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El 'show' del desertor

Se le fue la mano al gobierno en el despliegue que le dio a la deserción del jefe del frente 46 de las Farc.

5 de mayo de 2003

Parecia demasiado bueno para ser verdad. La entrega a las autoridades de Rafael Rojas, jefe del frente 46 de las Farc, fue presentado al país como el mayor logro de los últimos años en la lucha contra la subversión. Tan importante era que luego de haberse entregado, en Santander, fue recibido frente a las cámaras de televisión por la cúpula del Estado en pleno: los mandos militares, la ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, y el propio presidente Alvaro Uribe. En medio de bombos y platillos el Presidente le dijo a alias 'Fidel Romero' que si antes lo había tratado con "mano dura" ahora que había desertado voluntariamente de las filas guerrilleras lo haría con "corazón grande". A juzgar por el despliegue informativo muchos colombianos quedaron desconcertados pues nunca antes habían oído hablar de este guerrillero y, sin embargo, se presentaba como uno de los pesos pesados de las Farc. De todos modos la noticia fue recibida con gran entusiasmo por la opinión. Con esta deserción el gobierno pretendía demostrar que su política de garrote a las Farc estaba por fin dando resultados concretos: el cerco militar no les estaba dejando otra salida a los comandantes que la de entregarse. Este mensaje caló hondo, sobre todo frente a una opinión pública que no conoce el ajedrez detallado de la guerra pero sí está ansiosa de ver rodar cabezas como la de un 'Jojoy' o un 'Grannobles'. La escena del jefe guerrillero cabizbajo, reconociendo ante el Presidente y millones de televidentes que por 20 años había luchado una "guerra estéril", era para el gobierno un importante golpe mediático y sicológico ya que enviaba un mensaje esperanzador de que sí se está ganando la guerra. Asimismo, el Presidente le dijo a la sociedad que a quienes abandonan la lucha armada hay que acogerlos. Y de paso, también se les envió un mensaje a todos los guerrilleros para que confíen en el buen trato del Estado y dejen las armas. Es que una parte esencial de la política de seguridad del gobierno Uribe es la de meterle el acelerador al programa de deserción guerrillera y para ello han multiplicado casi por 10 los recursos. En suma, fue una pieza magistral de propaganda. Lo cual no sólo no tiene, en sí mismo, nada de malo, sino que es un elemento clave en cualquier conflicto armado, interno o externo. Esto siempre y cuando cumpla dos condiciones: que los mensajes no sean ambiguos y, segundo, que sean verdaderos y creíbles. Y aquí es donde esta magnífica puesta en escena tambalea. Ver al Presidente de la República abrazando a un guerrillero, con un prontuario que incluye secuestros, tomas a pueblos y quién sabe qué otros crímenes de lesa humanidad, produce rabia en un país agobiado por tanta barbarie. De alguna manera se está mandando el mensaje subliminal de que aquí se sigue premiando al delincuente sobre el ciudadano de bien, que jamás tendría semejante reconocimiento público. Acerca de la segunda condición, nadie duda que la entrega de Rojas sea cierta. Sin embargo fue inflada casi al borde de convertirla en caricatura. Sí fue un jefe de frente, pero del 46, que es uno de los más débiles de las Farc. Operaba en una zona pedregosa y paramuna al sur del departamento de Santander, donde no hay coca y sólo habitan campesinos minifundistas. Además un grupo paramilitar venía acosándolo desde hacía meses, a tal punto que a Rojas sólo le quedaba una treintena de hombres a su mando. Se trata de un pez tan chico que las autoridades ofrecían por su captura 20 millones de pesos de recompensa, un monto bastante lejano de los 1.000 millones que ofrecen por los grandes jefes guerrilleros. No fue el tiburón blanco que presentaron en los medios sino apenas una piraña solitaria. La encrucijada del gobierno está, entonces, en cómo presentar sus resultados sin correr el riesgo de magnificarlos al punto de que pierdan credibilidad. Las tácticas de la propaganda en las guerras requieren dosis muy exactas de claridad, verdad y oportunidad. Si se inflan los resultados y la opinión se da cuenta se pone en peligro el corazón de cualquier estrategia de comunicación y propaganda: la credibilidad. Con el agravante de que si se exageran las bienvenidas a los guerrilleros desertores se puede desanimar a quienes mueren combatiéndolos. Por eso la lección de este episodio es que en un conflicto armado entre compatriotas la mejor propaganda es la verdad. Ahora, si la entrega de un jefe de frente de segundo nivel tuvo semejante reverencia oficial y despliegue periodístico, ¿qué pasará cuando se entreguen Alfonso Cano o el 'Mono Jojoy'? ¿Tendrá que venir Bush a recibirlos?