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Pastor Alape, miembrodel secretariado de las Farc y uno de los negociadores de La Habana, fue el encargado de hacer un reconocimiento público de la responsabilidad de esa guerrilla en la masacre de Bojayá. | Foto: Jesús Abad Colorado

PAZ

“Ojalá algún día seamos perdonados”: FARC

El acto de contrición que hicieron las FARC en Bojayá es el hecho de paz más importante de este año en Colombia. Y una muestra de lo que será la justicia restaurativa.

12 de diciembre de 2015

Aorillas del río Atrato, en medio de la impenetrable selva chocoana, se empezó a escribir un nuevo capítulo de la historia del país: el de la justicia restaurativa. Las víctimas de Bojayá, Chocó, propiciaron el 6 de diciembre pasado una ceremonia para que los guerrilleros de las Farc asumieran su responsabilidad en la masacre ocurrida el 2 de mayo de 2002.

Aquel día, según recordaron los sobrevivientes, hubo fuertes combates entre guerrilleros del frente 57 y miembros del bloque Élmer Cárdenas de las AUC, estos últimos apoyados por fuerzas oficiales. En medio del fragor de la guerra, los paramilitares usaron al pueblo como escudo humano. Los insurgentes reaccionaron lanzando varios cilindros bomba de baja precisión, uno de los cuales estalló en la iglesia donde buscaban refugio cientos de civiles. La explosión fue salvaje. Perecieron 79 personas, de las cuales 48 eran niños, y casi todos los demás, ancianos. Las esquirlas dejaron heridas indelebles en otros 100 habitantes. El desplazamiento forzado de más de 1.000 familias destruyó los proyectos de vida de toda una generación.

Que las Farc viajaran a Bojayá a reconocer sin ambages su responsabilidad en esta tragedia es un hecho histórico. La delegación de guerrilleros, encabezada por Pastor Alape y Matías Aldecoa, y nutrida por miembros de los frentes que operan en Chocó, como Pablo Atrato, Erika Montero e Isaías Trujillo, llegó al filo del mediodía en un helicóptero del CICR, acompañada por garantes internacionales. Los insurgentes iban desarmados, vestidos de civil, con trajes sobrios, acordes con la ocasión. Se sentía en sus miradas algo de inquietud. Venían a enfrentar a una comunidad que con gran estatura moral estaba dispuesta a escucharlos.

Los líderes de las víctimas, junto a un grupo de testigos y acompañantes, trabajaron durante un año para organizar el encuentro. Ellos mismos decidieron que este sería un acto íntimo, sin periodistas, para garantizar que hubiera sinceridad y confianza entre las partes. Esa decisión permitió que aflorara la dimensión humana de todos los involucrados. Al llegar, la delegación de las Farc cruzó rápidamente el corredor principal hasta el templo donde tuvo un primer acercamiento privado con algunos de ellos.

El escenario donde transcurrió el acto no podía ser más dramático. La maleza cubría las ruinas de lo que alguna vez fue un centro de salud destruido por el fuego y el abandono. La maraña actuaba como testigo mudo de ese pasado infame. Al frente, una hilera de sillas donde guerrilla y gobierno, comunidad y garantes le daban la cara a un público local que esperaba con actitud erguida el desenlace de la ceremonia.

Para empezar, un chamán embera bañó con aguas rituales la cabeza de todos los asistentes. Primero a los de las Farc para limpiar sus ‘pecados’, luego las de los representantes del gobierno y las del resto del público. Minutos después las ruinas se convirtieron en el proscenio para una obra de teatro cargada de simbolismo que presentaron los jóvenes de esta comunidad. La pieza termina con una ofrenda para cada uno de quienes fallecieron aquel 2 de mayo, en la que también participaron con reverencia los miembros de la guerrilla.

A renglón seguido, un grupo de matronas, cantadoras del río Pogue, entonaron sus alabaos. Estos cantos tradicionales del Pacífico se usan en los funerales de los niños con la esperanza de que los conviertan en ángeles. Esos lamentos provenientes de madres adoloridas debieron penetrar en los oídos de la delegación insurgente con intensidad. En sus versos, las mujeres también increparon al gobierno por su desidia, y hasta a la prensa a la que le pidieron que “no borre la memoria”.

