Home

Nación

Artículo

NACIÓN

La familia víctima de Guacho que huye desde hace tres años

Hace tres años ocurrió una masacre en Llorente, Tumaco a manos de alias Guacho. Hoy los sobrevivientes buscan justicia fuera del país para este caso que les dejó heridas profundas que no han sanado.

25 de abril de 2018

La amenaza más reciente la recibió hace 15 días. Una llamada a su teléfono personal y una voz que se presentó como alias Guacho le pedía un favor urgente, de vida o muerte. Josmar Basante, un odontólogo nariñense, tendrá nuevamente que moverse por algún lado del país con su hijo y sus tres escoltas que siempre lo acompañan. Ya no recuerda exactamente cuántas veces ha tenido que cambiar de domicilio. Pero sí recuerda el terrible episodio que lo ha llevado a correr con miedo, por cielo y tierra, con tal de salvar su vida y la de sus dos hijos, lo único que le queda.

Fue el 6 de agosto de 2015, cuando once hombres armados entraron a su casa en la vereda Llorente del municipio de Tumaco. Josmar no se encontraba en su hogar. Andaba en Pasto cumpliendo con un diplomado en plantología. A las ocho de la noche una llamada lo paralizó y le congeló el cuerpo: era su sobrino y lo único que le pudo escuchar fue que había hombres con armas que lo estaban buscando. Eso fue minutos antes de que el fuego se desatara adentro.

El sobrino de Josmar se alcanzó a esconder en un tanque de agua arriba en el tercer piso. Y cuando escuchó la balacera pidió auxilio, llamó a la mamá para que mandara a la Policía o el Ejército porque presentía que los iban a matar, pero nunca llegaron. "Golpearon a mis hijos, a mi esposa, y empezaron a buscar supuestas caletas y dinero”.

Puede leer: El Gral. Naranjo y Ariel Ávila le ponen la lupa a la implementación del Acuerdo de Paz

Guacho era uno de esos once hombres que estaba adentro. Pidieron los armados que ninguno los mirara a los ojos, pero la hija mayor no hizo caso ni se dejó intimidar, con sus ojos apuntando a los hombres alcanzó a contar y a reconocer a algunos. Luego siguió un desastre.

Su hijo recibió 13 disparos, uno de ellos le soltó la mandíbula; y su hija recibió varios golpes y otros nueve balazos. Pero por increíble que parezca, hoy ambos siguen respirando.

Pero su esposa y su yerno no.

Desde que el frente disidente de las Farc Oliver Sinisterra secuestró a tres ecuatorianos, todos trabajadores del diario El Comercio, el nombre de Guacho comenzó a oírse con mayor frecuencia en los medios de comunicación. Todos lo presentaban como un hombre se sangre fría que era capaz de lo peor. Y luego de varias semanas de incertidumbre, la tesis de que era un sanguinario se confirmó: los dos periodistas y el conductor del periódico ecuatoriano fueron asesinados.

El hecho conmocionó a dos naciones y puso en jaque a una frontera. Desde ese día, por todos los medios las Fuerzas Armadas de ambos países trabajan de la mano con el fin de capturar a Guacho.

Lenín Moreno, presidente de Ecuador, ofreció 100.000 dólares de recompensa para quien dé información sobre el autor de las muertes del periodista Javier Ortega, el fotógrafo Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra.

Le recomendamos: Tumaco, la odisea de erradicar en el pueblo con más coca de Colombia

Guacho se llama Walter Arizala, nació en Limones, Ecuador. A los 15 fue reclutado por las Farc, a los 25 ya sabía cómo era la movida del narcotráfico del sur del país y a los 27 se separó de la guerrilla porque, según le dijo a RCN, le parecía que había desigualdad en el proceso de paz para los combatientes rasos.

Vidas que penden de un hilo

Poco se acuerdan los hijos de Josmar luego de esa ráfaga de disparos que recibieron. Un conocido pasó en su camioneta, recogió a la familia y a todo acelerador tomó carretera con el fin de llegar a Tumaco lo más pronto posible para que los atendieran. Allí hicieron el trabajo de urgencias, pero nada más se podía hacer. Josmar pagó una ambulancia para que a toda marcha llegara a Pasto.

Allí, dice él, ocurrió el milagro. Sus hijos vivirían, pero su esposa y su yerno no correrían con la misma suerte. Lo que pasó después fue un calvario de movimientos y trasteos. De Pasto a Cali, dos horas de espera y luego en Bogotá, luego para Buga, de nuevo a Cali, y de nuevo a Pasto.

