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GUERRA FRIA

Hielo total ente Samper y Gavaria empieza a preocupar a los observadores políticos.

7 de noviembre de 1994

CUALQUIER PERIODISTA QUE POR ESTOS días llama a algún miembro del gobierno y le pregunta si es verdad que hay un distanciamiento entre el presidente Ernesto Samper y su antecesor César Gavina, encuentra siempre la misma respuesta: "Por el contrario, lo que hay es un acercamiento. Las relaciones entre los dos nunca han estado mejores". Si se habla con el campo de César Gaviria, la reacción no es muy diferente. "Hombre, si se reunieron en Washington cuando Gaviria se posesionó en la OEA, y se encontraron después en Nueva York, cada reunión no pudo haber sido mejor. Lo que pasa es que hay algunos amigos de Gaviria que quieren que le vaya mal a Samper y algunos amigos de Samper que quieren que le vaya mal a Gaviria. Pero ellos dos no están metidos en ese juego".

Frente a tanto despliegue de diplomacia, la conclusión de estas dos corteses negativas es bastante obvia: las relaciones entre Ernesto Samper y César Gaviria no podían estar peor. O por lo menos, no podían haber estado peor hasta la semana pasada, porque la verdad es que al cierre de esta edición las dos partes estaban haciendo esfuerzos sinceros para derretir el hielo.

Los orígenes de este distanciamiento son conocidos. En primer lugar, existe un problema de química. El actual presidente y su antecesor, nunca han sido especialmente cercanos, a pesar de haber sido compañeros de partido y conocidos desde hace años. Menos aún desde 1989, si se tiene en cuenta que Samper consideraba que era el primero en la fila india después de Luis Carlos Galán, y con motivo de la muerte de éste, Gaviria se lo saltó, lo venció en la consulta liberal y acabó llegando como un paracaidista a la Presidencia de la República.

Desde entonces sus relaciones han oscilado entre pésimas y aceptables, con crisis como las de los enfrentamientos por la apertura o las memorias de Mauricio Vargas. El peor momento, en épocas más recientes, llegó con el cuasi empate de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, del cual el campo samperista responsabilizó al gobierno por una supuesta simpatía con Andrés Pastrana, cargo que rechazó Gaviria aduciendo la neutralidad presidencial.

Pero, finalmente, Samper ganó la presidencia y se pensó que todas estas fricciones quedarían atrás. Sin embargo, esto no ha sucedido, y para decir verdad, desde el cambio de gobierno el 7 de agosto, han tenido lugar varias situaciones que le han echado gasolina al fuego, al punto de generar casi un incendio.


LAS RELACIONES CON ESTADOS UNIDOS

Quizás el tema de mayor trascendencia, por sus efectos sobre numerosos aspectos de la realidad nacional, es el de las relaciones con Estados Unidos, las cuales han estado en el centro de la polémica. La verdad de a puño es que éstas se han deteriorado rápida y gravemente por cuenta de diversos episodios como la política de sometimiento, la polémica sobre la legalización de la droga, la controversia alrededor del ex fiscal Gustavo de Greiff, el escándalo de Juanchaco y recientemente los narcocasetes. Ante la gravedad que ha adquirido esta situación, cada una de las partes le echa la culpa a la otra.

Pero esta tensa relación entre los dos países acaba de atravesar un nuevo y difícil entrevero que calentó los ánimos entre gaviristas y samperistas. Se trata de la solicitud hecha en reiteradas ocasiones por el gobierno de Estados Unidos al de Colombia para participar en una misión de mantenimiento de la paz en Haití.

Todo arrancó el pasado 10 de junio, cuando el subsecretario de Estado Strobe Talbott pasó por Bogotá, procedente del sur del continente con destino a Washington y se reunió con el entonces presidente César Gaviria. Durante la audiencia, Talbott le preguntó de frente si Colombia estaría dispuesta a enviar policías para integrar una fuerza multilateral de mantenimiento de la paz y reconstrucción en Haití, después de un eventual retorno de la democracia. En ese momento no se había hablado concretamente de invasión, y en consecuencia Gaviria respondió que, si bien Colombia había tenido una tradición de participar en operaciones de ese tipo coordinadas por las Naciones Unidas y que él como presidente lo haría, le quedaba imposible decidir ya que su mandato estaba terminando. De tal manera, Talbott entendió que la petición se le debía hacer al sucesor de Gaviria, quien sería el encargado de tomar esa decisión.

