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la batalla que libraron estos dos banqueros hace un cuarto de siglo fue de tal magnitud que el gobierno tuvo que tomar cartas en el asunto

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El nuevo coloso

Veinticinco años después de perder el Banco de Bogotá ante Luis Carlos Sarmiento, José Alejo Cortés le gana a su antiguo rival el mano a mano por el Bancafé y se queda con el tercer grupo financiero del país.

14 de octubre de 2006

En juego largo hay desquite. Y si no, que lo diga José Alejandro Cortés, presidente del Grupo Bolívar y dueño del Banco Davivienda. La semana pasada le ganó la partida por el Bancafé a Luis Carlos Sarmiento, dueño del Banco de Bogotá. En una reñida mano que duró casi una hora, Cortés pagó 2,2 billones de pesos por la entidad, unos 330.000 millones de pesos más de lo que ofreció Sarmiento y el doble de lo que pidió el gobierno.

Fue un duelo de titanes. Hace 25 años, Cortés se enfrentó con Sarmiento en una pelea a muerte por el control de un banco, que el primero había tenido tradicionalmente y el segundo aspiraba a quitarle. El banco era, ni más ni menos, el de Bogotá. La batalla que libraron estos dos poderosos hombres de negocios por su control fue de tal magnitud, que obligó al gobierno de turno a tomar cartas en el asunto. Esa confrontación terminó con la victoria de Luis Carlos Sarmiento. Por eso lo sucedido el jueves pasado podría ser considerado en cierta forma el desquite de ese episodio que comenzó en 1979.

Hasta ese año, el Banco de Bogotá había estado en manos del Grupo Bolívar, un consorcio conformado por Seguros Bolívar y Cementos Samper. El hombre a la cabeza de éste era Cortés. Su grupo llevaba cerca de 10 años como accionista mayoritario del Banco y era dueño de una cuarta parte, lo que le permitía controlar la junta directiva de la entidad. El banco tenía otros accionistas importantes, pero en general existía un equilibrio en su composición.

Uno de esos otros accionistas era Jaime Michelsen Uribe. A comienzos de 1980, Michelsen llegó a un acuerdo con el empresario caleño Eduardo Holguín para intercambiar acciones. El trato consistía en que Michelsen le daría a Holguín sus títulos del Banco de Bogotá y, a cambio, Holguín le daría los suyos del Banco de Colombia. Ese trueque le permitió a Holguín, representante del grupo Mayagüez, pasar a tener un puesto en la junta directiva del Banco de Bogotá.

Holguín fue aumentando silenciosamente su participación en la entidad. A mediados de 1981 cerró una negociación con Colseguros para comprarle un paquete de siete millones de acciones del Banco de Bogotá que estaban en su poder. Esa jugada lo catapultaría como el accionista individual más grande del banco. Con el objeto de no romper el equilibrio, los socios mayoritarios tradicionales -Cortés y Jorge Mejía Salazar- le propusieron a Holguín que les cediera la mitad de los siete millones de acciones. A cambio, le ofrecieron ciertas concesiones, como que no se harían nuevas emisiones de acciones para no diluir la participación de ninguno de ellos.

Fue una promesa que no pudieron cumplir. El banco necesitaba recursos frescos para capitalizar sus inversiones en el extranjero y era necesario hacer una nueva emisión de acciones. Ese incidente rompió las relaciones entre Holguín y el resto de la junta.

El incidente dejó a Holguín con ganas de salirse del banco. Fue entonces cuando su amigo el inversionista Byron López le manifestó que había un comprador interesado en las 17,5 millones de acciones que él tenía. El comprador era Luis Carlos Sarmiento Angulo. Se trataba, hasta ese momento, de un importante constructor que venía de adquirir el Banco de Occidente, una entidad financiera en Cali que estaba al borde de la quiebra y a punto de ser intervenida por el gobierno nacional.

El trato consistía en comprarle a Holguín los 17,5 millones de acciones, a 100 pesos cada una. Pero como la idea de Sarmiento era obtener el control total de la entidad, éste necesitaba adquirir al menos unos 10 millones de acciones más, para un total de 27,5 millones. Si lograba comprarlas todas a 100 pesos cada una, el costo total sería de 2.750 millones de pesos, una verdadera ganga en aquel entonces, por el predominio de uno de los dos grandes bancos del país.

Sin hacer público quién era el verdadero comprador, y suponiendo muchos que se trataba de Holguín, Sarmiento comenzó a comprar cuanta acción estuviera al alcance de su mano. Así logró quedarse con seis millones de acciones, que sumadas a los 17 millones de Holguín, le daban un total de 23 millones de acciones. El control del banco se veía a la vuelta de la esquina.

