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EL VERDUGO

Este poderoso senador republicano, quien ha decidido jugársela toda para evitar que Colombia sea certificada por Washington en la lucha antidrogas, no es un enemigo fácil.

13 de marzo de 1995

EN MARZO DE 1986 el nombre de Jesse Helms hacía temblar de furia y pavor al gobierno de México. Una vez más el empecinado senador republicano tenía en sus manos la varita de la certificación y estaba dispuesto a poner en la lista negra a ese país bajo la acusación de que sus autoridades protegían a grandes narcotraficantes.
El problema con la administración de Carlos Salinas de Gortari, decía Helms "no es que uno o dos individuos puedan tener dudosas conexiones, sino que hay reportes de que un significativo número de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley presuntamente tienen conexiones con delincuentes o, de hecho, están acusados de acciones criminales".
Desde su curul el senador blandió una lista de sospechosos, entre quienes se encontraba Miguel Nazar Haro, jefe de inteligencia de la policía mexicana, fugitivo de la justicia de Estados Unidos por un proceso donde se le acusaba de robo de carros.
Nazar renunció a raíz de las denuncias de Helms, pero otro funcionario incluido en la lista, el viceprocurador general Javier Coello Trejo, quien gozaba de una buena reputación tanto entre las autoridades mexicanas como entre las de Estados Unidos, salió a defenderse. "Helms es un hombre enfermo y con poder, un mentiroso", dijo. "Lo desafío a que me demuestre que yo soy un narcotraficante".
México finalmente pasó el examen (14 votos a favor, 3 en contra, en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado), pero los días de acusaciones y zozobra que vivió el gobierno de ese país pueden ser un fiel adelanto de la película que tendrá que vivir Colombia en marzo cuando Helms, con más poder que antes, pues ahora preside el Comité, abra las sesiones con su fórmula de "hay reportes de que presuntamente" y empiece a disparar nombres y rumores que justifiquen su campaña de rajar a Colombia en la certificación.

PRECURSOR
Pero, ¿quién demonios es este vociferante político que se deleita con las rabias y los temores ajenos y a quien no le importa quedarse solo con sus bien entrenados asistentes en cruzadas radicales contra el liberalismo, el aborto, el homosexualismo y el comunismo? Jesse Helms fue el primer Reagan que tuvo el mundo años antes de que se iniciara la era de Reagan. Cuando a principios de los 70 el futuro presidente era todavía mas conocido por ser un mediocre ex actor que por ser político, Helms ya destilaba anticomunismo a mares desde su curul del Congreso.
A sus 73 años Helms ha probado que su más efectiva virtud legislativa no es dejar pasar sino obstaculizar iniciativas, a sabiendas de que al final de cuentas saldrá perdiendo. De allí que el más enconado crítico de su carrera, el periódico de su patria chica, Carolina del Norte, se refiera a él como "el Senador No".
"Suelen decirme, recuerda Helms, Jesse, ¿por qué con frecuencia dice cosas o toma posiciones con las cuales usted sabe que no tiene chance de ganar? Y mi respuesta es que lo hago por principio".
Por principio y por obstinación Helms ganó un pronóstico que hoy refriega a quien se atreva a hablar de su mala puntería en el campo del narcotráfico. En junio de 1986 el veterano senador acusó al entonces general Manuel Antonio Noriega de ser "el cabecilla de la más gran de operación de narcotráfico en el hemisterio occidental". Fue el primer funcionario de Estados Unidos en señalar con nombre y apellido a quien periódicos como The New York Times comenzaban por aquel entonces a cuestionar y a quien el propio gobierno estadounidense pondría años después en evidencia en una corte federal en Miami.
Pero no siempre su altivez de viejo zorro del sur le depara triunfos. El senador, que fue demócrata hasta 1970 y luego, de modo mucho más acorde con sus principios, se alineó en el flanco derecho del partido republicano, sintió el peso de sus palabras en la campaña de 1982, cuando sus adversarios políticos no se cansaron de sacarle en cara sus frustrados esfuerzos por bloquear la creación de un día de fiesta nacional en honor del líder negro Martin Luther King.
Helms fue además acusado por su opositor político, James B. Hunt, de tener vínculos con los escuadrones de la muerte en El Salvador. En 1984 Hunt dijo que Helms había trabajado "mano a mano" con el partido Arena de Roberto D'Aubuisson, en un esfuerzo por desacreditar al entonces presidente salvadoreño Napoleón Duarte.
La campaña de Helms en favor de Arena llegó a tal punto que, en mayo de ese año, voceros del partido salvadoreño revelaron una carta en la que el senador le pedía al presidente Reagan la destitución del embajador de Estados Unidos en El Salvador por su oposición a D'Aubuisson.
Según la carta, Helms acusaba al embajador Thomas Pickering de ser el "líder de los escuadrones de la muerte de la democracia". Reagan defendió al embajador. No ha sido esta la única vez en que Helms saldría a respaldar a un líder ultraderechista. En 1986 el senador, que prestó servicio militar en la Marina entre 1942 y 1945, acusó a los periodistas, al Departamento de Estado y a los 'marxistas' de aliarse para "desestabilizar el proceso de transiciòn hacia la democracia" emprendido por el general Augusto Pinochet.
A su regreso de un viaje a Chile, en julio de 1986, Helms criticó al embajador de Estados Unidos en Santiago por haber asistido a los funerales de un joven que había sido rociado con combustible y quemado durante una manifestación, en un crimen por el cual fueron acusados algunos soldados. "Está claro que ni un solo miembro de la oposición democrática asistió al funeral, dijo Helms. Ni uno. Aparte de comunistas, estaban el embajador de Francia y el de Estados Unidos".

