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Gustavo Petro terminará su periodo este 31 de diciembre. | Foto: Montaje SEMANA.

ENTREVISTA

Petro se despacha en El País de Madrid

A solo pocos días de las elecciones, el alcalde de Bogotá defiende su gestión y lanza dardos al procurador y a Santos en entrevista exclusiva en el prestigioso diario.

21 de octubre de 2015

A menos de cinco días de que los capitalinos elijan a su sucesor, el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, recibió en su despacho a dos periodistas del diario madrileño 'El País' y respondió preguntas durante una hora y media en una entrevista publicada este miércoles en la página web del prestigioso periódico.

Según los entrevistadores, respondió a los interrogantes con "solemne convicción". "En su discurso casi no aparece la autocrítica -escriben-. Cada uno de los objetivos que no ha logrado es, en su opinión, porque ha habido un obstáculo, ya sea la oposición, la élite o un juez, que lo ha impedido".

Sobre las encuestas que dan como favorito el exalcalde y hoy candidato Enrique Peñalosa dice, según los periodistas, que "no son del todo reales". Y en relación con el metro que prometió construir cuando llegó al Palacio de Liévano en enero del 2012, sostuvo que no se ha construido por "un problema de sectarismo político" del presidente, Juan Manuel Santos. Sobre este último dice que ve en él "al clásico político bogotano de la élite, que olfatea y cambia".

A continuación, dada la relevancia de las posiciones del burgomaestre para la actual carrera electoral, Semana.com trascribe la versión completa de la entrevista hecha por Javier Lafuente y Ana Marcos.

EL PAÍS: ¿Qué balance hace de su gestión?

Gustavo Petro:
Nos propusimos tres metas: superar la segregación social, adaptar la ciudad al cambio climático y fortalecer el poder público después de dos décadas de política económica neoliberal. No se puede superar la segregación social sin un equilibrio entre la ciudad y la naturaleza. Justicia social y justicia ambiental van de la mano.

EL PAÍS: ¿Cuál cree que es su mayor legado?

G.P.: Bogotá es una ciudad que está a punto de acabar con la pobreza extrema: tiene una tasa del 0,9% (según indicadores de la ONU). Han salido de la pobreza 450.000 personas. Mucho más crítico ha sido el tema del cambio climático. Implica un cambio político y social, de cultura, que aunque está asociado a cada individuo, en realidad provoca una transformación en las relaciones de poder de una ciudad.

EL PAÍS: Su papel como senador fue muy valorado. Como alcalde su gestión ha sido muy criticada. ¿Cómo ha sido ese tránsito?


G.P.: Nunca tuve reconocimiento, a mí lo que querían eran matarme. Yo estaba luchando contra Uribe, y la mayor parte de la población estaba con él por su imagen de pacificador. La gente no conocía la situación de derechos humanos que sufrían millones de personas porque los medios de comunicación lo ocultaban. Por esta razón, el senador que realizó la tarea de mostrarle a la opinión pública qué pasaba, qué era el paramilitarismo y cuál era el papel del presidente de la República en su formación, se volvió muy impopular. Mi labor se reconoce hoy. La experiencia como alcalde será similar.

EL PAÍS: ¿Se siente frustrado?

G.P.: Es un proceso. Ahora llegan unas elecciones que van a ser una forma de medir mi gestión. El domingo se sabrá si la población quiere que continúen o no estas medidas. Cuando pase el tiempo los esfuerzos serán valorados.

EL PAÍS: Usted sabía que se debería enfrentar a una élite, ¿por qué decidió confrontarse y no negociar con ella?

G.P.:
Cuando se vive en una sociedad con gobiernos que han contemplado el asesinato de 200.000 personas, cuyos autores se sientan a hacer leyes, se puede plantear la palabra concertación y una pose de socialdemócrata. Yo quise una ruptura. Mostrarle a la gente otra opción. No me interesa que me inviten a los clubes privados, un puesto en una gran empresa,... Me interesa construir una sociedad más igualitaria y más democrática.

EL PAÍS: ¿Incluso si esa postura es a costa de no conseguir sacar adelante medidas que podrían haber favorecido a las clases populares?

G.P.: Una política pública como la de otorgar vivienda para víctimas de la violencia se ha detenido por un juez. ¿Fui derrotado o esta discusión seguirá y llegará el día que se acaben los estratos en la ciudad? La forma de superar la pobreza es incluir a las capas más humildes en las transacciones económicas que genera una ciudad.

EL PAÍS: ¿No siente que debería haber negociado más?

G.P.: Creo que es sobre la base de la ruptura que se puede negociar. No solo en Bogotá, en Colombia. Concertamos con Santos, dejamos de pensar lo que pensamos para acabar la guerra.