Unas 300 personas de la región estaban allí, bajo un sol tibio y clemente, con un aire de intensa solemnidad. A esas alturas esperaban la intervención de Alape, preguntándose sobre todo si usaría la palabra perdón. Para estas comunidades profundamente religiosas esa palabra está cargada de significado y, por tanto, no tiene sinónimo. En el diccionario de las Farc, sin embargo, este no es un término muy usado. Tal como lo dijo Timochenko hace pocos meses en una entrevista de televisión, el perdón es un concepto cristiano, y ellos prefieren hablar de reconocimiento de los errores.

Asumir la responsabilidad sobre los desastres cometidos en la guerra es un hecho político de gran importancia en la justicia transicional. Que los perpetradores de grandes crímenes admitan que actuaron mal, y reciban sanciones por ello, es esencial para que la sociedad los acepte nuevamente en su interior. En la justicia restaurativa, en cambio, el perdón es lo más importante, pues se trata del resarcimiento directo de los ofensores a los agraviados. Es un gesto de humildad y una forma de expiación. Por eso los habitantes de Bojayá, que solo han conocido la arrogancia de los fusiles, esperaban una solicitud de perdón que actuara como bálsamo para sus heridas.

El acto no dejaba de ser paradójico. En uno de los lugares más pobres y abandonados del país estaban asumiéndose como victimarios los representantes de un grupo que dice haberse alzado en armas por los más desfavorecidos. Cuando Alape tomó el micrófono y empezó a leer su discurso, los asistentes guardaron absoluto silencio. Era una sordina densa, llena de interrogantes y dudas. El jefe guerrillero no los decepcionó. Se entregó de corazón en un acto de contrición nunca antes visto en esta larga contienda. Sus palabras hicieron más profundo el ambiente trágico que se respiraba. “Nosotros también hemos llorado con respeto y honradez por la muerte inocente de quienes esperaban misericordia”, dijo con voz entrecortada.

En dos ocasiones debió suspender la lectura para contener el llanto y el temblor de su cuerpo estremecido por la emoción. La comunidad respondió a esa expresión de vergüenza y congoja con un mutismo compasivo. “Hace 13 años que pesa en nuestros hombros el dolor desgarrador que les afecta a todas y a todos ustedes (…) cargamos un peso angustiante que hiere el corazón de toda la guerrilla desde ese fatal desenlace que sigue retumbando en la memoria de todos”.

Las frases esperadas llegaron: “Sabemos que estas palabras, como lo hemos manifestado en varias ocasiones, no reparan lo irreparable, ni devuelven a ninguna de las personas que perecieron y tampoco borran el sufrimiento causado. Sufrimiento que se refleja en los rostros de todas y todos ustedes por quienes ojalá algún día seamos perdonados”.

Más que el discurso, la actitud sincera de Alape les dio algo de consuelo a los pobladores de Bojayá. El consuelo de que si bien el pasado es de hierro, el futuro no tiene por qué serlo.

Los voceros de las víctimas, por su parte, leyeron un documento muy estructurado en el que dejaron claras tres cosas. Primero, que la violencia los sigue acosando y están en permanente zozobra. Segundo, que faltan muchos actos reparadores no solo de la guerrilla, sino de otros actores igualmente responsables por los hechos ocurridos hace 13 años: el gobierno y los paramilitares. Tercero, exigieron a todos ellos respeto a su territorio y especialmente a su autonomía como grupos étnicos.

El alto comisionado Sergio Jaramillo cerró con una sentida intervención. Recordó que este encuentro fue una iniciativa que nació en La Habana, donde la Mesa de Conversaciones busca sin tregua un acuerdo que le ponga fin a la guerra. Reconoció “altamente” el gesto de las Farc y dijo además que “los paramilitares deben reconocer su responsabilidad y también el Estado, por la desprotección en que se encontraban las comunidades”. Al final, había que trascender los discursos, y por eso los miembros de la guerrilla y los líderes de las víctimas se reunieron a puerta cerrada para acordar otras acciones reparadoras. Las Farc se comprometieron también a que no habrá repetición.

La justicia restaurativa es uno de los ejes –no el único– de la nueva jurisdicción especial para la paz. Ella es una especie de puente para restablecer la humanidad compartida entre las víctimas y sus victimarios. Ese puente se empezó a construir en el Medio Atrato. De un lado estaba Alape acometiendo el acto más valeroso en su larga historia de combatiente. No tenía fusil, solo sus palabras. Del otro lado, una comunidad que no busca venganza, sino que las Farc y los demás grupos armados la dejen vivir en paz. Que la civilidad se instale por fin allí donde por tantos años ha reinado la barbarie.