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Hagámonos pasito

Con su conducta en la clausura de sesiones el Congreso le notificó al próximo gobierno que las cosas no le van a quedar fáciles si no cuentan con ellos.

24 de junio de 2002

Los primeros dias después de la elección de Alvaro Uribe el país sintió que había un cambio en el ambiente. Los nombramientos y las declaraciones mandaban un mensaje a la opinión pública de que la era de la politiquería, las cuotas burocráticas y las componendas había llegado a su fin. Un nuevo estilo tecnócrata e independiente había llegado al poder.

El Presidente electo, a través de estos gestos audaces, se había convertido en el rey Midas de la opinión. Todo lo que decía o hacía era bien recibido y los colombianos estaban felices.

Había, sin embargo, 267 compatriotas a los que Uribe no impresionó. Se trata de los 102 senadores y los 165 representantes a la Cámara que conformarán la rama legislativa en este cuatrienio. A diferencia de los ciudadanos comunes y corrientes, este grupo ve con escepticismo los primeros días de la revolución uribista. Ellos están acostumbrados a la mala imagen del Congreso y a las ilusiones que despierta cada nuevo gobierno. Pero, en el fondo, son viejos zorros curtidos en esta clase de faenas y saben que si esperan un poco las cosas van a quedar en su dimensión real.

La dimensión real para ellos es que mientras haya separación de poderes en Colombia el gobierno, tarde o temprano, deberá tenerlos en cuenta. En especial, con un paquete de reformas tan ambicioso como el que está planteando Uribe.

El general que va a librar todas esas batallas será el futuro ministro del Interior y Justicia, Fernando Londoño Hoyos, quien ya se perfila para la opinión pública como la estrella del nuevo gabinete. Pero una cosa es la opinión pública y otra los pasillos del Capitolio.

Y en ese recinto el debut de Londoño ha tenido una recepción menos unánime. Ha sorprendido tanto por su brillantez intelectual como por su ingenuidad política. Los parlamentarios admiran que sabe exactamente para dónde va y a dónde quiere llegar. Pero su visión puritana de la política sin reciprocidad de ninguna clase los preocupa. Contrario a su fama de camorrista, Londoño les ha parecido a los congresistas conciliador y respetuoso. Sin embargo sus pronunciamientos de que en este gobierno no se puede hablar de cuotas burocráticas los desconcierta porque es un idioma que no manejan.

Por esto la semana pasada decidieron mandarle unos sutiles mensajes al próximo gobierno, al hundir los dos proyectos que le interesaban al futuro Presidente: el de la eliminación de la Comisión Nacional de Televisión y el de las facultades extraordinarias para la reforma del Estado. La idea detrás de estos vetos es notificarles al Presidente y a su Ministro del Interior que no va a haber ayuda de ninguna clase hasta el 7 de agosto, cuando esperan poder calibrar si el gobierno ha asumido una posición más 'realista' sobre las relaciones entre los poderes en Colombia.

Lo que más sorprendidos los tiene es que el presidente Uribe esté en ese paseo. De Londoño lo entienden con el argumento de que su visión es la del sector privado centralista ajeno a los problemas de la provincia y del desempleo rural. Pero de Uribe, que era "uno de ellos" y que había sido concejal, diputado, alcalde, gobernador y senador, semejante posición les parece una ingenuidad ajena a su trayectoria y experiencia. Sobre todo si se tiene en cuenta que va a tener que atender muchos frentes simultáneamente. No sólo está la reforma del Estado sino también la de la justicia y la de los estados de excepción para arrancar. Y esto para no mencionar todo el paquete económico. Semejantes temas serían objeto de un tire y afloje.

Lo que los congresistas no entienden es cómo Alvaro Uribe, quien tuvo todo el Congreso a sus pies, ha llegado a tal situación. No sólo quería apoyarlo la bancada uribista, sino el oficialismo liberal y conservador, que lo respetaban tanto por la dimensión de su triunfo como por su trayectoria parlamentaria. Lo único que se requería era un poco de manejo, arte en el cual Uribe descolló en el pasado. Al Parlamento colombiano le gusta que lo respeten pero también que lo manejen y el nuevo gobierno parece ignorar esta realidad. A tal punto que ni siquiera en algo tan elemental como la conformación de las mesas directivas el Presidente ha tenido una participación que le permita posteriormente coordinar a sus tropas.

En plata blanca, la posición de varios congresistas es que ya que no los tuvieron en cuenta para nada en la integración del gabinete van a estar pendientes de ver cómo será el tratamiento en cuestión de institutos descentralizados y organismos del orden regional. La declaración de Fernando Londoño de que "en este gobierno no habrá computador" les parece tan poco real como la última propuesta de las Farc de pedir el despeje de Caquetá y de Putumayo como condición para negociar.

Como no hay que pensar que Fernando Londoño habla en chiste o está cañando, es previsible que se viene un choque de trenes de grandes magnitudes. Si se hace la sumatoria de las iniciativas reformistas que ha venido soltando gradualmente el Ministro del Interior, lo que tiene en mente es enterrar la Constitución de 1991.

Sin embargo, de lo que sí no hay duda es que una reforma del alcance de la que está planteada no hay peligro que pueda pasar por el actual Congreso. Por otro lado, los congresistas le han perdido el miedo a la revocatoria desde que la Corte Constitucional dictaminó que toda reforma a la Carta Fundamental tiene que pasar por el Legislativo. Y como Londoño quiere acabar también con la Corte Constitucional, los congresistas dan por descontado que los magistrados se alinearán de su lado.

Esto necesariamente va a llevar a un desgaste de un año con gran despliegue retórico de Londoño y pocos resultados en materia de reformas. Así las cosas, no es descartable que el gobierno tenga que recurrir al constituyente primario para dirimir el impasse institucional . El ambiente político de hoy se parece no tanto al de la reforma constitucional de 1991 sino al de la Regeneración de 1886. En ese entorno, sin duda, el país oirá mucho hablar de Fernando Londoño en los próximos 12 meses. Lo que sí no está claro todavía es si el Ministro del Interior aspira a que su papel sea el del Miguel Antonio Caro o el del Rafael Núñez del siglo XXI.