EL PAÍS: ¿Quién cree que puede ser su mejor sucesor?


G.P.: No puedo decirles. Aquí hay una norma que prohíbe hacerlo y el procurador está esperando para procesarme como por quinta vez y destituirme. Él está buscando sacarme de la contienda del 18 [las elecciones presidenciales].

EL PAÍS: Pacho Santos, el candidato del partido de Uribe, el Centro Democrático, parte en último lugar en las encuestas. ¿Cree realmente que es su candidato?

G.P.: No, hay un plan B.

EL PAÍS: ¿Ese plan B implicaría al candidato que va primero en las encuestas, Enrique Peñalosa?


G.P.: Quien va adelante depende del gusto de cada encuesta.

EL PAÍS: Usted le ha dado su apoyo a Clara López…


G.P.: El movimiento político al que pertenezco ha dado el apoyo a Clara López.

EL PAÍS: ¿Si después de tres gobiernos de izquierda no gana Clara López, será culpa suya o se tratará de un voto de castigo?


G.P.: El primer Gobierno de izquierda concertó y no hizo rupturas. El segundo no fue de izquierda, fue de corrupción. Y este ha sido un Gobierno de izquierda que ha querido hacer ruptura, y por eso recibe este embate. Veremos el resultado el domingo.

EL PAÍS: Clara López dio su apoyo a Santos para lograr la reelección. ¿Cree que al presidente o el candidato de su partido, Rafael Pardo, debería haber tenido un gesto con ella?

G.P.: No he visto la misma generosidad que tuvimos nosotros. Y no lo digo tanto en términos de candidatos, como con el metro. Santos pudo dar un mensaje muy claro de: “Vamos a hacer el metro”. ¿Por qué no lo hizo? Por un problema de sectarismo político. Era darle a la Administración de Bogotá Humana [el programa de Gobierno de Petro] la marca histórica de que fue la que logró, por fin, destrabar el metro para una ciudad de ocho millones de habitantes.

EL PAÍS: ¿Espera algún gesto de aquí al domingo?

G.P.: El domingo puede ocurrir cualquier cosa. Esta semana es cuando empieza a decantarse la toma de decisiones del 25% del electorado. Ahí empieza a valer Bogotá Humana, no hace un mes o dos meses.

EL PAÍS: ¿Cómo ha sido su relación con el Gobierno de Santos?

G.P.: El Gobierno de Santos no es homogéneo. Una cosa es el presidente, otra el vicepresidente. En términos de paz, por ejemplo, no se escucha al vicepresidente hablando de este tema. Tiene aspiraciones presidenciales y ve en la alcaldía a su rival. Hemos tenido secciones del Ejecutivo con las que hemos trabajado bien y otras adversas.

EL PAÍS: ¿Cómo valora la figura del presidente y su apuesta por la paz?


G.P.: Veo al presidente Santos como al clásico político bogotano de la élite, que olfatea y cambia. Unos lo llaman oportunismo, otros lo pueden considerar buena política. Ese pragmatismo hoy puede ser positivo porque el mundo va a sufrir un cambio de paradigma. Una parte de la oligarquía colombiana, y ahí entra Santos, sabe que tiene que haber una ruptura con Uribe si quiere seguir articulado con el mundo. Y Santos entiende que lo que le haría pasar a la historia es acabar la guerra. Ahí se encuentra con nosotros. Si la guerra acaba, la derecha pierde su popularidad.

EL PAÍS: Desde su experiencia como exguerrillero, ¿qué condicionantes se tienen que dar para que los miembros de las FARC puedan aspirar a participar en política?


G.P.: El contexto histórico marca diferencias. El origen de las FARC está en un campesinado rural que del liberalismo transita al estalinismo, ¿dónde está el criterio democrático ahí? El tema de discusión no es la democracia, al 99,9% de los combatientes les importa un comino participar en las elecciones. Puede haber un núcleo, sobre todo en la dirigencia, a la que sí le importe, lo cual podría provocar un riesgo: la separación con sus bases, el mayor temor del proceso de paz. El interés de la mayoría de los combatientes es la tierra, el núcleo de donde salieron, y el poder que hay ahí. Si ven que van a perder las relaciones de poder en el entorno rural donde nacieron, se arman de nuevo.

EL PAÍS: ¿Qué futuro tiene la izquierda en Colombia?


G.P.: Si la guerra acaba, ese conservadurismo de la sociedad colombiana cede. La sociedad empieza a mirarse a sí misma, a sus problemas. La guerra ha sido un adormecedor de la conflictividad social.

EL PAÍS: ¿Un adormecedor de la izquierda?


G.P.: Sí, claro. Desde todo punto de vista, incluso el ideológico. Los fusiles no generan inteligencia.