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Entre la ilusión y el terror

Los cruentos actos terroristas cometidos por las Farc en las últimas semanas aumentan las voces que claman por un cese al fuego y revelan un cambio de estrategia en la ofensiva militar de ese grupo guerrillero.

1 de mayo de 2000

Pocos minutos antes del pitazo inicial del partido entre Colombia y Brasil, cuando los jugadores estaban alineados en el centro de la cancha y calentaban sus muslos, el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, tomó en sus manos el micrófono del estadio. El sentido de su mensaje silenció rápidamente la inminente silbatina: les pidió a las casi 50.000 personas reunidas un minuto de silencio para honrar la memoria a los 11 civiles que murieron acribillados en el ataque de las Farc a la población antioqueña de Vigía del Fuerte y a los 20 policías que valientemente “entregaron su vida por defender la patria”. Luego de un silencio tan sepulcral como emotivo se empezó a oír un murmullo que provenía de las graderías de oriental y al que, en pocos segundos, se le sumaron todas las gargantas del estadio: “guerrilla, guerrilla, H.P...” terminaron coreando al unísono todos los aficionados.

Lo que ocurrió esa gélida noche en el estadio, mucho más que las insípidas encuestas y los acartonados focus groups, estaba reflejando un profundo sentimiento nacional de repudio a los violentos y, en particular, a la reciente y salvaje ofensiva de las Farc. Este tipo de manifestaciones colectivas en los eventos públicos sólo solían ocurrir en la Plaza de Toros de Santamaría, donde, los domingos de temporada, se da cita la alta burguesía, y cuyas célebres rechiflas son un fiel termómetro de lo que piensa la clase dirigente. Lo que sucedió en El Campín fue, no obstante, mucho más allá: era el pulso de lo que pensaba el país.

Un país que está padeciendo la agudización de la guerra mientras se negocia la paz. Y que, cada día más, le cuesta trabajo entender cómo, mientras el gobierno, los gremios y los empresarios desfilan por el Caguán y se abrazan con la cúpula de las Farc, sus frentes cometen los crímenes más atroces a lo largo y ancho del territorio.

Desde que empezó el año este grupo guerrillero nunca había vivido un proceso de criminalización semejante: detonan carros bomba en centros urbanos, al mejor estilo de Pablo Escobar (como ocurrió en Anapoima, Girardot y Cachipay), aumentan el número de secuestros sin distingo de clase o edad o arrasan con poblaciones a punta de cilindros de gas, como sucedió en Vigía del Fuerte. Pero, paralelamente a estos actos de barbarie, el proceso de paz se ha venido consolidando y ha tenido nuevos aires de legitimidad luego de la histórica visita de los ‘cacaos’ a la zona de despeje.

Es el peligroso sendero de negociar en medio del conflicto. El sendero donde el escalamiento de la guerra tiene repercusiones políticas en la mesa y las victorias militares fortalecen las posiciones de los bandos. Pero también parece ser el sendero por el cual las élites (políticas, económicas o revolucionarias) se distancian cada vez más de una sociedad que vive y sufre los macabros coletazos de esa guerra. Y esta es, en definitiva, la que tiene la última palabra sobre el futuro de este proceso. De tal forma que la pregunta de fondo no es tanto qué tan elástica es la voluntad de paz del gobierno sino hasta dónde llega la paciencia de la sociedad en el fragor del conflicto armado.



El arte de la guerra

La degradación de la guerra, sin embargo, no sólo viene aceitada por motivaciones políticas para fortalecerse en la mesa de negociación. Obedece, ante todo, a urgidas razones económicas y calculadas intenciones estratégicas.

