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Antoine de Saint-Exupéry. | Foto: Guillermo Torres

SEMBLANZA

Juan Mario Laserna: Una partida prematura

En los últimos días de su vida el economista llevaba en la solapa un pin de El Principito, protagonista del escritor Antoine de Saint-Exupéry. Él mismo aclaraba por qué siempre se identificaba con ese personaje.

30 de julio de 2016

Pocas personas en Colombia tenían tantas facetas como Juan Mario Laserna. Un economista con muchos pergaminos y ejecutorias, un tecnócrata destacado, y un colombiano sencillo que gozaba recorriendo los pueblos del Tolima, un departamento que llevaba en el alma. Por eso no sorprendió que ante su trágica muerte personajes de todos los partidos políticos abarrotaran la catedral de Ibagué durante su sepelio.

Los mandatarios de los últimos gobiernos con los que trabajó lamentaron su fallecimiento. El expresidente César Gaviria dijo que era una de las mentes más lúcidas y una de las personas más preparadas y desperdiciadas. El expresidente Álvaro Uribe lamentó su muerte y dijo que tuvo el honor de nombrarlo codirector del Banco de la República. Y el presidente Juan Manuel Santos lo describió como un ser humano excepcional.

Estudió en Phillips Academy Andover, uno de los colegios privados más exclusivos y el cuarto más antiguo de Estados Unidos, que cuenta entre sus egresados al expresidente George W. Bush. Fue el único colombiano en el cuadro de honor de los 100 mejores estudiantes de esa institución. De allí pasó a la Universidad de Yale, donde se graduó con honores, y posteriormente obtuvo un MBA en la Universidad de Stanford. Hizo una especialización en la Universidad de los Andes y otra en políticas públicas en Johns Hopkins.

Iván Duque, senador por el Centro Democrático, destacó en un perfil en el diario Portafolio su humor negro, su cultura intimidante y su dominio impecable de la economía y la filosofía. “Era una enciclopedia ambulante”, dice Carlos Enrique Rodríguez, director encargado de la revista Dinero, quien trabajó hombro a hombro con Juan Mario durante los dos últimos años.

No eran los únicos en reconocer ese talento. “No conozco un colombiano con mejor formación académica”, afirmó su amigo Alberto Calderón, expresidente de Ecopetrol. En una semblanza que escribió reconoció que para Juan Mario no debió ser fácil ser hijo de Mario Laserna, considerado una eminencia académica en el país, ya que fue fundador de la Universidad de los Andes y amigo de Albert Einstein. Por eso no es extraño que Juan Mario haya querido emular a su padre.

En el fondo no había personas más diferentes que Mario Laserna y su único hijo varón. Aunque eran igual de inteligentes, el padre tenía una personalidad arrolladora y un exceso de seguridad en sí mismo. Juan Mario era exactamente lo contrario, un hombre tímido, noble y vulnerable. Nadie estaría más sorprendido del homenaje que se le rindió tras su fallecimiento que él mismo. Y lo que llama la atención es que todos los reconocimientos que se le han hecho después de su muerte, que pudieran parecer hiperbólicos por solidaridad póstuma, corresponden a la realidad.

Desde muy joven pasó por varios de los altos cargos apetecidos por la tecnocracia colombiana y se podría decir que los tuvo casi todos menos el que más anhelaba: el Ministerio de Hacienda. Siempre demostró tener un enfoque original frente a los problemas, muchas veces en contravía de lo que se daba por hecho en ese momento. De ahí que lejos de haber sido un burócrata eficiente fue siempre un pionero y un transformador.

Antes de los 30 años, a comienzos de la década de los noventa, ingresó al Ministerio de Hacienda de Rudolf Hommes. Allí fue analista del Consejo Superior de Política Fiscal. En ese momento su “obsesión marcial”, como el mismo reconoció, era la forma como se ejecutaba el gasto de inversión en defensa.

Después trabajó con Rafael Pardo, el primer ministro civil de Defensa, con quien elaboró el primer plan quinquenal de la fuerza pública. Luego en Planeación Nacional participó en la implementación de la Unidad de Justicia y Seguridad. En 1993 el presidente Gaviria lo nombró consejero presidencial para Asuntos Económicos y después pasó a ser su secretario privado cuando el exmandatario fue elegido secretario general de la OEA.

En 1995 hizo una pausa para estudiar un MBA en Stanford. Sobre su ingreso a esta universidad, Alberto Calderón cuenta una anécdota que describe su brillantez. Cuando Juan Mario escribió un ensayo para aplicar a esta institución, contó su trayectoria académica y profesional. La universidad tuvo que verificar si era cierta porque no creía que una persona tuviera semejante hoja de vida en tan corto tiempo.

