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P R O T A G O N I S T A S

El misterio de la cafetería

La identificación por ADN de uno de los 11 desaparecidos del Palacio de Justicia no aclara aún este interrogante histórico.

11 de septiembre de 2000

En Colombia el problema de los desaparecidos ha sido menos dramático que en países del Cono Sur como Argentina y Chile. Sin embargo se calcula que alrededor de 1.000 personas están en esta categoría y año tras año sus familiares desfilan por entidades oficiales y medios de comunicación tratando de llamar la atención de Colombia y el mundo sobre la suerte que corrieron sus seres queridos.

El símbolo de los desaparecidos en Colombia han sido 12 personas que estaban en el Palacio de Justicia el día de la toma, el 6 de noviembre de 1985. De éstas una era guerrillera, Irma Franco, tres, visitantes, y ocho eran empleados de la cafetería. De ahí que los desaparecidos hayan sido denominados los desaparecidos de la cafetería.

La teoría detrás de este misterio se origina en que ese establecimiento, ubicado en el primer piso, tenía acceso directo al cuarto, donde estaban las oficinas de los magistrados, a través de una escalera que era utilizada para llevarles alimentos. Esa fue la ruta utilizada por el M-19 ese día para asaltar a los magistrados. Y desde ese día el Ejército sospechó que algunos de los empleados de la cafetería eran infiltrados del M-19 y sirvieron de enlace para la toma. Los abogados de las familias de los desaparecidos, encabezados por el asesinado Eduardo Umaña Mendoza, siempre han sostenido que al sospecharse este enlace, el Ejército los habría capturado en las primeras horas de la toma para interrogarlos, posiblemente torturarlos y obtener información que les permitiera recuperar el Palacio. Bajo esta tesis es que, culpables o inocentes, fueron desaparecidos. Este planteamiento se ha convertido durante 15 años en el caballito de batalla de la izquierda y en objeto de indignación por parte del Ejército.

El caso es difícil de descifrar pues la verdadera historia del Palacio de Justicia no se sabrá nunca, dada la combinación de fuego cruzado indiscriminado y la dimensión del incendio que consumió hasta las cenizas el inmueble en el que murieron las 115 personas. Además, al hacerse el levantamiento del campo de batalla se omitieron todas las normas técnicas que permitieran identificar a las víctimas. Al hacer el recuento de restos faltaron 12 personas que no aparecieron ni muertas ni vivas. Sobre la suerte de una de ellas se esclarecieron los hechos. Se trataba de la guerrillera Irma Franco, quien fue capturada cuando se camufló como uno de los rehenes que salieron después de la toma. Se confirmó que fue detenida y trasladada a instalaciones militares y nunca se volvió a saber de ella. Este caso fue judicializado y de los desaparecidos del Palacio de Justicia es el único que se encuentra resuelto, aunque nunca apareció el cadáver.

De los otros 11 no se había sabido nada. La semana pasada, por primera vez en 15 años, se lograron identificar los restos de una de esas personas. Se trata de Ana Rosa Castiblanco, una empleada doméstica de 33 años, que estaba a punto de dar a luz en el momento de los hechos, y que había trabajado durante dos años en la cafetería. Era una persona sencilla y libre de toda sospecha de cualquier conexión con la guerrilla. Umaña Mendoza, había pedido la exhumación de los cadáveres de la fosa común del Cementerio del Sur, por presumir que allá se encontraban los cuerpos de algunos de los desaparecidos de la cafetería. Según su hipótesis, el hecho de que estos cadáveres no aparecieran en la cafetería al terminar la sangrienta batalla, permitía suponer que estas personas fueron falsamente asociadas a los guerrilleros y no murieron en el combate ni en el incendio sino que fueron asesinadas.

Como una fosa común consiste en la acumulación gradual de cadáveres sin identificar, de diferentes orígenes y durante varios meses, no era fácil determinar cuál era la porción de la fosa que podía corresponder a las fechas del drama del Palacio de Justicia. Al fin y al cabo hileras de cadáveres se van sobreponiendo unas sobre otras. Entre septiembre de 1985 y enero de 1986, 261 cuerpos fueron depositados en esa fosa, incluyendo algunos de la tragedia de Armero. Luego de un delicado proceso, que duró cerca de tres años, se tuvo que levantar capa por capa de tierra hasta llegar al sitio buscado mediante un cálculo matemático. Allí fue donde aparecieron los restos de Ana Rosa Castiblanco, que fueron confrontados con muestras de ADN de sus familiares, lo cual permitió su plena identificación. Lo que sigue ahora es hacer lo propio con otros restos y otras muestras de ADN de las 10 víctimas restantes.

No se puede anticipar que otros cuerpos puedan ser identificados, aunque algunos estudiosos del caso tienen sus propias teorías. Ramón Jimeno, quien escribió el libro Noche de lobos, sobre ese drama, dice que “en el cuarto piso, donde murieron 57 personas, entre rehenes y guerrilleros, siempre se supo que hubo una mujer rehén embarazada, que no podía ser guerrillera. El propio Reyes Echandía, el inmolado presidente de la Corte Suprema en ese momento, pidió por teléfono, en medio de la balacera, que la dejaran salir invocando su embarazo. Por el grado de calcinación de los cadáveres de las víctimas del cuarto piso, no fue posible identificar a 19 de ellos. Pero era de presumir que uno de los cadáveres no identificados debía ser de la mujer embarazada de la que hablaba Reyes Echandía”. Que esto no hubiera sucedido y que una simple empleada doméstica embarazada se hubiera convertido durante 15 años en uno de los símbolos de los desaparecidos de Colombia, sostiene Jimeno, lo único que muestra es cómo la radicalización ideológica afectó la investigación de los hechos.

La conclusión de Jimeno no la comparten todos los analistas. Para Olga Behar, otra experta en el tema, la identificación del cadáver de Ana Rosa no es prueba de radicalización, sino más bien confirmación de lo temido: que los desaparecidos fueron ajusticiados por el Ejército. “Me estremeció la confirmación de que una desaparecida estuviera en la fosa común. Esa siempre fue la convicción de Eduardo Umaña Mendoza, quien aseguraba que allí estaban varios de los desaparecidos. Aunque sea una manera macabra de rendirle un homenaje, creo que su perseverancia se ve premiada con este hallazgo”, dijo Behar.

Los dos puntos de vista anteriores demuestran que nunca habrá consenso y que la identificación de un cadáver crea más interrogantes que los que resuelve. Para los seguidores de la tesis de Umaña Mendoza el reciente descubrimiento es interpretado como que los empleados de la cafetería fueron capturados, interrogados, torturados, ejecutados por fuera del Palacio de Justicia y luego sus cuerpos fueron enterrados en cualquier sitio. Para Ramón Jimeno el hallazgo confirma que varios de los supuestos desaparecidos no lo eran sino que murieron en el holocausto, y por el grado de calcinación de sus cuerpos fue imposible identificarlos.

Como el gobierno tenía mucha prisa en enterrar todo el episodio, los cadáveres acabaron en una fosa común sin culminar las investigaciones. La conclusión de todo lo anterior es que no va a ser a través de restos humanos que se va a descifrar el misterio de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Si los hubo la confirmación final sólo llegará cuando los protagonistas hablen. Así sucedió en Argentina y Chile muchos años después de los hechos. Amparados en la caducidad del proceso o en el anonimato, los militares que siguieron órdenes decidieron contarle al mundo. De pronto algún día los militares colombianos que participaron en eventos hasta ahora desconocidos decidan hacer lo mismo.