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Estos son los 22 miembros de la primera línea de la administración Santos, anunciados por el propio presidente de la República la semana pasada.

POLÍTICA

El santismo del nuevo gabinete

En el nuevo gabinete el presidente trató de encontrar un equilibrio entre representatividad política y santismo. Ganó lo segundo.

16 de agosto de 2014

Tal vez el error que cometió Juan Manuel Santos al anunciar su gabinete fue pretender asignar cada ministro a algún partido político. En su primer equipo de trabajo no sucedió eso. Eran nombramientos del Ejecutivo sin explicación. En esta oportunidad, dada la cantidad de presiones políticas y aspiraciones exageradas de todos los que se consideran claves en la victoria, Santos trató de mandar el mensaje de que les estaba cumpliendo.

El problema es que ellos no lo entendieron así. En algunos casos la asociación que hizo el presidente de cada ministro con un partido era, por lo menos, debatible. La realidad es que el mandatario primero escogía la persona y luego hacía el esfuerzo de encajarlo en alguna colectividad. Por ejemplo, Tomás González, nuevo ministro de Minas, puede ser una de las personas que más conoce ese sector en el país, pero presentarlo como cuota del Partido Conservador, por una afiliación poco conocida, no satisfacía las expectativas de una bancada ávida de mermelada.

También está el caso de Gina Parody, nueva jefe de la cartera de Educación, cuya competencia, capacidad de trabajo y carácter nadie pone en duda. La exdirectora del Sena renunció al Partido de la U cuando era senadora por los nexos de esa colectividad con la parapolítica. Sin embargo,  15 días antes del anuncio de su nombramiento, pidió un nuevo carnet de ese partido para representarlo en la mesa de ministros.

Casos como los anteriores hay varios y de ahí el descontento de casi todos los partidos políticos. Como se ha dicho, organizar el gabinete después de la reelección se había convertido en la cuadratura del círculo. Cualquier fórmula hubiera dejado muchos frustrados.  Pero independientemente de esto, el primer gabinete de Santos II es bastante bueno. Se podría decir que es competente para gobernar pero frágil políticamente.  Santos hizo un gran esfuerzo por combinar estos dos aspectos. Logró un equilibrio entre lo político, lo técnico, lo regional y lo santista que paradójicamente dejó inconformes a cada uno de esos sectores. Sin embargo, un mejor resultado habría sido difícil de conseguir.

Lo primero que hay que elogiar es que ratificó a siete ministros. Hubiera sido fácil satisfacer a la galería con caras nuevas en todas las carteras. Pero un segundo mandato debe tener un nivel de continuidad y aprovechar la experiencia adquirida y la competencia demostrada. Todos los ratificados tienen méritos para permanecer en sus cargos. Vale la pena destacar el caso del ministro de Salud, Alejandro Gaviria, quien ha desarrollado una labor tan titánica como ingrata en un sector que tocó fondo, cuya recuperación puede ser hoy la prioridad del país. Aunque es un ministerio sin glamour, puede ser el que más afecte la vida de los colombianos.  

Un síndrome parecido se presenta con los ministerios de TIC, Vivienda y Cultura. Diego Molano, Luis Felipe Henao y Mariana Garcés han desarrollado silenciosamente una gestión eficiente que, si bien no despierta emoción en los medios, está transformando al país.

La mayoría de los otros ratificados son los clásicos que constituyen el núcleo del Estado: Hacienda, Defensa y Relaciones Exteriores. Mauricio Cárdenas tiene fama de ser un supertecnócrata sin mayor representatividad política mas no es así. Como tiene aspiraciones presidenciales es tan político como técnico. El Partido Conservador se siente representado por él y maneja esa bancada tan bien como la macroeconomía.

En cuanto a Juan Carlos Pinzón, aunque sus detractores consideran que su papel como vocero de la mano dura cumplió su ciclo, lo cierto es que en este punto del proceso de paz su presencia sigue siendo necesaria. El paso del conflicto al posconflicto requerirá de una persona que inspire confianza en el estamento militar y que tenga visión sobre los cambios que este necesita. El ministro de Defensa cumple con esos requisitos y además goza de la total confianza del presidente de la República.