Pero su ascenso profesional no se detuvo. Durante el gobierno de Andrés Pastrana fue viceministro de Hacienda de Juan Camilo Restrepo y director de Crédito Público de Juan Manuel Santos. En ese cargo ayudó a sacar adelante el Fondo de Pensiones Territoriales, y junto con Lucho Garzón negoció un paro nacional que se prolongó por 26 días. Durante la administración del presidente Uribe estuvo en el BID como especialista del mercado de capitales y después el presidente lo nombró codirector del Emisor.

Pero lo picó el bicho de la política. Decidió dejar su cómodo y prestigioso puesto en el Emisor para saltar a las arenas movedizas del respaldo popular. Y contra el escepticismo de todo el mundo logró un milagro: sacar cerca de 55.000 votos y ser elegido senador. ¿Cómo una persona tan tímida, tan intelectual y tan aristocrática logró obtener una votación tan impresionante? Su fórmula fue muy sencilla. Se fue a vivir al Tolima donde su familia ha tenido extensas propiedades desde tiempos ancestrales, y se untó de pueblo. Durante dos años recorrió todo el departamento, municipio por municipio, hablando con la gente, tomando aguardiente y comiendo lechona. El resultado fue que de sus 55.000 votos 45.000 fueron de ese departamento.

Como librepensador que era, en el Congreso libró duras batallas, mucho más progresistas de las que se podría esperar de un representante del partido azul. Una de ellas fue la que dio para frenar el monopolio en el sector de las telecomunicaciones, donde se alió con el senador del Polo Democrático Jorge Robledo. También propuso gravar los dividendos, un tema que siempre ha sido tabú para los empresarios, y realizó varios debates para atacar los paraísos fiscales, donde muchos acaudalados esconden sus fortunas. Por eso el escritor Héctor Abad afirmó en un trino al conocer su muerte que Juan Mario era “un conservador por quien se podía votar sin traicionar la conciencia”.

Dos años antes de su muerte tuvo una gran frustración. Se lanzó otra vez al Senado de la República y esta vez se quemó. Perdió por 2.000 votos y de allí en adelante llegó a la conclusión de que la política dependía de la mermelada y no del talento. A partir de ese momento repetía una y otra vez que no perdió por 2.000 votos, sino por 2.000 millones de pesos. En una entrevista concedida al portal La Silla Vacía agregó que gran parte de la violencia en el país obedecía a la guerra por quien se quedaba con la ‘marrana’, si los conservadores o liberales.

Sin embargo, como era testarudo, no descartaba volver a jugársela para demostrar que se podría hacer política sin presupuesto. En las últimas semanas estaba haciendo contactos políticos para tal efecto. De hecho la muerte lo sorprendió cuando regresaba a Bogotá tras asistir al festival de cafés especiales, en Planadas. En su última entrevista, horas antes de su muerte, dijo una frase memorable que muestra simultáneamente sus frustraciones y su agudeza mental: “La política es el arte de tener amigos de mentiras y enemigos de verdad”.

El último paso en su trayectoria profesional fue el periodismo. En 2014 ingresó a la revista Dinero como asesor editorial, cargo en el cual orientó al equipo periodístico y escribió los editoriales y los artículos de macroeconomía de la publicación. Al mismo tiempo, hasta hace poco trabajó como comentarista económico en el programa de La F.m.

En Dinero, Laserna fue el Juan Mario de siempre, discreto en público y efectivo en privado. Su falta de pretensiones y su personalidad jovial le granjearon el respeto y admiración de todo el equipo de esa publicación.

Todo lo anterior muestra un periplo excepcional para una persona que no alcanzó a llegar a los 50 años. En todos quienes lo conocieron su partida dejó un vacío y una tristeza. Paradójicamente, vacío y tristeza es lo que sus allegados aseguran que él siempre sintió en el alma. Por esas vueltas de la vida y de la muerte, todo el afecto que él siempre sintió que le faltaba salió a flote a borbotones en los homenajes que se le han hecho.

En sus últimos días llevaba en la solapa de sus chaquetas un pin con la imagen del Principito, el inmortal personaje de la obra de Antoine de Saint-Exupéry, que es un niño soñador que se encuentra con un príncipe proveniente de otro planeta. Ricardo Ávila recordó que cuando le preguntaban por qué llevaba esta imagen, Juan Mario respondía que se identificaba con el protagonista, solo en su propio planeta. Esa podría ser la mejor descripción de ese hombre admirable que dejó de existir la semana pasada.