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El general de los secretos

Óscar Naranjo, el superespía colombiano más temido por la mafia, llega a la cúpula de la Policía.

12 de febrero de 2006

En la historia reciente de la Fuerza Pública un ascenso no había causado tanta expectativa como el de Óscar Naranjo, quien a partir de este miércoles pasará de coronel a general de la República. Y no es para menos. Lo han calificado como el James Bond de Colombia. El cazador de narcos. El oficial más misterioso. El policía más enigmático. Muchos le temen y lo respetan por su trabajo pero, por encima de esto, por los secretos que guarda. Naranjo tiene pinta de todo menos de policía.
 
En su juventud tenía vocación por el servicio social, inculcado por los padres españoles del colegio Calasanz y se apasionó con la idea de ser seminarista. Luego se inclinó por la sociología, pero acabó matriculándose en comunicación social en la Universidad Javeriana. En ese primer semestre, en una clase de periodismo, se dio cuenta de que su verdadera vocación era ser policía. Propuso hacer un artículo sobre cómo se investigaba un secuestro, un delito que por la época comenzaba a conmocionar al país. Naranjo tenía una ventaja sobre sus compañeros: la fuente. Su padre, el coronel Francisco Naranjo era en ese año, 1976, el director de la Policía de Bogotá.
 
El joven estudiante de periodismo logró acompañar a un grupo de oficiales en un operativo que tuvo como desenlace la liberación de una niña de 11 años. El éxito de la misión y el rostro de orgullo y júbilo de los uniformados le cambiaron definitivamente el rumbo a su vida. Pasó de primíparo javeriano a cadete de la Escuela General Santander.
 
Tenía 19 años. Era introvertido y de pocas palabras, pero había logrado refugiar su timidez en el voleibol. Gracias a su gran tamaño -casi 1,90 de estatura- y a su agilidad, había hecho parte de las selecciones de voleibol de Bogotá y Colombia. Esa, que era su pasión, la había dejado para iniciar un largo y tortuoso camino en la Policía. Se graduó con honores de subteniente en 1979 y cuatro años después se casó con Claudia Luque, la que ha sido la mujer de su vida y con quien tiene dos hijas. Ya era teniente y había comenzado a especializarse en una actividad en la que hasta hoy es considerado como uno de los mejores: la inteligencia.
 
Los carteles
 
En los tiempos de la persecución contra Pablo Escobar, a finales de los 80, días de bombazos, sangre y dolor, Naranjo ya era mayor de la Policía. Fue el encargado de montar en el país el sofisticado sistema de inteligencia electrónica dotado de complejos mecanismos de localización satelital que conducirían al desmantelamiento de estructuras del cartel de Medellín. Como reconocimiento a su tarea, lo enviaron a una comisión especial a Buenos Aires, pero lo llamaron de nuevo cuando el capo se fugó de la cárcel de la Catedral en 1992.
 
En ese momento asumió la jefatura del grupo de evaluación y análisis del Bloque de Búsqueda, encargado de capturar al capo. Después de la muerte de Escobar, el mismo sistema que Naranjo implementó para acabar con el brazo armado de la mafia de Medellín, se utilizó a la hora de perseguir a la cúpula del cartel de Cali. Naranjo ya se había convertido en el hombre de confianza del entonces director de la Policía, el general Rosso José Serrano. Los dos llegaron a ser las personas que más conocieron los secretos del escándalo político que más ha sacudido al país: el proceso 8.000. Desde entonces, el país político comenzó a temblar, convencido de que su vida pública estaba en manos de estos dos oficiales.
 
Pero los intereses de Naranjo y Serrano estaban orientados a otras cosas. La institución estaba siendo carcomida por los dineros de la mafia y 11.000 uniformados fueron retirados dentro de lo que se calificó como la mayor purga en la historia de la Policía. Muchos de los que quedaron en la calle terminaron culpando a Naranjo y se convirtieron en sus enemigos. Lentamente dejó de ser la sombra de Serrano y empezó a asumir un papel más protagónico.
 
Los narcotraficantes comenzaron a verlo como su principal y más poderoso enemigo, pero al mismo tiempo se fue ganando la confianza de las principales agencias de inteligencia extranjeras. Los dirigentes del país ya lo identificaban como un oficial que descollaba en la Fuerza Pública y su poder aumentaba proporcionalmente a sus resultados. La cúspide de su carera la alcanzó cuando diseñó la mayor central de inteligencia de la Policía (hoy Dipol) que se convirtió en una referencia obligada en Latinoamérica. A partir de ese momento, la sola mención de su nombre no sólo inspiraba respeto, sino temor.
 
