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HELLO BILL

La reunión de Andrés Pastrana con Bill Clinton normaliza las relaciones entre los dos países. Habrá una certificación plena el próximo año.

31 de agosto de 1998

En Colombia ya es un lugar común el proverbio chino que dice que "toda crisis es al mismo tiempo una oportunidad". Sin embargo, en el caso de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos, esta frase tiene hoy especial sentido. En ella se basa la estrategia del equipo que para manejar el tema de Estados Unidos ha conformado el presidente Andrés Pastrana: el embajador en Washington, Luis Alberto Moreno; el canciller, Guillermo Fernández de Soto, y el ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda. Los cuatro viajaron a Washington, en compañía del embajador Curtis Kamman, para una serie de reuniones, entre las cuales está el encuentro Clinton-Pastrana.
El viaje será, sin duda, de gran trascendencia para el país. Comenzando por el significado que tiene la invitación que le hizo el presidente Bill Clinton a Pastrana. Si se considera que Ernesto Samper nunca puso sus pies en la Casa Blanca y que Bill Clinton rara vez se ha reunido con un presidente de América Latina antes de su posesión, este evento tiene una importancia especial. Como dijo a SEMANA una alta fuente del Departamento de Estado, "este es un ramo de olivo, pero un ramo de olivo de tamaño jumbo".
Lo anterior no significa, sin embargo, que en adelante las cosas vayan a ser de color rosa. A pesar de que en Estados Unidos no ocultan su alegría y entusiasmo con la llegada de Pastrana al poder, lo que está en juego en las reuniones que se llevarán a cabo esta semana es mucho más que la simple normalización de las relaciones entre los dos países. Lo que la delegación colombiana pretende conseguir _y el ambiente parece estar dado para lograrlo_ es capitalizar al máximo la preocupación que hay en Washington desde hace cuatro años con lo que pueda pasar en Colombia.
Quienes conocen de cerca el funcionamiento de la política internacional de Estados Unidos saben que una de las grandes limitaciones que tiene un país como Colombia para obtener resultados positivos en su manejo diplomático con ese país es su insignificancia. Un alto porcentaje de los congresistas norteamericanos no saben ubicar a Venezuela en un mapa. Menos aún a Ecuador o a Costa Rica. Y Colombia pertenecía a ese grupo de países hasta hace poco tiempo. Pero el elefante cambió esa situación. Por cuenta de la crisis del gobierno Samper, del recrudecimiento del conflicto armado y del narcotráfico, Colombia pasó a ser la segunda prioridad para Estados Unidos en América Latina, después de México. Y ser importante en Washington es clave, como lo ha demostrado la experiencia mexicana.
Hablando en plata blanca, si por normalización de las relaciones se entiende volver a la situación de hace cuatro años, esa 'normalización' sería _paradójicamente_ un fracaso diplomático. De allí que el reto de Pastrana y su equipo más cercano sea mantener la notoriedad que se ha logrado en estos años, no solamente a nivel de personas decisivas en Washington sino de los medios de comunicación más influyentes. Hoy en día no es raro que el Washington Post y el New York Times le dediquen al menos un artículo mensual a Colombia. Y no aprovechar ese posicionamiento para beneficio del país sería un error histórico. Como dijo a SEMANA una fuente del Pentágono, "ahora podremos entrar a trabajar a fondo en la sustancia de los problemas, sin gastarnos el 80 por ciento del tiempo pensando en cómo hacer para que no tengan una mala presentación, como pasaba en tiempos de Samper".

La nueva agenda
De antemano, es claro que Pastrana ha obtenido una gran victoria política por cuenta de su viaje a Estados Unidos. No solamente por su reunión con Bill Clinton, sino por la receptividad general que ha tenido en las altas esferas de Washington. El ha dicho públicamente que uno de sus objetivos en la reunión es lograr la diversificación de la agenda bilateral, y según consultas hechas por SEMANA en varias fuentes dentro del gobierno y el Congreso norteamericanos es seguro que lo consiga.
La razón es simple: la notoriedad que adquirió Colombia en los últimos años ha hecho que sus problemas sean vistos por fin en toda su complejidad. Hace cuatro años los estadounidenses que tenían alguna opinión de Colombia pensaban que se trataba de un país lleno de mafiosos _con la excepción de uno que otro valiente dispuesto a hacerse matar_ y que hacía las veces de fábrica de drogas para envenenar a la juventud de ese país. Hoy entienden la multiplicidad de factores que inciden en el problema colombiano: el conflicto armado, la delincuencia común, el problema paramilitar, los derechos humanos, la corrupción política, las implicaciones sociales de la erradicación de cultivos e incluso el tema del medio ambiente.
De allí que la agenda del gobierno estadounidense frente a la administración de Pastrana tenga que cambiar. Y que lo más seguro es que en adelante refleje esa gran diversidad de preocupaciones. Algunos analistas se atreven incluso a decir que el tema de los derechos humanos tendrá el mismo nivel de importancia que el del narcotráfico en la medida en que el jefe de Estado no esté acusado de haberse financiado con dineros del cartel de Cali.
En concreto, los temas que saldrán a flote en las reuniones del equipo presidencial con los altos dignatarios de Washington serán el proceso de paz, la cúpula militar, los derechos humanos, la aplicación de la extradición, la lucha contra la corrupción, el medio ambiente, el intercambio comercial, la erradicación de cultivos y la extinción de dominio.

