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CONFLICTO ARMADO

El héroe

Jorge Enrique Yepes fue el más valiente y dedicado soldado, que luchando salvó su vida y la de sus compañeros. No pudo, sin embargo, salvarse de la última trampa mortal.

7 de abril de 2003

A finales de 1992 Jorge Enrique Yepes Insignares dio las primeras muestras de su personalidad temeraria. Tenía 16 años y a espaldas de sus padres sacó un registro civil adulterado, con el que se aumentó la edad y pudo prestar el servicio militar obligatorio. Durante dos años se encarretó tanto con la vida militar que sin consultarlo se enlistó como soldado voluntario. Lo hizo siguiendo los pasos de su hermano mayor, Luis Alfredo, quien había llegado a cabo del Ejército.

Desde un principio el soldado Yepes se empecinó en su carrera militar. Lo suyo, como lo evoca su amigo de infancia, Miguel Cerra, era patrullar, aprender sobre armas y tener un trabajo estable, algo que pensaba no podía conseguir desde su humilde casa en el populoso barrio El Rebolo en el suroriente de Barranquilla.

Durante ocho años las trochas y las selvas del Urabá antioqueño, primero, y después las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, vieron crecer a un soldado disciplinado, enérgico y "echado para adelante", como lo recuerda el ex soldado profesional Juan Benítez, quien lo conoció en el comando Aguila de la X Brigada del Ejército. Y fueron esas condiciones las que hace cuatro años le salvaron la vida en una emboscada que las Farc le tendieron a su patrulla en el llamado Cañón de la Llorona. En ese atentado varios de sus compañeros fueron asesinados, pero Yepes logró librarse de la muerte al rodar por un barranco, de donde fue rescatado con tres costillas y una pierna fracturadas y un esguince en el cuello.

La terquedad por el servicio persistió y a pesar de las lesiones, los ruegos de su familia y de una larga recuperación -un año de incapacidad que pasó en Medellín-, el soldado Yepes no renunció. Por el contrario, hizo un curso de conductor en la base militar de Tolemaida, en el Tolima, y le repetía a su madre que si de morir se trataba prefería que fuera de uniforme. "Le rogaba por teléfono o cuando venía que se saliera, que buscara un trabajo como vigilante en una empresa de seguridad, pero él respondía que ese era un trabajo de bobos, pasando de largo toda la noche y con un 'fusilito' en el hombro", rememora su madre, Marlene Insignares. Esa testarudez de servir al país le valió varias felicitaciones de sus superiores y una medalla al valor, pero lo alejaba de las fiestas, las novias y su familia.

Siguieron los ruegos de su madre para que se retirara del Ejército, pero Yepes fue destinado al Batallón La Popa, con sede en Valledupar. Allí hacía parte de la llamada Operación Meteoro para vigilar las carreteras. En septiembre del año pasado le volvió a hacer el quite a la muerte. Esa vez las Farc atravesaron un camión en la vía entre Curumaní (Cesar) y Pelaya y le tendieron una emboscada al convoy conducido por el soldado Yepes, en el que transportaba a 23 compañeros más. A pesar de estar herido por las esquirlas de las granadas en el oído, el cuello, la mandíbula y la cara, medio aturdido por el fuego cruzado y con las llantas pinchadas logró sacar al comando de la zona. Una vez salvó la vida de sus compañeros -sólo uno de ellos murió- saltó del vehículo y repelió el ataque subversivo, varias horas después lo encontraron desmayado en una trinchera y sin una bala en su arma de dotación.

"En el batallón todos lo llamaban el héroe", señala su hermano Luis Alfredo. Una felicitación del comandante del Ejército, general Carlos Ospina, lo alentó a volver. En febrero regresó al cuartel por solicitud de su comandante. Pero esta última vez, a sus 27 años, el soldado Yepes no pudo hacerle otro quite a la muerte. Hace dos semanas, la encontró en un campo minado en Aracataca.