Home

Nación

Artículo

P E R I O D I S M O

La autocensura está de moda

Un programa de televisión que no fue emitido sobre las condiciones de cautiverio de los policías y soldados secuestrados por las Farc revive el debate sobre el papel de los medios en el conflicto armado.

Jorge Enrique Botero
13 de noviembre de 2000

“Tienen que estar el 22 en Los Pozos. El viaje puede ser de una semana o más. Su solicitud fue aprobada...”.



El arrugado papel que contenía este lacónico mensaje que alguien había dejado en el casillero de la recepción del edificio “lo trajo una muchacha despuesito de que usted salió esta mañana, don Jorge”, me aclaró el portero.

La noticia me llegó como una ráfaga, en contraste con los días, semanas y meses de lentitud que la precedieron. A mediados de junio viajé por primera vez a Los Pozos, sede de los diálogos gobierno-Farc, para plantearle a la guerrilla mi interés en realizar un gran reportaje sobre los soldados y policías en su poder. Desde mi incorporación al Canal Caracol propuse la idea de abrir un espacio para ese abandonado género del reportaje, ausente de nuestra televisión.

No tenía dudas: el de los soldados y policías en poder de las Farc era el tema preciso para inaugurar la serie de reportajes. Así que volví a la zona de distensión en julio, agosto y septiembre con mi propósito intacto. En mi cuarto viaje, hace un mes, finalmente logré hablar con el ‘Mono Jojoy’.

“¿Qué es exactamente lo que usted quiere?, preguntó ‘Jojoy’. “Que me deje entrar una cámara al sitio donde tienen a los policías y soldados y que me deje entrevistarlos...ah! y que me dé una entrevista después de verlos”, le contesté sin rodeos. “Pues eso está berraco, porque ese tema es del camarada Marulanda... pero déjeme yo termino de cuadrar unas vainas y le aviso. Yo le mando razón si sí o si no”. A las 5 de la mañana del día siguiente emprendí el regreso a Bogotá.

De modo que aquel papel arrugado que recibí en el lobby del edificio, casi un mes después, me cayó como un trueno: se abría el camino hacia el reportaje más esperado en mi carrera. En medio de la sorpresa y los afanes por organizar el equipo y el viaje jamás imaginé que con ese papel comenzaba, también, la historia de una autocensura en pleno cambio de milenio.



En el corazón de la selva

Tan pronto las Farc me confirmaron que el canal podía ir con una cámara en busca de los policías y soldados me puse en contacto con Pedro Fierro, vicepresidente de Caracol Televisión y mi jefe inmediato. El, a su vez, le transmitió el mensaje a Ricardo Alarcón, presidente del canal, quien autorizó el viaje. Hasta ese momento sólo ellos y yo sabíamos de aquella expedición al corazón de la noticia.

A las 5 de la mañana del viernes 22 de septiembre nos encontramos en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, Carolina Osma, productora y realizadora, Orlando González, nuestro camarógrafo, y yo. Entre maletas y equipos sumamos un abundante exceso de equipaje que nos pesó durante los siguientes 11 días.

La cámara se encendió desde las brumas de la pista de El Dorado. La idea de nuestra realizadora era hacer una cronología de viaje, entrelazada con los temas centrales del reportaje: el camino de dos madres al encuentro de sus hijos y la situación de los soldados en cautiverio. Al mediodía del viernes 22 estábamos en Los Pozos, Caquetá. Tras anunciar allí nuestra presencia transcurrieron casi cinco horas, hasta que un comandante nos indicó el camino hacia un campero, en el que viajamos unas 25 horas, en dos jornadas nocturnas, a veces por trochas y a veces por caminos de llanura.

Luego de tres días de viaje llegamos a un campamento guerrillero completamente cubierto de vegetación, en el que apareció ‘Grannobles’, el hermano del ‘Mono Jojoy’, pedido por Estados Unidos en extradición y jefe de los casi 1.000 guerrilleros que vigilan a los policías y soldados. “Aquí ya están las dos mamás y mañana vamos a visitar los campamentos de reclusión”, nos dijo.

El resto de la historia quedó consignada en 43 minutos de un reportaje que los colombianos no han podido ver. Y esta es la historia de cómo se fraguó este silencio obligado.



