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| Foto: Guillermo Torres

POLÍTICA

El sorprendente reencauche de Ernesto Samper

Atrás quedaron los días de ostracismo que vivió el mandatario por cuenta del proceso 8.000. Hoy es figura nacional e internacional.

31 de julio de 2014

La sonrisa de Ernesto Samper Pizano por la designación de uno de sus más leales alfiles, Juan Fernando Cristo, como nuevo ministro del Interior no es nueva. En realidad, el expresidente liberal sonríe con frecuencia. Esa es una de las claves para volver a ser protagonista de la vida política: forma parte de su estrategia, que consiste en ser lo que siempre ha sido: divertido, simpático, con un gran sentido del humor, que, además, complementa con un agudo olfato político y bastante inteligencia.

Esa personalidad le permitió salir del ostracismo en el que cayó durante un tiempo por cuenta del proceso 8.000 hasta volver a ser lo que es hoy: un político influyente no sólo en la vida nacional, sino en el escenario internacional. Además de tener en Cristo, el hombre que manejará la vida política nacional desde el Ministerio de Gobierno, a uno de sus bastiones, Samper estará al frente de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), uno de los organismos multilaterales más decisivos de la actualidad en el continente.

Y no sólo eso. Hoy por hoy, Samper tiene línea directa con la alcaldía de Bogotá; cuenta con su viejo aliado Horacio Serpa en el Congreso y con la amistad incondicional de María Angela Holguín en la Cancillería. Su hijo Miguel Samper Strouss es el viceministro de Justicia, y también le son afectos Diego Molano Vega, ministro de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, y Amílkar Acosta Medina, ministro de Minas, Energía e Hidrocarburos, entre otros.

Más que suficiente para un político que fue símbolo de uno de los escándalos políticos de la historia contemporánea del país: el ingreso de seis millones de dólares a su campaña presidencial, en 1994, por parte del cartel de Cali, que en ese momento manejaban con puño de hierro los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela.

Durante estos años el propósito de Samper era único: “El expresidente busca ante todo la reivindicación de su nombre ante los colombianos”, dijo en alguna ocasión alguien que lo conoce a fondo.

Y en esa misión se dio a la tarea de manera silenciosa. Empezó a ejercer una influencia dentro del grupo de sus antiguos seguidores, que aunque no le tenían una obediencia ciega, lo escuchaban. Después, con su química personal y su capacidad de burlarse de sí mismo, empezó a contactar representantes de fuerzas políticas contrarias. Tras el fin de su gobierno, y con un proceso 8.000 cada vez más lejano en el tiempo, el estigma de ser samperista, alimentado con ferocidad por Andrés Pastrana, se fue borrando poco a poco.

Después vino el proceso de paz, que encierra una paradoja: el jefe del equipo negociador del Gobierno es Humberto de la Calle, quien era su vicepresidente y le renunció durante el escándalo, lo que produjo una distancia sideral entre ambos. Sin embargo, Samper hoy defiende a capa y espada la salida negociada, por lo que entre ambos ahora hay un mutuo respeto.

Desde esta orilla, Samper es apreciado por las víctimas, y sus opiniones son tenidas en cuenta en la administración Santos y escuchadas por las FARC.

Todos estos elementos han provocado una enorme sonrisa en Samper. Un político que al día de hoy vive el más sorprendente rencauche.