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EL HOMBRE NUCLEAR

SEMANA revela la historia completa de un colombiano que gracias a una beca para estudiar en la ex Unión Soviética, pasó de humilde mesero a cancerólogo, terminó metido en el comercio internacional de armas ...

19 de septiembre de 1994

EL PASADO SABADO 23 DE ABRIL, Justiniano Torres Benítez tomó un avión hacia Cancún con el fin de pasar unos días de descanso y luego viajar a Moscú, vía Ciudad de México. Acababa de disolver una sociedad internacional de mercadeo que poseía desde hacía dos años con el ciudadano ruso residente en Colombia. Viatcheslav Iakimenko, representante en Bogotá de las líneas aéreas soviéticas Aeroflot. Muy poco se sabe de lo que sucedió entre ese día y el pasado miércoles 10 de agosto, cuando fue capturado en el aeropuerto de Munich, en Alemania, con un cargamento compuesto por 350 gramos de Plutonio, uno de los elementos radiactivos utilizados para la fabricación de explosivos atómicos.
Durante la primera semana de agosto había visitado a Carlos Triana, secretario administrativo de la embajada de Colombia en Moscú, y le había mostrado un fax que, según él, iba a cambiarle la vida. "Si me sale este negocio, me voy a volver multimillonario y diré que fue el negocio del gas ", le contó a Triana con una risa nerviosa, mientras se despedía de su amigo, a quien había conocido 15 años antes en Bogotá. Dos semanas después se produjo su captura por las autoridades alemanas y con ella, se desató un escándalo internacional que ha puesto a tambalear las relaciones entre la Federación Rusa y algunas potencias occidentales convencidas de que en la antigua Unión Soviética no se encuentran a buen recaudo los materiales radioactivos, lo que facilita su adquisición ilegal por parte de grupos terroristas internacionales y de países que los patrocinan.
Al final de la semana, los periódicos del mundo entero hablaban de este peligro y dedicaban largos artículos y notas editoriales a poner el dedo en la llaga del delicado asunto. Pero la historia tenía otra cara, que SEMANA investigó a fondo: la de Justiniano Torres, ese hombre que había pasado en menos de 20 años. de mesero a estudiante de Medicina becado en la URSS, después cancerólogo y cirujano, luego a comerciante de equipo militar y de transporte, y finalmente a contrabandista de plutonio. Parecía evidente que la vida de este hombre se inscribía en la ya larga lista de casos de colombianos que en busca de superación y dinero, salen al mundo a aventurar, tocan el cielo con las manos, pero por paradojas del destino, tienen en ocasiones tristes finales.

EL COMIENZO
En 1975, Justiniano era un joven mesero de la sucursal del restaurante The Place que entonces operaba en Unicentro en Bogotá. Todos recuerdan su simpatía. Era el típico mesero atento y entrador, que conocía por su nombre a los más asiduos clientes, a quienes se esmeraba en brindar las mejores atenciones. Esa cualidad casi siempre se traducía en una generosa propina. Justiniano tenía entonces un solo sueño en la vida: estudiar Medicina. Trabajador incansable pero carente por completo de recursos, pronto comprendió que ese sueño que durante tantos años había visto como un imposible, sólo sería realizable si conseguía la ayuda de uno de los clientes importantes del restaurante. Uno de ellos, conquistado por la cordialidad y los deseos de superación de Justiniano, terminó por tenderle la mano.
Era el entonces joven dirigente conservador Alvaro Leyva Durán, quien poco tiempo, atrás había sido secretario privado del presidente Misael Pastrana Borrero, y empezaba la que entonces era considerada como una de las carreras políticas más promisorias en las huestes azules. Un día en que Leyva no andaba de afán y se podía dar el lujo de una prolongada sobremesa, Justiniano le contó de sus sueños y le. dijo que ya había presentado un examen de admisión en la Universidad Javeriana y que había pasado con satisfacción las pruebas técnicas, mas no las de conocimientos generales. La propia universidad le había sugerido realizar una serie de cursos de extensión para superar sus flaquezas. Pero en el nuevo examen de ingreso se rajó en el área técnica. La frustración de este segundo fracaso sólo se vio mitigada por la entrevista con el sicólogo de la Javeriana, quien lo alentó a seguir luchando: "Usted tiene que estudiar Medicina. Haga todo lo necesario por lograrlo".
