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| Foto: Fotomontaje SEMANA/ Foto de fondo: minuto30.com

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Don Ramón trató de entrar a la Universidad de Antioquia

Después de que el claustro cerrara sus puertas durante tres días para que la Policía inspeccionara sus instalaciones, un estudiante trató de entrar con un documento cuya identidad era la del personaje del Chavo del 8. Fue arrestado.

6 de junio de 2017

Las universidades públicas siempre han sido el reino de otro mundo, esos pocos lugares libres que quedan, donde cada quien vive como asume la vida: los de derecha y los de izquierda, los que se peinan y los que no, los hétero y los homo, los fanáticos de un equipo y los fanáticos de algún dios, los ricos y los pobres, los adictos y los limpios. También están los que protestan y hacen de eso el acto de violencia: la capucha, las papas bomba, los petardos, las iniciales de alguna guerrilla anquilosada en una guerra de hace décadas. Están los que hacen el performance: entran a la universidad y en el carné exhiben la foto de un comediante: Don Ramón, el mismo Ramón Valdez del Chavo del 8.

La Policía, que desde el viernes pasado custodia la Universidad de Antioquia, fue la que recibió la identificación falsa y no se lo tomaron como un performance ni como un chiste: le pidieron la cédula de ciudadanía, pero el muchacho -que no tenía bigote ni gorrito ni andaba con el Chavo- se negó a entregarla y los agredió en medio de improperios, lo que le valió una detención por atacar a miembros de la fuerza pública.

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Resulta que ese paraíso donde todos caben ha sido también una oportunidad para el hampa y la delincuencia: los vendedores de drogas que surten a los tripulantes de los aviones que despegan de los aeropuertos psicotrópicos; o los transportadores de armas; o los pequeños ladronzuelos que se adueñaban de lo ajeno sin mucho escándalo hasta que la semana pasada un hombre sacó su puñal y atracó a una estudiante. El segundo caso en una semana: el hampa, que no respeta reinos donde existe la libertad de pensamiento.

Y así se decidió que la Policía tenía que revisar durante el fin de semana hasta el último rincón de la Universidad de Antioquia —37.034 estudiantes de pregrado, 3.375 estudiantes de posgrado, 35.000 personas moviéndose cada día en el campus—, fueron más de cien policías con sus perros entrenados los que trataron de encontrar lo que nadie más ha podido: el nido donde las bandas de jíbaros y atracadores guardan los suyo —a saber, la marihuana, el perico, el licor de contrabando, los puñales, la pólvora que estalla en las protestas—. Pasados los tres días de inspección lo que se encontró fue marihuana, de lo otro, nada. Aunque no se sabe cuánta fue la cantidad porque ahora es material de evidencia para que la Fiscalía persiga a las mafias de la droga de la universidad que, según el rector Mauricio Alvear, son controladas por personas ajenas al Alma Mater.

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No es la primera vez que se decide cerrar el campus y limpiarlo, hace siete años Alberto Uribe Correa se llevó toda la mala fama cuando aprobó que tanquetas y sus policías vestidos como para enfrentarse a las barras bravas del estadio persiguieran a los que han hecho de la Universidad su nido, lo que terminó en medidas más estrictas para los ingresos y las salidas, pero como sucede con la seguridad en cualquier parte de Medellín: es una rueda que vuelve.

Dijo el rector que lo primero es proteger a la comunidad y que no es una medida contra los estudiantes y los jóvenes, porque él entiende bien lo que significa la juventud —ese reino un poco idílico, pero donde se ejerce una verdadera y sana libertad—: “Lo que no podemos aceptar es que se nos involucren delincuentes dentro de la universidad, que es un sitio para la creación, el estudio, la cultura y no para el consumo y venta de licor y estupefacientes y fiestas descontroladas”.

Porque la universidad, además de su aeropuerto alucinógeno que ha funcionado en los últimos 30 años, también se convirtió en un lugar de fiestas insospechadas: muchachos en salones escuchando música, bebiendo, bailando, viviendo plácidos el viaje de la juventud, pero ya no más —dijo el rector—, y desde este lunes para entrar se necesitará el carné, la cédula y los extranjeros hasta el pasaporte. Alvear aclaró: “Lo que sí hay que advertir a estas personas que no son de la universidad y vienen a hacer fechorías, es que sí vamos a estar atentos. Todo el mundo universitario está en riesgo por esta inseguridad. Yo estoy convencido de que hay una gran cantidad de estas personas en la venta de licor y estupefacientes y organización de rumbas que no hacen parte de la comunidad universitaria”.

Todo el operativo, que según el general Óscar Gómez, comandante de la Policía Metropolitana, tuvo más de 20 días de planeación, también contó el apoyo de la Alcaldía de Medellín, que en su amplio combate —desde todo frente posible— contra el crimen, se apropió de la búsqueda de los delincuentes que se han infiltrado en la universidad, y continuarán en los próximos días tras el rastro difícil de las mafias que hacen todo lo que no manda el estatuto estudiantil.

Las redes sociales estallaron por cuenta del cierre de la universidad y de la violación a la autonomía universitaria. El caso es que la discusión más trascendental está por venir y el rector ya anunció algo este lunes en una rueda de prensa: los vendedores que ya son parte del patrimonio universitario —ventas de películas, software de todo tipo, revistas, libros de los buenos y de los piratas, tintos, sánduches, frituras— tendrán que acomodarse a un nuevo reglamento y a nuevas directrices que fijará Bienestar Universitario. Mientras tanto, la Policía continuará su búsqueda revisando a todo el que vaya a entrar a la universidad, allí donde a don Ramón le seguirán negando la entrada.