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EL PULSO FIRME

El ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, se anotó un punto al reestructurar la cúpula militar y poner en la línea de mando a los más duros y prestigiosos generales del país.

2 de diciembre de 1996

En los 15 meses que lleva al frente del Ministerio de Defensa, Juan Carlos Esguerra nunca se había visto tan sonriente. Después de padecer la peor ofensiva guerrillera de los últimos años, de soportar críticas de políticos, empresarios y periodistas que cuestionaban la eficiencia del aparato militar y sostenían que el Ministro no mandaba, y de desvelarse por la accidentada salida del general Camilo Zúñiga Chaparro del comando general de las Fuerzas Militares, el ministro Esguerra tuvo por fin este jueves buenas razones para estar satisfecho.El remezón en la cúpula de las Fuerzas Armadas dejó como comandante de las Fuerzas Militares al general Harold Bedoya Pizarro y llevó a la comandancia del Ejército al general Manuel José Bonnet, a la jefatura del Estado Mayor Conjunto al general Héctor Gil Nieto, a la comandancia de la Fuerza Aérea al general Fabio Zapata y a la de la Armada Nacional al contraalmirante Edgar Romero Vásquez. Por el camino quedó alrededor de una docena de altos oficiales que pasaron a retiro.Los cambios fueron bien recibidos por la opinión. No sólo porque tras la más cruenta ofensiva guerrillera en muchos años era imperioso un revolcón, sino porque los favorecidos con los ascensos tienen el perfil que muchos colombianos esperaban que se consolidara en el alto mando. Pese al palo que ha tenido que soportar en los últimos meses, el general Bedoya sigue siendo uno de los oficiales más respetados de la milicia y no son pocos los que creen que en su nuevo puesto, ahora que cuenta en los distintos cargos con hombres de su misma línea, podrá comenzar a mostrar resultados. Su principal apoyo es el general Bonnet, quien también goza de prestigio dentro y fuera de la institución y tiene en su hoja de vida más de un éxito en la lucha contra la guerrilla.El pulsoLas cosas no resultaron tan fáciles como parecían haber sido el jueves cuando se conocieron los cambios en la cúpula. Antes de llegar a un acuerdo con el ministro Esguerra, el presidente Ernesto Samper enfrentaba un conflicto de cierta importancia. Los altos oficiales que el jefe del Estado sentía más cerca a sus afectos, como por ejemplo el general Jesús María Vergara, segundo comandante del Ejército, y el general Ramón Eduardo Niebles, jefe del Estado Mayor, no representaban lo que el país y las propias Fuerzas Militares estaban pidiendo en estos momentos de dura confrontación con la guerrilla.La verdad es que lo que demandaba la opinión _y el deseo que se dejaba sentir entre las tropas_ era que asumieran pleno control de las Fuerzas Militares hombres que combinaran cuando menos dos condiciones esenciales: eficiencia en el combate y manejo de los medios de comunicación, pues como dijo a SEMANA un coronel que siguió de cerca los cambios, "hoy la guerra se está librando casi tanto en los periódicos y los noticieros como en el propio campo de batalla". Según el oficial, "hay conciencia de que casi tan importante como golpear a la guerrilla es hoy en día despertar la solidaridad de la opinión, que debe dejar de sentir que la guerra es entre dos bandos de uniformados, los soldados y los guerrilleros, y empezar a pensar que la cosa es entre la guerrilla y toda la sociedad".Y esas condiciones parecían más probables de encontrar en la otra orilla de la oficialidad, la de los Bedoyas y los Bonnet. El problema con ellos era que Samper había recibido en la Casa de Nariño, en repetidas ocasiones, rumores en el sentido de que en ese grupo era donde se encontraban los más duros críticos del gobierno como consecuencia de las acusaciones del narcoescándalo.En el caso de Bedoya había algo más. El primer mandatario aún no olvida el mal sabor que le dejó el memorando enviado por el alto oficial desde la comandancia del Ejército en junio del año pasado, en momentos en que el gobierno se mostraba dispuesto a ceder bastante con tal de sentarse a la mesa a dialogar con las Farc. En el famoso memorando, por cuenta del cual se llegó a hablar en el país de ruido de sables, Bedoya no sólo le puso condiciones al gobierno para la eventual desmilitarización de la Uribe, sino que tras su publicación el general logró tal solidaridad dentro y fuera de las filas castrenses que el gobierno, que llegó a pensar en