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El fenómeno del niño

Andrés Felipe Arias parece tener el guiño de Uribe para el 2010. Lo que no se sabe es si lo quiere como sucesor o como ficha para asegurar su segunda reelección.

14 de marzo de 2009

"Colombia gana un gran líder", "gran servidor público", "vemos en usted al maduro estadista", "buen viento y buena mar en la conducción del conjunto de las políticas públicas" y "que la Providencia lo colme de bendiciones". Estas palabras, escritas por el Presidente de la República, han sido interpretadas por muchas personas cercanas al uribismo como un guiño a su destinatario. Y su destinatario es Andrés Felipe Arias, candidato a la Presidencia por el Partido Conservador y el más fiel escudero de Uribe mientras fue su Ministro de Agricultura durante los últimos cuatro años.

Además de esto, el Presidente registra en la misma carta la siguiente lista de virtudes que ve en su joven protegido: "Defensa de los principios, inteligencia, estudio, buen juicio, fortaleza de carácter, actividad incansable, transparencia y amor al pueblo". Ante esta enumeración la interpretación de que se trata de una bendición no parece totalmente exagerada.

Obviamente no se trata de una bendición oficial, pues el Presidente es el director técnico y muchos de los otros jugadores también son de su equipo. Pero sí es un espaldarazo del gran jefe a un joven de escasos 35 años que se ha convertido en un fenómeno político. Hace sólo siete años Arias era un simple asesor económico que escribía documentos en un escritorio y hoy está en el epicentro de la política colombiana: puntea en algunas encuestas a la Presidencia, es hasta el momento el candidato más firme del Partido Conservador, ya cuenta con un número importante de parlamentarios de esa colectividad, particularmente en la Cámara donde tiene mayoría. En recolección de plata para su campaña tampoco le ha ido mal, pues empresarios y agricultores se están metiendo la mano al dril para apoyar "la segunda generación de la seguridad democrática". Y como si esto fuera poco, es el consentido del mandatario más popular de la historia reciente del país.

Nadie duda que el parecido físico entre el mentor y su discípulo, su tono pausado y monacal a la hora de expresarse y el hecho de que se haya convertido en una fotocopia ideológica de su jefe le ha servido para posicionarse ante la opinión.

Pero la meteórica carrera de Uribito no sólo obedece a que se ha hecho a imagen y semejanza de Uribe o a que su candidatura se ha gestado en el regazo de su poder político. El joven candidato ha demostrado buen talento para combinar la técnica con la manzanilla. Tiene un doctorado en economía de la Universidad de California que le permite capotear a los teóricos de la academia y ha mostrado una gran destreza para nadar en medio de los tiburones de la política parlamentaria.

Pero, sobre todo, ha demostrado que tiene espuela para la vida pública. Sus fuertes pugilatos verbales con líderes de la oposición como los senadores Gustavo Petro y Cecilia López han dejado en evidencia tanto su carácter como su soberbia.

Detrás de su cara de monaguillo se esconde un político madurado biche y con una ambición desmedida de llegar a la cúspide del poder.

En todo caso con sus virtudes y sus defectos muchos observadores políticos están pensando que Uribito es la ficha del Presidente para el 2010.

En el complejo ajedrez electoral del primer mandatario se vislumbran dos escenarios. El primero, utilizar a su discípulo como un comodín retirable. Es decir, lanzarlo consciente de que por su exceso de juventud no es aún un candidato viable pero que sí alcanza a obstaculizar el surgimiento de otras candidaturas más fuertes.

En otras palabras, Uribito jugaría no tanto el papel de sucesor como el de muro de contención que permite que la candidatura de Álvaro Uribe esté siempre en reserva. Si no se consolida un candidato uribista fuerte y único se invocaría la figura de la hecatombe para que el actual Presidente entrara cabalgando hacia su tercer período en medio de unos candidatos dispersos y sin mayor liderazgo.

El segundo escenario, si se enreda la reelección en el camino, es tratar de que en efecto su protegido llegue a la Presidencia. Es un hombre por el cual siente una auténtica admiración, y en el que ve una lealtad a prueba de todo. Esta simbiosis le permitiría a Uribe saber que en caso de que por alguna razón él quisiera regresar a la Casa de Nariño en el 2014 la puerta estaría abierta de par en par. Uribe, con Andrés Felipe Arias en el poder, podría gobernar en cuerpo ajeno. Al mejor estilo de Putin y Medvédev en Rusia, donde el presidente Putin, a pesar de su popularidad, no quiso cambiar la Constitución para reelegirse una tercera vez y puso en el Kremlin a su consentido. Un enroque político audaz que le permitió permanecer en el poder.

El primer escenario, el de la reelección de Uribe, es más viable que el segundo. La razón es sencilla: todas las movidas del Presidente y su gobierno apuntan a que el gran jefe se queda. Las declaraciones de sus ministros, las convicciones de sus áulicos, y la popularidad que mantiene en las encuestas van en esa dirección. Hechos recientes dejan pocas dudas sobre esta interpretación: el impulso al referendo o el tipo de agenda legislativa, con dosis personal, reelección de alcaldes y gobernadores, y reforma política, todos son temas más encaminados a agitar las banderas electorales y aceitar la maquinaria política que a trabajar los temas estructurales del país en momentos de crisis económica.