Después del triunfo de Samper se presentó el escándalo de los narcocasetes. Para neutralizar sus efectos y a los pocos días del desplante que la DEA le hiciera al director de la Policía, el general Octavio Vargas Silva, el Presidente electo envió a los ministros designados de Justicia, Defensa y Relaciones Exteriores a Washington. Estos se reunieron con Alexander Watson, subsecretario de Estado para América Latina y en el curso de la entrevista el norteamericano les preguntó si estarían dispuestos a mantener la posición de participar en la fuerza de reconstrucción en Haití. Los ministros respondieron que estudiarían la solicitud y que, de todos modos, Colombia tendría una respuesta constructiva al respecto.

La tercera intentona norteamericana la hizo Watson con el propio Samper, cuando este último ya había asumido el mando. Al encontrarse a comienzos de septiembre en la ceremonia de posesión del presidente Ernesto Pérez Balladares en Panamá, el subsecretario de Estado volvió con la misma pregunta, pero esta vez con una variación: los policías colombianos reemplazarían a los soldados norteamericanos hasta la llegada de la misión de reconstrucción de Naciones Unidas. Al escuchar la idea, el presidente colombiano no se mostró muy convencido y dijo que le parecía un poco complicada, a la luz de la realidad nacional. Eventualmente, afirmó que estaría dispuesto a enviar policías para participar en lo que se conoce como las peace keeping forces, pero solo para la fase de reconstrucción, si se llegaba a un acuerdo satisfactorio.

La ofensiva diplomática gringa no paró ahí. De regreso a Washington, Watson llamó al entonces embajador Gabriel Silva para decirle que Clinton le pedía como un favor personal la participación de Colombia. En ese momento, ya con la perspectiva de la invasión ad portas, Watson aclaró que los colombianos obviamente irían después de la invasión, pero dos semanas antes de la llegada de las tropas enviadas por Naciones Unidas. Esto significaba, en la práctica, participar en la intervención militar. Silva llamó entonces a Bogotá en la mañana del 8 de septiembre para hacer la consulta con el Presidente. Sin embargo, fue Mónica de Greiff, consejera para Asuntos Internacionales de la Presidencia, quien contestó la llamada. Silva le expuso la situación y ésta dijo que la consultaría con el presidente Samper.

Después de esa conversación, el Embajador decidió llamar también al canciller Rodrigo Pardo, quien se encontraba en Rio de Janeiro, para informarle que, según se había enterado, Bill Clinton consideraba el asunto tan importante que iba a llamar personalmente a Samper. El Canciller prometió hablarle de ello al Presidente. Samper debía llegar esa noche a Brasil para participar en la reunión de Jefes de Estado del Grupo de Rio. Al cabo de horas de conversación, el Presidente y el Canciller decidieron que no era conveniente que Colombia participara en una intervención militar en otro país, sin la autoridad de las Naciones Unidas. Esta posición se concertó con México y Venezuela, socios del Grupo de los Tres, en la mañana siguiente. Pocas horas después el Canciller dio a conocer a la delegación norteamericana presente en Rio, la decisión presidencial. Simultáneamente, le había dado instrucciones a Gabriel Silva para que hiciera lo propio. Silva lo hizo pero la respuesta del Departamento de Estado en Washington consistió en que ante 'tantas señales positivas', a diferentes niveles sobre una posible participación colombiana, se iba a seguir adelante con la llamada de Clinton a Samper. La comunicación efectivamente se produjo pero en un comienzo el mandatario norteamericano procedió a agradecer la colaboración, como si ésta fuera un hecho cumplido. Samper muy sorprendido y bastante incómodo, se vio en la obligación de reiterarle la posición del gobierno colombiano.

A pesar de que las diversas personas que participaron en todo este proceso no tienen discrepancias en su interpretación de los hechos, ni en las decisiones que se adoptaron, el hecho de que se hubiera producido la llamada de Clinton a Samper dejó un sabor desagradable en la Casa de Nariño. Y es que, obviamente, no fue muy agradable pasar al teléfono para que Bill Clinton le pidiera un favor a Colombia, cuando se suponía que el país ya había dicho que no. De este incidente diplomático, muchos samperistas responsabilizan a la casa Gaviria, diciendo que fue un mal manejo de Gabriel Silva, quien habría dejado entrever la posibilidad de una respuesta positiva hasta última hora. Tal versión es negada enfáticamente por el hoy ex embajador.

