Home

Nación

Artículo

En busca de sangre azul

Tras el Quinto Centenario del Descubrimiento, los colombianos andan, como nunca antes, detrás de sus abolengos.

11 de octubre de 1993

EL ESNOBISMO POR LOS ancestros siempre ha sido intenso en Colombia, pero ha estado reducido a un círculo pequeño.
Un puñado de socios del Jockey Club o del Country Club de Bogota, y varios descendientes de los próceres patrios o de familias aristocráticas concentrados principalmente en Popayán y Cartagena han formado, por tradición, este selecto grupo. Casi todos exhiben escudos, certificados de hidalguía y un profuso árbol genealógico que los hacen emparentar prácticamente con Adán y Eva. Fuera de estas personas, la heráldica y las genealogías habian sido ajenas a los demás colombianos.
Pero con la llegada de los 500 años del Descubrimiento de América todo dio un giro radical. En algunos sectores se ha desatado una búsqueda frenética por encontrar sus antepasados. En términos absolutos, las cifras no son impresionantes, pero en términos de aumento porcentual, sí. Mientras antes del 12 de octubre del año anterior eran contadas las personas que se interesaban por los estudios genealógicos, hoy la cifra se ha multiplicado por 10. En Bogotá, donde puede haber una docena de genealogistas respetados, este gremio nunca había tenido tanto trabajo como en el último año. Cada mes uno de estos expertos llega a realizar hasta 100 estudios de abolengos, sin contar con múltiples consultas aisladas. "Hemos tenido que rechazar pedidos porque no damos abasto", dijo a SEMANA el genealogista Manuel Paredes.
Un simple estudio del apellido cuesta entre 50 y 80 mil pesos. Si se quiere la historia del linaje escrita en papel fino, forrado con piel legítima, hay que desprenderse de 60 mil más.
La otra opción es contentarse con un libro de hojas fotocopiadas que no supera los 30 mil pesos. "Pero aun así -agrega Paredes-, hay personas que están dispuestas a pagar lo que sea con tal de averiguar si sus a pellidos son verdaderamente españoles".
El auge es de tal magnitud que inclusive se han reeditado antiguos libros sobre el tema, que ahora se venden como pan caliente.
De Genealogías de Santa Fe de Bogotá, escrito originalmente por José María Restrepo y Raimundo Rivas, se está publicando una nueva edición aumentada y corregid. "Hemos llegado al punto de poner avisos en los periódicos para buscar personas que nos ayuden en los estudios, con partidas de sus familiares, y la respuesta ha sido muy positiva", dijo a SEMANA María Franeisca Medina de Rocha, una de las genealogistas integrantes del grupo que ha hecho la investigación para reeditar la obra.

ABOLENGOS Y APELLIDOS
Las razones que inducen a una persona a husmear por las ramas de su árbol genealógico ya no son tan sublimes como sugería en 1930 el historiador Enrique Otero D' Costa, quien consideraba que un ciudadano que tuviera "siquiera un leve sentimiento de propia estimación" debía ser un genealogista en potencia. Sus argumentos reforzaban la creencia de que lo único que bastaba para ser feliz era poseer un buen abolengo y un buen apellido.
"La genealogia -afirmaba- es el espejo donde se miran los descendientes, así para procurar la conservación de las virtudes de la estirpe, como también para procurar robustecerlas con nuevos ejemplos".
Ahora el origen de la fiebre por las genealogías parece estar bastante lejos de "preservar las virtudes de la estirpe". A juicio de los expertos, los motivos son más irrelevantes: esnobismo o simple y llana curiosidad. Silverio Suárez, uno de los nuevos fanáticos de esta actividad, camentó a SEMANA: "Nunca les había parado bolas a esas cosas. Cuando uno no es de familia distinguida, tiende a pensar que su historia es reciente. Pero al fin y al cabo todo el mundo tiene que descender de alguien que vivió hace 500 años. Lo único que quería saber era de quién descendía yo".
En este caso, la búsqueda no fue en vano. Por lo menos, Suárez ya estableció que está lejanamente emparentado con el fundador de Tunja, Gonzalo Suárez Rendón. Otros han sido más afortunados. Una familia del municipio de Choachi (Cundinamarca) está a punto de comprobar que es pariente del rey de España, Juan Carlos de Borbón. "AI parecer -dice Paredes-, hubo un Borbón que huyó de Francia y se eslableció allí dejando prole numerosa".