El desbordamiento del secuestro, por ejemplo (que este año aumentó en 20 por ciento), es producto de la crisis financiera que viven las Farc debido a la disminución de la venta de pasta de coca en el sur del país, donde ha monopolizado el negocio. “El secuestro es el medio que utiliza la guerrilla para no quedarse rezagada presupuestalmente frente a los nuevos recursos que el Estado recibirá a través de la ayuda estadounidense”, señala el analista Alfredo Rangel. En este sentido, para Rangel, los recursos se han convertido en el epicentro de la guerra y “cada parte intentará aumentar su propio tesoro de guerra y disminuir el de sus oponentes”. La escasez de recursos de la guerrilla no sólo ha incrementado el número de pescas milagrosas y boleteos sino que la ha llevado a secuestrar campesinos y pequeños agricultores en sus zonas de control histórico, como en la región del Sumapaz y Viotá. Como lo advierte el maestro Sun Tzu, en la base de todo enfrentamiento militar hay guerra económica.

Pero no es sólo un problema de plata. El viraje de las Farc hacia el terrorismo tiene explicaciones tácticas y militares en su confrontación con las Fuerzas Armadas. Las Farc tuvieron una etapa de éxitos militares entre 1996 y 1998, que se iniciaron con la toma de las Delicias y cuyas victorias en combate abierto los estaban acercando a su objetivo trazado en la VII conferencia de convertirse en ejército regular. Sin embargo un ingrediente cambió el equilibrio de poder en favor del Ejército: la guerra aérea. Gracias a la efectividad del avión fantasma y a los nuevos equipos de comunicaciones las Fuerzas Militares han logrado doblegar a las Farc en los últimos combates y las han presionado hacia una guerra de guerrillas en la cual se limitan a atacar por sorpresa, golpear y huir. Con un agravante, el terrorismo, que es políticamente costoso pero militar y económicamente atractivo: no requiere una gran logística y tiene un alto impacto en la sicología colectiva, como sucedió con los carros bomba detonados en Girardot y Cachipay. Hoy en día la mayoría de los colombianos se sienten sitiados en su ciudades.

Frente a esta ventaja táctica del Ejército se ha venido rumorando que las Farc están consiguiendo misiles tierra-aire para invertir la ecuación de la guerra (cuyos altos costos prometerían más secuestros y extorsión). Pero que, en caso de conseguirlos, pondrían a las Fuerzas Militares en verdaderos aprietos. Basta recordar que los guerrilleros talibanes, en Afganistán, pudieron resistir hasta el final al considerado invencible ejército soviético gracias a los misiles tierra-aire que les regalo la CIA por debajo de la mesa.

Finalmente, la indiscriminada ofensiva de las Farc en todo el país ha dejado en el aire un interrogante sobre la solidez de la unidad de mando dentro de la propia organización subversiva. Es difícil comprender que mientras el Secretariado negocia y recibe a honorables miembros del establecimiento para hablar de paz varios de sus frentes siembren el terror en todo el país. Al respecto el periodista Francisco Santos se preguntaba poco antes de salir del país si el plan que habían urdido para asesinarlo y que comprometía a varios frentes bajo la égida del comandante ‘Romaña’ tenía el visto bueno de las Farc o simplemente había sido diseñado por unos comandantes de frente sin el conocimiento de la cúpula. Habría entonces dos opciones: la maquiavélica estrategia de las Farc hace parte de su tradicional combinación de las formas de lucha o, definitivamente, la lógica económica desbordó la realidad política y los frentes se volvieron franquicias que tienen que cumplir, a cualquier costo, con unas metas presupuestales que les impone el propio Secretariado.



Futuro incierto

Pero mientras aumenta la preocupación en la sociedad sobre el escalamiento del conflicto hay quienes creen que el gobierno, con el Presidente a la cabeza, se ha convertido en un rehén del proceso de paz. “El gobierno puso todos los huevos en el tema de la paz y, pese a que es un tema fundamental, si fracasa el proceso fracasa su gestión de gobierno”, dijo un político que no quiso revelar su nombre. Lo cierto hasta ahora es que mientras más sangre se derrame en esta guerra más se va a templar la cuerda de la negociación entre el gobierno y las Farc. Y si, como lo ha afirmado este movimiento insurgente, la posibilidad de un cese al fuego sólo se dará cuando se haya negociado el 80 por ciento de los puntos de la agenda, el panorama que se avecina no es muy alentador.