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El último quijote

Fabio Castillo es el héroe del periodismo colombiano en Estados Unidos. ¿Cómo se explica esto?

7 de julio de 2003

Al parecer elogiado en las páginas editoriales de The New York Times es un privilegio que pocos colombianos han tenido. Fuera de los presidentes de la República que siguen la política de Estados Unidos en materia de narcotráfico, prácticamente ningún otro compatriota ha calificado para este honor. No lo ha recibido Gabriel García Márquez, quien le dio a Colombia la gloria de su único Premio Nobel. Tampoco Fernando Botero, quien es su contraparte en el mundo de la pintura. Sin embargo la semana pasada fue objeto de este reconocimiento el periodista Fabio Castillo.

Tina Rosenberg, reconocida como una de las periodistas que más sabe de América Latina en Estados Unidos, escribió una nota en la página editorial, en la cual le atribuye la salida de Fabio Castillo del periódico El Espectador en junio a presiones del alto poder para evitar que destapara revelaciones escandalosas sobre el hoy ministro del Interior y Justicia, Fernando Londoño. Rosenberg compara a Castillo con Bob Woodward, el héroe del periodismo norteamericano que tumbó al presidente Richard Nixon con el escándalo de Watergate.

De la lectura del artículo se concluye que El Espectador, que era un periódico independiente en el pasado, se ha convertido, bajo la dirección de Ricardo Santamaría, en un órgano complaciente con el gobierno. Como ejemplo de esta manguala se insinúa que la mano derecha de Santamaría, Jorge Lesmes, para quedar bien con el ministro Londoño, le envió con anticipación el borrador del artículo que iban a publicar sobre él con el fin de que pudiera prepararse para una entrevista que el semanario le iba a hacer.

La periodista norteamericana registra también la versión del director del periódico, Ricardo Santamaría, en el sentido de que el retiro de Fabio Castillo obedeció exclusivamente a una reestructuración por razones económicas, en la cual con él salieron 26 personas. Sin embargo, por el tenor y el tono del escrito, es evidente que no le atribuye mayor credibilidad a esta explicación y que para ella la versión real es la del periodista.

En círculos periodísticos colombianos la columna de Tina Rosenberg ha producido una combinación de sorpresa, indignación y risas. Fabio Castillo es reconocido por todo el mundo por sus trabajos investigativos. Sin embargo, aunque éstos siempre han generado mucha controversia, son muy pocos los que lo consideran el Bob Woodward colombiano. Tampoco Ricardo Santamaría había sido hasta ahora considerado un periodista entregado, ni Jorge Lesmes un sapo. Por el contrario, la gestión que están adelantando en El Espectador ha sido ampliamente elogiada y la independencia de los dos nunca había sido puesta en tela de juicio.

Según Fabio Castillo el artículo que le costó su puesto era una investigación sobre el papel que desempeñó Fernando Londoño como presidente de la junta directiva del Banco del Pacífico entre los años 1994 y 1999. Concretamente había una denuncia sobre préstamos que se habrían adjudicado los miembros de la junta directiva para sus empresas y se enumeraban los mismos. Después de unos ajustes, hechos de mutuo acuerdo entre el director y el periodista, la publicación se hizo con gran despliegue (dos páginas enteras) en una versión que dejó satisfechas a ambas partes. Después de esto el periodista dijo que tenía una segunda entrega, a lo cual Santamaría respondió que el tema había quedado suficientemente bien cubierto y que hacer una segunda entrega podía ser un exceso. Poco tiempo después se le informó a Fabio Castillo que, como consecuencia de una reestructuración que obligaba a hacer drásticos recortes 26 personas, entre las cuales estaban él y otros cinco editores, serían despedidas. Aunque la empresa sí liquidó ese número de personas Castillo consideró que él había sido incluido en la lista no por razones económicas sino editoriales.

Aunque en este tipo de situaciones las cosas nunca quedan en blanco y negro y cada parte considera tener su verdad, hay un hecho sobre el cual no hay discusión: que la iniciativa de investigar y escribir sobre el caso del Banco del Pacífico fue de Santamaría y no de Fabio Castillo. Este último lo reconoce, agregando que Santamaría estaba entusiasmado con el tema y no tenía problema en llevar la investigación hasta el final. Este elemento, que es central para todo el debate, fue ignorado por la periodista norteamericana en su nota.

En todo caso el tema ha puesto sobre el tapete un eterno conflicto que se presenta en todas las salas de redacción: las tensiones entre el entusiasmo de los periodistas de investigación por sus hallazgos y la responsabilidad de los directores sobre lo que debe o no debe publicarse. Este conflicto, en términos generales, es creativo. Siempre hay un tire y afloje que mejora la calidad del producto final.

