Home

Nación

Artículo

Las aguas del río Amazonas subieron más de tres metros con esta temporada de lluvias. Cerca de 1.100 personas tienen que vivir hoy en albergues y 5.600 están en riesgo.

INVIERNO

Invierno: el Amazonas desbordado

Las lluvias han provocado un fenómeno pocas veces visto: mientras para Leticia es una tragedia y el turismo está de capa caída, para la selva es más que una bendición. SEMANA recorrió las zonas más afectadas.

28 de abril de 2012

"Estamos sobreviviendo. Esta es la tierra en que nos tocó vivir", dice Élver Fonseca recostado sobre una hamaca. La escena da náuseas. Dos esqueletos de pescado reposan en el suelo. Al lado hay unas botas pantaneras con las medias colgando, todavía mojadas. A menos de un metro, lo que hasta hace unos días fue el primer piso de su casa, hoy está convertido en una piscina de aguas putrefactas en la que flotan desde botellas hasta pañales. En los 15 años que Élver ha vivido en el barrio La Unión, en Leticia, su casa se ha inundado cuatro veces. "Pero esta es la peor. Si no hubiera levantado el segundo piso, me habría quedado sin nada", dice.

Lo que le queda, sin embargo, es poco. Las lluvias le dañaron el televisor, la nevera e incluso el celular. "Se me mojó hasta el colchón", se queja. Para su familia la creciente del río Amazonas es sinónimo de tragedia. Hace tres años, la nieta de su mujer se cayó al agua. "¿Quién se sumerge en esta contaminación a buscar a una niña de dos años? ¿Cómo la encuentra uno? Nosotros lo hicimos, pero cuando la vimos ya estaba muerta", se lamenta.

El río Amazonas le ha pasado factura a muchas familias como la de Élver. Cerca de 1.025 (unas 5.600 personas) se encuentran en riesgo en Leticia y sus alrededore. Más de 200 fueron trasladadadas a albergues pues el caudal del río subió más de tres metros (pasó de diez a 13,5) y sumergió sus casas. Lo mismo pasó con parte del acueducto y alcantarillado. Por eso, en Leticia no solamente no llega agua a muchos hogares sino que se devuelven las aguas negras por los sifones. Los abuelos de las comunidades indígenas dicen que esta es la peor inundación en 30 años y el Ideam asegura que faltan aún 20 días para que en el bosque húmedo más grande del mundo pare por fin de llover.

Lo que el río se llevó

El nuevo malecón, orgullo de Leticia, dejó de existir hace menos de un mes. La inversión se acercaba a los 6.000 millones de pesos, pero hoy ya no se ve ni el rastro. Hasta Kapax tuvo que ir a recoger la estatua que le habían hecho allí para que no se dañara. Todo quedó bajo el agua, hasta el puerto que conduce a los turistas a Puerto Nariño, un bello pueblo a 87 kilómetros de Leticia.

Ya en el río el paisaje es imponente. Las hojas de las copas de los árboles se mezclan con el agua. Al llegar a la Isla de los Micos, hay un letrero escrito a mano en letra roja que desanima a cuanto turista llega: "Cerrado por inundación". Desde el miércoles de Semana Santa nadie ha podido entrar a ese reino de los monos, de casi 450 hectáreas, creado por el narcotraficante Mike Tsalikis y hoy concesionado por el Hotel Decameron. Lo mismo pasa con el Parque Amacayacu. El nivel del agua apenas deja ver una parte del letrero del Ministerio de Ambiente que da la bienvenida. Todo está bajo el agua.

La falta de turistas tiene varados a los indígenas Tikuna, de la comunidad de Macedonia, cerca del parque. Casi toda la comunidad vivía de ellos, pero ahora la aldea parece una especie de Venecia clavada en la mitad de la selva. Para llegar a las casas hay que entrar en canoas. El agua llegó tan lejos que de la Maloca principal, que medía más de dos metros de alto, apenas se ve la punta del techo. Las casas están inundadas pero, como con la creciente viene la subienda, las cocinas están repletas de pescado. Hace unas semanas el gobierno les mandó unos mercados. Una mujer indígena cuenta que les mandaron unas latas de atún. Por eso León Cruz, otro de ellos, cuenta que la última vez que llegó la ayuda humanitaria la desvió hacía el Perú, es decir, a la otra orilla del río, donde los indígenas hoy tienen que vivir en sus balsas. "Nosotros somos unos privilegiados", concluye.

