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¿El frenazo?

Después del frenético ritmo que le impuso Enrique Peñalosa a Bogotá, la gente percibe que Antanas Mockus va demasiado lento.¿Qué es lo que está pasando?

11 de junio de 2001

Por la cantidad y el tamaño de las obras que realizó durante su mandato, el ex alcalde Enrique Peñalosa fue apodado ‘El Faraón’. Es probable que quien lo bautizó así haya tenido en la cabeza la imagen de Ramsés II. Este mandatario egipcio, de la decimonovena dinastía, se destacó por la cantidad de construcciones que ordenó y que financió con el oro que extraía del sur del país. Peñalosa no tuvo esta mina, pero sí recursos extraordinarios para llevar a cabo las inversiones públicas con las que había soñado durante años y convirtió sus ideas en realidad. Ramsés II estuvo 67 años en el poder y, después de su muerte, fue sucedido por su hijo Mineptah. Este tuvo que enfrentar la recesión que sobrevino a la época de prosperidad económica de su padre y vivir a la sombra de su gloria.

Guardadas las proporciones al alcalde Antanas Mockus le ha pasado en Bogotá algo parecido a lo que le sucedió a Mineptah. Un semestre después de haberse posesionado, el actual alcalde no ha conseguido los recursos adicionales que necesita ni logrado liberarse del ‘síndrome de éxito de Peñalosa’. Un fenómeno que Mockus entiende porque “en noviembre y diciembre hubo una intensidad de hechos importantes, con muchos resultados. Eso hizo que el anterior gobierno terminara con mucho mérito a su favor”.

Además los bogotanos esperaban que la experiencia previa de Mockus en la Alcaldía le serviría para continuar con el mismo ritmo de ejecución de su antecesor y, al mismo tiempo, desarrollar la pedagogía ciudadana que lo ha hecho famoso en todo el mundo. Esta parecía ser la combinación perfecta.

Pero los ciudadanos ven, por ejemplo, que los buses que deberían haber salido por Transmilenio congestionan otras vías de la ciudad, que los parques empiezan a verse descuidados y que el Alcalde se enreda con las noches de mujeres y hombres, sin que sepa explicar cuál es el saldo pedagógico. La expresión reciente de un ciudadano refleja bien la percepción de la gente: “Me encanta porque no está haciendo nada y va a cuidar la plata para cuando vuelva Peñalosa a hacer cosas”.

Es una idea popular, pero no es cierta. Lo demuestra la ejecución en los primeros 100 días del actual gobierno que supera en un 19 por ciento la ejecución del mismo período el año pasado. Ambos rubros muestran acción si se tiene en cuenta que aún no ha sido aprobado por el Concejo el Plan de Desarrollo Bogotá para Vivir, el plan de vuelo de esta administración. Hay además otros índices de resultados: durante el primer trimestre del año bajó, en comparación con el mismo período de 2000, el número de homicidios y de atracos (ver recuadro). Por eso todavía es muy temprano para juzgar el trabajo de Mockus y su equipo. Sin embargo es indudable que se percibe un frenazo y que hay desconcierto —y hasta desilusión— frente al alcalde pedagogo.



Cuestion de estilos

Mockus llegó de nuevo a la Alcaldía apoyado en el prestigio de su gestión anterior y porque se comprometió en público a darle continuidad a los proyectos de Peñalosa. Una vez posesionado respaldó sus palabras con hechos, y ratificó a 14 funcionarios del gobierno anterior. Este gesto fue recibido con optimismo, pues se pensó que así se ahorraría el tiempo de aprendizaje de nuevos funcionarios y los proyectos no tendrían tropiezos. Sin embargo, los que se quedaron, aunque se sienten cómodos, extrañan el estilo cercano de Peñalosa, que vivía pendiente de cada detalle y daba direcciones diarias a cada uno. Mockus, en cambio, es un personaje distante y cuando se obsesiona con un tema, como ahora con las finanzas, no le da tiempo a los demás, como si no existieran. La mayoría continúa en lo suyo, pero esperan que en algún momento les digan cuál es la partitura que van a interpretar. Esto es difícil cuando hay miembros de su gabinete que no han podido comunicarse ni siquiera por teléfono con Mockus. Y sin seguimiento por parte del alcalde, tampoco ha podido detectar si se equivocó o no al cambiar de puesto a algunos de los funcionarios de Peñalosa. En unas áreas no se ven resultados, no por falta de plata, pues muchos proyectos ya creados están financiados, sino por gestión floja.

Por otra parte, algunos de los nuevos funcionarios recién se estrenan en el manejo de la cosa pública, que no es nada fácil. Hay consenso en los críticos que es un buen equipo pero todavía en proceso de acople y, en palabras de Mockus, “de adaptación a las nuevas realidades fiscales”. Es de esperar que cuando termine esta etapa y la brújula marque un norte claro, el ritmo sea otro.

El problema es que los bogotanos son cada vez más impacientes. Para ellos la situación se reduce a hacer o no cosas y ojalá bien tangibles. Mockus está de acuerdo con esto pero también quiere que la comunidad entienda que “nos llegó la hora de la verdad. Hay que pagar lo que queremos tener. Los tres años de recursos extraordinarios se acabaron y más inversión pública gratis no va a haber”. De ahí la obsesión que tiene porque el Concejo le apruebe una reforma tributaria que le representaría al Distrito ingresos por 800 millones de dólares. Las opciones, según él, son aprobar la reforma o pegar un frenazo en todos los frentes. Pero en el Concejo no hay ambiente para la totalidad de la reforma ni para el plan de desarrollo. “No hay contenido ni aterrizaje de las propuestas”, dijo en una sesión en la que se debatió este tema el concejal liberal Antonio Galán.

El desafío para Mockus es inmenso. Su imagen de pedagogo se ha desdibujado, la de administrador no le cuaja y la de aguafiestas ha puesto a la ciudadanía en su contra. Hay quienes piden para él un compás de espera para que pueda organizar su agenda en una ciudad que no tiene ni el ritmo, ni las instituciones de su primera alcaldía, y que tiene una ciudadanía más exigente. Lo que se vislumbra es un gran énfasis en novedosos y baratos programas de cultura ciudadana: resolución de problemas con enfoque de género, fortalecimiento de la cultura democrática, gestión pública admirable y el programa de ‘Vida Sagrada’, que dirige el padre Alirio López y con el que se pretende lograr un desarme total de la ciudad y reducir el número de muertes violentas.

Si para su primer año Mockus logra entusiasmar a la ciudadanía con sus nuevas metas, la pone a participar en el cambio continuado de Bogotá y consigue los recursos, no será poca cosa. Pero para tener éxito primero tiene que incentivar a su propio equipo y mostrarle con claridad cuál es su norte. Y al definirlo no puede abandonar avances enormes de su antecesor, que a diferencia del faraón de marras, no se quedaron sólo en pirámides sino en inversión social masiva y una mejoría en la calidad de vida que los bogotanos van a defender a como dé lugar.