Al escuchar la historia, Leyva le dijo que, debido a sus escasos recursos económicos, lo mejor que podía hacer era tratar de conseguir una beca, posiblemente en el extranjero. "Averigue en el Icetex, que si puedo, yo le ayudo", le dijo. Justiniano había demostrado que cuando la cuestión era de superación, no conocía barreras. A pesar de que era consciente de que carecía de vocación religiosa, había cursado parte de sus estudios en el Seminario San Alfonso de Piedecuesta (Santander), con el fin exclusivo de terminar su bachillerato.
Con las palabras de Leyva grabadas en la memoria, Justiniano se zambulló varios días en la biblioteca del Icetex, en el centro de Bogotá, donde comprobó que la mayor parte de las becas era ofrecida por los países de la llamada Cortina de Hierro, especialmente la Unión Soviética. El joven mesero aplicó para una de las becas otorgada por el Instituto Colombo Soviético y, con la ayuda de Leyva, la consiguió.
El asunto no era tan fácil como parecía. La beca no era, como quería Justiniano, para estudiar Medicina, sino Veterinaria. Además, debía estudiar uno o dos años de ruso. Pero a él no pareció importarle. "No se preocupe doctor Leyva -le dijo días después con su seguridad de siempre- que yo me hago pasar a Medicina". Para entonces trabajaba como mesero del Hotel Hilton. Sus compañeros aún recuerdan los detalles de la emotiva fiesta de despedida y de los abrazos llenos de promesas de regreso y de deseos de un futuro mejor.
A última hora, el viaje de Justiniano a la URSS terminó marcado por la tristeza. Seis días antes de tomar el avión y después de posponer el viaje por un par de semanas debido a una grave enfermedad de su padre, Rodolfo Torres Rodríguez, éste murió. Sin embargo, Justiniano pensó que ya nada lo podía detener y tomó rumbo a Moscú el 29 de agosto de 1977.

AL OTRO LADO DEL MUNDO
La llegada a ese mundo de personas extrañas y alfabeto incomprensible le causó un gran impacto, pero no lo amilanó. La capital de la entonces poderosa URSS tenía muy poco que ver con el apacible Salazar de las Palmas, un pueblo pequeño y perdido en la cordillera Oriental en Norte de Santander, a 56 kilómetros de Cúcuta, donde había nacido el 20 de octubre de 1956. Con sus inmensas plazas y avenidas, su lujoso metro y sus millones de habitantes, Moscú era el polo opuesto de las calles empedradas y los escasos 2.700 moradores de Salazar de las Palmas, dedicados casi todos al cultivo del café, plátano, yuca y caña, a la cría de ganado y otros pocos a la explotación de las pequeñas y exhaustas minas de cobre y carbón de la región.
En su pueblo natal, Justiniano estudió primaria en el Colegio Miguel A. Torres y para ayudar económicamente a su familia, se desempeñó como acólito de la iglesia. Cursó los cuatro primeros años del bachillerato en el Seminario San Alfonso de Piedecuesta, y lo terminó, en 1974, en el Instituto Municipal de Cúcuta, después de lo cual viajó a Bogotá en busca de trabajo.
En la capital, se empleó como ascensorista y luego como mesero. Trabajó en el restaurante The Place en Unicentro y luego hizo parte del departamento de banquetes del Hotel Hilton. Su familia sabía que trabajaba con esas empresas, pero desconocía su cargo, que era ocultado celosamente por Justiniano.
Lo cierto es que todos esos episodios de sus primeros y difíciles años de vida parecieron borrarse con el descubrimiento del país más grande del mundo. La nieve, las torres doradas de los palacios e iglesias moscovitas, la Plaza Roja y el imponente Kremlin cautivaron al joven provinciano. Después de un año de estudiar ruso, y luego de iniciar la carrera de Veterinaria, el 22 de enero de 1979 cumplió con lo anunciado tiempo antes a Alvaro Leyva. Como lo atestigua una carta firmada por el entonces cónsul en Moscú, Juvenal Infante, obtuvo su traslado para estudiar Medicina en Krasnodarsk, al sur de Rusia, muy cerca de la frontera con Ucrania.