Tenía los mejores hombres, los más sofisticados equipos y sabía qué hacer con todo esto. Pero, para ese momento, 1995, no todo era color de rosa. Como director de inteligencia, Naranjo, quien acababa de ascender al rango de teniente coronel y apenas pasaba los 40 años, ya ocupaba un cargo que era para rango de general. Y en una institución donde la antigüedad es norma, esa situación empezó a generarle enemistades entre sus compañeros y superiores. Los resultados fueron su mejor defensa. Atacó organizaciones mafiosas que el país desconocía. Una de ellas era el cartel de la Costa que desarticuló con la captura de su principal jefe, Alberto Orlández Gamboa, alias 'El Caracol'. Su estructura financiera fue desmantelada y el golpe más reconocido fue el decomiso de los bienes de los testaferros, entre ellos los de la familia Nasser Arana, dueñas, entre otros, del Hotel El Prado en Barranquilla.
 
Naranjo también sorprendió al país cuando arrestó a un hombre que en 1999 era un completo desconocido, pero que se hizo pasar como un paramilitar en el proceso de desmovilización en Ralito, el extinto Miguel Arroyave. Conocido en el mundo de la mafia con el alias de 'Arcángel', era el principal proveedor de insumos químicos para el procesamiento de cocaína en los Llanos Orientales. Y después de muchos años de escapar de la justicia, Naranjo sorprendió en una finca en Melgar a Luis Martelo, el capo del cartel de Bogotá. Pero el país lo que más recuerda es cuando él y media Policía colombiana perseguían a los hermanos Rodríguez Orejuela.
 
Su esposa Claudia y sus hijas Marina y María Claudia, de 6 y 10 años, se resignaban a verlo a través de la televisión en las noticias sobre la persecución de los jefes de la mafia caleña. "Sentí una gran frustración cuando en 1995 se escondió Miguel Rodríguez en su apartamento y se nos voló. Pero, meses después, logramos capturarlo", recuerda Naranjo. Estos resultados le dieron pie al oficial para asegurar que había acabado con los grandes carteles de la droga. Pero, a pesar de sus éxitos, es consciente de que "acabar con el negocio de la droga es imposible.
 
Hoy estamos enfrentando una última generación de narcotraficantes que no tienen estructura de cartel, con un bajo perfil y son muy inteligentes para evadir la acción de la justicia en el tema de las finanzas". Los cinco años como director de inteligencia, durante los cuales desarticuló las estructuras de los grandes carteles, marcaron su vida. Pero ese período de su carrera también se convirtió en la piedra en el zapato para muchos. La razón era sencilla: sabía demasiado. Muchos pidieron su cabeza, pero el costo político de retirarlo era considerado muy alto. La solución 'salomónica' fue enviarlo lejos. El gobierno de Andrés Pastrana lo nombró agregado de Policía en la embajada en Londres, y el grupo que él formó y con el cual trabajó hombro a hombro durante casi una década fue prácticamente desarticulado.
 
El 'exilio' de Naranjo fue visto como su inminente retiro de la Policía. Pero sus enemigos se equivocaron. De vuelta al ruedo Cuando Álvaro Uribe asumió la Presidencia, en agosto de 2002, sorprendió al país con la decisión de reintegrar al general Teodoro Campo, quien había sido retirado de la Policía bajo la dirección del general Rosso José Serrano, y lo nombró director de la institución. Lo primero que hizo Campo fue nombrar a Naranjo director de la Policía Metropolitana de Cali, un puesto considerado dentro de la institución como el mayor 'quemadero'.
 
En la última década, quienes habían ostentado ese cargo habían salido de la Policía por cargos de corrupción o falta de resultados. Cambiar ese destino era el nuevo reto de Naranjo. Movilizó a sus hombres por las calles de la ciudad en una campaña de retenes móviles. Creó una red de informantes y, al mejor estilo de Álvaro Uribe, organizó pequeños consejos comunales en los sectores más necesitados de Cali y se acercó a los jóvenes del distrito de Aguablanca. Los grandes mafiosos buscaron guarida en otras regiones, pero quedaron bandas delincuenciales dispersas que se dedicaron al robo de bancos y a aumentar la criminalidad en la ciudad. "Aunque la gente recuperó la confianza en los 15 meses que estuve, la violencia no bajó. Yo sentí una gran decepción porque no pude devolverles el ciento por ciento de la tranquilidad que merecen", dijo Naranjo.
 
Al tiempo que el coronel trataba de capotear una ciudad en crisis, el presidente Uribe lo hizo responsable de vigilar las 24 horas del día a Gilberto Rodríguez Orejuela, quien había recobrado su libertad en medio de una gran polémica judicial. Naranjo dirigió a 35 de los mejores hombres de la Policía para que vigilaran al capo de día y de noche hasta cuando recibió la orden de su recaptura. Durante seis horas dialogó con el capo, quien no vaciló en contarle al oficial los detalles de su vida en el mundo de la mafia. "Me insistió mucho en que él no era un hombre de guerra. Y estaba impresionado con la violencia de las nuevas generaciones que ingresaron al negocio de la cocaína", recuerda el oficial. Pero el golpe contra los Rodríguez Orejuela fue más allá de su captura.
 