Cuando Cortés se enteró de que Sarmiento pretendía invadir lo que consideraba sus predios, se armó la de Troya. Y fue ahí donde comenzó la verdadera guerra entre el Grupo de Occidente y el Grupo Bolívar. Para éste, lo grave no era tanto que se tratara de lo que ellos consideraban un "zarpazo", sino de un zarpazo anónimo, en el sentido de que no sabía en quién podía acabar el control de la entidad.

Fue cuando comenzó entonces una 'guerra bursátil' entre ambos adversarios. Cortés, un hombre tímido, reservado y quien representaba la tradición y la ortodoxia, salió al mercado a comprar cuanta acción estuviera disponible. Sarmiento, con el dinamismo y la audacia que lo caracterizan, contraatacó comprando más acciones. Y se armó una carrera entre ambos que dio como resultado una cotización irracional de la acción. En menos de dos meses, el precio de la acción del Banco de Bogotá pasó de 65 pesos a 451.

La situación condujo a la Comisión Nacional de Valores a suspender la cotización de la acción del Banco de Bogotá en Bolsa. No obstante, el resultado final del duelo fue que el Grupo Bolívar se quedó con cerca del 50 por ciento de las acciones del banco y con tres miembros en la junta. Sarmiento, por su parte, adquirió el 48 por ciento del banco y puso los dos miembros de la Junta restantes.

Fue una guerra a muerte que les creó a ambos problemas de liquidez. El más afectado fue Bolívar que, en su afán por conservar el control del banco, se endeudó profusamente e influyó de paso sobre la suerte de Cementos Samper.

Para 1982, el Grupo Bolívar empezó conversaciones con la administración de Belisario Betancur. La idea era que el gobierno auxiliara de alguna manera a los dueños del banco que se encontraban en problemas de liquidez, lo cual podía agravar la crisis financiera que en ese momento estaba en pleno furor. Durante la confrontación había explotado en el país la crisis del sector financiero. Semana a semana se derrumbaban pequeños bancos y corporaciones como si fueran castillo de naipes. La solución se conoció en julio de 1983, cuando se anunció un esquema a todas luces novedoso. Con el argumento de que era necesario democratizar la propiedad accionaria de los bancos, el gobierno forzó a los grupos Bolívar y Occidente a renunciar a la administración del Banco de Bogotá, mediante la entrega en fiducia al Banco Cafetero (hoy Bancafé) de 63 millones de acciones, para que éste las vendiera. A cambio, los grupos recibieron un anticipo de 93 pesos por cada acción, con el compromiso de que el resto de su valor comercial -estimado por el gobierno en 150 pesos- les sería entregado tan pronto dichos títulos se colocaran entre el público. Pero los malos resultados económicos del banco desanimaron por completo a los posibles compradores.

Mientras se llevaba a cabo ese proceso, la administración Betancur nombró una nueva junta directiva conformada por respetables vacas sagradas. Al llegar, encontraron una entidad que se estaba desangrando. En el nivel nacional, el banco había hecho préstamos equivocados que se habían vuelto difíciles de recaudar. En el exterior la situación era todavía peor. A través de sus filiales de Nueva York, Panamá y Nassau, el Banco de Bogotá se había vuelto un agresivo prestamista en el mercado de la deuda latinoamericana y sus préstamos ascendían a 380 millones de dólares. El problema fue que en agosto de ese año estalló la crisis de México, que anunció que no podía cumplir sus compromisos. Varios países se contagiaron del tequilazo y el banco quedó expuesto a no recuperar buena parte de su cartera.

El deterioro patrimonial del banco era evidente. Entre 1983 y 1987, el capital y las reservas disminuyeron en un 70 por ciento en términos reales, con lo cual se puso en peligro la estabilidad futura de la institución. Eso obligó al gobierno a tomar nuevas medidas. A comienzos de 1988 se anunció que las acciones en fiducia se venderían bajo un nuevo esquema, con la condición de que se hiciera una recapitalización inmediata por parte de los compradores, para evitar en esta forma que el gobierno tuviera que poner la plata.

Dadas las circunstancias, el único que estuvo dispuesto a meterse la mano al dril fue Luis Carlos Sarmiento Angulo, que se quedó con el banco. Y así le ganó la partida a su archirrival del Grupo Bolívar. ?

La última batalla

Un cuarto de siglo después, los papeles se invirtieron. En una de las grandes sorpresas del mundo de los negocios, José Alejandro Cortés le acaba de quitar a Luis Carlos Sarmiento la pieza que más quería: Bancafé. Después de hacerse este año al Megabanco y de haber adquirido en 2005 el Banco Unión, Sarmiento iba tras los siete billones de activos del último banco público a subastar. Quedarse con él le habría permitido aumentar a 27,6 billones de pesos sus activos en el sector financiero y ampliar a 37 por ciento su participación en este mercado. Y consagrarse, de lejos, como el jugador más importante de la banca colombiana y el hombre más poderoso del país.

