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HABRA MANO A MANO?

Por cuenta de trucos que se repiten desde hace 20 años, los colombianos nunca han podido ver un debate televisado entre los candidatos presidenciales. Es el momento de cambiar esto.

25 de abril de 1994

POR ESTOS DIAS, LA MAYOría de los colombianos ha oído hablar de unos inminentes debates en televisión entre los candidatos a la Presidencia. Algunos programas, como Panorama, anuncian debates entre Samper y Pastrana. QAP y CM&, por su parte, han manifestado un acuerdo para una transmisión en simultánea por los dos canales. Caracol, a su vez, se dedicó la semana pasada a decir que la radiocadena estaba disponible para una confrontación de tesis entre los aspirantes a la Presidencia. La posición oficial de todos los candidatos es que lo único que quieren es un debate.


Pero la verdad es que en esto hay mucha farsa. En 1994 se cumplen en Colombia 20 años desde que en las campañas presidenciales se hable de debates sin que hasta ahora haya habido uno. En 1974 Alvaro Gómez pidió un mano a mano televisado contra Alfonso López. Y este último, que iba ganando por una ventaja enorme en las encuestas, no tenía interés en regalarle a Gómez un pantallazo de esa dimensión. Para no aceptar la confrontación, su argumento era que el debate debía ser en las plazas públicas y no en un recinto cerrado.
En 1978 vino la elección entre Julio César Turbay y Belisario Betancur, quien, con su facilidad de expresión, consideraba que en un debate frente al candidato liberal podía llegar a definir las elecciones a su favor, pues Turbay es todo menos telegénico. Consciente de ello, invocó argumentos parecidos a los de López y acabó de inquilino del Palacio Presidencial.
En 1982 pasó algo curioso. En la confrontación entre Belisario Betancur y Alfonso López, esta vez el que no quería el debate era Betancur. Iba ganando en las encuestas, aunque la opinión pública creía que iba a vencer López por el simple hecho de ser el candidato liberal. Con la división del partido creada por Luis Carlos Galán, las posibilidades de triunfo del conservador -que en ese momento se denominaba candidato nacional-, eran grandes, y un fogueo con López Michelsen en televisión parecía más un riesgo que una ventaja.
Esta posición era bastante incoherente por parte de ambos, pues Belisario era quien le había exigido debate a Turbay, y López quien no había querido aceptarle un debate a Gómez. Para que no pareciera que Betancur se estaba corriendo, se utilizó el recurso de que sus asesores, Alberto Casas y Fernando Barrero, estancaran todo el asunto discutiendo las reglas del juego.
Como además de López estaban Galán y Gerardo Molina, comenzaban por exigir que estuvieran todos, lo cual de por sí complicaba la cosa.
Con estas y otras exigencias procedimentales, todo acabó en que no hubo debate y ganó Belisario.
Después el turno fue de Virgilio Barco contra Alvaro Gómez. Barco tenía más razones que cualquier colombiano para no aceptar un debate. Por un lado, iba barriendo en las encuestas, y, por el otro, sus limitaciones verbales eran legendarias. Con el mismo argumento de siempre-que el debate debía ser en las plazas y que tenían que aceptar todos los candidatos-, le sacó el cuerpo al asunto. Entonces se desembocó en una situación bastante inusual: un debate entre los otros precandidatos: Galán y Gómez. Curiosamente, esta confrontación les hizo daño a ambos, pues los dejó como dos subcandidatos frente al ausente, que, precisamente por su ausencia, parecía más un presidente electo que un candidato.
La misma farsa se repitió en la elección de Gaviria. El actual Presidente, quien iba adelante en las encuestas, no quería debate, y Rodrigo Lloreda, sí. No obstante, como la posición pública de Gaviria era de que sí estaba dispuesto a participar, Lloreda trató de arrinconarlo con una estrategia muy concreta: decir que no habría exigencia alguna por parte de él, y que las reglas del juego serían simplemente las que pusiera Gaviria. Este, para complicar un poco las cosas, lo único que pudo hacer fue decir que el debate tenía que ser con todos los candidatos al tiempo. Además de Lloreda, Navarro era el candidato del M-19 y se acababa de lanzar Alvaro Gómez. Como nadie se oponía, durante unos días se llegó a pensar que por primera vez habría un debate en televisión, aunque no fuera solamente entre los candidatos de los dos partidos oficiales.
Pero César Gaviria sabía que le convenía más evitarlo, y se jugó una última carta: hizo que representantes de su campaña convencieran a Navarro de que no aceptara, para poder argumentar que tenían que estar todos o ninguno. A Navarro, quien acababa de llegar del monte, le insinuaron que un debate en televisión lo exponía a que se removieran las susceptibilidades antisubversivas que aún había en el aire. Es decir, que lo iban a tildar de guerrillero, de secuestrador, de bandolero, que podían traer a cuento la toma del Palacio de Justicia, el secuestro de José Raquel Mercado, etcétera, etcétera. E1 candidato de la Alianza Democrática M-19 se dio cuenta de que esto era inevitable y que podía hacerle más daño a su candidatura que marginarse del proceso. Esto le permitió a Gaviria tener una disculpa para sabotear una confrontación con Lloreda y con Gómez, y ganar las elecciones sin debate.