Además de Clinton, Pastrana se reunirá con la procuradora, Janet Reno; la subsecretaria de Justicia, Mary Lee Warren; el zar Antidrogas, Barry McCaffrey; el reemplazo de Gelbard en el Departamento de Estado, Randy Beers, y el subsecretario de Estado, Thomas Pickering. Y a pesar de que quienes esperan un ablandamiento inmediato en las relaciones con Estados Unidos se equivocan, lo cierto es que hay un ánimo colaboracionista entre los funcionarios norteamericanos. Y lo más probable es que eso se traduzca en apoyo político y financiero.
El apoyo político significa que Estados Unidos está dispuesto a liderar lo que un alto diplomático en Washington denomina "el regreso de Colombia a la dignidad internacional", lo que se manifestaría en un espaldarazo a los intereses colombianos a nivel latinoamericano, un voto de confianza en su economía y una mayor prioridad para el país en materia de asistencia judicial, técnica y militar.
A nivel financiero _crucial para Pastrana_, el apoyo de Estados Unidos implicaría la financiación de proyectos de sustitución de cultivos que de verdad funcionen y el otorgamiento de recursos para consolidar el proceso de paz. En otras palabras, un apoyo integral al llamado 'Plan Marshall' propuesto por la administración Pastrana. SEMANA ha podido establecer que varios funcionarios norteamericanos han hecho contactos con altos dignatarios de la Unión Europea, y en especial con el gobierno francés de Jacques Chirac, para este efecto.
Por supuesto, nada de ello vendrá gratuitamente. Colombia tendrá que comprometerse a integrar mejor la lucha contra los cultivos ilícitos con un despliegue táctico militar del Ejército para apoyar a la Policía en su labor de erradicación. En esa materia el tema más difícil para Pastrana será el de las fumigaciones. Misael Pastrana siempre fue un gran contradictor de este tipo de procedimientos. Y Andrés comparte esa animadversión pero no es muy seguro que pueda eliminar las fumigaciones. De hecho, los norteamericanos quieren generalizar el uso del herbicida granulado Imazapyr, mucho más potente que el glifosato.

El reto político
Para que el presidente Pastrana y su equipo logren sacarle el mayor provecho a la relación bilateral tendrán que estudiar en detalle la intrincada ecuación política norteamericana. Al haber 'subido de estatus' como país entre los agentes de decisión en Washington, Colombia también se convirtió en un issue partidista. Mientras los congresistas republicanos están preocupados con el despeje de municipios anunciado por Pastrana para conversar con las Farc _por las implicaciones que pueda tener para la producción y comercialización de cocaína_, los demócratas de la administración esperan con ansiedad los cambios en la cúpula militar en relación con el tema de los derechos humanos. Para ilustrar la importancia que ha adquirido Colombia a nivel político basta mencionar que la semana pasada la Comisión de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes suspendió por completo toda ayuda a la policía de Bosnia hasta que la administración Clinton le entregue a su héroe, el general Serrano, los helicópteros Black Hawk necesarios para erradicar los cultivos de amapola en Colombia.
La politización en Washington del tema colombiano, aunque potencialmente explosiva para el país, no es necesariamente mala. Ningún conflicto armado se ha solucionado después del fin de la Guerra Fría sin el concurso de Estados Unidos. Y el concurso de ese país es imposible sin que se logre un consenso político entre demócratas y republicanos sobre qué se debe hacer, que es precisamente lo que está sucediendo en Washington con respecto a Colombia. A raíz de la salida de Thomas McLarty de la Oficina para Latinoamérica en la Casa Blanca, SEMANA pudo establecer que la persona encargada por el presidente Clinton para liderar ese consenso es James Dobbins, director del Consejo Nacional de Seguridad para América Latina. La premisa sobre la cual se basa este potencial consenso es la siguiente: no es posible acabar con el problema del narcotráfico en Colombia sin acabar con la guerra. Y el mejor camino para acabar con la guerra es apostarle a un proceso de paz. Ese es el lado demócrata. Sin embargo, si el proceso de paz no funciona, los gringos están dispuestos a apostarle a la guerra. Esa es la cucharada republicana.
A juzgar por la evolución del tema de Colombia en Washington, el país sigue a toda velocidad el camino que cursaron El Salvador y Guatemala hace apenas unos años. Si Pastrana juega bien sus cartas lo más probable es que se convierta en el Cristiani o el Arzú colombiano.