La batalla por Bancafé comenzó con una diferencia mínima. El precio base era 1,09 billones de pesos. Davivienda, del Grupo Bolívar, ofreció 1,15 billones. Y el Banco de Bogotá, del Grupo Sarmiento, hizo lo propio con 1,1 billones de pesos. Después de un receso de 30 minutos en el que ambos contrincantes se prepararon para hacer su última y máxima oferta, el Banco de Bogotá ofreció 1,88 billones de pesos. La sorpresa vino cuando Fogafín reveló la propuesta final de Davivienda: 2,1 billones de pesos.

La euforia se apoderó del recinto. El monto pagado por José Alejandro Cortés y su grupo se aproxima a los 1.000 millones de dólares, una cifra que hasta la semana pasada sólo se asociaba en el país con pesos pesados como Julio Mario Santo Domingo, Carlos Ardila Lülle, el Sindicato Antioqueño y el propio Luis Carlos Sarmiento.

La realidad es que ningún colombiano en toda la historia ha pagado una cifra como esa por un negocio. Santo Domingo llegó a girar 600 millones de dólares por las licencias de telefonía celular del centro del país y de la costa. Él y Ardila Lülle pagaron un total de 190 millones de dólares por quedarse con las licencias de televisión. Y hasta Orbitel -un consorcio entre Sarmiento, el Grupo Bavaria y Empresas Públicas de Medellín- desembolsó 150 millones de dólares por la licencia de telefonía fija en larga distancia nacional e internacional.

De ahí que esa cifra de casi 1.000 millones de dólares coloque al Grupo Bolívar -dueño de Davivienda y del Banco Superior- en una dinámica de grupo que pisa fuerte y que, sin duda alguna, va a dar mucho de qué hablar en el futuro. Esta transacción, sin embargo, no es tanto de un hombre sino de un equipo. Impulsando el negocio ha estado desde el principio Efraín Forero, presidente de Davivienda, quien a la cabeza de la entidad ha demostrado saber crecer y por eso cuenta con el respaldo de su jefe. A su lado ha estado la vicepresidente del banco, Olga Martínez, una mujer de armas tomar y que ha participado de todas las decisiones estratégicas.

Con la compra del Bancafé, el Grupo Bolívar se convierte en el tercer grupo financiero por activos del país. Además, obtiene presencia en 87 municipios nuevos y filiales en Miami y Panamá. En cartera de consumo se consolida en el primer lugar, con el 17,5 por ciento del mercado. También queda en el primer puesto por cartera de vivienda, con 2,5 billones de pesos. Además, la compra de Bancafé le permite entrar al segmento corporativo, un nicho en el que antes no estaba.

Por todo eso es que Bancafé valía más para el Grupo Bolívar que para la Organización Sarmiento. Y lo más importante de todo es que lo ubica en la mira de los compradores internacionales de ahora en adelante. Para nadie es un secreto que la banca extranjera está a la caza de oportunidades de negocio en Colombia. En los últimos meses ha habido mucha expectativa por la posible llegada de GE Money, filial financiera de General Electric que ahora, se rumora, está interesada en Colpatria. Otro que se muere de ganas por entrar al país es el banco inglés Hsbc, que acaba de comprar los activos de Banistmo en Centroamérica y Colombia y está buscando a quién más comprar. La misma impresión da el Citibank, que adelanta conversaciones con Bancolombia, el banco del Sindicato Antioqueño.

Con la compra de Bancafé, Davivienda se consolida como un gran jugador local del que quedan pendientes todos los bancos extranjeros con interés en Colombia. Todo ese desarrollo es muy sano para el país. Es una prueba no sólo de la confianza en la economía, sino de que la crisis financiera quedó atrás. Tomó siete años cerrar el ciclo de crisis que empezó en 1998 y en el que se invirtieron recursos por más de seis billones de pesos. El 70 por ciento de ese monto lo ha recuperado en el último año con la venta de los bancos Granahorrar, Megabanco y Davivienda.

Al final de cuentas, la crisis financiera le costó al país 1,6 puntos del PIB, un monto mínimo comparado con el de crisis como la de Chile 1981-1983, que le costó a ese país 41 por ciento del PIB. O con la de México 1994-1997, que le salió en 11,7 puntos del PIB. O la de Brasil 1994-1996. que costó 13 puntos del PIB.

Todos pueden darse por bien servidos. Desde el gobierno hasta Sarmiento y el Grupo Bolívar.