Carrera de obstáculos

El domingo primero de octubre aterrizamos de vuelta en el aeropuerto El Dorado, exhaustos y confundidos, con el desfile de imágenes que se habían grabado en la Betacam y en la mente. Llamé a Pedro Fierro y le anuncié que habíamos logrado nuestra misión. Fierro me felicitó y me sugirió llamar al centro de posproducción del canal para que me asignara turnos de edición a partir del lunes, hasta finalizar.

A las 7:30 de la mañana del lunes 2 de octubre estábamos sentados en la sala número nueve de edición, comenzando a darle coherencia a nuestra historia. Al mediodía llegó Fierro y vio las primeras imágenes del material. Percibí en su cara expresiones mezcladas de asombro, incredulidad y emoción. Ese lunes hicimos un primer bosquejo de cómo emitir el reportaje. Cuando llamamos a Ricardo Alarcón, quien se encontraba en Francia, para plantearle nuestra propuesta de emisión, tuve la primera intuición de que algo pintaba mal. Alarcón dijo que ya sabía del material periodístico y advirtió que no se tomara ninguna decisión de emitir el reportaje y garantizó que se comunicaría más tarde.

El miércoles, tras más de 20 horas de encierro en la sala de edición, teníamos el reportaje listo. Una primera parte de 24 minutos y otra de 19. Por turnos, en ese lapso, Fierro y yo consultábamos cada dos horas al área de programación del canal cuándo sería emitido el material. En vista de que pasaban los días y no se decidía nada opté por jugarme una carta a la que no quería acudir: nuestra posibilidad de ir primero que la competencia pues sabía que las madres habían grabado con una cámara casera, y el viernes 6 de octubre iban a dar una rueda de prensa para entregar las pruebas de sobrevivencia de los 261 soldados y policías que habían visitado.

A todas estas Yamid Amat ya conocía el reportaje y había expresado su admiración frente a las imágenes que desfilaron ante sus ojos: “Esto no se ha visto nunca en la historia de la televisión colombiana ni del mundo”, exclamó. Agregó que se trataba de un reportaje equilibrado que no hacía ningún tipo de apología a la guerrilla.

De repente llegó la orden perentoria desde Francia, en voz de Ricardo Alarcón: “El material no se puede emitir”. A la angustia se sumó el desconcierto. Después vendrían la rabia y la indignación.

Como estaba anunciado y advertido, las madres hicieron el viernes una rueda de prensa y mostraron las imágenes de su video casero. Cuando Yamid Amat vio entrar por microondas al centro de noticias aquellas imágenes y se enteró de que lo mismo estaba sucediendo en RCN, me pegó un grito de los que sabe dar y me pidió el reportaje para emitir fragmentos y ‘chiviar’ así a RCN. Lo único que yo tenía en ese momento era una copia en VHS, cuatro minutos de los cuales salieron en la emisión de noticias de las 12:30. Con el dolor de mi alma —y ante la evidencia de que el reportaje completo iba a ser censurado— edité otras imágenes que salieron en la emisión de noticias de las 7:00. El impacto se había perdido pero no la esperanza de ver el reportaje al aire.

Después de ires y venires, llamadas y discusiones acaloradas, recibí con incredulidad la noticia de que En el verde mar del olvido, que es como se llama el programa, saldría a las 11:30 de la noche del miércoles. “Emisión clandestina, pero sale el reportaje”, me consolé.

Pero a las cuatro de la tarde todo se vino al piso. La Comisión Nacional de Televisión le sugería al Canal Caracol que no emitiera el reportaje y el canal accedía a la “cordial solicitud”.

Me sorprendió leer el texto de la Comisión de Televisión, por la desfachatez de su contenido, pero de alguna manera ya estaba preparado. Durante una semana recibí mensajes de todas partes en el sentido de que el gobierno y los mandos militares estaban presionando para que no saliera al aire el reportaje. En algunos medios de comunicación se hizo correr la infamia de que yo había hecho el trabajo por encargo de las Farc.

Pensé también que lo más triste de este episodio es que en Colombia se piense que por ignorar los problemas, éstos dejan de existir. Que por no mostrar en toda su magnitud el drama de los policías y soldados, ellos ya no están en la selva, entre alambradas y tristezas y abandono. Y también pensé que haré lo que sea para que En el verde mar del olvido no quede sumergido en el tenebroso océano de la censura.