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¿Fin de los partidos?

Las inscripciones de las listas para las elecciones demuestran que la reforma política no ayuda a fortalecer los partidos tradicionales.

11 de agosto de 2003

El miercoles 6 de agosto terminó el plazo para inscribir las candidaturas a gobernaciones, asambleas, concejos y alcaldías. Y aunque como en ocasiones anteriores se vivió el caos propio de la última hora, esta vez se vieron situaciones distintas a años anteriores. La razón es que la reforma política aprobada en julio cambió las reglas e introdujo modificaciones que afectan el sistema electoral, incluido el proceso de inscripción de los candidatos.

Hasta ahora cualquiera podía presentarse como candidato con el visto bueno de un partido o un movimiento político. Este simple hecho facultaba a los candidatos para estar en el tarjetón, con la consecuencia de que un mismo partido o movimiento podía quedar con varias listas y candidatos para un mismo puesto. Pero ahora la situación es diferente. Con la reforma política cada partido o movimiento tiene derecho a presentar una sola lista a las corporaciones y un solo candidato para las alcaldías y gobernaciones. Inicialmente esto llevó a pensar que los candidatos se pondrían de acuerdo para sumar fuerzas a fin de obtener el llamado umbral, es decir, el mínimo de votos para poder ser tenido en cuenta a la hora de repartir las curules. Pero el resultado fue distinto. Porque quienes dentro de esos partidos aspiraban a ser candidatos prefirieron lanzarse a nombre de otra fuerza antes que ceder en sus aspiraciones para fortalecer la unidad de su partido. Y la consecuencia es que éstos quedaron con pocas opciones en materia de candidatos. En muchos lugares el Partido Conservador y el Liberal tuvieron que echar mano de figuras tradicionales sin mayores posibilidades. Y en otros tuvieron que escoger desconocidos para los cuales una derrota significa un posicionamiento personal o una constancia histórica de participación.

Ese es el caso de Bogotá donde a excepción de Lucho Garzón, los candidatos que están en los primeros lugares de las encuestas, como Juan Lozano o María Emma Mejía, han estado siempre ligados al Partido Liberal e incluso han sido ya alguna vez sus candidatos oficiales. Sin embargo ahora inscribieron sus candidaturas como independientes. Por otro lado, Eduardo Pizano, quien siempre ha sido pastranista, hizo lo mismo. Por eso estos partidos tuvieron que acudir a fórmulas de emergencia. El Liberal echó mano de Jaime Castro, quien aunque ya fue alcalde también fue derrotado después, mientras que el conservatismo se conformó a última hora con Miguel Ricaurte, una figura que nunca ha tenido mayor renombre.

En el resto del país la situación no es muy diferente. En Boyacá, Caldas y Meta, por primera vez, no se presentaron aspirantes oficiales de los partidos tradicionales. Todos decidieron lanzarse a nombre de otros movimientos o partidos.

Pero así como la reforma política tuvo un efecto divisorio en los partidos tradicionales, respecto de las otras fuerzas la situación fue la opuesta. La razón es que la imposibilidad de que se presenten varias listas y candidatos dentro de un mismo partido generó la creación de otros grupos de diversa índole, que en la mayoría de los casos están conformados por personas que no encontraron en sus partidos una respuesta satisfactoria.

En el Partido Liberal la mayor disidencia se presenta por el lado del uribismo. Las fuerzas que apoyan al presidente Alvaro Uribe se han separado del partido y han pretendido identificarse con la persona y la ideología del primer mandatario. Pero no han logrado unirse sino que, por el contrario, se han dispersado. En la Costa el uribismo está representado por el movimiento Colombia Viva, integrado por liberales tradicionales que se dicen seguidores del Presidente. En el interior una nueva camada de parlamentarios, dentro de los que se encuentran el senador Rafael Pardo y la representante Gina Parodi, han intentado darle vida al Nuevo Partido. Se trata de una fuerza que, aunque arrancó con entusiasmo, no ha logrado despegar por divergencias entre sus fundadores. También están Colombia Siempre, del presidente del Senado, Germán Vargas Lleras, quien acompañó a Uribe en su campaña, y Cambio Radical, del cual hace parte la senadora Claudia Blum.

Pero si en el liberalismo llueve en el Partido Conservador no escampa. El Equipo Colombia encabeza la disidencia, liderado por el ex presidente del Congreso Luis Alfredo Ramos, quien obtuvo la más alta votación en las pasadas elecciones al elegir tres senadores en su lista y cuatro más en otras de su grupo. Ya elegido, a Ramos se le sumaron algunos colegas, lo que lo fortaleció al punto de que hoy su partido tiene candidatos a las gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos, incluyendo Bogotá, en donde su lista al Concejo está encabezada por el conservador Fernando López. También existen otras disidencias, como la del Movimiento Nacional de Gustavo Rodríguez.

Este mapa preelectoral permite afirmar que Colombia está viviendo cambios políticos profundos que se caracterizan por una creciente voluntad de participación, pero por fuera de las fuerzas habituales. Esta pérdida de confianza en los esquemas partidistas tradicionales, junto con las nuevas reglas, está dando paso a una nueva dinámica cuyos resultados todavía no se conocen.

Mientras tanto los partidos y movimientos que inscribieron candidatos tienen hasta el 14 de agosto para hacer cambios. A partir de ese momento empezará en forma la campaña de la primera elección en la que se emplearán mecanismos como el voto preferente, el umbral y la cifra repartidora (ver recuadro). Cuando se cuenten los votos se verá cuál es la fuerza real de los nuevos movimientos frente a los partidos tradicionales. Entonces se sabrá quién es quién electoralmente en el país pero, sobre todo, se verá cómo quedará conformado el mapa político de los próximos tres años en Colombia. Y si en realidad los partidos tradicionales habrán llegado a su fin.