Home

Nación

Artículo

EL ORO MALDITO

El interés de los narcos por las minas de oro, detrás de la matanza de Segovia.

19 de diciembre de 1988


Había caras de tristeza, de rabia y de terror. Cuando la Comisión gubernamental llegó a Segovia, cinco días después de que una masacre perpetrada el viernes 11 por una banda paramilitar dejara un saldo de 45 muertos, encontró un ambiente cargado de desconfianza. Entre la población, nadie quería hablar, y esto hacía aún más pesado el bochorno que anunciaba lluvia para ese día. Finalmente, en un salón especialmente preparado para la ocasión, los funcionarios recién llegados de Bogotá se prepararon para hablarle a la gente. Tomó la palabra el ministro de Justicia, Guillermo Plazas Alcid, y haciendo gala de su vieja garra de político de provincia, se fue ganando al auditorio, con una presentación de la acción combinada que el gobierno pensaba adelantar tanto en el campo investigativo como en el de asistencia social. Este último era ya evidente esa mañana: el director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Jaime Benítez, estaba entregando fondos de esa entidad para pagar los gastos de asistencia de heridos así como de los entierros, y había diseñado un programa para sostener a los huérfanos de la matanza.

El problema de la acción investigativa era más complejo. No era fácil convencer a una población que nunca ha visto funcionar a la justicia, de que esta vez todo sería distinto. Pero aunque pocos lo creyeron, la charla del ministro sirvió para hacerles sentir que estaban en confianza y podían hablar. Y muchos hablaron y revelaron numerosos detalles que están siendo analizados por los 20 investigadores que, bajo las órdenes de dos jueces, se instalaron en Segovia para llevar a cabo las pesquisas. Una de las primeras cosas que esto permitió fue la elaboración, por parte de los dos agentes de la Sijin especializados en ello, de media docena de retratos hablados, cuatro de los cuales habían permitido ya, al final de la semana, la identificación de igual número de asesinos.

Una de las primeras conclusiones de las autoridades tiene que ver con la logística y la táctica utilizadas por los atacantes. "El análisis de la información con que contamos -dijo a SEMANA una fuente de los organismos de seguridad- nos permite concluir que o se trata del mismo grupo que perpetró la masacre de Mejor Esquina o, por lo menos, los dos grupos fueron entrenados en la misma parte". Esta conclusión se basa en la comparación de la forma como los asesinos llegaron y se movilizaron en el lugar de la matanza, así como del uso de camperos y fusíles R-15 en los dos casos.

Pero hay una segunda conclusión que, sin duda, tiene mayores implicaciones. De los testimonios recogidos en Segovia, y de la información de inteligencia que poseen las autoridades, se puede concluir que, de un tiempo para acá, algunos narcotraficantes han demostrado gran interés en la explotación del oro, industria de la cual el área de Segovia, Remedios y Amalfi es tal vez la más importante del país. Así como en el pasado, los narcotraficantes se sintieron atraídos por el ganado y el banano, ahora es evidente que le han puesto el ojo al oro. No está claro por qué, pero es presumible que esto tenga que ver con la posibilidad de rendondear negocios, lavando dólares a través del comercio aurífero. "Primero les gustó el ganado, porque se trataba de un activo de fácil y rápida realización, algo así como un cheque al portador, y como ellos nunca saben cuándo van a tener que salir corriendo -anotó a SEMANA la misma fuente-, les parecía perfecto. Luego vino el interés por el banano, y en particular por la zona de Urabá, por las facilidades que esta región ofrece para sacar cargamentos de droga y entrar armas. Y ahora, están interesados en el oro, muy posiblemente por sus posibilidades en la limpieza de sus dineros calientes".

El razonamiento de la mafia habría sido, en este caso, al igual que en los de Urabá y Mejor Esquina, desencadenar, en forma paralela con sus inversiones, un plan de exterminio contra todo lo que huela a izquierda, comunismo o guerrilla. Y en este punto, la región de Segovia y las poblaciones vecinas tienen un largo historial, desde cuando el ELN la escogió como uno de sus centros de actividad en los años de la guerrilla foquista de hace dos décadas.

Simulacro inútil
Pero más allá de estos análisis, quizá la preocupación central del gobierno estaba dirigida la semana pasada a resolver la serie de interrogantes que se han planteado con respecto a la actitud pasiva que, según todos los testimonios, asumió tanto la Policía como el Ejército.

Se saben varias cosas. Primero, que tanto la treintena de agentes de la Policía como el grupo de soldados acantonados en el Batallón Bomboná, a 10 minutos del pueblo, venían en las últimas semanas realizando simulacros de una eventual toma guerrillera de la población. Y segundo, que la Policía, apenas empezó a oír los tiros y ráfagas, se atrincheró en el cuartel, aparentemente en espera de que el ataque se dirigiera hacia éste en un momento dado.

Y de esos dos datos, se desprende un buen número de preguntas. ¿Por qué, si debían saber que los uniformados estaban entrenados para un ataque, los criminales actuaron con tanta confianza que se quedaron hasta hora y media recorriendo el pueblo y bañándolo de sangre? ¿Dónde quedó todo lo que habían entrenado esos mismos uniformados? Y si el ataque duró hora y media, ¿cómo es posible que los agentes del cuartel de Policía nunca se hayan sentido tentados a salir a ver que estaba pasando afuera? Y algo más: es presumible que exista un contacto radiotelefónico entre el cuartel de Policía y el Batallón. Si eso es así, ¿por qué no fue alertado el Ejército?; o si fue alertado, ¿por qué no acudió a Segovia a presentar combate? Y, como si todo esto fuera poco para despertar sospechas, al día siguiente del asalto, tanto los comunicados de la Policía como del Ejército, señalaron a una columna combinada de FARC y ELN--viejos conocidos de la zona--como responsable de la matanza.

Mientras estos interrogantes no se resuelvan, la investigación estará coja, incluso si se logra identificar al grupo atacante, con retratos hablados, prontuarios y detección de la escuela de sicarios donde fueron entrenados. Para muchos, esto es lo que explica que el nuevo ministro de Defensa, general Manuel Jaime Guerrero Paz, haya utilizado en su comunicado del miércoles el calificativo de "paramilitares", diferenciándolo del de "grupos guerrilleros", en un hecho sin precedentes en la historia de las declaraciones oficiales del alto mando. "Había que hacerle entender a los mandos medios diseminados por todo el territorio nacional, que a unos y otros hay que combatirlos con igual firmeza", dijo a SEMANA una fuente de la Casa de Nariño.--