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En sus cuatro años de gobierno, Luis Eduardo Garzón logró desarrollar una sólida política social, cerrar las brechas sociales y demostrar que la izquierda puede gobernar con seriedad. Los lunares estuvieron en la movilidad y el fracaso de la política de vivienda popular.

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Izquierda capital

¿Qué le dejan a Bogotá cuatro años de gobierno de izquierda, en cabeza de Luis Eduardo Garzón, y qué le espera con la alcaldía de Samuel Moreno

José Fernando Hoyos. Editor de Bogotá y Enfoque de SEMANA
15 de diciembre de 2007

Hace cuatro años, LA llegada de Luis Eduardo Garzón al Palacio Liévano tenía divididos a los bogotanos. Mientras los seguidores tenían grandes esperanzas sobre lo que podía hacer el primer alcalde de izquierda que llegaba al segundo cargo más importante del país, los opositores y muchos pensaban que un sindicalista, de origen modesto, iba a frenar la transformación que traía Bogotá. "Cuando llegamos, guardaron los ceniceros y los jarrones, porque pensaron que nos íbamos a robar todo", dice Lucho al hacer una parodia de los temores que despertaba el comienzo de su administración.

Hoy, al finalizar 2007, el grueso de los capitalinos, incluidos los peñalosistas más recalcitrantes, cree que la alcaldía de Garzón fue buena para el desarrollo de la ciudad, mientras que muchos seguidores del Polo Democrático y de izquierda tienen un sinsabor en la boca, por no decir que se sienten traicionados, pues esperaban mayores cambios.

A pesar de los buenos resultados en las encuestas, que dejan a Garzón como uno de los mandatarios que salen con más popularidad de su cargo, y de las positivas calificaciones de 'Bogotá Cómo Vamos' y de muchos expertos, el balance final está lleno de altibajos. En los temas sociales (educación, salud y política alimentaria) y manejo fiscal y liderazgo, obtiene una nota sobresaliente; en descentralización, eficiencia administrativa y seguridad, tiene méritos para pasar; pero en movilidad, vivienda y gestión del suelo urbano, obtiene malos resultados.

Cuando Lucho Garzón llegó al poder, la ciudad apenas empezaba a salir de la profunda crisis económica que disparó la pobreza, sin contar con las olas de desplazados que inundaban los semáforos y los barrios marginales. Su discurso de campaña y su plan de gobierno se centraron en frenar esa emergencia, cerrar las brechas sociales y ponerle corazón al cemento y al ladrillo que habían marcado el desarrollo de Bogotá. Fue así como nació 'Bogotá sin indiferencia', que en buena medida buscaba garantizar los derechos básicos a la población vulnerable y excluida, sin afectar las finanzas públicas.

En estos cuatro años, la pobreza cayó por debajo del 38 por ciento, ayudada sin duda por el generoso ciclo económico que arropó a Latinoamérica y por la confianza en el país. Lo importante de la administración de Lucho es que aprovechó esa bonanza para sembrar en lo social. La ciudad entrega 672.000 apoyos alimentarios diarios; 557.000 estudiantes reciben refrigerio; hay 283 comedores comunitarios que benefician a 86.000 personas, y más de 570.000 niños y madres reciben suplementos vitamínicos.

En salud se vincularon 336.000 nuevas personas al régimen subsidiado, para llegar casi a 1'700.000 personas, mientras el fracasado programa 'Salud a su hogar' renació al ser atado a los estudiantes del Distrito. De allí salió 'Salud al Colegio', liderado por las Secretarías de Educación y Salud, con el cual se han beneficiado 650.000 estudiantes de colegios oficiales de la ciudad. Y sin duda, el mayor éxito y la huella que dejará Garzón es la revolución educativa que realizó. Más de 182.000 cupos fueron creados para superar el millón de estudiantes. La tasa de deserción bajó, se extendió la gratuidad de la educación a preescolar y primaria, que beneficia a 634.000 niños, y aquellos con necesidades educativas especiales. Es decir, los padres encontraron cada vez más alicientes para que sus hijos vayan a los colegios públicos.

Precisamente uno de los aspectos más importantes fue la construcción de 50 megacolegios nuevos -de los cuales 22 se encuentran en funcionamiento-, el reforzamiento de 177 sedes escolares y el mejoramiento de 59 plantas físicas, que tuvieron una inversión cercana al billón de pesos. Garzón se la jugó por defender la idea de que el Estado tiene la obligación de dar educación y salud, y demostró que se puede. El reto de Samuel Moreno será mejorar la calidad de la educación.

