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El Sáhara bogotano

En 1997 Bogotá puede vivir una maldición peor que el apagón: quedarse sin agua.

29 de marzo de 1993

SI HAY ALGO EN ESTE mundo peor que no tener luz, es no tener agua. Y a pesar de lo increible que parezca, eso es precisamente lo que les puede suceder a los bogotanos en menos de cinco años.
Una ciudad con más de cinco millones de habitantes, donde nadie se pueda bañar, donde se tenga que cocinar con agua importada y todos los sanitarios estén obstruidos, se asemejaría más a una pesadilla o a la tercera guerra mundial. Pero de no tomarse las medidas respectivas, para allá van las cosas.
El problema tiene diversos frentes. Por un lado, la Sabana de Bogotá está consumiendo más agua de la que pueden abastecer los embalses. Por el otro, las plantas de tratamiento están produciendo menos de lo requerido, bien por falta de mantenimiento o porque hace falta modernizar algunas de ellas. Para colmo de males, hay quienes aseguran que los pozos de agua subterránea, considerados como la mejor alternativa para aliviar la carga de las represas, se están secando por razones ecológicas.
Bogotá se surte, básicamente, de los embalses de Chingaza, Neusa, Sisga y Tominé, que componen la llamada cuenca del norte. Los cuatro pueden llegar a almacenar hasta 655 millones de metros cúbicos de agua, lo cual signifíca que el sistema de acueducto está en disposición de ofrecer a la ciudad y sus pueblos circunvecinos 21 metros cúbicos por segundo. Pero la sola ciudad se bebe 19 metros cúbicos por segundo. Y si se tiene en cuenta el riego que se hace, sin control, en la parte alta de los rios (estimado en cinco metros cúbicos), y el riego de los floricultores (controlado por la CAR y estimado en 5 metros cúbicos), el consumo real de la Sabana supera en seis metros cúbicos su capacidad de abastecimiento.
Este problema no sería tan grave si el régimen de lluvias se mantuviera estable y si las plantas de tratamiento funcionaran eficientemente. Pero ninguno de los dos está bien. Nadie, hasta ahora, ha podido predecir cuándo volverá el clima a la normalidad. Y no son pocos los pesimistas que aseguran que esto no sucederá nunca. En el caso de las plantas de tratamiento, hace rato que éstas pasan por un mal momento.
Según Juan Alfredo Pinto, gerente de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, "la ciudad tiene agua, pero no tiene cómo tratarla".
La represa de Tibitó, que podría producir un promedio de 30 metros cúbicos por segundo, en la actualidad sólo suministra tres, por la obsolecencia de la planta. Para recuperar toda su capacidad, hace falta someter sus instalaciones a una profunda modernización. Algo similar ocurre con todo el sistema Chingaza. Por un lado, es necesaria la ampliación de la planta Weisner. Por el otro, es urgente la culminación de la represa de San Rafael, no sólo con el objetivo dc aumentar la producción de Chingaza sino para que le sirva de embalse alternativo, en caso de que algún daño paralice su funcionamiento temporalmente, tal como sucedió a mediados del año pasado.
"Si la cosas siguen así -asegura Pinto- Bogotá tendra que pensar en un racionamiento , si no en esta década, sí en los primeros años del siglo XXI". Eduardo Villate -director de la CAR- es menos optimista: "Tal como está la situación, la ciudad se va a quedar sin agua dentro de tres años; o si contamos consuerte, dentro de seis".
Por si fuera poco, la cuenca del norte es prácticamente la única abastecedora, pues el sistema sur tan sólo suministra 1.5 metros cúbicos de agua por segundo. En este sentido, el proyecto Sumapaz, que consiste en la construcción de un embalse con una capacidad de suministro de 40 metros cúbicos por segundo, aprovechando la cuenca del río del mismo nombre, solucionaría la congestión de abastecimiento del norte. Pero llevarlo a cabo tomaría más de 12 años, a partir del momento de su aprobación. Esto sin contar con que el costo ascendería a 1.500 millones de dólares y que sólo los estudios le han representado a la empresa de acueducto más de 150 millones de dólares, con cierta dificultad para solventarlos, por falta de ingresos.
