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Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara denunciaron los vínculos del narcotráfico dentro de la sociedad colombiana en una época en la que su influencia apenas empezaba a ser evidente.

NARCOTRÁFICO

¿Ha valido la pena la lucha?

Como denunció Galán, una sociedad que cae en la trampa del dinero fácil del narcotráfico no alcanza la modernidad ni la democracia. Colombia aún paga las consecuencias.

Francisco E. Thoumi *
16 de agosto de 2014

A principios de los años se-tenta, Colombia experimentó la ‘bonanza marimbera’, seguida pocos años más tarde por la mucho más rentable de la cocaína.  La ilegalidad de estas bonanzas no fue un obstáculo para que la gran mayoría de colombianos tolerara esta actividad. Después de todo, para un país con escasez crónica de divisas y acostumbrado al contrabando hacia adentro, tener un contrabando de exportación hacia los Estados Unidos era casi un quid pro quo al contrabando desde ese país. 

El que las drogas exportadas fueran ilegales no inquietó a muchos. En efecto, la mayoría de los analistas e intelectuales de la época desarrollaron argumentos justificativos y exculpatorios para la producción y exportación de drogas ilegales y frases como “los gringos se quedan con la gran mayoría de los ingresos”, “los grandes bancos se benefician de la industria ilegal”, “cuando hay demanda, hay oferta”, “la demanda por drogas psicoactivas es natural en las sociedades modernas estresadas”, “los gringos subsidian su agricultura y es lo único que nos dejan producir”, “la prohibición es una expresión de la doble moral gringa porque ellos se benefician del negocio ilegal”, “el narcotráfico es una expresión de las injustas relaciones económicas entre los países explotadores del norte y los del sur”, y “la prohibición es un instrumento utilizado para dominar a los países del sur y controlar sus recursos naturales”. 

Muchas de estas creencias han permanecido incrustadas en el imaginario de muchos colombianos. No sorprende entonces que la gran mayoría tengamos parientes y amigos cercanos que de una u otra manera hayan participado de esa actividad ilegal y que hayamos sido cómplices pasivos o activos de ellos, por ejemplo cuando compramos artículos de contrabando.   

Conocí a Luis Carlos Galán en 1988, cuando me invitó a discutir los problemas de una sociedad que estaba cayendo en una “trampa de la deshonestidad”. Él fue un pionero en reconocer que aunque en el corto plazo los ingresos ilegales pueden beneficiar a una economía, en el mediano y largo plazo no era posible sustentar el desarrollo económico en una industria cuyo producto era ilegal en todo el mundo, porque esta requería un gran apoyo de la sociedad para poder legitimar la gran riqueza que generaba. Por eso, tenía que permear a los organismos del Estado y a la economía legal, y al hacerlo, deslegitimaba todos los controles al comportamiento que permitían tener un sistema de mercado en el que a la vez la gente tuviera una convivencia y cotidianeidad satisfactorias.

El conflicto entre el desarrollo de una sociedad con una alta calidad de vida y un narcotráfico fuerte era obvio para Galán. Por eso su oposición al narcotráfico no era moral, aunque él hubiera podido creer que consumir cocaína fuera malo, sino porque esa actividad hacía imposible forjar una sociedad democrática en la que la gente tuviera empatía con sus conciudadanos y confianza en ellos y en el Estado. La economía ilegal solamente podía llevar a un capitalismo salvaje, en el que el ingreso podría crecer, pero la gente no viviría mejor. 

El problema es simple: el ser humano es individualista pero también un ser social. Una buena vida no se obtiene solamente teniendo más riqueza e ingreso que los demás, sino teniendo un ingreso digno y teniendo una vida social pacífica y satisfactoria. El éxito en el capitalismo salvaje se logra cuando la persona tiene mucho dinero y ‘pisa’ y humilla al resto, no cuando convive humanamente con él.  Por eso, el exitoso compra sexo, muchos servicios, bienes lujosos, pero al final no puede confiar en nadie más allá de su pequeño entorno familiar. 

Además, Colombia necesitaba construir nación. En efecto, el capitalismo colombiano se basaba en recursos naturales, como hoy. Es como si la Conquista nunca hubiera terminado porque el ideal siempre ha sido encontrar El Dorado. El conquistador es un individualista extremo sin empatía social, para quien lo público no existe, y por eso el Estado en muchas formas es simplemente un botín.  La construcción de nación requiere un estado regulador fuerte, que proteja lo público. Para Galán era claro que la economía ilegal dominada por organizaciones criminales era un obstáculo enorme para el fortalecimiento de lo público.

Su meta en el fondo era contribuir a crear una Colombia moderna en la que la razón pudiera controlar los sentimientos y emociones que han dominado nuestro imaginario y que han sido obstáculos históricos al desarrollo de una sociedad en la que, sin enemigos externos, todos tenemos muchísimos enemigos: todos colombianos. 

Con Galán había discutido estos temas y la necesidad de superar las secuelas dejadas por los enfrentamientos entre colombianos, las cuales hemos insistido en negar, porque esas memorias causan mucho dolor y es más fácil tratar de olvidarlas. Por ejemplo, las muertes tanto en la Guerra de los Mil Días como en la Violencia fueron, proporcionalmente a la población, comparables con las de la Guerra Civil de los Estados Unidos, el evento más definitorio de la historia de ese país. Él tenía conciencia de la necesidad de enfrentar la herencia de la historia para poder crear una nación de la que nos sintiéramos orgullosos. 

Durante los últimos 25 años la economía del país ha crecido, el nivel de educación aumentó notablemente, lo mismo que los servicios de salud y la calidad de la vivienda. Lo mismo ocurrió con el porcentaje de colombianos con automóvil y el número de viajeros al exterior.   Sin embargo, en respuesta a las extorsiones y a los secuestros, el paramilitarismo creció y llegó a ser un gran problema; la corrupción pequeña se ha controlado pero la grande, la de cuello blanco, llegó a apropiarse de botines de valor insospechado; el desplazamiento de campesinos fue tal que su número llego a ser el primero o segundo en el mundo. Aproximadamente el diez por ciento de los colombianos vive en el exterior, lo que atestigua al carácter expulsivo de su sociedad. Hoy, después de grandes esfuerzos para lograr un acuerdo con las guerrillas y acabar el enfrentamiento interno con ellos, un porcentaje alto de la población se opone y aboga por una guerra más fuerte. En conclusión, aunque se han logrado algunos avances hacia la meta propuesta por Luis Carlos Galán, todavía ella es elusiva.

El 18 de agosto de 1989 llegué a Chico para posesionarme como profesor en la Universidad del Estado de California. A la mañana siguiente, antes de ir a la oficina, encendí el televisor y la primera noticia era el asesinato de Luis Carlos. Ese fue el primer día que lloré por Colombia. 

* Una de las máximas autoridades en el tema de las drogas de América Latina.