Contrario a este panorama, la educación superior se rajó. No se crearon mayores cupos y la Universidad Distrital siguió siendo un foco de corrupción e ineficiencia, en manos de un grupito de concejales, ex concejales, ex rectores y un parlamentario que la manejan a su antojo.

Lucho tampoco quiso meterle mano a la propiedad de las tierras que la ciudad necesita para crecer, ni impulsó las plusvalías, para que quienes se han enriquecido por el desarrollo de la ciudad, hacia los lados y hacia arriba compartan parte de sus utilidades con Bogotá. Y a pesar de haber hecho una reforma administrativa, que era necesaria, no hubo una descentralización del poder, temas que sí preocupan a la izquierda, como lo advierte el concejal del Polo Carlos Vicente de Roux.

No fue una administración reformista, en especial en reestructurar algunas empresas para hacerlas más racionales y eficientes. "El caso más dramático es el de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. No está claro qué tan eficiente es, si responde al interés de los bogotanos o a los intereses de un grupo de contratistas", dijo de Roux. Pero, por otro lado, desarrolló una política contraria a la del gobierno nacional. Mientras el Estado vendía sus activos, compró Ecogás y fortaleció a la ETB. Construyó hospitales y se quedó con algunos que desechó la Nación.

Garzón gobernó con comodidad. Su primer gabinete fue hecho con milimetría política y prefirió renunciar al esquema que había dejado Mockus, de tener una relación distante y sin clientelismo con el Concejo. Lo curioso es que a veces tuvo más problemas con su bancada que con los opositores.

Lucho dio batallas para frenar el creciente poder del gobierno central. En vez de una política de seguridad democrática, con redes de informantes y redadas indiscriminadas, optó por proteger los derechos y las libertades individuales. Y cuando las cifras y su despreocupación por la seguridad dispararon los indicadores, decidió afrontar el problema. Hoy las tasas de homicidios son las más bajas en más de 20 años, pero aún el robo callejero sigue alto. "Como líder de la oposición debió jugársela para defender las transferencias, que al final significaron que la ciudad deje de recibir 600.000 millones de pesos al año. Tampoco peleó por reformar el sistema de salud", dice de Roux.

Al igual que le ocurrió a Peñalosa y a Mockus, Garzón empezó a pensar en su futuro, en una eventual candidatura presidencial. Su meta fue demostrar que la izquierda puede gobernar, hacer cambios y mantener la eficiencia fiscal. Empezó a tomar algunas decisiones con encuestas. La impopular valorización, aprobada en 2005, sólo se empezó a cobrar a final de este año. Y tuvo que enfrentar los problemas de movilidad y deterioro de la malla vial, que nunca hicieron parte de su programa de gobierno.

Precisamente el acelerado deterioro de la malla vial y el caos del transporte público son dos temas que los bogotanos de estratos más altos tienen en cuenta a la hora de calificar mal la gestión de Garzón. El problema es que la ciudad requiere 7,5 billones de pesos para arreglar las calles, y a pesar del programa 'Armando Calle', los arreglos se han visto más en los medios que en la ciudad.

Ahora le toca a Samuel el relevo. Deberá mantener la costosa inversión social y a la vez cumplir su promesa de dejar casi lista la primera línea del metro. Con dos agravantes: el caos vehicular y el deterioro de las calles no dan más espera, así que tendrá que buscar soluciones innovadoras para sacarles más plata a los bogotanos, como peajes internos, autopistas por concesión o aumento de impuestos para vehículos y motos. Moreno no puede esperar cuatro años más para tomar decisiones de fondo. Por fortuna, en sus manos tiene la posibilidad de implementar el Plan maestro de movilidad y quedar para la historia como el alcalde que puso fin a la guerra del centavo, honor que Lucho no quiso tener.

El otro problema para Moreno es manejar la relación con el presidente Álvaro Uribe, quien tomó muy mal su derrota en Bogotá. Se ha negado a recibirlo y ahora está planeando un consejo comunitario para el primero de enero en la capital, día en que se posesiona el nuevo alcalde.

La izquierda demostró que es capaz de gobernar una ciudad que tiene un presupuesto superior al de Uruguay o Paraguay, pero ahora debe hacer los cambios que se requieren con urgencia: definir las relaciones de la ciudad con el Estado y con la región, frenar la expansión hacia la sabana, consolidar un modelo económico de desarrollo que también beneficie a los más pobres y dar el salto cualitativo en vías y transporte que la capital requiere, con honestidad, transparencia y justicia social. ¿Será Samuel Moreno capaz de hacerlo? La izquierda tiene la palabra.