A esas alturas ya había aprendido a moverse como pez en el agua en el mundillo estudiantil y se dedicó de lleno a su carrera de Medicina básica en el Instituto Estatal de Medicina de Kuban, para luego especializarse en cancerología y cirugía del cáncer. Su éxito en la universidad fue bien notorio. Aparte de sus buenas calificaciones, ganó un torneo de ajedrez, algo nada fácil en la tierra de los Boris Spassky y los Anatoly Karpov. A pesar de sus escasos 165 centímetros de estatura, de su cara redonda y morena y de su aire de motilón, en un país de tantas expresiones étnicas como Rusia y en un medio estudiantil donde convivían desde africanos hasta mongoles, terminó por encontrar menos barreras que las que había hallado en su propio país. A mitad de la carrera conoció a Natalia, una agraciada y típica mujer soviética, a quien Justiniano convenció de que se casaran. En 1984 nació su primera hija, Cristina. Hace pocos días, cuando se despidió de su esposa en Moscú, Natalia estaba a punto de cumplir seis meses de embarazo.

EL BUEN HIJO VUELVE A CASA
Con el grado científico debajo del brazo, regresó a Bogotá en 1987. Aspiraba a conseguir trabajo y a traer a su familia desde la URSS. Pero volver a casa fue chocar contra la dura realidad. No le resultó fácil validar su título, y menos aún conseguir empleo. Además de tratar de salir adelante profesionalmente, debía apoyar económicamente a su familia que acababa de trasladarse de Salazar de las Palmas a Bogotá.
Debió duplicar entonces sus esfuerzos y mientras atendía pacientes en la fundación Fundar, un centro de rehabilitación de alcohólicos, realizaba reemplazos en cuanta clínica y hospital podía. Después de eso debió adelantar un año de rural en la Clínica Juan N. Corpas, para que las autoridades colombianas le reconocieran el cartón soviético.
Pero en 1990, cansado de tantos obstáculos y tan pocos resultados, decidió regresar a la URSS, para probar suerte en una nación en la que comenzaban a darse acelerados cambios. El mundo estaba convulsionado . Los berlineses tumbaban a martillo limpio el muro que dividía su ciudad y en Moscú, Mijail Gorbachov trataba de controlar el desbocado tren de la Perestroika que él mismo había echado a andar pocos años antes. Por aquellos días le dijo a un amigo en Bogotá que se iba a probar suerte a la nueva Rusia. Tenía en la cabeza la idea de intentar algunos negocios entre Bogotá y Moscú. Estaba convencido de que podía aprovechar sus contactos en ambas orillas del mundo. Sabía que algunos de sus antiguos compañeros de estudio en la URSS ocupaban ahora cargos importantes o estaban bien conectados familiarmente. Y creía que durante sus años de mesero había sembrado una semilla entre sus principales clientes, y que ya era hora de empezar a cosechar los frutos. No había duda de que Justiniano empezaba a cambiar de ideales: como mesero había soñado con ser médico, y ahora, como médico, soñaba con ser un gran bussinesman.
Regresó a Rusia y comenzó a aprovechar la apertura soviética y el privilegio de poder entrar y salir sin mayores requisitos, debido a su doble condición de extranjero y casado con una ciudadana rusa. Llevó a Rusia mercancías de Europa occidental, desde bluyines comprados en Italia hasta comestibles franceses. Y sacó de Rusia antiguedades. Cuando volvió a Colombia a principios del 91, había logrado reunir algún capital gracias al cual le regaló una casa a su madre Josefa Benítez, y luego, cuando los tiempos fueron aún más prósperos, le regaló a su hermana un automóvil para que montara una escuela de manejo.
Su amistad en Rusia con un hijo de un alto oficial del Ejército lo hizo ver que podía ofrecer material militar y de transporte a Colombia, en especial helicópteros. Por eso, tocó las puertas de las empresas Helicol y Helitaxi, entre otras. También frecuentó los cocteles que se realizaban en la Embajada Rusa. En una de esas reuniones conoció a Viatcheslav Iakimenko, director y representante de Aeroflot en el país. Nacido en Lvov (Ucrania), en 1946, Iakimenko llegó a Colombia el 20 de abril de 1990.
