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INFORME ESPECIAL

¿Potencia hídrica?

La idea de que Colombia es inmensamente rica en agua no es tan cierta. La mitad del país goza de ese líquido en abundancia, pero a la otra mitad su escasez le está generando fuertes conflictos.

17 de septiembre de 2016

A simple vista, es muy difícil entender por qué Colombia sufre por agua. Existe la idea de que el país goza de un privilegiado lugar en la repartición de este líquido vital. Y, sin embargo, si llega El Niño –como sucedió en el primer semestre de este año– o La Niña –como puede suceder al final– toda la nación se estremece. En los últimos meses estos fenómenos climáticos han dejado ver lo que podría ser un apocalipsis ambiental. La sequía, por ejemplo, dejó a 200 municipios sin agua y a varias capitales como Medellín, Cali y Santa Marta al borde de racionamientos. Las llamas arrasaron 200.000 hectáreas de bosques, y ríos como el Magdalena y el Cauca llegaron a mínimos históricos. El costo de atender esa emergencia superó los 1,6 billones de pesos. Más de 60.000 animales murieron de sed, como se creía que solo pasaba en las secas planicies africanas.

Solo han transcurrido un par de meses y ahora al país se le viene encima una situación opuesta. La llegada de una Niña amenazaría a muchos pueblos, a todos los sectores económicos y podría incluso encrispar el ambiente político. El agua se ha convertido en un factor decisivo pero olvidado, en un tesoro refundido y subvalorado que puede poner a temblar los cimientos de un país que ha crecido a sus espaldas.

Por esta razón, SEMANA, con el apoyo de Postobón, estuvo durante varios meses en algunos de los lugares más cruciales para la protección de este valioso recurso. Se trata de la Sierra Nevada, Los Nevados, la Estrella Fluvial de Inírida, el nacimiento del Magdalena y el páramo de Belmira. Un equipo periodístico recorrió esos destinos, equipado de un dron y varias cámaras, para presentarle al país, en estos reportajes y en un informe multimedia disponible en Semana.com, el más completo especial periodístico que se haya hecho sobre los nacimientos de agua.

La principal conclusión es que Colombia está al borde de perder o de potenciar una enorme oportunidad. El país se mueve entre dos postales distintas y opuestas, la de Magia Salvaje y la de Mad Max. Del camino que elija podría depender de la capacidad de proteger estas fuentes hídricas fundamentales.

El principal problema para lograrlo es, paradójicamente, que los colombianos se crean tan ricos. Como explica el director del Ideam, Omar Franco, “la idea de ser una potencia hídrica nos ha hecho un daño enorme”. Para él, uno de los mayores expertos en este tema, “el agua va a ser el objeto del principal conflicto social del país”.

La frase puede sonar cliché, pero quienes conocen el conflicto armado, como el exministro de Ambiente Frank Pearl, no lo ven improbable. El negociador en los procesos con las Farc y el ELN explica que en Colombia “la lucha por la tierra y la lucha por el agua vienen siendo lo mismo”. El territorio sin ese recurso precioso pierde su valor.

El agua genera conflicto porque, al igual que la riqueza en el mundo, alcanzaría para todos, pero no está bien repartida. Del total que hay en el planeta, el 97 por ciento es salada. De ese 3 por ciento restante, dos tercios están congelados en los glaciares y casi un tercio es subterránea. Eso quiere decir que menos del 1 por ciento de toda el agua está disponible en la superficie en forma de lagos, ríos y quebradas.

Ese escaso 1 por ciento tampoco está bien distribuido. Según un informe de la revista The Economist, “apenas nueve países concentran el 60 por ciento de los recursos de agua dulce del mundo y, entre estos, solo Brasil, Canadá, Colombia, Congo, Indonesia y Rusia los tienen en abundancia”. Con una cuarta parte del total, Suramérica es considerada una reserva mundial en agua. Según el Ideam, Colombia tiene una oferta hídrica seis veces superior a la mundial y tres veces mayor que la de América Latina.

¿Por qué falta el agua entonces? Colombia reproduce lo que pasa en el mundo. En el centro y en la costa Caribe, donde habita el 80 por ciento de la población y se produce el 80 por ciento del PIB, apenas está el 21 por ciento de la oferta hídrica. Los tesoros de agua sí existen, pero en la inmensidad de la selva amazónica, en el Pacífico y en la Orinoquia.

Los conflictos nacen cuando hay que repartir la poca que queda. El Banco Mundial advirtió que la escasez del líquido es la mayor amenaza al crecimiento económico, y puede, además, empujar una crisis migratoria sin precedentes. El Pentágono aseguró que la falta de agua está poniendo en peligro la seguridad de Estados Unidos. Hay razones para lanzar esas alertas. El agua explica en parte la tragedia que vive Siria, un país en el que, antes de la guerra, la sequía ya había desplazado a 250.000 personas. También la de Darfur, a la que el secretario de la ONU, Ban Ki-moon, catalogó como una “catástrofe ecológica”. Y ha sido uno de los principales ejes del conflicto irresuelto entre Israel y Palestina. Por eso, John F. Kennedy decía que “quien fuera capaz de resolver los problemas del agua, merecería dos Premios Nobel: uno por la paz y otro por la ciencia”.