MIL BATALLAS
Como gran defensor de los contras nicaraguenses propuso en 1989 una ayuda militar de 50 millones de dólares para ser usada "a su debido tiempo" si el proceso electoral de ese país fracasaba.
La derrota de los sandinistas no lo dejó muy contento, pues para su gusto en el gobierno de coalición que formó la presidenta Violeta de Chamorro había muchos grupos izquierdistas. Las cosas que dice Helms son música para los oídos -y los odios- del gringo promedio. De allí su inocultable animadversión contra los homosexuales y las campañas que adelantó para asfixiar financieramente al National Endowment for the Arts, después de que esta fundación para el apoyo a las actividades culturales, que recibe fondos del gobierno y es señalada por algunos como demasiado liberal, promoviera la divulgación de una fotografía de dos homosexuales en pleno regodeo y otra de la imagen de Jesucristo en un frasco de orines. Por cuenta de esto, en 1989 y 1990 el senador logró que la votación que debía aprobar la financiación de esa fundación cultural resultara empatada. Convencido de que la crisis del sida ha sido sobredimensionada por la prensa, Helms se ha empeñado infructuosamente en cambiar el destino de los fondos para investigar la enfermedad y dedicarlos a otras investigaciones.
Helms es un hombre rico y sus campañas también lo han sido. En 1972 batió el récord en la historia de Estados Unidos al lograr recaudar 7.5 millones de dólares en contribuciones.
La mala hora para Colombia comenzó el año pasado, cuando Helms decidió preocuparse por este país y trató por primera vez de bloquear la certificación que el gobierno del presidente Bill Clinton quería darle al gobierno de César Gaviria. En esa ocasión terminó derrotado por una fructífera ofensiva diplomática encabezada por el entonces embajador Gabriel Silva. Pero en esta oportunidad, ahora que Helms ha dejado saber en los pasillos del Capitolio en Washington que descabezará a todo aquel funcionario que se atreva a defender a Colombia, las cosas pueden ser a otro precio. La batalla apenas comienza, pero por lo menos el gobierno colombiano ya sabe que el enemigo que tiene al frente no es de poca monta.