"Justiniano me visitó en el segundo semestre del 91 en las oficinas de Aeroflot y me dijo que él podía ser intermediario para Helitaxi con el fin de traer helicópteros rusos. Hablaba muy bien el ruso y eso me inspiró gran confianza en él. Incluso me advirtió que quería instalarse en Rusia definitivamente, con su familia", relató Iakimenko a SEMANA. El 21 de octubre de 1991 Justiniano y "Eslava" -como se conoce en los medios comerciales a Iakimenko- constituyeron la Empresa de Mercadeo Internacional Siglo XXI Ltda., Emis XXI. Cada uno aportó dos millones de pesos de capital. Sus primeras oficinas eran en la calle 59 con 13.
A fines del 91, volvió a Rusia. La Unión Soviética se había desmoronado y dejó de existir definitivamente el 25 de diciembre. Boris Yeltsin había sustituido a Gorbachov. En medio de guerras de independencia de algunas de las repúblicas de la antigua URSS, y una profunda crisis económica, el debilitado Estado ruso estaba poniendo en venta muchos de sus bienes, en especial el equipo militar que ya no parecía necesario ahora que la guerra fría era cosa del pasado. El río estaba revuelto y Justiniano quería pescar en él. Estaba a punto de comenzar su año de gloria.

EL GRAN NEGOCIO
Por aquellos días el Ministerio de Defensa de Colombia, al igual que muchos otros en el mundo, había mostrado interés en conseguir equipos y maquinaria rusa, que estaba siendo ofrecida de manera abundante. La Embajada Rusa le había hecho saber al gobierno colombiano que había mucho material disponible a muy buenos precios. "En materia de armamentos ofrecían desde portaviones hasta tambores de revólveres, helicópteros, aviones, fusiles, camiones de transporte, jeeps y lanchas artilladas", le dijo a SEMANA un ex funcionario de ese Ministerio que conoció las ofertas.
El gobierno ruso llegó incluso a decirle al colombiano que estaba dispuesto a recibir el 40 por ciento del pago de esos equipos en café y el 60 por ciento en dinero. No había duda de que algunos de los negocios parecían brindar grandes ventajas económicas. Los fusiles AK47, por ejemplo, valían alrededor de 140 dólares, mientras que el fusil Galil occidental llegaba a costar hasta 1.100 dólares. Por aquellos días se llegó a rumorar insistentemente que el gobierno colombiano iba a comprar armas rusas. Los medios de comunicación, entre ellos SEMANA, registraron el hecho.
Muy pronto la versión trajo dificultades. Fuentes del gobierno colombiano aseguran que las FARC amenazaron con atentar contra la sede de la embajada de Rusia en Bogotá, si esas compras llegaban a realizarse. El grupo guerrillero no parecía dispuesto a aceptar que el Ejército colombiano lo combatiera con las armas que alguna vez habían pertenecido al otrora glorioso Ejército Rojo de la URSS. Pero además de las amenazas, había otros obstáculos aún más graves. Para empezar, no era fácil para los funcionarios colombianos saber con quién entenderse para realizar los negocios. Algunos de los generales, diplomáticos y funcionarios rusos, que apenas empezaban a descubrir el mundo capitalista, pedían comisiones por todo y los equipos que podían salir baratos, terminaban encareciéndose por cuenta de la cantidad de intermediarios y comisionistas.
En una ocasión en 1992, el Ministerio de Defensa de Colombia envió a varios generales a visitar Moscú para tratar de esclarecer lo que estaba sucediendo y deshacer la madeja de los intermediarios. Pero la experiencia fue peor. Mientras desempacaba su maleta en el hotel, uno de esos generales recibió la sorpresiva visita de un hombre que se identificó como ayudante del comandante de un batallón militar, que le mandaba ofrecer para entrega inmediata, entre otras muchas opciones, 500 camiones para transporte de tropa. Como le dijo a SEMANA un empresario colombiano que visitó Moscú por aquellos días en plan de negocios. "le ofrecían a uno hasta el tesoro de los nazis con el que se quedó el Ejército Rojo tras la muerte de Hitler".
El despelote era generalizado. La situación económica se agravaba día a día. En los destacamentos militares escaseó primero la gasolina y luego, simple y llanamente, la comida para los soldados. El nuevo gobierno trató de poner orden y realizar rápidas ventas de equipo militar, para poder así sostener lo que iba quedando del Ejército.