¿SE REPETIRA LA HISTORIA ?
Estos son los antecedentes históricos de los debates de televisión en Colombia. Se pueden resumir en un concepto muy sencillo: el que va ganando no quiere debate, el que va perdiendo siempre quiere. Esta situación ha llevado a una comedia que se repite cada cuatro años desde hace dos décadas, pero que no necesariamente debe continuar. No sólo están de por medio los intereses de los candidatos, sino también los de los electores. En todos los países civilizados hay debates en televisión para que los ciudadanos puedan hacer una comparación directa de lo que se les está ofreciendo. Se confrontan las tesis y salen a flote la preparación, la inteligencia, y diferentes facetas de la personalidad de los aspirantes. Se trata de un avance en las costumbres políticas que no se les puede negar eternamente a los votantes. Menos aún en un país en donde se cambió la totalidad de la Constitución, supuestamente para adecuarla a las realidades del siglo XXI.
La historia contemporánea demuestra que en algunas ocasiones los debates televisados han sido decisivos. El caso más famoso es el de John F. Kennedy y Richard Nixon, en el que la la juventud y a la figura del primero se sumó el problema de que su rival tenía 39 grados de fiebre y apareció demacrado, pálido y sudoroso. Se da por descontado que, sin ese debate, la Presidencia la hubiera ganado Nixon.
Posteriormente, en Francia, en las elecciones de 1986, un debate entre el alcalde Jacques Chirac y el primer ministro socialista, Laurent Fabius, terminó en una victoria aplastante del uno sobre el otro, lo cual se tradujo en una mayoría de oposición y en el nombramiento de Chirac como primer ministro.
Más recientemente, en las elecciones españolas del año pasado, los debates le dieron un giro interesante a la campaña electoral. José María Aznar, quien a ojos de la opinión era demasiado joven e inexperto, descrestó al país entero por sus conocimientos, preparación y elocuencia en su primera confrontación contra Felipe González. Sin embargo, en el segundo debate, el presidente del gobierno reviró como un león y sus 11 años de experiencia al mando del gobierno salieron a relucir. Aznar quedó aplastado y hasta ahí llegaron sus posibilidades.
En cuanto a debates entre vivepresidentes, el más famoso se cumplió en las elecciones de Estados Unidos en 1988. El entonces candidato a la vicepresidencia de George Bush, Dan Quayle, se enfrentaba al candidato a la vicepresidencia de Michael Dukakis, Lloyd Bentsen, quien tenía casi 70 años contra los 42 de su adversario. Quayle, para aprovechar su ventaja generacional, comenzó a decir que tenía la misma edad de Kennedy cuando llegó a la Presidencia. Su interlocutor lo interrumpió , y en forma seca y abrupta le dijo al compañero de fórmula de Bush -quien ya tenía fama de bruto y de evasor de la guerra de Vietnam-: "Señor Quayle: usted no es ningún John Kennedy". A partir de ese momento, Quayle se volvió objeto nacional de burlas.
No todos los debates de televisión entre candidatos han sido históricos, y algunos de estos han resultado mucho menos emocionantes de lo que la gente espera. Con frecuencia, los candidatos recitan de memoria frases de cajón que poco tienen que ver con las preguntas que se les formulan. Es posible también que la imagen prime sobre la sustancia, pues es poco lo que se puede transmitir en media hora televisada, en una situación en la cual las respuestas no pueden exceder los dos o tres minutos. Pero aun así aportan algo, y existe un consenso en los países donde se realizan que es mejor tenerlos que no tenerlos. A pesar de sus limitaciones, transmiten realidades que constituyen elementos de juicio importantes para el elector en el momento de tomar una decisión.
Las apariciones de los candidatos cuando dan declaraciones de 30 segundos en los noticieros, o sus alocuciones de media hora leídas en telepronter en los espacios de televisión que les otorga el Estado, muestran realidades muy parciales y prefabricadas. Muchas veces los textos son escritos por terceras personas, y el papel de los candidatos es más de locutor que de estadista. Un debate en vivo da un fogueo más real, e inevitablemente deja al descubierto los procesos mentales de una persona, los cuales constituyen un mejor índice de sus capacidades que la simple lectura de textos.

LLEGO LA HORA
En Colombia, nunca antes la coyuntura había sido tan favorable para que despegaran los debates en televisión. Los liberales, que van ganando en las encuestas, no tienen por qué temer. Con Samper y De la Calle cuentan con dos estadistas bien preparados y listos para hacerle frente a cualquier fogueo intelectual. Los conservadores, por su parte, cuentan con el binomio Pastrana- Ramírez, altamente telegénico, pero que debe demostrarle al país que detrás de esa magnífica imagen hay sustancia.
Ahora se presenta la oportunidad histórica para que se deje atrás el truco de evitar las confrontaciones en televisión y se tome la determinación de hacerlas realidad. Con 18 candidatos en el tarjetón, hoy más que nunca se puede utilizar el manido recurso de "todos o ninguno" para sabotear el proceso. Pero con la repetición de esta historia, el país no gana nada. Los candidatos viables deberían ser flexibles y constructivos en la búsqueda de un acuerdo. Si hay voluntad política real, cualquier discusión procedimental puede ser superada.