Mientras a la empresa le cuesta 210 pesos producir un metro cúbico de agua, el usuario paga sólo 150 por el su- ministro. Si los proyectos de modernización y ampliación se llevan a cabo, es de esperar que el costo promedio de producción se incremente en 90 pesos. "El agua de Bogotá -comenta Eduardo Villate-, además de ser una de las mejores del mundo, es también la más barata del mundo". A este déficit debe añadirse que más del 40 por ciento del agua suministrada no alcanza a cobrarse, bien sea por causa del agua no facturada de las conexiones ilícitas, o por las constantes fugas del líquido ocasionadas por la falta de mantenimiento de la red de tuberías.
Las dificultades para conseguir crédito externo son pocas en comparación con la situación interna de la empresa. A pesar del esfuerzo del actual gerente por reducir el déficit presupuestal en 45 mil millones de pesos el año anterior, disminuir el desequilibrio entre el índice de ingresos y egresos en un 25 por ciento y ahorrar diariamente 45 mil metros cúbicos de agua a través de la campaña "cierre la llave" adelantada por la CAR, lo cierto es que los problemas laborales no vaticinan un futuro muy alentador.
La carga prestacional de la Empresa es una de las más altas del sector público. Incluye, por citar algunos ejemplos, la cancelación de horas extras de manera global, lo cual significa que el valor de las horas extras canceladas individualmente a cualquier trabajador, también es cancelado a la totalidad de los trabajadores. El régimen de primas es tan amplio que existe una destinada al servicio de peluquería de cada empleado.
Un trabajador de la EAAB recibe gratis, entre otras cosas, la alimentación, el servicio médico y el transporte tanto de él como de sus hijos, a un costo anual para la empresa de más de 3.200 millones de pesos. Estas prerrogativas hacen que la pensión de un jubilado sobrepase hasta en un 100 por ciento el salario devengado durante los años de servicio.
A la situación de la Empresa se suman los problemas naturales que afronta la Sabana de Bogotá. Según los expertos, el crecimiento de la ciudad, la creciente pavimentación y la proliferación de los invernaderos de flores en la Sabana, están generando la sedimentación y la impermeabilización del suelo. En otras palabras, los pozos de agua subterránea, que son la tabla de salvación para contrarrestar la demanda y evitar la escasez del líquido, se están secando. La capa de arcilla, que se encuentra por debajo de la capa vegetal y es la que garantiza la absorción de las aguas lluvias, además de la supervivencia de los ríos, ha empezado a desaparecer por diversos motivos. De un lado, por la suplantación de árboles nativos a cambio de una gran cantidad de eucaliptos, urapanes y sauces, destinados a solidificar la tierra para facilitar la construcción. Del otro, porque cada día hay menos suelo libre para recibir y almacenar directamente las aguas lluvias en el interior de la tierra, debido a la pavimentación y la proliferación de los invernaderos. En este punto, la Sabana no se diferencia mucho del resto del país, en donde, según las estadísticas, se secan en promedio 800 quebradas al año por el mismo motivo.
Ante la necesidad de evitar una catástrofe, tanto la CAR como la EAAB ya están tomando cartas en el asunto. Cada una, por su cuenta, entregará en estos días un informe pormenorizado del problema, con posibles soluciones al respecto. La CAR también está adelantando un profundo estudio sobre el aprovechamiento de los pozos subterráneos y su adecuada utilización, que estará listo para poner en práctica en los próximos dos años.
Lo único seguro es que si no se hace algo pronto, en la segunda mitad de la década los bogotanos, en medio de una de las fuentes hidrológicas más prósperas del planeta, sufrirán una escasez de agua tal como si vivieran en la mitad del desierto del Sáhara.