El desespero del gobierno llegó a tal extremo que ante la imposibilidad de controlar de manera centralizada la venta de equipo militar, autorizó a algunos de los comandantes de batallón a venderlo al extranjero, para poder pagar los gastos de su destacamento. En algunos casos esto se logró con eficacia y los generales demostraron ser buenos negociantes. Pero en muchos otros, el dinero se quedó por el camino y nunca llegó a alimentar a los soldados. La Fuerza Aérea fue autorizada a poner en venta 6.000 aviones y helicópteros. El Ejército ofrecía tanques por kilos. Los principales compradores fueron los yugoslavos sumidos en una sangrienta guerra interior, Libia, Irán, y principalmente Irak que buscaba rearmar a su Ejército destrozado durante la guerra del Golfo.
Ante las dificultades detectadas, el Ministerio de Defensa colombiano había optado por no realizar compra alguna, pero estaba dispuesto a alquilar equipo que adquirieran empresas nacionales. Justiniano descubrió allí una veta, y en abril de 1992, él y Iakimenko lograron importar a Colombia cuatro helicópteros rusos a 1.5 millones de dólares cada uno, para la empresa Helitaxi de Byron López, que terminaría por adquirir 13 aparatos en total por un valor cercano a los 15 mil millones de pesos. Los aparatos fueron luego alquilados al Ministerio de Defensa.
Los bolsillos de Justiniano se llenaron con un negocio lícito que parecía ser apenas el primero. Sentía que estaba tocando el cielo con las manos y que había entrado a las grandes ligas de los negocios internacionales de armas y equipo militar. Saboreaba las mieles del triunfo. La vida familiar también cambió, de la estrechez de los tiempos de estudiante a los abrigos de cachemir para él y las pieles para su esposa. En Moscú se instaló en una lujosa oficina en pleno centro de la ciudad, cerca de la plaza Mayakovski y del hotel Pekín. Abrió también una oficina en Hamburgo, el puerto de salida que consideraba más seguro para sus mercancías.
El contraste entre Justiniano y los demás Colombianos -la mayoría de ellos becados en tiempos de la URSS que se habían quedado sin patrocinio con el fin del Comunismo- era evidente. Con la misma generosidad que había mostrado en sus años de pobreza, se comportó ahora en tiempos de riqueza. Aparte del dinero y los regalos que enviaba a su familia en Colombia, patrocinaba a un joven que terminaba estudios de Medicina en Rusia y a Giovanna Castillo, una niña ciega que estudiaba música en ese país.
Sin embargo, la sociedad entre Justiniano y Iakimenko comenzó a afrontar dificultades, que éste explicó en problemas con los pagos. No todo lo que el colombiano esperaba ganar había ingresado a sus cuentas. Al principio no se preocupó, y buscó en cambio hacer nuevos negocios.

SE AMPLIA LA BARAJA
La novelería por el equipo militar y de transporte de la ex Unión Soviética comenzó a decaer. Las recurrentes dificultades para negociar con los rusos, el hecho de que casi siempre -como le dijo a SEMANA un empresario colombiano- "trataran de encimarle a uno un técnico suyo que había que contratar para darle mantenimiento al equipo", y la falta de repuestos que empezó a evidenciarse en muchos casos, terminó por desilusionar a los eventuales compradores. Estos a su vez descubrieron que podían adquirir los mismos equipos en países de la antigua órbita comunista, como Polonia y Hungría, o en repúblicas recién nacidas del desmembramiento de la URSS, como Bielorrusia.
Justiniano comprendió que había que cambiar el menú de ofertas. En uno de sus viajes a Colombia, el ex senador Alvaro Leyva -le dijo que estaba interesado en importar unas volquetas para minería. Justiniano presentó unas cotizaciones, pero Leyva- que estaba haciendo negocios con algunas naciones ex soviéticas en compañía de su socio Félix Salazar Ballén obtuvo ofertas mejores de Bielorrusia. "En otra oportunidad -recordó Leyva a SEMANA- quise saber si Justiniano podía conseguir cemento de Rusia, pero una vez más sus cotizaciones estuvieron muy por encima".
