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"El padre de mi hija es un cura"

Los Agustinos Recoletos fueron demandados por no haber ayudado a la hija de uno de sus sacerdotes.

24 de junio de 2002

A comienzos de este año el español Javier Guerra Ayala, prior general de la Orden de los Agustinos Recoletos, estuvo en Colombia. Durante varios días el religioso pasó revista a las tres casas de formación, los tres santuarios marianos, los seis puestos de misión de Casanare, los siete colegios y las 11 parroquias que tiene la orden en el país. Poco antes de concluir su misión recibió una visita sorprendente. Una mujer de 42 años se le presentó y le contó que tenía una hija cuyo padre había sido un sacerdote agustino ya fallecido. Le dijo que su actual esposo estaba desempleado, que estaban en una situación económica desesperada, que necesitaba la ayuda de la orden, que acudía a ellos porque los sentía casi como su familia.

Guerra contestó que lo sentía mucho pero que no tenía consigo dinero para darle. Además, concluyó, ellos no eran una empresa y ese problema era de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, el nombre con el que se conoce la división de la orden en Colombia, y ésta tenía la autonomía necesaria para resolverlo. Por último le aconsejó que se entendiera con el prior provincial y que le pidiera un préstamo.

Eloísa, como quiere ser identificada esta mujer en recuerdo de la religiosa que protagonizó una escandalosa historia de amor con el cura Abelardo en Francia, se puso en contacto entonces con el padre David Niño, el provincial de la orden en el país. Le explicó su situación, le dijo que le ayudara a conseguir un trabajo o que le hiciera un préstamo para montar una microempresa de comidas. En abril, después de muchos ires y venires, Niño consintió en que le entregaran a Eloísa, a modo de donación, un cheque por dos millones de pesos. De paso el religioso le pidió que no volviera a molestar más con ese asunto tan sensible. Ella se sintió maltratada por el religioso, quien había sido acólito del sacerdote que la enamoró.

Por eso decidió hablar: "Yo quiero que mi historia se sepa y mi opinión sea tenida en cuenta porque falta solidaridad de los grandes jerarcas con los sacerdotes, que son unos pobres peones. Yo quiero que la Iglesia enfrente una realidad". Para que su voz tuviera más fuerza consiguió que el abogado Santiago Salah fuera su apoderado en la demanda que presentará esta semana contra la Orden de los Agustinos Recoletos. Eloísa quiere que esta comunidad religiosa responda por los perjuicios materiales y morales que sufrió como consecuencia de las acciones que adoptó u omitió en relación con el sacerdote Santiago Puerta Cadavid, el padre de su hija y el primer hombre de quien ella se enamoró en la vida. El religioso con el que vivió una historia de amor prohibido real, similar a la de la exitosa serie de televisión El pájaro espino.

Amor prohibido

Eloísa conoció al padre Santiago cuando era una adolescente. Desde un comienzo se sintió fascinada por este personaje y su recorrido vital. El religioso era natural de Bolívar, Antioquia, había ingresado muy joven al seminario y gran parte de su vida la había dedicado al trabajo misionero. Ella recuerda que él era "un hombre especial, noble, cariñoso, atento, era muy paternal y entregado a la gente". Como premio a su dedicación los Agustinos lo habían trasladado a la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación en Bogotá. Durante un tiempo fueron amigos pero ella se enamoró, él le correspondió, se hicieron novios y de una cosa se pasó a la otra: "Quedé embarazada en mi primera relación". Cuando Santiago se enteró que iba a ser papá se puso feliz, la llevó al médico y se comprometió a hablar con la familia de ella para asumir toda la responsabilidad del caso. Su actitud fue diametralmente opuesta a la de un sacerdote que se decía su amigo, quien cuando se enteró de lo que pasaba le escribió una carta en la que le aconsejaba que buscara un médico para que se deshiciera del problema.

Estas palabras hirieron mucho a Santiago y lo hicieron pensar que lo mejor era abandonar el sacerdocio. Escribió una carta al Vaticano, en la que solicitaba la dispensa papal pero nunca la envió porque Eloísa no lo dejó. Ella tenía claro entonces que él era un hombre de comunidad, un gran evangelizador, y no se lo imaginaba viviendo las típicas escenas hogareñas. Al tomar esta decisión sus vidas dieron un giro de 180 grados. Eloísa abandonó el colegio sin terminar cuarto de bachillerato y a los cuatro meses de embarazo dejó su casa para vivir en un hogar de monjas. A Santiago, mientras tanto, sus superiores lo enviaron de nuevo a Casanare. El primero de octubre de 1976 nació Milagros (nombre ficticio), la hija de un sacerdote de 44 años y una estudiante de 17.

Durante los siguientes cuatro años esta pareja dispareja mantuvo su relación por temporadas. Se veían cada 15 días en ciudades intermedias entre Bogotá y Yopal, como Duitama o Sogamoso. Así llevaron sus vidas hasta el 27 de junio de 1981, cuando el padre Santiago murió atropellado. Ese día él viajaba hacia Casanare con una niña a la que habían operado en la capital de labio leporino. Por los lados de Ventaquemada se encontró con un accidente de flotas estrelladas. Se bajó a ayudar, les aplicó los santos óleos a los moribundos y siguió su camino. Más adelante se pinchó y mientras cambiaba la llanta lo atropelló un carro de la defensa civil que había participado en el rescate de los heridos de las flotas. Eloísa y Milagros, quien siempre supo la verdad sobre su origen, se quedaron solas y sin ningún apoyo económico. Los Agustinos le entregaron un título de 60.000 pesos. Para sobrevivir volvió a la casa paterna.

Eloísa levantó a su hija sin ninguna ayuda de la comunidad religiosa a la que había pertenecido Santiago. Muy de vez en cuando un sacerdote que había sido compañero suyo en el seminario le enviaba dinero, que sacaba de su sueldo, para lo que necesitara. A finales de la década de los 80 viajó a Roma para hablar con el prior de la Orden. En la capital italiana encontró alojamiento en el albergue papal pero no consiguió, después de cinco días de intentos infructuosos, que la recibiera el prior de entonces. Tuvo que devolverse con la manos vacías. Hasta ahora. Este año Eloísa por lo menos logró que el superior de los Agustinos la oyera. Las acciones que tomó después de esta charla fueron consideradas por algunos como oportunistas pues coinciden con el escándalo mundial en el que se ha visto envuelta la Iglesia Católica en los últimos meses. Ella dice que no es así. Que lo único que desea es enaltecer la memoria del padre Santiago y sentar un precedente con el que tal vez pueda abrirse paso una vez más hasta Roma. No para hablar con un prior sino para contarle su historia de amor al mismísimo Papa.