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Los presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, y Corea del Sur, Lee Myung-bak, acompañados por sus esposas. | Foto: SIG

POLÍTICA

Gira de Santos por Asia: intimidades de un largo viaje

Semana acompañó al presidente Santos a su primer viaje por Asia. Después de 7 días de ofrendas florales, cumbres políticas, acuerdos de cooperación y reuniones con empresarios, la comitiva presidencial casi no vuelve completa.

Paula Durán, periodista de SEMANA
16 de septiembre de 2011

Pasadas las 8 de la noche, cuando la mayoría de las sillas ya estaban ocupadas por periodistas y asesores de palacio, el presidente Juan Manuel Santos, su esposa y sus dos hijos se montaron al avión presidencial, un tanquero gris Boeing 767 Jupiter de la Fuerza Aérea con destino a Tokio. Le esperaban 23 horas de viaje para pisar por primera vez el oriente como presidente. “¿Alguno de ustedes ya ha ido a Asia?”, preguntó al montarse. Pocos habían cruzado el Pacífico.
 
Precisamente ese continente milenario ha sido una de las obsesiones más viejas y recurrentes del presidente Santos. Desde los años setenta, cuando trabajaba en la Federación Nacional de Cafeteros en Londres, descubrió el potencial de esa región. Luego, en el gobierno de Cesar Gaviria, como ministro de Comercio Exterior, lideró la primera delegación de empresarios colombianos al país nipón. Y apenas llegó al poder, confesó que una de sus metas era lograr una alianza con los países del Pacífico para expandir el comercio y lograr ingresar a la Apec. Pero las intenciones no comprometen y trece meses después de su posesión era el momento de visitar Japón y Corea del Sur. Fue el primer presidente Colombiano en ir a Corea del Sur en visita de Estado desde Virgilio Barco (quien se enfermó apenas llegó a Corea) y el primer mandatario latinoamericano en entrevistarse con el primer ministro Yoshihiko Noda en Japón. Y el balance es positivo. “Los sueños se van cumpliendo”, dijo el jefe de Estado, satisfecho de haber estrechado lazos con una de las regiones más dinámicas del mundo.
 
Pocos saben lo que implica que un presidente salga del país. Se despliega una logística gigantesca que se controla desde Palacio, la Cancillería y las embajadas. La agenda se empieza a organizar con un mes de anticipación y faltando una semana, funcionarios y militares viajan al destino del presidente para planear hasta el más mínimo detalle. No se les puede pasar la lista de invitados, la agenda, los cuartos de hotel, los carros, los chips de seguridad y hasta los esferos que se utilizan en la firma de los acuerdos. La organización es tan estricta que hay un funcionario dedicado a verificar que ninguna maleta se pierda. Y aunque es imposible, se tratan de evitar los teléfonos rotos, porque siempre hay un invitado que sobra y uno que falta. Es una sincronización que impresiona a cualquiera. Cuando Santos se monta al avión, no se imagina lo que han sudado los capitanes, coroneles y expertos de protocolo para que el viaje no tenga un tropiezo, lo cual es casi inevitable. Son expertos en manejar las crisis.
 
En sus horas en el aire, el presidente pasó revista de los temas con los ministros Cardona, Rodado y Díaz-Granados. También usó las horas de vuelo para revisar los discursos del viaje que vienen casi listos desde Bogotá, leer revistas y prensa internacional (la última edición de The Economist) y ojear una que otra biografía de grandes líderes. Actualmente esta leyendo una sobre el exmandatario norteamericano Teddy Roosevelt.
 
La comitiva que viajó con el presidente —que incluye a su secretario privado, edecán, escoltas y altos consejeros— es la que siempre lo acompaña a sus periplos. Ya le cogieron el tiro a los viajes, aunque admiten que vuelven agotados. Cada uno tiene una fila de tres sillas para descansar y después de una charla corta, todos tratan de conciliar el sueño. La esposa del presidente hizo una ronda por el avión, saludó a escoltas, azafatas, periodistas e invitados con una sonrisa y se aseguró que todo estuviera en orden. A veces trae regalos para compartir y reparte chocolates.
 
Después de un rato, las voces se callaron, cada quien se tapó con su cobija de la Fuerza Aérea y las luces se apagaron. El descanso era obligatorio porque la agenda presidencial no daba ni para respirar y mucho menos en Japón, donde la puntualidad es un asunto de estado.
 
