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¿El huevo o la gallina?

Esta es la verdadera historia detrás del retiro de Jaime Castro de su candidatura por la Alcaldía de Bogotá.

20 de octubre de 2003

La historia del bochornoso retiro de Jaime Castro de la candidatura oficial del liberalismo podría explicarse con la eterna pregunta de qué fue primero: si el huevo o la gallina. Para la dirección liberal la candidatura de Castro no despegó y, por lo tanto, no tenía sentido hundirse con ella. Para Castro su candidatura nunca pudo despegar porque la dirección liberal nunca creyó en ella. ¿Cuál de estas dos versiones es la correcta? Ambas en parte.

El matrimonio entre Jaime Castro y la dirección liberal arrancó mal. Piedad Córdoba y sus muchachos preferían a Juan Manuel Santos. Aunque no registraba en las encuestas le veían proyección y hasta posibilidades de triunfo. Nadie pensaba que un ex alcalde retirado de la política desde hace varios años pudiera cerrarle el camino a una de las estrellas de la nueva generación de liberales. Pero eso fue lo que sucedió. Juan Manuel Santos se retiró y le dejó las banderas al ex ministro boyacense.

Ninguno de los miembros de la dirección liberal pensó que tuviera posibilidad de ganar. Todos son veteranos y saben por dónde le entra el agua al molino. En la nueva onda del antipartidismo y el escepticismo frente a todo lo que huela a política tradicional Castro no arrancaba en la pole position.

El no tenía la culpa. A pesar de poseer la mejor hoja de vida y de ser por su experiencia el mayor conocedor entre los aspirantes de los problemas de la capital, no encarnaba las aspiraciones del electorado bogotano, que tradicionalmente le pone 'tatequietos' al oficialismo liberal. Su tono de voz de profesor universitario en cátedra magistral sonaba pasado de moda frente a los yuppies telegénicos de la generación de Gaviria o la irreverencia espontánea del Polo Democrático. Castro nunca tuvo chance. Sus propuestas, que eran serias y realistas, nunca fueron analizadas. Su imagen primaba sobre su contenido. El les echaba la culpa a los medios de comunicación, a los que acusaba de concentrarse exclusivamente en los que según las encuestas tenían posibilidades de ganar. Y no le faltaba razón. Pero al igual que con la dirección liberal, entre los políticos perdedores y los medios de comunicación también se presenta la pregunta: ¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina? En otras palabras: ¿no tienen votos los candidatos porque los medios no los cubren en forma extensa? o ¿los medios no los cubren en forma extensa porque no tienen votos?

En todo caso, a pesar de todas estas complicaciones, la dirección liberal inicialmente fue solidaria con su candidato. No esperaban un triunfo pero sí una derrota digna. Al fin y al cabo se trataba del glorioso Partido Liberal. Un segundo puesto con 250.000 ó 300.000 votos era un resultado decoroso. El apoyo económico fue generoso y Jaime Castro tuvo un buen despliegue publicitario en los medios. También la maquinaria se aceitó en la forma tradicional y se hizo proselitismo de barrio en barrio. Sin embargo, en la medida en que la campaña se polarizó, las posibilidades de un resultado decoroso parecían esfumarse. Castro nunca llegó al 10 por ciento en las encuestas y cualquier cifra de votos por debajo de este umbral es inferior a los 100.000 votos. Esta votación la sobrevive un candidato disidente pero no un partido mayoritario en una ciudad de más de siete millones de habitantes.

Simultáneamente, con todo esto la división liberal estaba girando hacia la oposición a través del llamado a la abstención en el referendo. Este viraje la acercaba ideológicamente al Polo Democrático. El apoyo de la dirección liberal a Angelino Garzón y no a Carlos Holmes Trujillo fue el primer paso de una serie de vínculos que se iban creando alrededor de un frente común de centroizquierda. Por otra parte, las bases liberales empezaron a desertar del barco oficialista cuando vieron que comenzaba a hacer agua. Uno a uno los líderes de los barrios comenzaron a hacerle ojitos a Lucho Garzón en Bogotá. A estas alturas la solidaridad que la dirección había tenido con el candidato comenzó a agrietarse. Aunque no sostuvieron conversaciones formales las coincidencias entre Lucho Garzón y Piedad Córdoba eran evidentes. Igualmente, las de otros miembros de la dirección liberal con Juan Lozano también eran objeto de chismografía.

Los rumores iban y venían. Se decía que Piedad no descartaba cambiar de caballo en la mitad de la carrera. Paradójicamente parece que esta posibilidad se trancó cuando el ex presidente Ernesto Samper, le pidió a la dirección que lo hiciera. Las relaciones entre éste y la codirectora no podían ser peores. Piedad Córdoba, para no quedar del mismo lado que Samper, recogió velas y decidió radicalizarse a favor de Castro. El matrimonio, por lo tanto, estaba pegado con babas. Lo que tenía de inusual es que los dos cónyuges querían divorciarse para irse con otro. Pero este otro era el mismo: Lucho Garzón. No sólo Piedad Córdoba quería deslizarse hacia el candidato del Polo sino Castro también. Pero cada uno quería ser el abandonado y no el infiel. Y fue esta situación la que desembocó en el vergonzoso espectáculo del miércoles de la semana pasada.

El candidato siempre decía que hay que patear el ajedrez y "darle un viraje a la política nacional". El símbolo de ese viraje era Lucho Garzón. La aspiración de Castro era que le cogieran la caña y le pidieran que se retirara. Piedad Córdoba, por su parte, también quería patear el ajedrez. Pero sin ningún convencimiento mantenía su apoyo protocolario al ex ministro.

Finalmente, cansados de esperar y acercándose la fecha de las elecciones, decidieron reunirse para llegar a alguna fórmula que pudiera parecer de común acuerdo. El común acuerdo, sin embargo, resultó muy difícil pues en el fondo los dos todavía soñaban con ser abandonados. De ahí que cada vez que aparecía un comunicado en esa jornada eterna del miércoles 15, una hora después aparecía otro contradiciéndolo. Ante ese oso la dirección liberal decidió que era menos vergonzoso un matrimonio sin amor que un divorcio escandaloso. Y por esto decidió seguir con Castro hasta el final. En medio de la resignación se acordó una reunión a la mañana siguiente para discutir las reglas el juego de la última etapa de esa melancólica unión.

Jaime Castro decidió no continuar la farsa y en lugar de asistir a la reunión envió una carta desobligante, responsabilizando a la dirección liberal de haber hecho su candidatura "inviable" e "invisible". La dirección consideró indignante esta actitud y decidió que no iba más. En un comunicado leído por Camilo Sánchez se le hizo saber al país que el Partido Liberal había decidido "apartarse" de la candidatura de Jaime Castro. Para la dirección esto significaba que le habían aceptado la renuncia y para Jaime Castro que se la habían pedido. Al día siguiente ocho de sus miembros adhirieron a Lucho y dos a Juan Lozano.

Lo que es seguro es que en todo el episodio no hubo ganadores. A la dirección le cayó mucha agua sucia y Juan Manuel Santos al día siguiente pidió que se convocara un congreso del partido para revocarla. Su argumento era que no había ninguna razón para respaldar al candidato del Polo Democrático, quien ha sido enemigo del Partido Liberal. El llamado tuvo bastante acogida.

Jaime Castro, por su parte, quedó con una imagen de mal perdedor. Una campaña seria, de horas infinitas en los barrios pobres de Bogotá, acabará siendo recordada por la pataleta de la despedida.