Esto por no mencionar que todos los que han visto a Uribe en los últimos consejos comunales de los sábados no tienen la menor duda de que están ante un candidato entrante y no ante un Presidente saliente.

En este ajedrez reeleccionista, Uribito es un alfil central. Su candidatura presidencial distrae y no estimula la unidad. Porque es muy difícil que mariscales del uribismo como Juan Manuel Santos o Germán Vargas Lleras le carguen el maletín a su teniente coronel. Además, mantiene a raya a Noemí Sanín en el Partido Conservador si la embajadora, quien es considerada por muchos la mejor carta del Partido Conservador, se demora en lanzarse al agua.

Y otro servicio crucial que presta la candidatura de Uribito es que en el momento en que su jefe decida lanzarse, dará un paso al costado -como lo ha dicho- lo cual refleja la fragilidad de su proyecto político, pero le garantiza un futuro promisorio en el tercer período de la seguridad democrática.

El segundo escenario, el de Uribito presidente, se ve bastante más improbable. Porque al fin y al cabo, el niño precoz de extrema derecha no es un producto universal. Hasta ahora este 'fenómeno del niño' ha funcionado porque es el único que ha estado en el ruedo y ha palpado el fervor de las tribunas y los reflectores de los medios. Pero vienen matadores de más quilates. Y el novillero estrella va a tener que enfrentarse a toreros veteranos y capoteados en muchas plazas. Por la candidatura conservadora podría tener que enfrentarse a Noemí Sanín, quien tiene más trayectoria y experiencia en el manejo del Estado. Y por la candidatura uribista a Santos, Vargas y otros que tienen las mismas credenciales en materia de seguridad democrática, o de confianza inversionista, pero con los que las señoras llaman, más peso en la cola.

El niño genio de la política es un refrescante y necesario símbolo de renovación, sobre todo para un partido paquidérmico y clientelista como el Conservador, pero su falta de experiencia es un talón de Aquiles muy grande para gobernar un país tan convulsionado como Colombia.

Su gestión al frente del Ministerio del Agricultura, aunque muy publicitada, tuvo resultados agridulces. Aumentó el presupuesto del sector agricultor que siempre fue la cenicienta del gobierno, dinamizó el crédito agropecuario y se la jugó por los biocombustibles. Pero la mayoría de los subsidios se fueron a la gente más rica y que no los necesitaba. Tampoco se aprovechó la coyuntura de los altos precios de los alimentos para hacer inversiones que convirtieran al agro en un sector estratégico como lo es en Brasil o Chile.

Lo cierto es que su paso por el Ministerio de Agricultura le puede jugar una mala pasada en la campaña. No por el debate técnico sobre gestión: discutible, siempre subjetivo e interminable. Sino por el debate político sobre la situación del campo colombiano, sobre la enorme fractura entre el país rural y el país urbano, sobre el drama de los dos millones de desplazados por la violencia, de los miles de campesinos que reclaman su tierra y los matan, de la contrarreforma agraria que ha concentrado la tierra en manos de los narcos, los paramilitares y los terratenientes, de la falta de oportunidades en el campo. Temas que van al corazón del conflicto colombiano, y que no son culpa de Arias, pero que hacen parte del resorte político del Ministerio de Agricultura.

Pero lo que más le critican a Arias es su visión capitalista del campo, más asociada a la agroindustria y el capital que a una visión social e histórica de lo rural que involucre la equidad y la redistribución de la tierra para que la trabaje el campesino y el pequeño agricultor. Y esa fue la emblemática disyuntiva del famoso debate sobre qué hacer con las 17.000 hectáreas de la Hacienda Carimagua en los Llanos.

Pero más allá de los avatares de la campaña electoral que se avecina, Uribito ha demostrado ser buen ajedrecista. Y hasta ahora, con las jugadas que ha hecho, gana por todos lados. Si Uribe es reelegido, le esperan los mejores cargos en el gobierno por haber sido un buen Sancho Panza y un fiel escudero. Quizá ministro de Defensa cuando la guerra parece estar en su fase definitiva, o en el Ministerio del Interior, para sumar horas de vuelo en el difícil arte de la política.

Su futuro en el Congreso también se ve despejado. Si su candidatura presidencial se marchita, o es derrotado en las consultas, puede convertirse en una de las mayores votaciones al Senado. Y, sin duda, sería un gran congresista. También tiene una buena opción cuando se abran las barajas a la Vicepresidencia, donde una figura joven y carismática como él puede ser muy apetecida.

Pase lo que pase, con reelección o sin reelección, Andrés Felipe Arias queda posicionado como una opción presidencial seria para el futuro del país. Puede que su turno no sea el 2010, pero de allí en adelante todo es posible y habrá Uribito para rato.