Las críticas a Gabriel Silva han despertado la solidaridad de muchos funcionarios del anterior régimen, el cual considera que el verdadero origen del deterioro de las relaciones con Estados Unidos no se ubica en Silva sino en Mónica de Greiff, a quien le atribuyen un sesgo anti yanqui por la forma como las autoridades norteamericanas trataron a su padre cuando era fiscal.

Aunque el anterior es el único tema de fondo que podría separarlos, otros puntos de conflicto se han acumulado para enfriar aún más los lazos entre Gaviria y Samper.

EL CARRO BLINDADO
Quizás el más llamativo es el trato que han recibido varias decisiones del ex presidente Gaviria, poco antes de que éste dejara el poder. La primera escaramuza se dio con los nombramientos en la misión colombiana en la OEA y en la embajada en Washington, donde se colocó a un buen número de miembros, o parientes de miembros, del famoso kínder. Semejante largueza diplomática causó malestar en el nuevo gobierno y particularmente en el designado embajador en Washington, Carlos Lleras de la Fuente, quien exigió la revocatoria de algunos nombramientos para desplazarse a la capital norteamericana. Semejante actitud fue mal recibida por el bando Gaviria, pues existe la tradición de que el gobierno entrante le respeta los nombramientos al saliente, por más antipáticos que le parezcan.

Más sensible resultó el famoso episodio del carro y los escoltas que produjo un malentendido que complicó aún más las cosas. Desde la elección de Gaviria, Colombia tenía pensado firmar un convenio con la OEA en materia de apoyo de seguridad al Secretario General. El objetivo era el de entregarle un carro blindado propiedad del gobierno colombiano a la OEA. En principio, todo se había hecho en la forma debida.

Sin embargo, ya en Washington, surgió el escándalo en los medios y Gaviria se enteró de que el carro había sido entregado en comodato por el DAS no a la OEA directamente, sino a la Embajada de Colombia ante ese organismo, para que el embajador Fabio Villegas lo pusiera a disposición del Secretario General. Esto le disgustó mucho. Decidió entonces mandarle, a través de Miguel Silva, una carta a Juan Manuel Turbay, renunciando en términos enérgicos al vehículo y a los escoltas, por considerar que se trataba de maniobras que no sólo eran antipáticas sino posiblemente ilegales, pues la destinación de un bien público para fines diferentes a los estipulados puede convertirse en un peculado.

Cuando Samper se enteró de la carta y de las entrelíneas, pidió que se realizara una averiguación para saber qué era lo que estaba pasando realmente. Lo que se encontró fue que, ante la imposibilidad legal de transferir un bien del Estado a un organismo internacional, la solución adoptada fue que el carro se destinara a la Embajada. Pero esta solución, que Gaviria consideraba una zancadilla, se había adoptado durante su propio gobierno. Entonces, si hubiera existido peculado, la responsabilidad recaía en la administración Gaviria y no en la de Samper.

Cuando le comunicaron la realidad a Gaviria, se dio cuenta de que la razón la tenía Samper, y que todo había sido un malentendido. El episodio se cerró y ahora se están estudiando fórmulas para resolver el problema de la seguridad de Gaviria. Sin embargo, este incidente también dejó cicatrices.


PELEA DE ESPOSAS

Y como es inevitable en estas circunstancias, también existe un lío de faldas, pero de falda contra falda, entre la ex primera dama y la actual.

En declaraciones al diario El Tiempo, el 25 de septiembre pasado, a la pregunta de si cometería el mismo error de Ana Milena, Jacquin de Samper respondió que "No, porque durante 15 años yo he estado al lado de él sin que se note. Tengo una idea muy concreta de hasta dónde puedo llegar". Es fácil imaginar que Ana Milena Muñoz no debió encontrarse muy a gusto con esas precisiones.

