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C A R C E L E S

El modelo de La Modelo

Después de alcanzar el récord de convivencia pacífica los presos de la cárcel de Barranquilla quieren hacer cine como una forma de rehacer su vida.

3 de septiembre de 2001

Un ex tesorero municipal que está preso por peculado dice que es en la cárcel donde ha venido a entender lo que pasa en Colombia. “Yo fui funcionario público, enfatiza, pero aquí es donde he entendido lo que pasa en este país”. Esto lo dice en medio de un taller de formulación de proyectos en el que participa junto con otros 20 compañeros de la cárcel La Modelo de Barranquilla, donde desde hace cinco años se lleva a cabo un experimento que ha probado ser eficiente para disminuir la violencia carcelaria.

Este penal, que tiene capacidad para 400 reclusos, alberga 770. A pesar del hacinamiento desde 1997 no ocurren homicidios, motines, peleas ni otros hechos violentos que son pan de cada día en otras cárceles del país aun menos superpobladas. La explicación está en un proceso de convivencia que no sólo mejoró la situación de la cárcel sino que ha cuestionado a fondo el modelo penitenciario a partir de una nueva relación entre la sociedad, la cárcel y el Estado. La forma como trabajan en La Modelo permite que los internos sigan adelante con sus proyectos aunque cambien los directores.

“La diferencia de este proceso con el de la cárcel de Bellavista en Medellín es que en ésta no hay cacicazgos. Hay dirigentes que ejercen su liderazgo con base en el conocimiento y la capacidad de conciliación”, explica Luis Nobles, líder del movimiento. El es un cordobés que estudió economía pero no terminó y hoy está apelando una sentencia de 16 años por secuestro.

“Los pactos aquí no son entre la subversión y las autodefensas. Aquí lo que hay es un pacto entre toda la comunidad carcelaria y en estos patios conviven a diario los internos por rebelión y los que están por autodefensa, y juegan fútbol juntos”, dice.

En La Modelo la palabra recuperó su valor porque no se necesita una firma para hacerla cumplir. Basta con tener claras las reglas de juego que han permitido humanizar la cárcel: respeto, igualdad, solidaridad y disciplina. Esto no elimina los conflictos pero sí los resuelve sin derramar sangre. “No somos el elemento perturbador; nosotros detectamos el problema y proponemos la solución. Y por primera vez en la historia los internos somos propositivos en materia de leyes, no para pedir la excarcelación masiva porque creemos que cada uno debe responder por sus actos y pagar, pero en condiciones dignas”, concluye Nobles, quien encabezó la conformación de la mesa de trabajo a través de la cual se logran los acuerdos y se gestionan las iniciativas.

Este año se han hecho dos planes de desarme. En el primero se encontraron 400 armas de fabricación carcelaria y en julio no más de 60. Si una noche cualquiera de la guardia hiciera una batida no hallaría una sola arma de fuego y quizá habría una docena de armas blancas hechizas, pero no navajas ni machetes como los que se encontraban antes. En esto la ley es clara: el que cargue cualquier arma es expulsado del patio sin apelación.

Nobles dice que el secreto para mantener vivo este proceso es la confianza, “pero sobre la base de decirle a la gente la verdad sobre lo que se puede y lo que no se puede hacer. La otra parte está en los resultados, porque hemos conseguido más en los últimos cinco años de lo que se consiguió con tantos años de violencia. ¿Qué se consiguió con eso? Unas viudas y unos huérfanos, más nada”.

La mesa de trabajo de La Modelo laboró con la comisión accidental del Senado en la redacción del Código Penitenciario y en el proyecto de jubileo del año pasado. Se le reconoce como un interlocutor válido ante el gobierno y como un modelo a nivel nacional que tramita sus propuestas a través del Congreso con una visión de país.

Por intermedio de esta mesa la cárcel consiguió una planta potabilizadora de agua, una panadería, una zapatería, un taller de confecciones, un taller de ebanistería y pronto estará en funcionamiento una pequeña fábrica de bloques. Pero el penal encierra, sobre todo, historias. Si François Truffaut hizo una película que se llama 400 golpes en La Modelo se podría hacer una que se llame 700 historias.

El proyecto que más entusiasmados tiene a los internos es el que están elaborando con el apoyo de la Cinemateca del Caribe para hacer cine y televisión. Con él conseguirán capacitarse en el manejo de cámaras, escritura de guiones, edición y producción. Pero además podrán organizar cineforo, cineclub, teatro, pintura, danza y literatura. El plan es ambicioso, pero no más que el que se propusieron hace cinco años para bajar los índices de violencia en los patios.

La idea de desarrollar proyectos culturales viene desde 1997, cuando comenzaron a buscar asesoría para montar una obra de teatro. En el camino se encontraron con la Cinemateca y entonces le plantearon a Zobeida Bovea, la trabajadora social del penal y cómplice incondicional de todos sus proyectos, que les hiciera el contacto con esa entidad para programar un cineclub y otras actividades culturales.

En septiembre pasado el director, Sergio Donado, y la trabajadora social visitaron al director de la Cinemateca, Carlos Escobar D’Andreis, para buscar la forma de llevar el cine a la cárcel. Al conocer el proceso que estaba detrás de esa solicitud Escobar les propuso embarcarse en un proyecto mucho más amplio que les permitiera capacitarse al tiempo que desarrollaban un proyecto creativo. La mesa de trabajo aceptó la propuesta y de inmediato se pusieron a trabajar.

Por ahora están en la etapa de los objetivos, la justificación, las actividades y las fuentes de financiación pero pronto estarán contando sus propias historias. Como la del hombre que camina por la calle y cuando pasa frente a la casa de un jíbaro la policía lo arresta y le mete en el bolsillo una cantidad de marihuana suficiente como para mandarlo a la cárcel. El juez le propone confesar para obtener sentencia anticipada y él se declara culpable de un delito que no ha cometido. El hombre dice frente a la cámara que la autoridad lo forzó a convertirse en delincuente y explica que la causa de esta injusticia está en la ley que creó un sistema que les otorga puntos a los policías por cada arresto y esos puntos se convierten en días de permiso.

O quizá la del campesino de Carmen de Bolívar que cuando llegó a la cárcel escasamente sabía leer y escribir pero estudió técnica dental a distancia y sostuvo a su familia durante ocho años con el trabajo que hacía para los demás internos. Hoy su esposa ejerce la misma profesión y su hijo está a punto de graduarse como músico.

También podría contarse la historia del puertorriqueño que después de cumplir su pena en la Cárcel Distrital regresaba a dormir allí cada noche y, como un gesto de agradecimiento con los internos y con la guardia, se ofrecía para realizar cualquier oficio que beneficiara a sus antiguos compañeros. Al fin y al cabo, como dice el ex tesorero municipal, “uno está aquí por lo que hizo, no por lo que es”, y aunque algunos hayan tenido que confesarse delincuentes tal vez descubran que su talento está en el séptimo arte.