Resolver esos problemas no es una tarea ambiental, sino una apuesta política y económica. Según explica el codirector del Banco de la República Carlos Gustavo Cano, el agua hoy es el principal determinador de las finanzas nacionales. Cuando la demanda supera la oferta, como sucedió en el primer semestre con El Niño, el agua se convierte en un recurso escaso. Y el valor de los bienes y servicios que dependen de esta –que son todos– aumentan de precio. Esto explica por qué durante el último año la inflación aumentó a 8,97, cuando la meta era no superar el 4 por ciento.

Cano sostiene que en el Banco de la República, por ejemplo, los instrumentos de política monetaria pueden intentar medidas de choque para otras externalidades, pero nunca para una sequía. Por eso cree que Colombia está en mora de crear una política ambiental fiscal que grave las conductas contaminantes y obligue a devolver a la naturaleza lo que se le ha quitado. “Ahora que se habla tanto de una reforma tributaria estructural, esta sería imposible sin incluir el componente ambiental”, concluye.

En la práctica, esas teorías económicas se traducen en que Colombia, con su disponibilidad de agua, está a punto de perder las enormes posibilidades que abre tener esa riqueza. El país podría, por ejemplo, ser una potencia alimentaria. Según el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), Rafael Mejía, hace 15 años el país exportaba más de lo que importaba (5 millones de toneladas contra 4,2 millones anuales); hoy esa cifra es opuesta (4,2 millones contra 11 millones de toneladas). Y lo mismo podría suceder con la energía hidroeléctrica.

Todos los problemas del país se reflejan en el agua. La falta de ordenamiento territorial, por ejemplo, es decisiva. Según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac), de los 114 millones de hectáreas del país, 26 millones tienen vocación agrícola, pero solo se produce en 6,3 millones de hectáreas. En cambio, solo 8 millones de hectáreas tienen vocación ganadera, pero 38 millones están dedicadas a ese fin.

El conflicto con la naturaleza es aún mayor. Más de un millón de hectáreas de páramos, lugares sagrados para el agua, tienen títulos mineros u otras actividades económicas. La cifra se duplica a 2 millones en otros ecosistemas como humedales, ciénagas y pantanos. Esa riqueza natural se pierde aceleradamente. En la hora que usted puede tardar leyendo esta revista, 16 hectáreas de bosque habrán caído bajo el hacha. “El problema es que mientras haya más bosques, más páramos, más glaciares, más agua va a haber. Es una lástima que Colombia no entienda eso”, explica el exdirector del Ideam Ricardo Lozano.

Y a eso se suma el problema político. El Estado le entregó la distribución de agua en las regiones a las CAR, unos organismos que suelen controlar los barones electorales. Colombia está lejos de tener reglas claras en materia de quienes, cómo y en dónde pueden aprovechar esos recursos hídricos. Por eso, la mayoría de macroproyectos económicos y de inversión están hoy frenados o generan enormes conflictos sociales, ya que las comunidades temen que se acaben los recursos hídricos.

Por otro lado, el agua es una de las principales fuentes de corrupción en las regiones. Como señala el fiscal Néstor Humberto Martínez, “en lugares como La Guajira no hay agua, no porque no haya plata para construir acueductos sino porque se la robaron”. Esas investigaciones se volvieron una prioridad en el ente investigador y se cree que habrá resultados rápidos, pues, según Martínez, han desfalcado al Estado en forma “burda y evidente”. El exministro de Vivienda Luis Felipe Henao, quien padeció en carne propia ese fenómeno, sostiene que eso sucede porque “la infraestructura del agua es muy atractiva para los políticos corruptos”.

Por todas esas razones, el país es hoy, según el Atlas Internacional de Justicia Ambiental, el segundo del mundo con mayores conflictos ambientales. Muchos tienen que ver con actividades legales, como la minería a cielo abierto en el Tolima, donde toda una ciudad, Ibagué, saldrá a votar un referendo para proteger su agua. Pero la gran mayoría están relacionados con actividades ilegales, como la minería criminal, que financia la guerra, corrompe a las instituciones y llena los ríos de mercurio.

Por eso, no es de extrañar que cada vez sea más común que Colombia sufra por agua. Como explica Julio Carrizosa, uno de los mayores conocedores de los recursos naturales del país, “lo que vivimos hoy es lo nuevo normal y lo anormal será vivir como antes”. El concepto del agua bendita, que durante muchos siglos fue solamente religioso, quizás nunca había tenido tanta relevancia.