Durante 10 años, Naranjo llevó la investigación de los movimientos del emporio financiero de los ex jefes del cartel de Cali y no descansó hasta ver cómo en 2004 las 500 droguerías La Rebaja y sus cooperativas quedaron en manos del Estado. Luego, la suerte del coronel Naranjo cambió, cuando la Policía Nacional atravesaba por uno de sus peores momentos. Desesperado por los escándalos de corrupción, el presidente Uribe destituyó a toda la cúpula de la institución y nombró como director al general Jorge Daniel Castro. Este oficial decidió traerse a Naranjo y ponerlo al frente de la dirección central de la Policía Judicial (Dijin).
 
En 18 meses consiguió la extinción de bienes de narcotraficantes, valorados en 2,8 billones de pesos. Capturó a más de 300 miembros de organizaciones de la mafia, 150 de ellos solicitados en extradición. Atacó las bandas sicariales del cartel del norte del Valle, las llamadas oficinas de cobro de Envigado y en los últimos nueve meses capturó a siete de los 12 hombres más buscados en el mundo por la DEA y el FBI. El último de estos fue Johnny Cano, el segundo hombre del narcotraficante Hernando Gómez Bustamante, alias 'Rasguño', capturado en Cuba. Cano aparecía en los afiches de recompensa en los que el gobierno de Estados Unidos ofrecía cinco millones de dólares por su cabeza. "Estaba muy sorprendido de que hubiéramos llegado hasta ese sitio en las afueras de Caucasia.
 
Agradeció que no le hubiéramos hostigado a su familia y simplemente le di tranquilidad al decirle que tendría todas las garantías jurídicas", dice Naranjo. La batalla que Naranjo emprendió contra el cartel del norte del Valle le ha dado más de un dolor de cabeza. Fue víctima de una campaña de desprestigio en la que comenzaron a circular en los medios de comunicación, en la Policía, en el Ministerio de Defensa y en la misma Presidencia de la República, panfletos, anónimos y correos electrónicos que trataron de enlodar su nombre. Mediante la utilización de testigos falsos, dos fiscales quisieron vincularlo con el narcotraficante Wílber Varela, alias 'Jabón'.
 
Aunque el escándalo estalló, las investigaciones terminaron demostrando no sólo que Naranjo no tuvo nada que ver con el capo, sino que se trató de un complot en su contra orquestado por los fiscales quienes terminaron saliendo por la puerta de atrás de la Fiscalía. "Fue un momento muy doloroso que me llevó a pensar que era mejor una muerte física que una muerte moral", recuerda el oficial. Naranjo es por excelencia un hombre discreto pero, paradójicamente, es el oficial que más aparece en los medios de comunicación. Eso le ha hecho merecedor de tener fama de pantallero.
 
"La impresión que uno tiene es que los periodistas han inflado a muchos personajes del país como a Óscar Naranjo", sostuvo uno de los coroneles retirados de la Policía. Aunque es innegable que a Naranjo le gusta mantener una buena relación con la prensa, el lo justifica porque tiene el convencimiento de que en los tiempos de hoy no sólo hay que dejarse escrutar por los medios de comunicación, sino mostrar resultados, para generar confianza. Reconoce que uno de los momentos más tensionantes durante su carrera fue hace cinco meses, cuando el presidente Uribe le dio la orden a la Policía de ingresar a Ralito y capturar a Diego Fernando Murillo, alias 'Don Berna'. "Éramos 120 policías contra 800 paramilitares armados. Mi temor era un enfrentamiento con ellos que podía terminar en una masacre, pero la prudencia con la que manejó la situación el general Castro evitó que algo tan grave sucediera", recuerda Naranjo.
 
Este tipo de comentarios es lo más cercano a los secretos que alguien quiera conocer de lo que ha visto y ha vivido Óscar Naranjo. Nadie duda de que sabe más de lo que siempre dice. Sin embargo, para muchos su estrategia se parece más a la de un experimentado espía que prefiere la muerte antes que revelar sus más profundos secretos. Aunque muchos hablan con él, nadie puede asegurar que Naranjo les ha contado algo confidencial. Lo poco que habla sobre su trabajo en privado es lo mismo que sostiene ante un micrófono. Pero hay quienes piensan lo contrario.
 
Desde empresarios, dirigentes, periodistas, políticos y hasta los propios presidentes de la República, están convencidos de que Naranjo conoce todo, incluso, sus intimidades. "Hay quienes creen que guardo muchos secretos. Pero yo no soy juez de nadie y la verdad es que si uno tiene buena memoria, no sobrevive", dice Naranjo. Lejos de lo que muchos piensan, no tiene interés en escribir un libro que haga temblar al país. Por el contrario. Su aspiración se limita a escribir, algún día, la versión final de la historia criminal de Colombia, ya que le mortifica que ésta sea contaba por delincuentes. "Mis días pueden estar contados y tengo angustia de llegar a la casa sin haber cumplido mi misión. Qué tal que el día de mañana mis nietos me pregunten: ¿Abuelo, qué hiciste por el país cuando fuiste general? Yo quiero tener una respuesta para mis nietos. Uno podría conformarse con lo que ya ha hecho. Pero prefiero ser un inconforme con lo que todavía hace falta por hacer".