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| Foto: Cristian Leguizamón

OBITUARIO

Daniela, la vida que la violencia absurda apagó

SEMANA revive este reportaje con la familia de la joven a la que un hombre le disparó cuando se bajaba de una estación de Transmilenio. Este domingo falleció.

5 de noviembre de 2017

Una canción de los Beatles suena todas las mañanas en la habitación de la Clínica Shaio en la que Daniela García Rincón permanece acostada y conectada a un respirador.

Los médicos han dicho que es muy poco probable que despierte del coma. Es más, si se tiene en cuenta que la bala rozó el tallo cerebral, esta chica de 21 años de edad que estaba a punto de graduarse de diseño en la Universidad de los Andes, podría quedar permanentemente en estado vegetativo.

Floralba Rincón, madre de Daniela. Foto: Juan Carlos Sierra / SEMANA

A esa idea tan difícil de digerir se ha tenido que acostumbrar doña Floralba Rincón, la madre de Daniela. Sentada en un parque muy cerca de la Clínica Shaio, adonde asiste religiosamente todos los días, esta mujer habla de la amargura indisoluble en la que vive desde esa noche del 18 de abril, cuando Daniela le escribió diciéndole que iba a tomar el Transmilenio rumbo a la casa. Pasaron 40 minutos desde ese chat cuando el sexto sentido de madre le indicó a Floralba que algo había pasado. Daniela ya no volvió a escribir.

A pesar del estado en el que se encuentra, hay posibilidades de que Daniela escuche y tenga algún grado de conciencia de la música que su hermana Lina María pone a sonar en la habitación de la clínica. De un pequeño bafle conectado a YouTube salen las canciones que a Daniela le gustaba tararear. Primero aparecen las notas de Let it be y al rato las de Yellow Submarine. Luego entran en escena, en medios de lo frío que puede llegar a ser un hospital, los Rolling Stone.

Si tan solo Daniela pudiera ver las cartas y los mensajes con los que sus amigos decoraron las paredes de la habitación, si pudiera ver los esfuerzos de sus padres y de su hermana por no dejarla sola, sabría lo que es el amor en su máxima expresión.

Pero aunque no vea, es posible que lo escuche todo. Y por eso Lina le cuenta historias mientras le acaricia el pelo y la mima. Le dice si amaneció lloviendo o con sol. Le cuenta de sus dificultades y alegrías de la vida cotidiana. Le pone en el televisor Cartoon Network, así como cuando eran niñas, como cuando Daniela ya decía que quería dibujar lo que veía en las caricaturas. “La idea es que se sienta tranquila y sepa dónde está”, dice Lina.

Floralba y Daniela. Foto: Juan Carlos Sierra / SEMANA

Floralba es una mujer valiente. Lleva dos meses viviendo el día a día, intentando no pensar en los posibles desenlaces de esta historia injusta. Teme que en cualquier momento le digan que Daniela no aguantó más. Para Floralba ya no hay mañana, es como si hubiera perdido la noción de futuro. Bloqueó el futuro para no sufrir.  “Esto es algo que de verdad no se lo deseo a nadie, es muy triste, es quedar sin piso, sin futuro, sin nada. Esto es peor que la muerte. Lo único que nos sostiene son las oraciones de la gente”, dice.

Daniela se iba a graduar en octubre. Estaba escribiendo la tesis de grado. Y haciendo las prácticas. Quería viajar al exterior y volver para montar su propia empresa. A Lina le había hablado en detalle del proyecto. No se trataba de enviar hojas de vida, sino de montar un taller galería en el que pudiera exponer sus dibujos. Ese era el mundo de ella: ilustrar cuentos para niños, películas.

Aun sabiendo lo complejo de la situación de Daniela, Floralba se aseguró de que no se le perdiera a su hija ninguno de los documentos con los que estaba elaborando la tesis. El computador está su lugar. También la tabla de skate, sus dibujos pegados a la pared de la habitación, los CD de los Beatles.

El futuro de Daniela cambió en esos 40 minutos en los que dejó de reportarse. Iba saliendo de las prácticas en la Universidad de los Andes. Tomó un Transmilenio y se bajó en la estación 21 Ángeles de Suba, cerca de su casa. Eran casi las 10:30 de la noche.

Floralba estaba esperando a que Daniela se reportara. Pero la que llamó fue la Policía. Le dijeron que su hija había sido trasladada al hospital de Suba, que había recibido un disparo en la cabeza. “Gracias a la Policía ella está viva en este momento, porque me la auxiliaron muy pronto”. Así relata Floralba aquella noche larga.

Daniela se había bajado de la estación en dirección al puente peatonal. En una cámara de seguridad quedó el registro de un hombre, de unos 22 años, piel trigueña, que la habría esperado debajo del puente, un lugar oscuro a esa hora. Lo que la familia cree es que Daniela se vio en una situación muy difícil, muy agobiante, como para haber opuesto resistencia. “Si hubiera sido por robarla, ella entrega las cosas y ya. Siempre nos dijeron eso desde chiquitas, que lo material se consigue”, dice Lina. De hecho, a Daniela no le robaron nada. O le robaron todo: su futuro.

En el hospital de Suba estabilizaron y operaron varias veces a Daniela. El tiro quedó alojado en la cabeza. Desde ese momento, el pronóstico no fue bueno. El dictamen médico –eso le dijeron a la familia- es que su hija no despertaría. Y ya han transcurrido dos meses. La Policía está ofreciendo una recompensa de 10 millones de pesos para quien dé información del paradero del hombre que disparó. Pero la justicia aún no llega. Para acabar de ajustar, Floralba ha tenido que instaurar varias tutelas para que la EPS se haga cargo de la atención de la joven. “Estamos pensando en que nos toca llevarla a una unidad de cuidados crónicos”, dice.

Las personas que reciben un impacto como ese mueren al instante o en la cirugía. Pero Daniela lo soportó. Es como si se aferrara a este mundo. Cada que la visita, Lina le hace cosquillas, le acaricia el pelo. Ahí, en esos momentos de intimidad, es que a Lina le sobreviene la esperanza, la idea de que su hermana despierte para terminar todos esos proyectos que dejó comenzados.

*Este reportaje fue publicado originalmente el 20 de junio de 2016.