Los periodistas investigativos son una especie muy escasa en Colombia, con características muy definidas, buenas y malas. Por un lado, casi siempre son idealistas, camelladores, independientes y actúan de buena fe. Pero por otro, consideran que el denominado 'establecimiento' casi siempre actúa de mala fe y cada tema que investigan, por más marginal que sea, es para ellos el más importante del país. Al director le corresponde poner en contexto el resultado de la investigación y es muy frecuente que su criterio sea muy diferente al del periodista investigador. Este último tiende a creer que su jefe le tiene miedo a los poderosos. El director, por su parte, le tiene más miedo a equivocarse o a cometer una injusticia.

La verdad es que en Colombia los medios de comunicación no le tienen mucho miedo a los poderosos. Una vez que creen que han descubierto algo serio, por el contrario, se entusiasman y persiguen a su presa con una ferocidad poco común en otros países. Prueba de esto es el proceso 8.000, en el que prácticamente no hubo un solo medio que no trapeara con el Presidente de la República. La cultura nacional es más de irrespeto a la autoridad que de respeto, particularmente cuando se llega a un consenso de que ha sucedido algo grave. Esto también se ha visto en el caso Invercolsa con el ministro Fernando Londoño. Todos los medios lo han investigado sin contemplaciones de ninguna clase. Por esto el cargo que le hace Tina Rosenberg en The New York Times a Ricardo Santamaría de que estaba tapando alguna revelación contra el Ministro no es muy convincente dentro del medio. Antes de Fabio Castillo el periódico estaba detrás de las denuncias sobre Fernando Londoño, mientras estuvo él también y después de su salida lo siguió estando.

Sin embargo los casos como el proceso 8.000 e Invercolsa, en los que hay consenso sobre la gravedad de los hechos y el mérito de una denuncia, son pocos. Muchas veces hay diferencias de opinión entre la dirección y la redacción sobre la validez o la gravedad de ciertos casos. Esto se traduce en que a veces cosas que deberían ser publicadas no se publican y otras que no deberían ser publicadas se publican.

Un ejemplo de esto último es la noticia aparecida la semana pasada con gran despliegue en el diario El Tiempo sobre supuestos nexos comerciales entre el hijo del ex ministro de Hacienda Roberto Junguito y una firma de vigilancia y celaduría que licitaba con entidades estatales. El cuento era absurdo y no ameritaba una sola línea de periódico, mucho menos una denuncia. El hijo del ex ministro es funcionario de Valores Bavaria y, como tal, era miembro de la junta directiva de la empresa de seguridad Vise Ltda. antes de que fuera vendida por el Grupo Santo Domingo. Junguito no era accionista ni empleado de la empresa y, por ende, no percibía ningún beneficio del hecho de que ésta se ganara una licitación pública. Un análisis detenido de los hechos y del régimen de inhabilidades e incompatibilidades hubiera permitido concluir que ahí no había nada. No obstante, el entusiasmo de unos periodistas descriteriados y un gol a los editores durante un fin de semana desembocaron en una denuncia absurda que nunca debió existir.

Paradójicamente, algunos de estos periodistas investigadores tienen más prestigio en el exterior que en Colombia. Al igual que sucede con los derechos humanos, existe una solidaridad internacional con todo el que se presenta como un periodista perseguido. A diferencia de los primeros, en los que la mayoría de los casos las denuncias son reales, con frecuencia las periodísticas son exageradas o fantasiosas. Sin embargo la acogida que tienen en algunos países es enorme. Así como en Francia daban por hecho que Ingrid Betancourt ganaría las pasadas elecciones presidenciales, en círculos periodísticos de Estados Unidos se ve a Colombia bajo el estereotipo simplista de un país con una oligarquía explotadora que aplasta a los quijotes que tratan de denunciarla, algo parecido a la imagen que se tenía de las Farc en la Unión Europea hasta el fracaso del proceso de paz de Andrés Pastrana.

Tal vez el periodista colombiano de más prestigio en Estados Unidos es Ignacio Gómez, quien internacionalmente es considerado una víctima de la persecución oficial. Aunque en Colombia su nombre no es automáticamente reconocido su reputación lo ha hecho acreedor a premios con nombres tan elegantes como el del 'Periodismo bajo amenaza', el del 'Compromiso con la verdad y la libertad' y recientemente el 'Premio a la libertad de prensa', que le fue concedido personalmente por el famoso periodista norteamericano Mike Wallace. Después del artículo de The New York Times y la controversia de la semana pasada es muy probable que este sea el futuro que le espera a Fabio Castillo.