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| Foto: Jorge Restrepo

POLÍTICA

Las encrucijadas del alma del uribismo, versión 2016

El Centro Democrático cuenta con una gran carta –la popularidad de su jefe– pero tiene difíciles decisiones que tomar sobre cómo utilizarla. La baraja de presidenciables es amplia.

11 de junio de 2016

Todos los partidos tienen grandes dilemas sobre cómo enfrentar el panorama electoral que se avecina. Una agenda de dos años que comenzará con la refrendación de los acuerdos del proceso de paz y que seguirá con consultas internas para escoger candidatos, elecciones de Congreso en marzo de 2018 y dos vueltas presidenciales. Ya se siente el movimiento en todas las toldas.

Pero en el Centro Democrático, el partido del expresidente Álvaro Uribe, las disyuntivas ante los escenarios del futuro inmediato son diferentes. Se trata, al fin, de un fenómeno distinto a las fuerzas tradicionales. No tiene, por ejemplo, problemas de unidad que son los que más debilitan, desde su propia entraña, a los otros partidos. La figura de Uribe es popular en la opinión pública en general y totalmente acatada y respetada adentro. Es jefe de verdad, porque lo obedecen todos y porque su talante político se caracteriza por el don de mando. Esa es su principal fortaleza, pero paradójicamente también es su talón de Aquiles porque toda la estrategia depende del número uno. Los resultados, al final, reflejarán lo que haga Uribe. Más que disyuntivas estratégicas son encrucijadas del alma.

Las preguntas que debe responder el Centro Democrático son complejas: ¿cómo endosar la simpatía de Uribe a los candidatos que respalde para el Congreso y para la Presidencia? ¿Por qué el expresidente pudo traspasarle su popularidad a Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta de 2014 pero no a los candidatos uribistas en las regionales de 2015? ¿Es viable una candidatura del partido, o debe buscar alianzas con otras alternativas de la derecha? ¿Se puede mantener la actual bancada en el Congreso sin que Uribe tenga que volver a ser candidato?

Desde el punto de vista formal, una convención prevista en los estatutos tomará las decisiones fundamentales. De allí debe salir el nombre del director que conducirá a la colectividad en las próximas batallas electorales, y las reglas del juego para escoger al candidato presidencial. Y hasta ahora, el expresidente y senador ha preferido no comprometerse con una fecha, porque hay demasiadas variables moviéndose al mismo tiempo en el panorama político.

La sólida jefatura que ejerce Uribe no significa que no haya distintos puntos de vista sobre el camino a seguir. Sobre todo, porque hay varios sectores interesados en promover un candidato a la Presidencia.

Hasta el momento –según los uribólogos– es posible identificar cinco sectores. Uno de ellos, el más radical, que lidera la representante María Fernanda Cabal, busca apoyar la candidatura presidencial del procurador Alejandro Ordóñez. Ella ha publicado en redes sociales piezas que dicen “Sí al procurador, No a la corrupción”. En este sector se considera que Ordóñez representa, mejor que nadie, la voz de la derecha en Colombia. La pregunta es si este último, en caso de que decida lanzarse, lo hace con la camiseta de un partido o más bien opta por una inscripción por firmas, que le facilitaría pescar en aguas multipartidistas: del uribismo, pero también del ala del conservatismo que no está en la Unidad Nacional.

Pero otro sector, esencialmente parlamentario, considera que debería buscarse una aproximación a Cambio Radical. Piensa que la candidatura de Germán Vargas es la más viable, y que se podría encontrar una convergencia en torno a la crítica al proceso de paz. Ese sector del uribismo asume que un escenario eventualmente posible para la segunda vuelta en 2018 es el de un enfrentamiento de alianzas a favor y en contra de los acuerdos de La Habana. La del uribismo, Cambio Radical y algunos conservadores, se enfrentaría a la de La U, el Partido Liberal y sectores de la izquierda. La hipótesis es prematura –no hay que olvidar la pugnacidad que alcanzó la relación entre Uribe y Vargas Lleras a raíz del ingreso de este último al gobierno de Santos–, y en declaraciones a SEMANA el vicepresidente afirmó que “nadie tiene autorización para buscar un acercamiento ni se ha hecho ningún contacto en ese sentido”.

En una tercera línea, algunos consideran que el propio Uribe y otros líderes de la vieja guardia, como Fabio Echeverri, se inclinan por la candidatura del senador bogotano Iván Duque. Es el uribista de mejor recibo en el antiuribismo y su juventud le daría aire al partido. Sin embargo, por ser más técnico que político, su nombre es poco conocido y podría ser un abanderado débil.

De otra parte hay un cuarto sector –no parlamentario– con llegada en círculos empresariales y en organizaciones sociales ligadas al uribismo, que respaldan la candidatura del exministro Carlos Holmes Trujillo, fórmula vicepresidencial de Zuluaga en 2014. Es la primera carta destapada abiertamente en el Centro Democrático, y tiene una posición menos radical frente al proceso con las Farc –en su hoja de vida figura haber sido consejero de paz– que podría ser valiosa si la opinión pública recibe bien el proceso de La Habana y si el Sí se consolida como tendencia en el plebiscito. Holmes Trujillo es también el rostro más conciliador del uribismo, y el que –no solo por ese talante, sino por su larga trayectoria política– más podría estrechar manos en otras fuerzas. Tiene el lado débil de que algunos uribistas lo ven como un político con imagen de vieja guardia, que contrasta con la juventud del Centro Democrático, el partido más nuevo del país.

Un quinto grupo apoya la candidatura de Óscar Iván Zuluaga. Argumenta que su caudal electoral ya está asegurado: 6.905.001 sufragios, que constituyeron todo un fenómeno en 2010 y que podría consolidarse –si logra mantener los votos– como un gran capital para el 2018. Zuluaga ha contado con el apoyo de parlamentarios que hacen parte del primer anillo de seguridad de Uribe, como José Obdulio Gaviria y Paloma Valencia. No obstante, su nombre también genera incertidumbre porque no se sabe en qué va a terminar el proceso que le sigue la Fiscalía por las presuntas interceptaciones ilegales del hacker Andrés Sepúlveda en la campaña de 2014.

Mientras el expresidente Uribe deshoja margaritas sobre el camino a seguir, en el corto plazo seguirá recogiendo firmas entre los descontentos con el proceso de paz, para así y mediante la campaña de ‘resistencia civil’, minar su legitimidad y abonar un terreno fértil para una propuesta de mano dura como la que hizo en 2002, después del fracaso de los diálogos del Caguán, que le permitió a un Álvaro Uribe hasta ahora desconocido derrotar a los favoritos y ganar la Presidencia en primera vuelta.

La apuesta, sin embargo, puede ser riesgosa. Esta vez las negociaciones con las Farc probablemente van a terminar con un acuerdo. Y dependiendo de sus características finales y de la forma como el gobierno y la guerrilla de las Farc actúen después de la firma, el electorado puede asumir una posición favorable o crítica. ¿Cómo asegurar los réditos que da la posición de mano dura frente a la guerrilla, sin arriesgar una derrota en el plebiscito o consulta que se llevará a cabo sobre los acuerdos y que, según las encuestas, muestran una inclinación por el Sí? Todo indica que Uribe quiere esperar: no ha atendido los llamados de algunos seguidores cercanos que le piden acelerar la convocatoria de la convención.

La dilación de los diálogos de Cuba tiene paralizadas las decisiones políticas de varios partidos y precandidatos. También las del Centro Democrático donde, al final, se sabe muy bien quién tiene la última palabra.