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Goles, no dólares

A pesar de su crecimiento a nivel aficionado el fútbol profesional no acaba de pegar en Estados Unidos.

3 de julio de 2000

A medida que se acerca el campeonato Euro 2000 y que el continente vuelve a caer presa de la locura futbolística también retorna una vieja pregunta: ¿Será que alguna vez los norteamericanos aprenden a amar el fútbol —el fútbol europeo— o será que los ritmos del balompié son definitivamente ajenos al espíritu norteamericano?

El fútbol es el cuarto deporte más popular en los patios de recreo de los colegios norteamericanos después del basquetbol, del voleibol y del softbol y constituye la actividad recreativa de mayor crecimiento en la aceptación de los colegiales. Estados Unidos ha sido la sede de dos exitosos campeonatos mundiales de fútbol y está emergiendo rápidamente como una potencia internacional. Parecería que estuviera asegurado el lugar del fútbol entre los pasatiempos consagrados de los norteamericanos.

Sin embargo, cuando ya se trata de sostener una liga profesional propia, los norteamericanos se mantienen en la indiferencia total. Los equipos de la Major League Soccer (MLS), sucesora de la Liga Norteamericana de Fútbol (NASL), siguen jugando ante asientos vacíos. Es verdad que tanto Los Angeles Galaxy como los actuales campeones, DC United, han cultivado un público reducido en número pero de profundas lealtades, también es cierto que la calidad del juego ha aumentado significativamente. Seamus Malin, el más famoso analista de fútbol de Estados Unidos, observa que la MLS es actualmente una liga de segundo orden con buena credibilidad. Afirma que muchos de sus equipos podrían jugar exitosamente contra los europeos. Pero aunque durante su temporada inaugural la MLS logró atraer 17.000 espectadores por partido, actualmente solo reúne 14.000 en promedio. Su desempeño en televisión es aún peor: prácticamente no alcanza a aparecer en los ratings.

Esto de venderles fútbol a los norteamericanos requiere paciencia, dicen los ejecutivos de la MLS. Ante todo desean evitar que se repita la experiencia de la NASL, que tuvo que cerrar en 1984. Dicen que la NASL dependía demasiado de un equipo de estrellas como era el Cosmos de Nueva York y de su derrochador propietario, que era la Warner Communications. El Cosmos contaba con una nómina de jugadores que incluía a Pelé, Franz Beckenbauer, Carlos Alberto y otras varias leyendas vivientes que, aunque no estaban ya en su edad más lozana, eran capaces de generar entretenimiento de la mayor calidad. El hecho es que cuando la Warner perdió interés en el fútbol simplemente desarmó el equipo Cosmos y con él la liga norteamericana.

Teniendo en cuenta las sumas que cobran los grandes jugadores internacionales, la MSL no tiene la posibilidad de importar superestrellas. Cuenta con algunos extranjeros famosos pero está convencida de que los norteamericanos quieren ver jugar a norteamericanos y que su función consiste en volverse un vivero de talentos locales.

Pero justamente está resultando cada vez más difícil mantener en casa a los talentos nacionales. La ausencia de una competición de nivel internacional hace a la liga poco interesante, aparte de que la paga no es nada competitiva. Con el fin de limitar los costos (o, por lo menos, de reducir el desangre, ya que la MLS reportó pérdidas mayores de 100 millones de dólares durante sus cuatro primeras temporadas) la liga le puso un tope a los sueldos: 1,73 millones anuales por equipo y 270.000 anuales por jugador, aunque ocasionalmente autoriza excepciones para importar futbolistas extranjeros. Por todo lo anterior los mejores jugadores norteamericanos, como Joe-Max Moore, Claudio Reyna y Tony Sanneh, se han ido al extranjero. También están desertando las promesas más jóvenes, como Landon Donovan, aclamado como el jugador estrella del torneo sub17 de Nueva Zelanda el año pasado, que se va a jugar ahora con el equipo alemán Bayer Leverkusen. Otro juvenil muy prometedor, DaMarcus Beasley —el más cercano competidor de Donovan en Nueva Zelanda— se mantiene aún con el Fire de Chicago pero parece estar atrayendo fuertemente a varios equipos europeos, entre los cuales están el Arsenal, el Barcelona y el PSV Eindhoven. Es probable que sea sólo cuestión de meses antes de que el joven mediocampista tome el avión que lo conduzca hacia canchas más prometedoras.

Es posible que las deficiencias de calidad que aún se aprecian en la MLS estén ahuyentando a los hinchas. Sin embargo lo más factible es que los norteamericanos estén encontrando al fútbol demasiado lento y exasperante. Este deporte ofrece 90 minutos de marcadores limitados y frustraciones, en tanto que el basquetbol garantiza 48 minutos de continuas anotaciones, con frecuencia espectaculares. Los norteamericanos, de proverbial impaciencia, parecen preferir las mayores gratificaciones que les brindan los deportes de elevados marcadores.