La verdad es que a pesar de su audacia e inteligencia, Justiniano se veía perdido en campos que desconocía. Buscando nuevos mercados llegó a ofrecerle a posibles compradores en el país desde caviar hasta sofisticados equipos médicos, como filtros para sangre humana. Por aquellos días se ganó entre algunos de quienes intentaban hacer negocios con él, el remoquete de "Tatoo", el famoso personaje de la serie de televisión "La Isla de la Fantasía". "Le decíamos así -dijo una de esas personas a SEMANA- no sólo por su parecido físico con 'Tatoo', sino porque cogió fama de que muchos de los negocios que planteaba no eran más que fantasías".
EL ULTIMO NEGOCIO
Los que vieron por última vez en Colombia a Justiniano, advirtieron que curiosamente ya no estaba proponiendo los negocios de siempre. A principios de este año, y después de muchos roces con Iakimenko, acordó la disolución de Emis XXI. Entre el 7 y el 17 de abril de este año viajó en dos ocasiones de Bogotá a Panamá. El 23 del mismo mes partió rumbo a a Cancún, en México, para después tomar desde la capital mexicana un vuelo a Moscú.
Y aquí aparece el hueco negro de la historia. Al regresar a Rusia hace tres meses, sus conocidos notaron que se encontraba un poco corto de dinero. Fuentes de la embajada colombiana en Moscú aseguran que uno de sus amigos llegó a prestarle 20 mil dólares. Sus otrora frecuentes visitas al consulado colombiano para hacer papeleos, fueron esta vez muy escasas.
Lo que Justiniano no sabía era que estaba a punto de caer en un gigantesca trampa. Las autoridades alemanas, muy preocupadas por el creciente contrabando de plutonio desde Rusia, habían ordenado a agentes encubiertos que ofrecieran a algunos miembros de la red de contrabandistas adquirir una importante cantidad del peligroso material radiactivo.
A mediados de julio, los agentes contactaron a dos españoles, Julio Oronoz y Javier Bengoetxea, y les pidieron una muestra inicial del material. No está claro aún por qué los españoles tomaron contacto con Justiniano, ni quién les suministró el plutonio. Por una versión de fuentes alemanas, se sabe que días después Justiniano, Oronoz y Bengoetxea les ofrecieron a los agentes en un hotel de Múnich, además del plutonio, 200 gramos de litio 6, elemento no radiactivo, pero indispensable para la fabricación de bombas de neutronio.
Después de tres intentos fallidos por cristalizar una operación final de entrega del material, el miércoles 10 de agosto Justiniano y los dos españoles fueron detenidos en el aeropuerto de Munich con 350 gramos de plutonio, avaluado en unos 15 millones de dólares. Un cuarto sospechoso alcanzó a huir hacia el sur de Francia. Los detenidos fueron incomunicados y sólo el sábado 13 la noticia se filtró a las agencias internacionales de noticias, que enviaron la información por todo el mundo.

EL FINAL
Este parece ser el triste final de la historia de audacia y superación de Justiniano Torres Benítez. A pesar de sus indiscutibles particularidades y excepcionalidades, esa historia no deja de ser una más de las que protagonizan muchos colombianos emprendedores que, cansados de la falta de oportunidades en su país, salen a recorrer el mundo y contra viento y marea, salen adelante. A unos les va mejor que a otros. Unos se han dedicado a alquilar camellos en el desierto del Sáhara. Otros se han convertido en bailarines o actores en Broadway. Otros más han construido mansiones para jeques árabes en el Medio Oriente. Algunos han inventado vacunas o novedosa tecnología médica. Todo ello dentro del campo de la legalidad.
Pero otros traspasan, a conciencia o víctimas de una trampa, los límites de la ley. Hay traficantes de cocaína, lavadores y falsificadores de dólares. Todos recuerdan a los dos enamorados que estuvieron al borde de ser ahorcados en Egipto por viajar como pasajeros ilegales en un barco cargado de droga. Otro fue detenido en Alemania, acusado de haber entregado a los países del este los planos del avión Tornado. Y así, cientos y cientos de historias.
La de Justiniano parece estar en la frontera entre el primer y el segundo grupo. Sus esfuerzos para estudiar Medicina y sus primeros éxitos como intermediario de negocios internacionales, estuvieron a punto de reservarle un lugar de honor entre los primeros. Pero el episodio del plutonio parece colocarlo entre los segundos.
