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El presidente Santos encabeza los escenarios de primera y segunda vuelta con amplia ventaja. No obstante, su intención de voto no supera el 30 por ciento.

POLÍTICA

Una encuesta de indecisos e ‘indignados’

Hoy casi la mitad de los colombianos no sabe por quién votar o votará en blanco en las elecciones presidenciales de 2014.

30 de noviembre de 2013

Tras la inscripción oficial del presidente Juan Manuel Santos como candidato a la reelección, el panorama para los comicios del próximo año se decanta. Los resultados de la primera medición de la encuesta Colombia Opina muestran que en esta grilla de partida el primer mandatario arranca con clara ventaja. En cuatro distintos escenarios el actual ocupante de la Casa de Nariño lidera la carrera y supera por más del doble del apoyo a su inmediato seguidor, el uribista Óscar Iván Zuluaga. En un lejano tercer lugar aparece la aspirante del Polo Democrático, Clara López.

Las buenas noticias para Santos también se extienden a su favorabilidad y al clima de opinión del país. Tras la temporada de paros, la imagen presidencial había caído a un 29 por ciento en la medición de septiembre, número preocupante ad portas de iniciar la campaña reeleccionista. En noviembre, el jefe del Estado subió 15 puntos porcentuales para alcanzar un 44 por ciento de favorabilidad. Si bien un porcentaje mayor de colombianos sigue rechazando al mandatario, el 46 por ciento, el aumento constituye sin duda una posición más cómoda.

En idéntica proporción, 15 puntos, se mejoró el ánimo de la Nación. El mismo descontento social que tumbó la favorabilidad del gobierno se expresó en altos niveles de pesimismo. Solo uno de cada cuatro colombianos pensaba que el país marchaba por buen camino. Para noviembre, esa cifra sube a cuatro de cada diez. Una imagen personal más positiva y una sociedad un poco más optimista contribuyen favorablemente a los mensajes de la campaña de reelección santista.

La Gran Encuesta perfila así mismo el pulso entre Santos y el uribismo como el protagonista de la contienda presidencial. Los candidatos de las opciones distintas a estas dos tendencias, la izquierda con Clara López y Aída Abella y la Alianza Verde con Antonio Navarro y Enrique Peñalosa, registran cada uno por debajo del 6 por ciento. En distintos escenarios una eventual alianza de estas alternativas no alcanzaría a desplazar a Óscar Iván Zuluaga del segundo lugar.


Este panorama contrasta con mediciones realizadas durante este año que abrían el espacio político para una tercera fuerza diferente al gobierno y a los uribistas. La indecisión y la demora de estas corrientes políticas en establecer mecanismos para elegir una candidatura única ya están empezando a pasarles cuenta de cobro en los sondeos.

Otro resultado por destacar es que, ante los bajos niveles de intención de voto del presidente Santos que en ningún caso superan el 30 por ciento, lo más seguro es que haya segunda vuelta para mediados de junio. En esta eventualidad el primer mandatario también encabeza los escenarios contra ocho oponentes de distintos partidos. Santos captura un porcentaje mayor de respaldo que sus contradictores pero solo llega al 40 por ciento del electorado.

Lo anterior conduce a uno de los datos más sorprendentes de esta primera medición de La Gran Encuesta para las elecciones presidenciales de 2014: el porcentaje de los indecisos y del voto en blanco. Estas dos opciones compiten cabeza a cabeza con los guarismos del presidente Santos: mientras el mandatario registra 26 por ciento de intención de voto, el 23 por ciento afirma que votará en blanco y uno de cada 4 encuestados aún no sabe por quién votar. Sumadas estas dos alternativas bordean el 50 por ciento del electorado y reflejan un fenómeno que amerita análisis.

A primera vista, estos dos bloques de votantes no deberían preocupar a nadie, y mucho menos a las campañas en la contienda. Por lo general, la proporción de indecisos se va decantando conforme los ciudadanos conocen a los candidatos y al final se reduce a unos pocos puntos porcentuales en el día de elecciones. En cuanto al voto en blanco es una alternativa de protesta para una porción reducida de electores y también termina en un porcentaje pequeño sin ser definitivo en determinar el ganador.

Sin embargo, lo sorprendente de esta primera medición es precisamente el alto porcentaje que registran ambas opciones. La mejor comparación posible es con la campaña de 2006 que tuvo como protagonistas al entonces presidente Álvaro Uribe en reelección y a varios candidatos opositores del liberalismo y la izquierda. En octubre de 2005, en la primera Gran Encuesta, los indecisos marcaron el 7 por ciento y el voto en blanco, 6 por ciento. La segunda medición, realizada en enero de 2006, muestra a los primeros en 13 por ciento y a éste último, en 5 por ciento.

Ocho años después, en un escenario de reelección presidencial, los registros de indecisos se duplicaron y los del voto en blanco se multiplicaron por más de cuatro. Una de las razones de ese comportamiento estaría en la diferencia de popularidad entre el entonces presidente Álvaro Uribe y el hoy presidente Santos. No obstante, tanto Uribe en 2006 como Santos hoy encabezaron sus respectivos sondeos. Al fin de cuentas, en general en las reelecciones los gobernantes en ejercicio arrancan con gran ventaja sobre sus competidores.

Las razones detrás de los votantes en blanco y de los que aún no saben no son las mismas. Mientras los primeros tienden a reflejar insatisfacción con la oferta política existente, los segundos no conocen lo suficiente a los candidatos para estar convencidos. 

En otras palabras, el voto en blanco es un mensaje político de crítica mientras los indecisos son, en teoría, susceptibles de persuasión por todas las campañas, incluida la del presidente-candidato. En un año como 2013, marcado por los paros, las protestas sociales y la beligerancia ideológica, la insatisfacción y la falta de convencimiento se traducen en bloques con apoyos tan altos como el del presidente de la República.

Si bien, en la práctica, Santos no compite contra el voto en blanco, su alto porcentaje recoge esos altos índices de rechazo a su gestión. Esa misma lógica aplica para los indecisos. Que un mandatario, con todo el poder del Ejecutivo detrás, no supere el 30 por ciento de intención de voto, a menos de seis meses del día de elecciones, no solo debe preocupar a su campaña sino también alentar a los opositores a capturar ese espacio para crecer.

No obstante, esa falta de persuasión afecta también a los uribistas y a los aspirantes de la tercería. Sus bajos registros muestran su incapacidad para canalizar el descontento y convertirse en estandartes de una alternativa a la Casa de Nariño. En los comicios de 2006, el antiuribismo terminó fluyendo hacia el Polo Democrático y otra porción al liberalismo y el voto en blanco terminó con menos de 2 por ciento del total de la votación. Los altos respaldos al voto en blanco y a la opción de indecisos ratifican tanto una molestia de una parte sustancial del electorado con las candidaturas actuales como una inconformidad con las cartas de la oposición.

Para el uribismo y la izquierda, que tuvieron en 2013 muchas oportunidades de criticar al gobierno en la economía y el proceso de paz, este es un escenario preocupante. El éxito de la oposición en una campaña con reelección es consolidar una alternativa clara y contundente al presidente en ejercicio. Mientras más indecisión haya, menos fuerza tiene ese mensaje. 

Pero a Santos tampoco le conviene este fenómeno. Ganar en una segunda vuelta con poco apoyo no contribuye a la necesaria gobernabilidad para un siguiente periodo que desde ya se perfila complicado. Habrá que esperar las siguientes mediciones de La Gran Encuesta para ratificar si esta combinación de indecisos e indignados desempeñará un papel mayor en 2014 más allá de solo mostrar el descontento de 2013 en Colombia.