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| Foto: César Carrión / SIG

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“Un vuelo pacífico sobre el Atlántico”

El presidente Juan Manuel Santos llegó a Noruega donde este sábado recibirá el Nobel de Paz. Diez horas de vuelo entre Cartagena y Oslo, entre las víctimas del conflicto y la clase política.

Rodrigo Urrego Bautista
9 de diciembre de 2016

El Júpiter 1202 de la Fuerza Aérea es una imponente coraza metálica de color gris plomizo, nariz negra, que trae a la memoria aquellos dirigibles de antes de la Segunda Guerra Mundial, y que hoy solo se ven volar en las películas de Indiana Jones. Y eso. De solo verlo, a varios metros de distancia, pareciera un búnker de los cielos, una nave de combate en cuyas entrañas tuviera todo lo necesario para ganar la guerra. Probablemente en algún momento así haya sido, pero el Júpiter 1202 fue el avión que llevó al presidente Juan Manuel Santos a Oslo, la capital de Noruega, donde este sábado recibirá el premio Nobel de la paz.

Un avión que no tiene ventanas, salvo las de la cabina de la tripulación. En Cartagena de Indias, donde Santos lo abordó bajo un cielo plomizo como la ‘piel’ de la aeronave, la ventana del piloto estaba abierta, y de allí se asomaba una bandera blanca con una paloma de la paz en la mitad. Como para dejar en claro que el vuelo trasatlántico que estaba a pocos minutos de iniciar no se trataba de una operación militar, sino precisamente de lo contrario.

Adentro parece como una larga cápsula, una nave espacial acaso, o como si se tratara de un escáner gigante, donde se practican resonancias magnéticas. Es probable que un deportista  de alto rendimiento sintiera esa sensación al entrar a la aeronave.  

El Júpiter está dividido en tres áreas, claramente separadas.  “Playa alta, playa media y playa baja”, en palabras de los más asiduos tripulantes, y en los términos de un reality de la televisión nacional, pero que daban en el blanco para describir la escala jerárquica de los viajeros.  

En ‘playa alta’, tenían asiento el presidente Santos y la Primera Dama, María Clemencia Rodríguez. “El Señor y la Señora”, como se refieren los hombres y mujeres del esquema de seguridad, y los funcionarios más cercanos al mandatario; también Humberto de la Calle, el jefe negociador en Cuba; Sergio Jaramillo, el comisionado de paz; el general Óscar Naranjo, negociador; la canciller María Ángela Holguín, también plenipotenciaria; el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo; y un expresidente de la República, que en esta ocasión fue Ernesto Samper, actual secretario general de la Unasur.

‘Playa media’, una especie de clase ejecutiva en un avión comercial, encontraron lugar Martín Santos, hijo mayor del Presidente, María Antonia y su esposo Sebastián Pinzón. Los hermanos del mandatario, el periodista Enrique Santos; el reconocido promotor de espectáculos, el que en los 90 montó multitudinarios conciertos en la cancha de El Campín, y manager de artistas, Felipe Santos; y  el empresario Luis Fernando Santos. Los tres acompañados de sus esposas.

También tuvieron asiento el ministro del posconflicto, Rafael Pardo; el exministro de Justicia Yesid Reyes; Roy Barreras, único senador en el vuelo (Iván Cepeda, invitado, se abstuvo de viajar, no podía descuidar el Polo Democrático); el exministro conservador Álvaro Leyva; Frank Pearl, también negociador, y el general Jorge Enrique Mora Rangel, también plenipotenciario; Camilo Granada, alto consejero para las comunicaciones; el hermano de la Primera Dama, quien ha sido hasta negociador con el ELN; Héctor Abad Faciolince, una de las víctimas invitadas a la entrega del Nobel; y un joven de treinta años, muy consentido por ministros y familiares del mandatario, a quien le partieron una torta de cumpleaños. “Sergio Londoño es el nieto del dueño de Kola Román…”, explicaban, y su función es ser el ‘Note taker’ del presidente Santos. Para más señas, es el único que ha estado en las reuniones del Presidente con sus homólogos, por ejemplo, el presidente Barack Obama, de los Estados Unidos.

La torta de cumpleaños alcanzó para ‘playa baja’. Sería la clase turista de los vuelos convencionales. En la primera fila de esta tercer área se sentó Esteban, el hijo menor del Presidente; la excongresista Piedad Córdoba; y el resto del grupo de víctimas invitadas al acto.

Pastora Mira, esa antioqueña que vio morir a su padre, a sus hermanos y a su esposo, la desaparición de su hija, y el desplazamiento de su tierra; Leyner Palacios, a quien un milagro lo hizo sobreviviente de la masacre de Bojayá (2002), y que tuvo que enterrar a casi todos sus familiares, que se habían refugiado en la noche del 2 de mayo de ese año en la Iglesia San Pablo Apóstol del pequeño pueblo chocoano, para refugiarse de balas de paramilitares, y cilindros bomba de guerrilleros; Liliana Pechené, una de tantas mujeres indígenas sobrevivientes a las balas del conflicto en Silvia, uno de los municipios más golpeados del Cauca; Fabiola Perdomo, viuda de Juan Carlos Narváez, uno de los 11 diputados del Valle, secuestrados por las FARC en pleno centro de Cali en el 2002, y asesinados en cautiverio en el 2007; y la representante a la Cámara Clara Rojas, secuestrada con Ingrid Betancur en el 2002, que no solo padeció algo más de seis años de cautiverio, sino que dio a luz a su hijo Emmanuel, en las profundidades de la selva colombiana.