No se sabe aún cuál será el desenlace de su novela. Parece claro, en primer lugar, que Justiniano cayó en una trampa tendida por las autoridades alemanas. Pero, ¿qué tan consciente era de la carga que llevaba? Quienes lo conocen aseguran que si bien estaba lejos de ser un experto, su condición de cancerólogo puede haberle dado la formación adecuada para manejar este tipo de material. Pero así como su participación en el caso no parece del todo ingenua, tampoco se puede decir, como lo afirmaron algunos medios de comunicación internacionales, que sea jefe de la banda ni mucho menos, de un cartel mundial de contrabandistas de plutonio. Todo indica, por el contrario, que ésa era su primera experiencia, y que si hubiera sido el jefe de la operación, seguramente no hubiera llevado en sus manos la maleta que contenía el cargamento ilegal y por cuenta de la cual va seguramente a pasar los próximos años de su vida en una cárcel alemana.


Plutonio:elemento letal
DESPUES DEL escándalo que se creó por la detención de Justiniano Torres con 350 gramos de plutonio-239 en su poder, muchos han comenzado a preguntarse para qué puede ser. utilizado realmente este cargamento radiactivo. Según los expertos, el plutonio-239 no es un elemento que se encuentre en forma natural. Se trata de un material producido artificialmente al quedar como desecho de la combustión del uranio.
Si bien esta clase de plutonio se emplea para fines bélicos
-como en la fabricación de bombas atómicas- lo cierto es que la cantidad incautada a Torres no es suficiente para producir este tipo de armamento. Para hacer una bomba atómica se requieren mínimo cinco kilos de plutonio con una pureza no inferior al 93 por ciento. La carga que llevaba el colombiano no superaba la media libra y sólo tenía 87 por ciento de pureza
Esto no quiere decir que esos 350 gramos de plutonio -que valen 14 millones de dólares- sean inofensivos. La toxicidad de este material es tan alta, que un microgramo -o sea, una millonésima de gramo- ya resulta peligroso. La inhalación la ingestión o el contacto con la piel, puede provocar leucemia, cáncer pulmonar y hasta la muerte."Si el contacto con un microgramo de plutonio mata a una persona, un gramo puede matar a un millón", dice Jaime Ahumada, director del Instituto de Asuntos Nucleares.
El comercio ilegal con plutonio 239 está ocasionando alarma mundial, pues no se sabe con qué fines se está comprando ni a dónde va dirigido. En el reciente caso de Torres Benítez, la Policía alemana detectó que el cargamento tenía como destino Pakistán. Ya existen varias pruebas que relacionan a este país con el tráfico ilegal de productos radiactivos.
Pero ese no ha sido el único caso de contrabando nuclear. Durante los últimos dos meses, las autoridades alemanas lograron detener cuatro cargamentos del mismo material. Y mientras los organismos de inteligencia germanos aseguran que el plutonio incautado es de origen ruso, el gobierno de Moscú ha dicho que de su país no ha salido ni un solo gramo de este producto.
Pese a esta declaración, ha comenzado a salir a flote la falta de control que hay en la ex Unión Soviética con respecto a los radiactivos. Tras la desintegración de la URSS y la implantación del desarme nuclear, los complejos industriales de armamento, los centros de investigación y las plantas radiactivas se quedaron sin amo ni dueño y con graves problemas de seguridad. Varios empleados que laboraban en estos sitios decidieron recibir su sueldo en especie y cayeron en la tentación del mercado negro. Un negocio que parece ser uno de los más lucrativos del momento: mientras un gramo de cocaína se vende a 80 dólares y un gramo de oro a 336 dólares, uno de plutonio se vende fácilmente a 40.000 dólares.
A las autoridades rusas se les salió de las manos el manejo de la situación. Se calcula que necesitarían entre cinco y siete años, y más de un billón de dólares, para volver a coger las riendas y ponerle trancas a ese tipo de contrabando. El panorama actual es alarmante: las organizaciones internacionales de energía atómica han determinado que existen más de 150 kilogramos de plutonio rondando en el mercado negro. Una cantidad suficiente para producir 30 bombas atómicas. Lo peor es que no se sabe en manos de quién está quedando todo este poder.