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Miguel Andrés Rodríguez necesitó visitar a su padre varias veces en la cárcel, mientras este esperaba a que lo extraditaran a Estados Unidos, para perdonarlo y reconstruir su vida.

ENTREVISTA

“Jamás me ha avergonzado ser hijo de Miguel Rodríguez Orejuela”

El hijo y sobrino de los capos del cartel de Cali, habla sobre los 19 años que estuvo en la lista Clinton.

16 de agosto de 2014

SEMANA: Usted asesora a empresarios y estudiantes, pero también a presos en cárceles. ¿Qué les dice?

MIGUEL A. RODRÍGUEZ:
Yo por mucho tiempo sentí rabia, rencor, ganas de revancha. Pero concluí que no sirve de nada. Eso es lo que digo en mis charlas. A los empresarios les hablo sobre gestión de cambio y trabajo en equipo y, como abogado, también los asesoro en insolvencia financiera. Mi familia perdió millones de dólares y siento que por eso tengo la autoridad de decirle a alguien que quiere matarse por 100.000 pesos que no vale la pena. En lo social me enfoco en jóvenes que quieren una vida fácil a través del delito y los ayudo a emprender. A los presos les doy herramientas para que puedan salir adelante después de la cárcel. En resumen, a todos les ayudo a mirar hacia adelante.

SEMANA: ¿Para usted qué efecto tuvo el Cartel de Cali para el país?

M. A. R.:
El cartel de Cali es la historia de Colombia y es imborrable. A mis hijos ya les hablan en clase sobre el narcotráfico y los Rodríguez Orejuela. Eso es necesario, pero transformar una sociedad exige más factores. Tenemos que aprender a contar nuestra historia, no solo desde el punto de vista del castigo, sino desde el perdón y la restauración. El cartel de Cali hoy es una lección moral.

SEMANA: ¿Y qué recuerda de esas épocas oscuras?

M. A. R.:
Yo no tuve una relación directa con ese pasado. Era un niño que vivió aislado de un mundo que vino a conocer y sufrir años después. El 6 de agosto, mi papá cumplió 19 años en prisión, y él ha pasado por los estrados judiciales, morales e incluso los de la fantasía… Volver a lo que él hizo es caer en el síndrome del corcho en el remolino, que da vueltas sin moverse del mismo sitio. Es una actitud morbosa.

SEMANA: Pero seguro piensa en ese pasado. ¿Qué siente cuando lo hace?

M. A. R.:
Ese mundo no me permitió tener el padre que quería. Cuando pienso en el pasado, pienso que él se equivocó, pero a la vez tengo claro que esa es su vida. Para superar eso yo tuve que pasar por un proceso de reflexión y reorientarme.

SEMANA: ¿En qué momento empezó a pensar así?

M. A. R.:
Yo he vivido tres cánceres. A los dos años me detectaron un tumor en el riñón. Duré dos años en quimioterapias y mi papá no pudo acompañarme. Yo cargué con eso sin saber de su doble vida. Luego vino el cáncer financiero. Cuando se vino abajo el cartel, yo creía que también se había venido abajo mi futuro. Estuve en la lista Clinton de los 12 hasta los 31 años. Esa condición de estar bloqueado me afectó cuando quise emplearme.

SEMANA: ¿Y cuál fue el tercer cáncer?

M .A .R.:
El social. Vivir la doble moral de quien te saluda pero a la vez te pregunta con ironía: ‘¿Y qué hay de aquellos?’. Yo quise estudiar Administración y no pude porque cierta universidad de Cali no me aceptó al enterarse de quién soy. Tenía 17 años, mi padre acababa de ser capturado y fue duro ser el único que no había sido admitido. Años después, cuando estudiaba Derecho en otra parte, un profesor habló sobre el estigma y para mi sorpresa presentó el caso de un tal hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, a quien no lo habían recibido en una universidad. Era yo.

SEMANA: ¿Y qué hizo?

M. A. R.:
Me paré y le dije: ‘Mira, de quien tú hablas… esa es la vida mía’. Me pidió que contara mi experiencia. Recuerdo a la gente mirándome a la cara. Algunos empezaron a llorar, otros se quedaron indiferentes, y otros se rieron. Concluí que así es la sociedad: unos se identifican contigo, otros te ignoran, y otros se burlan. Pero aprendí a tener coraza y a saber que la felicidad está por dentro.

SEMANA: ¿Por qué no se cambió de nombre?

M. A. R.:
Jamás me ha avergonzado ser hijo de Miguel Rodríguez Orejuela. Yo lo amo. Sus enseñanzas fueron intachables, y sus errores… fueron suyos y por eso paga una condena. Mi ética hijo-padre es la del respeto y la admiración a mi papá.

SEMANA: El hijo de Pablo Escobar se cambió de nombre porque ofrecieron plata por su cabeza. ¿A usted lo amenazaron?

M. A. R.:
Si hubiera tenido amenazas, no estaríamos aquí hablando. Estaría fuera del país. Mi papá no me dejó enemigos, ni deudas. El hijo de Escobar sufrió tanto como yo e hizo lo que hizo para tener una vida independiente. Por él solo siento respeto. Me gustaría conocerlo.

SEMANA: Este país está lleno de hijos de guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, corruptos… ¿qué les dice?

M. A. R.:
Que hay que reflexionar. Que hay que dejar de pensar que uno es un ‘hijo de…’, sino una persona estigmatizada como cualquier otra que sufre por su condición. Así te das cuenta de que el estigma está en la cabeza. Al hijo marginado de un padre guerrillero yo le digo: quiérelo, no te avergüences, tu situación no es una deshonra.

SEMANA: ¿Qué siente cuando oye hablar de paz?

M. A. R.:
Que la paz es perdonar. Además, yo creo en un país educado y equitativo. Y pienso que de ahí tiene que surgir la paz, así se firme en La Habana o en Panamá o en Bogotá. Pero aquí, por ahora, vale más una telenovela del señor Pablo que una iniciativa social.

SEMANA: Ya que habla de ‘El patrón del mal’. ¿La vio?

M. A. R.:
Solo vi una parte para saber cómo interpretan a mi papá y a mi tío. No pongo los hechos en cuestión, pero siento que los personajes de la novela no reflejan a las personas de la realidad.

SEMANA: Hace un año usted visitó a su papá. ¿Ya lo perdonó por no ser el padre que usted necesitaba?

M. A. R.
: Esa historia va más atrás. Cuando mi papá fue pedido en extradición lo mandaron a la cárcel de Palogordo, en Santander, y le quitaron las visitas. Yo ya tenía mi tarjeta de abogado y así fui el único familiar que pudo verlo. Pasé con él su último día del padre, su último cumpleaños y su última Navidad en Colombia. Ahí lo perdoné, y así avancé en la vida.

SEMANA: ¿Y cómo lo vio ahora en Estados Unidos?

M. A. R.:
Mi papá había oído hablar por radio sobre mis charlas y me felicitó. Gilberto me recomendó leer a Foucault para entender el concepto de castigo en la sociedad. Él, que es filósofo, recomienda lecturas, me ha hecho leer a Kant y Schopenhauer. Para mí, ellos siguen siendo el mismo padre y el mismo tío de siempre.