descabezarlo, no tuvo más remedio que darle la razón y desmontar el proceso de diálogo que apenas intentaba iniciar.En cuanto al general Bonnet, ha trabajado en llave en varias ocasiones con Bedoya. Cuando estaba al frente de la II División del Ejército fue uno de los cuatro comandantes que respaldó el memorando sobre la desmilitarización de la Uribe. El nuevo comandante del Ejército es, como buen cienaguero, un general francote, inteligente, audaz y curtido en varias batallas.Se granjeó una buena relación con los medios de comunicación desde la época en que se desempeñó como jefe de prensa del Ministerio de Defensa en el gobierno de Belisario Betancur. De hecho, fue uno de los primeros altos oficiales que entendió que había que darle un cambio radical a la relación que se venía presentando entre las Fuerzas Armadas y los medios de comunicación. Solía decirle a sus superiores que la mayoría de las batallas en esos tiempos de mano tendida del gobierno a la guerrilla los militares las estaban perdiendo en los titulares de prensa, radio y televisión.En el campo de batalla también se ha anotado puntos. Como comandante de la III Brigada del Ejército, con sede en Cali, propinó contundentes golpes al M-19, que resultaron fundamentales para que la dirigencia de ese grupo guerrillero se aviniera a las condiciones de negociación que el gobierno de Virgilio Barco le ofrecía. Más adelante, al frente de la II División del Ejército en Bucaramanga, asestó algunos golpes duros al ELN y a las Farc en el nororiente del país.La academia también es uno de los fuertes del nuevo comandante del Ejército. Recientemente sorprendió al país al invitar a varios intelectuales colombianos a la llamada Cátedra Colombia en la Escuela Superior de Guerra, donde se desempeñaba como director. Por ella desfilaron Gabriel García Márquez y Antonio Caballero, entre otros, quienes disertaron sobre la crisis actual y el papel de las Fuerzas Armadas. La opinión pudo ver en el curso de los debates que se derivaron de esas charlas en la Escuela Superior que si bien la Constitución prohibía a los militares ser deliberantes, ello no impedía que se comportaran como seres pensantes.Por mar y aireLa decisión del gobierno de nombrar como comandante del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares al general de la Fuerza Aérea Héctor Hernando Gil Nieto fue interpretada como un gesto hacia el hombre gracias al cual pudo ser descubierta la heroína colocada en el avión presidencial en vísperas del viaje del primer mandatario a Nueva York para asistir a la asamblea de las Naciones Unidas. El paso del general Gil a la jefatura del Estado Mayor abrió campo al general Fabio Zapata para la comandancia de la FAC.Más traumática pareció la designación del contraalmirante Edgar Romero Vásquez como nuevo comandante de la Armada Nacional. Para ello fue necesario descabezar a seis oficiales de la línea de mando, hecho que produjo sorpresa y hasta malestar dentro de la institución y rumores sobre problemas de corrupción al interior de la fuerza naval. El nuevo comandante de la Armada logró con su nombramiento un reconocimiento a su labor al frente de la Fuerza Naval del Atlántico, donde cumplió una destacada tarea en la lucha contra el tráfico de drogas y armas por vía marítima desde San Andrés y Providencia.De cualquier modo, el timonazo de la semana pasada parece darle al ministro Esguerra un segundo aire en su gestión al frente de la cartera de Defensa. Sus dos antecesores, Rafael Pardo y Fernando Botero, sólo parecieron adueñarse plenamente del cargo cuando designaron una cúpula enteramente a su gusto, cuyos integrantes le debían el ascenso al ministro. Algo similar parece darse ahora con Esguerra, a quien el traje de Ministro de Defensa no había terminado de ajustarse a su cuerpo, circunstancia que muy posiblemente va a cambiar de aquí en adelante, después de que Esguerra alineó el equipo con los jugadores que quería.Pero para que esa impresión de cambio para bien se consolide hace falta mucho más que la posesión en sus cargos de los nuevos comandantes. El remezón ha despertado expectativas, y éstas deben confirmarse con resultados, en especial en el campo de la lucha antisubversiva. Sin embargo los colombianos tienen que entender que, si bien es cierto que hay que pedirle cuentas a las Fuerzas Armadas por su gestión en esas tareas, ningún triunfo es posible si el país no comprende que los problemas de orden público no son sólo de los uniformados, sino de toda la sociedad.