HIDALGOS O BASTARDOS
Pero en esto de las genealogías los interesados se encuentran con no pocas sorpresas.
Los descendientes auténticos y legítimos de grandes familias españolas son pocos en el pais.
Que se sepa, en Colombia ya no hay personas que provengan en linea directa de nobles españoles y que puedan ostentar ducados, condados o marquesados. Los Valencia, de Popayán, que han sido catalogados como descendientes del conde de Casa Valencia, Francisco Valencia Pontón -título otorgado el 20 de octubre de 1789- vienen, en realidad, de un hermano de este, Joaquín, que nunca tuvo título nobiliario.
No ha habido muchos más títulos de estos en Colombia. Tan sólo se recuerdan el del marqués de San Jorge, concedido por el rey Carlos III en 1787 a Jorge Tadeo Lozano y Peralta, vecino de Santa Fe, y el del marqués de Valdehoyos, otorgado por el rey Fernando VI a Fernando de Hoyos, quien se casó en Cartagena con Josefa Tomasa Fernández de Miranda.
En los casos mencionados, los descendientes colaterales de Lozano y Hoyos pueden hacer algún tipo de asociación con sangre azul. Pero esto no es frecuente. La verdad es que fueron muy pocos los españoles de algún rango que vinieron a América. La gran mayoría eran desempleados o aventureros que no tenían mucho porvenir en la madre patria. "Lo curioso es que todo el mundo se pone feliz de encontrar un ancestro español, aunque haya sido un simple campesino plebeyo de Galicia o Andalucía", dijo a SEMANA un conocedor del tema.
Aun los que descubren que descienden de una familia con un escudo pueden recibir un baldado de agua fría. Sobre todo por el yelmo. Al respecto, Paredes comenta: "Algunas personas se sienten felices cuando encuentran escudo de su apellido y hasta se imaginan sentados a la mesa con la reina Isabel. Pero no saben que si el yelmo mira hacia la derecha del que observa se trata del escudo de un bastardo. Es normal, o legítimo, cuando el yelmo mira hacia la izquierda. El del rey mira hacia el frente". Por supuesto, la mayoría de los colombianos que tienen escudo poseen el yelmo mirando hacia la izquierda. La inmensa mayoría de los apellidos que hay en Colombia son hidalgos, es decir, originados en hijos de alguien conocido. Pero no nobles.
¿Qué más datos comprende un estudio genealógico? El origen del apellido, su significado, la región de la que proviene, su escudo, información acerca de la primera persona que lo empleó y de la primera que lo trajo a América. De cualquier manera, pernecer a la línea bastarda, natural o legítima de un apellido ya es un buen resultado frente a lo que encuentra la mayoría de los que buscan el origen de su estirpe. Sólo en poquísimos casos se puede establecer la relación entre un apellido en Colombia y su correspondiente en España. Pero eso no es nada: por la falta de partidas eclesiásticas y de documentos fidedignos, todavía en menos ocasiones es posible establecer de dónde desciende un colombiano.
Lo interesante de esta fiebre es que por fin, y para felicidad de muchos historiadores que aman y se desvelan por la madre patria, los colombianos están tomando conciencia de que, para bien o para mal, tienen una cultura hispanica común, criticada por algunos enemigos de todo lo español durante estos 183 años de Independencia.

