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El legado de Serrano

El experto Alvaro Camacho hace una evaluación de la gestión del director de la Policía.

17 de julio de 2000

Es indudable que el general Serrano ha sido el más distinguido director de la Policía en los últimos años. Sus ejecutorias y su carisma lo hacen un personaje central de la política colombiana.

Esto se ha debido a su gestión en tres campos: en primer lugar, la reforma de la institución. Más que a la acción de la Ley 62/ 93, la transformación de la Policía se ha debido a las decisiones de Serrano y su equipo. Las comisiones que diseñaron la reforma indicaron que había llegado la hora de actuar sobre una institución alrededor de la cual había cierto consenso de que era corrupta y poco eficiente frente a la inseguridad ciudadana. Serrano tomó la oportunidad, y procedió a hacer su reforma. De hecho, algunas figuras importantes de la ley nunca han sido activadas (el Consejo Nacional de Policía y Seguridad Ciudadana, las Comisiones Nacional y Regionales de Policía y Participación Ciudadana) y otras lo han sido de manera errática (el comisionado).

Aún así el general depuró drásticamente a la institución, fortaleció un cuerpo élite de inteligencia, realizó modificaciones curriculares en la formación del cuerpo ejecutivo, diseñó estrategias y tácticas nuevas para capturar a los capos del narcotráfico e introdujo nuevas pautas de relaciones con la comunidad.

En su gestión política, Serrano hizo un esfuerzo por relegitimar a la institución, con acciones internas (planes de reingeniería y de orientación empresarial, entre otros) y con la construcción de una nueva imagen ante la opinión pública, con una retórica más cercana a los ciudadanos. Hoy es claro que la Policía ha ganado una posición de importancia nacional, y ha dejado de ser “la parte femenina” de las Fuerzas Armadas.

En segundo lugar, el general fue figura clave en el gobierno Samper, pues su acción contra los miembros del cartel de Cali lo mostró como un puntal de la lucha contra quienes supuestamente habían contribuido a la elección de su jefe directo. En parte Samper debió su continuidad a Serrano.

Y en tercer lugar, el general se construyó una imagen muy positiva ante Estados Unidos, lo que le sirvió no sólo para elevar su imagen allá y aquí, sino para fortalecer a la institución en lo financiero y lo operativo. Esta relación ha sido, a mi juicio, ambigua, pues si bien el fortalecimiento de la Policía se tradujo en mejores recursos para el cumplimiento de tareas, como la inteligencia, al mismo tiempo se ha expresado en un compromiso con algunas políticas de Estados Unidos que no necesariamente contribuyen a resolver los problemas que pretenden atacar.

Con la aceptación de estas políticas, el general acrecentó su protagonismo ante las autoridades de Estados Unidos, lo que sin duda ha molestado a Pastrana y a su círculo íntimo, tan celosos de su imagen internacional. De allí el silencio con que el gobierno ha acogido su renuncia.

La coyuntura del agravamiento del narcotráfico y del conflicto armado se tradujeron en que la Policía dirigiera sus prioridades a la defensa del Estado y sus instituciones. Se ha anotado triunfos muy importantes con la captura de los principales narcotraficantes. Pero también, el general se la jugó en defensa de la fumigación aérea de cultivos ilícitos, una política que ha tenido efectos perversos: a sus costos fiscales, sociales y ambientales, se agrega su poca eficacia en la reducción de la producción y su extensión a nuevas áreas del territorio. Más aún, con la fumigación la Policía se ha ganado de enemigo al eslabón más débil de la cadena del comercio de drogas ilícitas: los pequeños cultivadores y los raspachines, para quienes la institución policial se expresa en avionetas que destruyen sus cultivos, ilícitos y de pancoger.

Y en lo que respecta al conflicto armado, la situación de la Policía en algunos municipios vulnerables a los ataques de la insurgencia se ha traducido en que la institución resulta perjudicada físicamente, y además su papel de apoyo al ciudadano se debilita: la Policía se convierte en un actor de guerra, separado de la población civil, desconfiado y preocupado por proteger sus propias instalaciones. Esto, desde luego, no es culpa de Serrano, pero sí contribuye a distanciar la Policía de la población civil.

Esta misma intersección de narcotráfico y conflicto armado influye en que mientras en las grandes ciudades la delincuencia continúa creciendo, la Policía se desgasta en la protección de orden público propiamente político, en desmedro del llamado orden público policial, es decir, el relacionado con los derechos de los ciudadanos y expresado en la prevención del delito, la protección y la expansión de la convivencia.