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NiÑez

Inocencia perdida

Hace dos semanas un niño de sobresaliente inteligencia buscó refugio en una base militar en el Caquetá. Creció entre el hambre y la mendicidad, y terminó siendo usado en la guerra como estafeta e informante. SEMANA publica su testimonio.

11 de diciembre de 1980

Me llamo Beto y tengo 11 años. Hasta hace dos años vivía en Bogotá, con mi papá. A mí mamá nunca la conocí porque ella nos abandonó cuando yo tenía tres meses. Mi papá y yo vivíamos en un cuartico en el barrio Consolación, cerca de la avenida Boyacá. Mientras él tapizaba muebles, yo salía a pedir plata a la calle o en los buses porque no estudié sino hasta segundo grado. Cada día recogía unos 5.000 pesos con los que compraba comida para la casa. Él en cambio no me traía nada y me daba muy mala vida. Me pegaba mucho. Tengo la cara llena de cicatrices de puños, patadas y golpes con manguera que él me dio. A veces también nos emborrachábamos con ron o aguardiente y después yo le traía mujeres para que durmieran en el cuarto.

Entonces me cansé de los malos tratos y me volé de la casa. Me fui para el Terminal de Transporte y me subí a un bus cualquiera, no me importaba para dónde fuera. Así llegué al Tolima, después al Huila y de ahí al Caquetá. Estuve un tiempo en Florencia, durmiendo en la calle y haciéndole favores a la gente de los negocios para que me dieran plata. También trabajé con un señor que tenía caballerizas, ayudándole a amansar las bestias. Después me fui a conocer otros pueblos: Puerto Rico, San Vicente, Solita, Solano, Belén, Montañita, Cartagena. En todas esas partes trabajaba en fincas maneando y apartando ganado, aunque a veces también raspaba hoja de coca. A cambio me daban la comida.

Este año llegué a un pueblo que se llama San Antonio de Getucha, que queda a orillas del río Orteguaza. En ese pueblo no hay Policía ni Ejército sino que la autoridad es el frente XV de las Farc. Los milicianos que se mantienen en el pueblo me interrogaron. Me preguntaron si yo le hacía inteligencia al Ejército o a los paras. Les dije que no, que a ninguno. Entonces, como me vieron tan inteligente me dijeron que tenía que conseguir información para ellos. Me tocaba averiguar por dónde venía el Ejército y llevarle la razón a un miliciano que se llama 'Gallofino'. En San Antonio todos los milicianos están armados con pistolas, y compran y venden coca. Pero cuando hay problemas o cogen a un ladrón, vienen los guerrilleros, lo amarran y lo ponen a trabajar.

Yo me gané la confianza de 'Gallofino' y él me decía que si me portaba bien me iba a mandar a una escuela de entrenamiento con las Farc, pero dentro de tres años. Me decía que yo servía para la guerra. Una vez lo acompañé a un filo a llamar por radio y cuando menos pensamos teníamos las ráfagas encima. Nosotros sabíamos que el Ejército estaba a tres kilómetros, pero nunca pensamos que nos iban a caer. Dispararon durante unos 15 minutos y después salimos corriendo.

A los pocos días montamos una emboscada. Cuando se prende el combate uno siente miedo pero también emoción. En las emboscadas uno tiene que estar atento porque lo pueden matar en cualquier momento. Lo importante es que a mí no me mataron. Cada uno lucha por su vida. Sólo me importa vivir y los demás, salados. Ese día no sé cuántos soldados murieron. Tal vez ninguno porque los milicianos sólo tenían un fusil, una miniuzi y el resto eran pistolas. Todo olía a llanta quemada.

Me aburrí con los milicianos porque no me daban posada y me tenían pasando hambre. Yo me quería volar pero me daba miedo que me mataran. Me tocó ver cómo mataron a tres guerrilleros que se querían volar con unas armas porque sabían que el Ejército les daba plata por ellas. Pero los descubrieron y los mataron. Los dejaron tirados en un potrero.

Ellos me trataban mal, aunque a veces eran buenas personas: me dieron una sudadera, una camisa negra y unas botas. Pero yo estaba muy aburrido y una señora de San Antonio me aconsejó que me le entregara al Ejército. Cuando vi la oportunidad cogí una canoa que iba hasta una tribu de indios y de ahí caminé un día entero hasta la base militar de Milán. Todo el trayecto lo hice por camino. Ellos no me persiguieron ni me mataron porque yo no me traje ningún arma.

En la base de Milán hablé con un capitán y le dije todo lo que sabía sobre 'Gallofino' y los milicianos. A los tres días me montaron en una piraña y viajamos por todo el río Caquetá. Ahí decidí que cuando sea grande seré soldado de marina para manejar una piraña. Me gusta la guerra, me gustan las armas. Después me subieron a un helicóptero y me llevaron a la Brigada de Florencia, donde ya estoy cansado de contar la misma historia 20 veces. Me han dicho que tal vez me lleven al Bienestar Familiar, pero yo no quiero. Hace años me cogieron durmiendo en una calle de Bogotá y me llevaron para un hogar en Cajicá. Me volé y no quiero volver allá. Me han dicho que ahora la vida me va a cambiar, pero yo no creo que sea cierto".