oposición reflexiva" que parecía indicar que el conservatismo no aceptaría la colaboración burocrática que Barco estaba obligado a ofrecerle en su gobierno.
Pero pasada la emoción postelectoral ambos bandos comenzaron a recoger velas. El jefe del Partido Conservador anunció sorpresivamente que estaría dispuesto a reconsiderar la actitud de la "oposición reflexiva" si el Presidente electo planteaba "un gobierno de espíritu nacional y no uno de partido". A lo que Virgilio Barco respondió, en lo que parecía ser una evidente respuesta al coqueteo político de su adversario que "mientras esté en vigencia el artículo 120, lo cumpliré rigurosamente, con un programa liberal y con espíritu nacional".
De inmediato voceros del Partido Conservador manifestaron su alegría por lo que parecía ser un cambio de posición del Presidente electo. El senador Hugo Escobar Sierra, miembro del Directorio Nacional Conservador calificó las declaraciones de Barco como "inesperadas y sorpresivas, pero al mismo tiempo gratas y muy significativas, en cuanto anuncia que ofrecerá una participación digna y decorosa al Partido Conservador". Y añadió: "Ahora lo que falta es que el doctor Barco diga expresamente cual es el programa liberal para el futuro gobierno, porque parece que lo aprobado por la Convención ha estado sometido a revisiones, reformas y a un proceso de refinación".
En realidad, toda la controversia y las palabras intercambiadas por ambos bandos carecían, en el fondo, de toda validez. Y más bien encerraban una fórmula simbólica de aproximación política en un momento en el que, aparentemente, ambos partidos se habían cerrado la puerta en las narices. Por un lado, la aplicación del artículo 120 de la Constitución es obligatoria y no depende por consiguiente de la voluntad del Presidente electo. Lo que es opcional es su aceptación. Por otro lado, las palabras utilizadas por Barco para suavizar su posición frente a la posibilidad de la colaboración conservadora querían decir muy poco. Porque nadie sabe qué es un gobierno liberal con espíritu antinacional.
¿Y por qué resolvieron correrse todos?
Las razones parecen sencillas. Del lado de las toldas conservadoras, porque después de lo que podría haber sido una emotiva reacción postelectoral del ex presidente Pastrana, los conservadores han meditado dos veces los riesgos de recorrer durante cuatro años el desierto burocrático, y no solamente los consideran enormes sino posiblemente irreversibles.
Y por los lados de las toldas liberales, porque el Presidente electo difícilmente podía exponerse a que lo tildaran de sectario como se hizo durante el transcurso de la campaña. De manera que el gesto generoso de ofrecerle un tratamiento decoroso a un partido políticamente aniquilado es, si no coherente con sus declaraciones de candidato, politicamente prudente.
¿Qué implicaciones reales tendría el hecho de que finalmente el Partido Conservador aceptara colaborar con el gobierno de Barco?
En términos del programa de gobierno, ninguna. Porque la colaboración no gira en ningún caso alrededor del programa, sino de su ejecución.
En cuanto a los cargos que el liberalismo estaría dispuesto a entregarle al Partido Conservador, no hay duda de que el Presidente tiene las cartas en la mano, y que los conservadores sencillamente tendrían que aceptar lo que les ofrezcan. Se anticipa, en todo caso, que en materia de ministerios los "más opcionados" para los conservadores serían los de Salud, Trabajo y Justicia. Pero en materia de gobernaciones el asunto es más complicado. Pareceria que allí es donde los liberales han pensado cobrar su victoria, de manera que, a nivel regional, la colaboración del conservatismo quedaría reducida a cargos de segunda línea.
Por último vendría la discusión de los nombres. Un senador conservador le dijo a SEMANA sobre este punto que si bien el Partido Conservador no está en posibilidad de exigir mucho en materia de cargos, sí piensa tener una voz decisoria en materia de nombres. Esto significa, en otras palabras, que no están dispuestos de ninguna manera a aceptar que a Barco se le ocurriera ofrecerle, por ejemplo, un ministerio a la vertiente de Gustavo Rodríguez, quien según los observadores políticos "ha venido trabajándolo desesperadamente " desde la época de la campaña presidencial.
Lo que en el fondo parece comprobar el intercambio de palabras entre jefes y capitanes de los dos partidos tradicionales, es que la democracia colombiana está demasiado acostumbrada a funcionar sin crítica. Y en este sentido, la incógnita sobre una oposición real no sólo la tiene el partido que la adelantaría, sino también el que tendría que padecerla. Y quizás ninguno de los dos esté dispuesto a pagar un precio demasiado elevado por despejarla.