Cada tanto su edecán, Yasuji Imai —que se convirtió en la otra estrella del viaje presidencial a oriente porque coincidencialmente tiene descendencia y rasgos japoneses (aunque nació en Cali y le gusta la salsa)—, le pasaba documentos al “pre”, como le dicen en Palacio. Ya lo conoce y dependiendo del cansancio de Santos va hasta su sala privada y le entrega una carpeta con papeles. El presidente hace la tarea y busca detalles de la cultura e historia de los países que va a visitar. Por ejemplo, dice que la política japonesa se parece al sumo porque piensan y analizan durante mucho tiempo antes de tomar una decisión, pero cuando la toman, no hay marcha atrás. Tal como pasa en una pelea de Sumo. Es curioso, hace preguntas y se cuida de saber exactamente de qué tema trata cada reunión, con quién es la audiencia y exactamente cómo debe referirse a sus homólogos. Nada queda en el aire.
 
El cronómetro empezó a correr desde el momento que el avión tocó el suelo en el aeropuerto de Haneda en Tokio y sólo se apagó ocho días después en el puerto de Busán, cuando se inició el regreso a casa. Fue una maratón que se cumplió minuto a minuto. Visitó al primer ministro japonés, se entrevistó con el emperador, dictó conferencias, desayunó con empresarios, atendió a los medios locales, almorzó en el parlamento, recibió una fastuosa ceremonia de honores en Corea —en agradecimiento con Colombia por el apoyo del Batallón Colombia—, firmó casi una docena de acuerdos, presentó proyectos y oportunidades en infraestructura y minas, visitó la zona de frontera con Corea del Norte, presentó una ofrenda floral en el museo de la guerra de Corea, celebró el cumpleaños de su hijo mayor, montó en helicóptero y en tren bala y recorrió complejos industriales y puertos. Siempre lo acompañan dos altos asesores de palacio y la canciller María Ángela Holguín, que aunque llevaba un mes volando por el mundo tenía las pilas puestas. Ellos tres van a todo.
 
Las reuniones eran demoradas porque el japonés y el coreano no son idiomas fáciles, y se necesitaba un intérprete. Todo se demoraba el doble. Por esto la paciencia era clave, aunque se fue acabando a lo largo de los días. La comunicación con los locales no era una cuestión simple. En los discursos, Santos repitió el mismo mensaje: explica las 5 locomotoras, habla de la baja en la tasa de secuestros, explica la Unidad Nacional, elabora un panorama sobre el buen momento económico que vive América Latina y explica las posibilidades de comercio y cooperación con Colombia. Es un discurso básico que ya conoce bien y que repite sin mucha dificultad. Al final del día, después de más de cinco discursos, con alguna cita de Seneca o sus pares, el presidente parece volar en piloto automático.
 
A Santos también le alcanzó el tiempo para turistear. Se escapó a ver una pelea de Sumo, comió en un restaurante típico —le encanta la comida asiática— y paseó como cualquier turista por las calles de Tokio. Su esposa y sus hijos participaron en la ceremonia tradicional del te vestidos con kimono y de samurais como parte de su agenda. Y en un almuerzo en la casa de la embajadora Patricia Cárdenas, el ambiente parecía casi de almuerzo familiar.
 
La visita había sido productiva, cordial, diplomática y sin novedad. Las oportunidades de negocio abundaron, al igual que los tratados políticos. Pero faltaba la anécdota. Y esta vez el protagonista fue Darío Fernando Patiño, director de Noticias Caracol. El último día en Seúl, subió a su habitación en el último minuto y la comitiva, que iba a tomar un tren bala hasta la ciudad industrial de Busán, lo dejó. Pasó el resto del día perdido en Seúl sin pasaporte ni pila de celular tratando sin éxito de alcanzar a la caravana pero nunca lo logró. No llegó a la estación de tren, no llegó a las fábricas industriales y no llegó a los puertos. Casi no llega. Apareció en el último momento, cuando el presidente ya estaba en el avión listo para volver a Bogotá. Y en la memoria de muchos, no quedará registrado el primer viaje a Asia en el avión presidencial. Sólo quedará la cara de alivio de Patiño al subirse al avión. Porque perderse por allá no es como lo muestran en las películas.