Pero no todos los indígenas ven la inundación con los mismos ojos. José Gregorio Vásquez, el curaca de la comunidad San Martín, tiene 25 cedros inundados. Su mamá los había plantado hace más de tres décadas. "Aquí no se deja de herencia plata, sino árboles", dice Artemio Cano, un funcionario de Parques Naturales, para explicar esa tragedia. A Orlando Vásquez, de la comunidad Siete de Agosto, ya le ha tocado matar 12 culebras, pues con las inundaciones todos los animales están buscando las partes secas. Ese 'todos' también incluye a los escorpiones y a los caimanes. Este profesor cuenta que en su comunidad llevan tres semanas sin clases. "Como se inundaron las aulas, tuvimos que hacer un descanso forzado por calamidad", explica sin más reparos.

El pesebre sumergido

"Aquí no necesitamos 5.000 mercados, necesitamos 5.000 turistas", dice Zoraida Veloza, diputada del Amazonas y habitante de Puerto Nariño. "El agua es nuestra cultura y sabemos cómo manejarla", continúa. Para ella la inundación en la selva no es una tragedia, es su naturaleza. Dice que los cientos de turistas que cancelaron sus reservas a ese municipio, conocido como el pesebre natural del país, lo hicieron porque no saben que allí no hay avalanchas como en el interior. El río sube paulatinamente, por lo general un centímetro por día, "nos va avisando", dice.

Y, efectivamente, en el municipio todo pareciera ser felicidad. En las canchas de fútbol, a las que apenas se le ven las porterías, los jóvenes juegan hoy waterpolo. En la Alcaldía Municipal, otro grupo de niños hace una carrera entre el agua con las sillas de las oficinas. Uno se sube y otro empuja como si fuera una lancha. En el segundo piso el alcalde, Alirio Vásquez, despacha normalmente con sus botas pantaneras y su toalla al hombro. El mandatario hace cuentas. Necesita tres docenas de tablas para que cada familia pueda ir subiendo el piso de su vivienda al ritmo que sube el agua y hay 550 familias indígenas afectadas en la vecindad.

Los números solo demuestran las contradicciones de una de las peores inundaciones del país: en Leticia no hay agua al lado de uno de los ríos más caudalosos del mundo y en Puerto Nariño no hay madera en lo que podría ser la reserva forestal más extensa del planeta. "Lo que pasa es que acá nada se puede tocar", dice orgulloso el alcalde de Leticia. Más del 80 por ciento del departamento es reserva forestal o parque natural y, por eso, no se puede talar árboles.

Y mientras los humanos se afectan, los ecosistemas se regocijan. "La naturaleza no sufre, los que sufrimos somos nosotros: los intrusos", explica Alex Aguirre, uno de los funcionarios del Parque Amacayacu. Para las plantas y los animales es un respiro . Permite que a lo más profundo del bosque vuelvan a entrar las aguas. Así, los pescados de río pueden desovar sin riesgos y los de las lagunas pueden volver a los ríos. "Esta es la limpieza que la tierra le da a la selva cada década", señala Eliana Martínez, jefe del parque.

Pero como nada en extremo es bueno, en el Amazonas temen que luego de las lluvias venga la sequía. "Aquí vivimos en medio de contrastes", explica Iván Vanegas, gerente del Hotel Decameron Tikuna. Hace dos años, la noticia era la contraria. Los medios internacionales reseñaron cómo "el río Amazonas, considerado el más caudaloso del mundo, está reducido a enormes playas de arena". Su profundidad bajó a seis metros. Y hasta la Nasa emitió una alerta. Por eso León Cruz, de la comunidad de Macedonia, dice, sin dudarlo, que prefiere que las cosas permanezcan como están hoy. Para él, lo que sucede es simplemente que el río está reclamando lo que había perdido, "lo que era suyo".