El origen de los apellidos
SI BIEN POCAS VECES LOS EStudios genealógicos logran relacionar a los colombianos con sus lejanos parientes españoles, sí pueden determinar el origen de cualquier apellido. En ciertos casos, sin embargo, cuando los interesados suministran al investigador partidas de bautismo y otros documentos notariales, es posible ubicar a los primos al otro lado del mar. De cualquier manera, lo cierto es que los apellidos colombianos son casi todos de origen español y, en menor grado, de otros países europeos, como Francia, Portugal o ltalia.
Los hay de origen vasco, como Echavarría, Zamorano, Urrutia, Norzagaray, Lequerica, Barberena, lragorri y Lizarralde. De origen castellano, como Ortiz, Montes, Villalobos, Reinoso, Mendoza, Aparicio y Vargas. De origen gallego, como Castro, Neira, Mosquera, Varela y Vasco.
De estirpe mora, como Mejía y Jaramillo. De remoto origen francés, como Bernal, Merchán y Betancur. Y hasta de origen germánico, como Guzmán, que significa "buen hombre". De ancestro indígena están apellidos tales como Cipagauta, Bogotá, Fetecua, Piraquive y Fontibón.
En principio los apellidos fueron topónimos, es decir, se derivaron de un lugar. A quien, por ejemplo, habitaba la heredad de Triana, se le dio ese apellido. Herrero y Zapatero indican la labor de la familia. Cerro, Lago, Serrano, Montes o Marino, lugares naturales. Y Bueno, Gentil o Caballero, cualidades personales. Pero la mayoría de apellidos españoles y los colombianos, provienen de las denominaciones de sitios en la península: Quesada, Lugo, Madrid, etcétera. También de la vida militar, como Castro, que en latín significa "campamento"; o de los prontuarios judiciales, como Jaramillo, que en árabe quiere decir "ladrón de caballos''.
Otros apellidos son los llamados patronímicos, pues nacieron de un nombre. Alvarez surgió de Alvaro, López de Lope, Martínez de Martín. Por eso quienes llevan estos apellidos casi nunca son parientes entre sí.
De genealogías colombianas existen pocos aunque importantísimos libros. Los más conocidos son el "Diccionario biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca", de Gustavo Arboleda, "Heráldica colombiana", de Enrique Ortega Ricaurte; "Genealogías de Santafé de Bogotá", de Restrepo y Rivas; "Genealogías de Antioquia", de Gabriel Arango, y "Vascos en Colombia", de Francisco de Abrisqueta. Las únicas genealogías que son casi imposibles de averiguar son las indígenas, pues no quedó tradición escrita tras la llegada de los españoles y casi poco o nada se sabe de los apellidos americanos que subsisten.

¿Quiénes son los cachacos de verdad?
CADA VEZ QUE SE HABLA DE las familias tradicionales de Bogotá se hace una lista dentro de la que se mencionan apellidos como Umaña, Holguín, Rivas, Pardo, Mallarino, Carrizosa, Pombo, Urrutia, Triana, Lleras y Samper. Pero lo que muchos no saben es que, cuando llegaron a América, estas familias no lo hicieron directamente a la capital, adonde casi todas terminaron por fijar su residencia entre los siglos XVIII y XIX.
Según pudo averiguar SEMANA, los Umaña son oriundos de Tunja (Boyacá) y de San Gil (Santander). Los Holguín, de Cali y Buga (Valle). Los Rivas, de Cartago (Valle). Los Pardo, de Ciudad de Panamá y Santa Fe de Antioquia. Los Mallarino, de Nóvita (Chocó) y Cali. Los Carrizosa, de San Gil y Girón (Santander). Los Pombo y los Urrutia, de Popayán (Cauca). Los Triana, de Chocontá y Zipaquirá (Cundinamarca). Los Lleras, de Panamá, y los Samper, de Guaduas (Cundinamarca).
Pero entonces, ¿cuáles son los cachacos de raíz? ¿Cuáles los grupos familiares que tras su viaje de España desempacaron maletas en Bogotá? De acuerdo con un estudio elaborado hace varios años por Raimundo Rivas, la primera familia que se asentó en la capital fue la Venegas, en 1538. Su tronco fue un compañero de Gonzalo Jiménez de Quesada llamado Hernán Venegas Carrillo Manosalvas, que fue alcalde de Santafé entre 1542 y 1543. Luego llegaron, procedentes de la península, otras familias. Los Vergara viajaron desde Cádiz y arribaron en 1623. Los Ricaurte, desde Salamanca (1670). Los Sanz de Santamaría, desde Sorzano, Logroño (1688). Los Groot, desde Sevilla (1750). Los Nariño, desde Santiago, Galicia (1750). Los Escallón, desde Trujillo, Extremadura (1765). Los Caro, desde Isla de León (1774), y los Uricoechea, desde Bilbao (1784).
Hubo, sin embargo, otras familias que vinieron de países distintos a España. Es el caso de los Brush, originarios de Londres y que, tras una escala en México, llegaron a Bogotá en 1819; y de los De Brigard, polacos, que se establecieron en la ciudad alrededor de 1840.
De suerte que si antes se decía que lo menos frecuente en Bogotá eran los bogotanos, ahora, con este auge de investigaciones genealógicas, el porcentaje de cachacos raizales se reduce aún más.