En seguida, periodistas de todos los medios nacionales, el general Maldonado y todo el esquema de seguridad del mandatario, completaban la tripulación de viajeros. Durante la mayor parte del vuelo, allí jugaron cartas, sentados en el piso, la Canciller, el ministro Cristo, Reyes, los hijos del presidente. Cuando el avión apagó sus luces muchos, como Martín Santos, prefirieron pasar la noche tirados en el suelo que en sus sillas asignadas.  

Una comitiva que bien podría representar la política de los últimos 30 años. Por circunstancias de la vida, en los cómodos sillones del área delantera, Samper y De la Calle estuvieron frente a frente varios minutos. Todo mientras el presidente Santos caminaba para saludar, uno por uno, a todos los viajeros, y para tomarse una foto junto a las víctimas invitadas a la ceremonia.

Es probable que Samper y De la Calle no estuvieran juntos, tantos minutos, desde 1995. El jefe negociador con las FARC fue la fórmula vicepresidencial de Samper en la campaña de 1994. Pero el proceso 8.000, que demostró el ingreso de dineros del Cartel de Cali, produjo la ruptura. Fue la primera vez que De la Calle renunció a un cargo, aquella vez a la Vicepresidencia (Hace dos meses renunció al Gobierno, tras la derrota en el plebiscito, pero el presidente la rechazó). Ahora, dos hombres de muy buen sentido del humor, volvían a sonreír juntos. “Este es el vuelo del amor, pero no del arrejuntamiento”, explicaba De la Calle; “es mejor estar acompañado de un candidato presidencial que de un expresidente”, decía Samper.

Roy Barreras, para quienes no conozcan de sus inicios, debutó como representante a la Cámara en 1994. Y según las noticias de la época, era uno de los mayores opositores al gobierno de Samper, no solo pidió su renuncia sino que votó a favor de la acusación en la plenaria. Sí, para quienes no lo crean, Roy Barreras estuvo en la oposición. En el Júpiter estaba junto al ministro Cristo (secretario de Comunicaciones de Samper) y con el propio expresidente haciendo toda suerte de cábalas para el 2018. Samper, quien tiene ese don de reencaucharse en la política, se le notan las ganas de influir en un gran movimiento que congregue a toda la izquierda. La preocupación de Barreras parece ser una gran coalición por la paz, que le pueda ganar al candidato de Álvaro Uribe y a Germán Vargas Lleras. A propósito, el vicepresidente no estaba en el grupo de viajeros.

A pesar de que su color político es el azul, Álvaro Leyva ha ido siempre en contra del establecimiento. Hace dos años, concedió una célebre rueda de prensa en Bogotá donde responsabilizó a Juan Manuel Santos de haber frustrado un cese al fuego para un intercambio humanitario, en los años del gobierno Uribe. Leyva, también años atrás, había corroborado una afirmación del expresidente Andrés Pastrana cuando lanzó su libro de memorias. En el Club El Nogal de Bogotá, el exministro señaló a Santos de haber conspirado un golpe de Estado contra Samper. Ahora, Leyva es habitual en los viajes de Santos, brinda con él, y en el de Oslo allí estaba sentado, junto a los hermanos del presidente de la República. Mientras que a Samper lo había llamado el presidente Santos para que lo acompañara en la cena. El exmandatario "a manteles" en la misma cabina con quien, en teoría, o mejor, según Pastrana y Leyva, había conspirado en su contra. Quién lo creyera.  

En el Júpiter, viajaron los que han sido protagonistas de la política nacional desde por lo menos tres décadas. Antiguos adversarios, hoy cómplices de una causa común. Paz política, dirán algunos. Apariencias, dirían otros. En Colombia hay un programa de televisión que se llama la Polémica de los deportes. Cuatro cometaristas que no solo controvierten sino que parecen enemigos en continua confrontación. Lo que muchos no saben es que se acaba el programa y todos se abrazan como los socios de siempre. Qué parecido con la política, más aún cuando en un país como el nuestro, parece hacerse en fila india, en la cual cada candidato presidencial parecía tener señalado su turno. En aquel entonces, es probable que Juan Manuel Santos tuviera escriturado su día, su hora, su momento en la presidencia de la República. Su familia, seguramente, y muchos periodistas activos desde esos años, no lo ponían en duda.

Pero nadie se hubiera atrevido a vaticinar que Juan Manuel Santos sería premio Nobel de Paz. Ni hace 30 años, ni mucho menos hace 10, cuando fue el ministro de Defensa de Uribe, el que más duro golpeó a las FARC (Raúl Reyes, Tirofijo, Iván Ríos, Mono Jojoy, Alfonso Cano), el que trajo a la libertad a Ingrid Betancourt, pero también el ministro de uno de los mayores escándalos de los últimos años, el de los falsos positivos, que cobró la vida de jóvenes inocentes de Soacha, que fueron preentados como guerrilleros abatidos en combates, en Ocaña, Norte de Santander.

Ahora, Juan Manuel Santos, luego de seis años en la Presidencia, consiguió lo que ninguno de sus antecesores: un acuerdo definitivo con las FARC para poner fin al conflicto armado. Por eso, en sus manos caerá el Nobel de Paz 2016.

Lo recibirá tras 10 horas de vuelo en el Júpiter. A las 5:38 de la tarde del 8 de diciembre despegó del aeropuerto Rafael Núñez, en Cartagena, y aterrizó en Oslo a las 3:30 de la mañana en Colombia, 9:30 de la mañana en Noruega, apenas cuando los primeros rayos de sol asomaban. Un vuelo plagado de paradojas y contrastes. O como escribió Héctor Abad Faciolince, en el avión, en una dedicatoria que firmó de su libro ‘El olvido que seremos’ a uno de los viajeros: “un vuelo pacífico sobre el Atlántico”.