Desde entonces, atormentado por esa pesadilla del pasado ha intentado pedir auxilio en la Fiscalía y en la Procuraduría para que escuchen su caso y se haga justicia pero “justicia para la persona del común no existe en este país, por eso pido que mi caso llegue a las manos de la justicia internacional”, dice mientras aguanta el dolor que le provoca recordar.

***

Pero antes del dolor de la masacre vino la angustia. Josmar decidió comprar el predio donde funcionaba en arriendo su consultorio odontológico y su droguería. Pero a Ramón, la expareja de la vendedora, no le gustó la idea de ese negocio. Hasta ahí, el odontólogo Josmar, solo soportaba los cortes de agua y la basura que Ramón le tiraba.

En otro negocio, de otro predio, algo más sospechoso pasó. Su casa, que queda por el sector de Vaquerita, tenía un nuevo vecino. Agapo, se hacía llamar. Al principio se mostraba como una persona amigable, pero todo cambió cuando este invitó al odontólogo a que fueran en busca de una caleta. “Pero no le puede contar a nadie”, le dijo. Lo primero que hizo fue contarle a su esposa. Y su respuesta fue, con miedo, que esa caleta tenía dueño. Desde entonces Agapo cambió. Y a las dos semanas ya tenía su primera amenaza.

“Yo puse esa denuncia en el Gaula. Tuvimos un conflicto y ahí descubrimos que era socio de Guacho. Lo descubrimos por las mentiras y porque permanecía con él ahí en el lago cerca a mi casa. Una vez resulta que yo limpiaba una parte del lago y me atacó con la pistola, me pegó con la cacha. Me dijo que no pusiera ninguna denuncia porque me iba mal”, narra.

Incluso, recuerda que la guerrilla por esa época imponía multas a quien disparara su arma al cielo. Pero curiosamente, la medida no aplicaba para Agapo y Guacho, quienes se dejaron ver una que otra vez charlando y tomando cerveza.

Le sugerimos: Guacho, la cara de la violencia en el Pacífico

"Un día llegó un tipo diciendo que iba a hacer que cerráramos la clínica y teníamos un tiempo limitado para irnos", cuenta. Le contaron a unos amigos, y sin temor llegaron a El Playón, selva adentro, para conversar con comandantes de las Farc: Ferney alias El Pollo, y Alexis, alias Tachuela. Ninguno se opuso a que la clínica se volviera a abrir y que investigarían a Guacho.

Agradecido con la Virgen de las Lajas, abrió de nuevo su consultorio. Sin embargo, el terror de Guacho apareció de nuevo. Preguntó por qué estaba abierta la clínica, que él no había dado ninguna orden, que esa era su zona y que no conocía a ningún Tachuela ni Pollo.

El día de la horrible noche dos moteros preguntaron por Josmar, quien estaba en Pasto en su diplomado, asustados, decidieron irse y a la media hora Guacho volvió exigiendo que la clínica se cerrara. La esposa de Josmar le dijo que llamaría personalmente a Tachuela para comunicarle que tenía permiso de abrir su consultorio. “Yo no conozco a ningún hijueputa Tachuela”, fue su respuesta.

Luego se desató lo peor para Josmar y su familia.

Pero ¿por qué los narcos y disidentes se ensancharon con Josmar? Un investigador que trabajó en la zona tiene sus conclusiones. Luego de varios meses atando cabos con lupa ha intentado armar una telaraña oscura como es el narcotráfico en la zona con más cultivos ilícitos en Colombia. Pero solo es la punta del iceberg de un caso muy puntual.

Le puede interesar: “Mis recuerdos en la universidad con Javier, uno de los periodistas ecuatorianos asesinados”

No es solo el tráfico de droga, sino la corrupción de las autoridades, quienes se podrían beneficiar de los cargamentos que salen del puerto, unos con un azul más intenso en la prueba de identificación (PIPH) que otros. Los narcos mandan un cargamento ‘anzuelo’ hecho con residuos de la droga que se reporta mientras que otro, con cocaína de alta pureza, sale del país. Pero ante un accidente, un lote anzuelo se perdió y las autoridades descubrieron la estrategia.

El dueño era alias Calavera, quien para recuperar su dinero, tuvo que recurrir a extorsiones con mayor frecuencia y con valores altos. Y el encargado de eso era Tachuela y este le ordena a Guacho.

La larga cadena de conflictos va en un odontólogo nariñense, acompañado siempre de sus escoltas que le asignó la Unidad de Protección Nacional y que busca por todos los medios justicia para su caso y tranquilidad para sus dos hijos, a quienes piensa sacar del país para que puedan “volver a tener vida”.