En este clima, se presentó la coincidencia de que las dos fueran invitadas a una cumbre de primeras damas en Argentina, la una como esposa del Presidente de Colombia, la otra como esposa del Secretario General de la OEA. En otras palabras, era un mano a mano entre la "primera dama de las Américas" y la "primera dama de Colombia". Finalmente Jacquin no fue, pues prefirió acompañar al presidente Samper en su discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Su ausencia desembocó en la inevitable chismografía: que la suya había sido una decisión prudente para evitar cualquier roce o malentendido con Ana Milena. Después se dijo que Ana Milena se había sentado en el sitio reservado a la primera dama de Colombia, y que había querido robarse el show. Ninguna de estas cosas resultó totalmente cierta y la sentada de Ana Milena en el puesto de Jacquin era abiertamente falsa.

Para aquellos que se interesan en este tipo de novelones, esta semana habrá un nuevo capítulo, cuando se celebre otra cumbre de primeras damas en la isla caribe de Santa Lucía y a la cual ambas han confirmado su asistencia. Muchos anticipan que la pelea está como para alquilar balcón.

Todas estas circunstancias han llevado a un distanciamiento o a un cuasi enfrentamiento entre los dos hombres más poderosos de Colombia. Con todos los demás ex presidentes bien entrados en edad de jubilación, el partido político más importante del país va a acabar forzosamente en manos de estos dos liberales menores de 50 años, y con cuerda para rato. Ambos son inteligentes, ambos jefes políticos, ambos ambiciosos y ambos tienen mujeres dinámicas y ejecutivas.

Y es que las divisiones de los partidos por cuenta de rivalidades entre ex presidentes no son extrañas en Colombia. Prácticamente todos los presidentes han tenido que soportar la presencia incómoda y muchas veces crítica de un antecesor de su mismo partido, que los marca hombre a hombre (ver artículo siguiente).

Lo que es curioso del caso actual es que tanto Gaviria como Samper son personas con las que es difícil pelear. El primero, por su gran prudencia, expresada en un silencio permanente, lo cual lo ha salvado de innumerables confrontaciones. Una de las grandes virtudes de Gaviria como presidente, fue el no haberse dejado casar peleas. En Colombia, al Presidente de la República todo el mundo le busca bronca. Los parlamentarios de su partido, los de la oposición, los gremios, los medios de comunicación, y muchos otros. Gaviria pasó agachado casi todas las veces, y libró sus batallas en silencio. Esta baja dosis de beligerancia fue una de las razones de la popularidad con la que dejó el gobierno. Los colombianos rechazan los frecuentes excesos de camorra en que incurren los presidentes. En otras palabras, para una confrontación se necesitan dos, y una contraparte fría y distante como Gaviria, dificulta mucho pelear.

Por razones muy distintas, es igualmente difícil pelear con Samper. Es cálido y cordial con todo el mundo. Tiene ese tipo de personalidad más conciliadora que confrontante. No es hombre de vendetas ni perseguidor. Su bonhomía y buen humor desarman a sus más enconados agresores.

¿Cómo sucedió entonces la gresca? La explicación es más estructural que personal. Gaviria terminó formando un gobierno en el exilio en Washington. Con la mitad de los protagonistas del 'Revolcón' llevando una vida de colonia allá, comentando la actualidad nacional permanentemente. y comparándola con sus propias ejecutorias, se ha creado un cuasi gabinete en la sombra, como el de la oposición inglesa. En la capital de Estados Unidos se ven y hablan todos los días Gaviria, Fabio Villegas, Rudolf Hommes, Armando Montenegro, Miguel Silva, Juan Luis Londoño, Gabriel Silva y muchos más. Esta circunstancia inusual produce fricciones, chismes y suspicacias en ambos lados.

Lo paradójico es que precisamente Gaviria buscó irse a un cargo internacional, para facilitarle la tarea a su sucesor. marginándose de la política nacional. Consciente de que le quedan 40 años para dar lora como ex presidente, decidió darse una tregua y dársela al país antes de arrancar. Estas buenas intenciones no se han podido cristalizar, sin embargo, por el síndrome del ghetto washingtoniano. A esto se agrega que, obviamente, existen algunas personas interesadas en quedar bien con el uno o con el otro alimentando, amplificando y a veces creando, chismes, rumores y consejas. Lo cual no hace sino estimular la guerra, aun cuando ninguno de los protagonistas tenga el menor interés.

Pero como ni Gaviria ni Samper quieren pelear, y a ninguno le conviene, y los motivos de la guerra fría son más epidérmicos que reales y profundos, lo más probable es que todo esto se acabe tan fácil y rápidamente como empezó.