María Ángela Holguín estaba matriculada en un posgrado en Harvard y tenía apartamento alquilado cuando el presidente la convenció de quedarse. El argumento fue básicamente uno: la paz. Lo que había detrás de esto era que la relación que estableció con los otros cancilleres de la región constituye un activo enorme en la etapa final de un proceso de paz. Tal vez más importante es su amistad con Nicolás Maduro, quien fue colega de ella antes de ser presidente.

Dos nuevos fueron recibidos como estrellas. Juan Fernando Cristo en la cartera del Interior y Yesid Reyes en Justicia. El primero como un veterano fogueado en todos los frentes de la política y el segundo como una cara nueva con una prestigiosísima hoja de vida en la Justicia. Como los dos perdieron a su padre por cuenta del conflicto son los símbolos de la paz y de la reconciliación.

Tal vez la cara menos conocida a nivel nacional es la de la nueva ministra de Transporte, Natalia Abello, quien viene de la Alcaldía de Barranquilla y tiene probablemente el reto más grande del próximo cuatrienio: la infraestructura. Aunque no pretende ser una experta en el sector, en sus primeras declaraciones refleja ser una persona inteligente y aplomada.  Como el área bajo su dirección es uno de los que se le asignaron al vicepresidente Germán Vargas, la compatibilidad con él es el principal requisito y eso definitivamente lo tiene pues fue él quien la propuso.

La que sí dominaba el tema de la infraestructura pero no tenía compatibilidad de caracteres con Germán Vargas era la anterior ministra de Transporte, Cecilia Álvarez. Como demostró ser una ejecutiva de armas tomar y de resultados, el presidente la trasladó al ministerio de Comercio Exterior, donde se espera ese mismo empuje.  El otro ministro que cambió de cartera fue Aurelio Iragorri, quien pasó de Interior a Agricultura. Como no tiene gran trayectoria en el sector y ese ministerio será uno de los ejes del posconflicto, su designación significa un gran voto de confianza del presidente.  

Al nuevo ministro del Medio Ambiente le ha tocado la peor prensa. Aunque viene de dirigir el Departamento de Prosperidad Social (DPS) y ha tenido una carrera exitosa en el sector privado, el medioambiente es un tema tan específico que el desconocimiento de los últimos ministros al respecto ha sido objeto de críticas.  Su primer reto será neutralizar el escepticismo de los ambientalistas.

Un nombramiento que no despertó mucho entusiasmo fue el de Lucho Garzón. En medio de las caras jóvenes que se veían en la televisión el día de la presentación del gabinete, la presencia del exalcalde evocaba el pasado. Sin embargo, Garzón tiene todas las credenciales para ser un muy buen ministro de Trabajo. No solo tiene talante de mediador sino que combina el conocimiento del mundo sindical con sus años recientes como parte del establecimiento. Por otra parte, es uno de los pocos pesos pesados en política de este gabinete. Los dos pesos pesados anteriores, Alfonso Gómez Méndez y Amylkar Acosta, no entraron en la alineación del segundo tiempo y las canas en política siempre aportan mucho.  

En el caso de Simón Gaviria en Planeación Nacional, aunque no tiene canas, le sobran las ganas. Estas compensan el doctorado en Economía que algunos críticos creen que debería tener el jefe de la tecnocracia. Pero Gaviria Jr. además de ser un muy buen operador político, definitivamente sabe sumar.  Se graduó de economista con especialización en Matemáticas y Econometría en la Universidad de Pensilvania, una de las más exigentes de Estados Unidos y además de eso trabajó en Wall Street.  Su designación despierta reservas por su condición de delfín con ambiciones presidenciales promovido por su padre. Sin embargo, Simón sabe lo que quiere hacer con el Departamento de Planeación y es precisamente esa ambición el motor principal para que su gestión sea un éxito. El pronóstico es favorable.

En términos generales el presidente logró combinar la continuidad con la renovación. Trató también de combinar la representatividad política con el santismo, pero ahí ganó lo segundo. Eso no es necesariamente malo. Los que quedaron tendrán la camiseta puesta y eso es un activo. Si es verdad el refrán de que para llegar a un justo medio es necesario que todas las partes queden un poco insatisfechas, la conclusión sería que Santos acertó.