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Esta foto fue tomada el viernes de la semana pasada en la oficina de arquitecto de Sebastián Marroquín

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La carta que rompió el hielo

Este es el mensaje que recibieron Rodrigo Lara y los hermanos Galán, del hijo del hombre que asesinó a sus padres.

17 de octubre de 2009

Respetados Claudio, Juan Manuel, Carlos y Rodrigo:

(...) Nunca tuve tanto miedo como hoy para escribir una carta. Desde los 15 años le he escrito a todo tipo de personalidades, varios Premios Nobel de la Paz, presidentes, ministros, obispos, a representantes de la Cruz Roja Internacional, y también tuve que hacerlo con antiguos enemigos de mi padre para desmentir versiones sobre mi persona que amenazaban servir de excusa para terminar con mi vida.

Mi mayor preocupación es que mis palabras y sentimientos los ofendiesen de alguna manera. Deberán creer en mi buena fe, sabiendo que sólo me impulsa una buena y sensata intención.

¿Cómo le escribes a una familia a la que tu padre le causó tanto daño? ¿Qué les dices a unos jóvenes de tu misma edad y profundamente dolidos al respecto? ¿Cómo empezarías una conversación con alguien que lleva adentro un dolor tan legítimo? ¿Además de pedirles perdón en nombre de tu padre y aún sabiéndote en la ignominia, es eso acaso realmente suficiente? ¿Cómo puedes acercarte a alguien desde este lugar? ¿Cómo puedes aún pedir perdón sin ofender? ¿Cómo es posible aparecer y mirar a los ojos de los hijos de unos líderes que prometían sacar adelante a tu propio país? ¿Cómo puedes vivir así? ¿Qué te sirve de verdadero consuelo cada día como para levantarte y seguir? LA PAZ. La paz que busco cada día dentro de mí para poder dormir, para poder pensar en los hijos que aún no he tenido con mi adorada esposa y luchar por el mundo que quiero que encuentren cuando finalmente Dios les permita llegar. No quiero para mis hijos un país más ensangrentado aún. Y sueño además con el día en que los pueda llevar a conocer los mismos lugares que yo.

Soy un joven arquitecto y diseñador industrial que lo que tiene para compartir y decir me viene del corazón y se sustenta exclusivamente en mi experiencia personal y en mis elecciones de vida. No soy el dueño de la verdad y creo que lamentablemente mucha parte de ella fue sepultada con la muerte de mi padre. No estoy acá sino para buscar la paz, para ayudar a construirla.

Soy consciente del daño que mi padre con sus actos le ocasionó al país y a la humanidad. Siento dentro de mí que estoy arriesgándolo todo por este proyecto, pero tengo toda mi fe de que bien vale la pena hacerlo. Si pusiera en una balanza, quizá tenga de más para arriesgar y perder, comenzando por mi difícilmente logrado anonimato. Pero si mi historia ha de servir para hacer una diferencia, entonces eso le da sentido a mi ser, pues habré estado agradecido como lo estoy ahora, porque con mi historia estoy creando un mañana de posibilidades, para celebrar la vida y para honrarla. No me importa tanto volver a Colombia como cambiar la manera de pensar de tan solo un joven que pretenda subirse a un pérfido y efímero sueño de riqueza, poder y violencia. (...)

(...) ¿Pero quién soy yo para juzgar a mi propio país por esta ingrata violencia? Sin que nadie me lo pida y desde el más prístino rincón de mi corazón Dios sabe que yo ya le perdoné a mi propio Estado y a los enemigos de mi padre, por la violencia que ejercieron sobre mi familia en nombre de la justicia. Me he propuesto esta tarea de liberarme de estos nudos de violencia que enredan mi garganta. No conozco fórmulas para ello, y dudo que existan más allá de mi humana voluntad de descubrir LA PAZ.

Por una supuestamente 'lógica razón', yo debería ser 'el vengador' de la muerte de mi padre, y esa razón ha servido como alimento del odio contra mi persona y familia(...) No quiero repetir la historia. Créanme que no soy masoquista. Creo en una Colombia capaz de perdonarse a sí misma, capaz de reformarse y renovarse, capaz de auto-superarse y curar sus heridas y de encontrar ámbitos altruistas que le pongan fin a este presente protervo que vive el país.

(...) ¿Seremos capaces de transformar a nuestra querida nación con nuestra actitud? Apuesto a que sí, y apuesto a que la única manera es aceptar al otro como un legítimo otro aunque este opine contrario a mis ideas, pero se trata de tener la capacidad de conversar, de dialogar, pues sólo así podremos diseñar escenarios de futuro para impulsar un cambio real (...) Yo me cuestiono si sirvió de algo tanta violencia a cambio de -valga la redundancia- tan pocos cambios en la sociedad. También me cuestiono como colombiano y no como hijo de Escobar, si la muerte de él fue la solución prometida a todos los problemas de narcotráfico y violencia que sufre aún hoy nuestro país. Nuestro país sigue siendo el más grande laboratorio de guerra del continente americano, estamos sumidos en esta vorágine de violencia y seguimos atacando el problema de la misma manera y obteniendo los mismos resultados.

Ninguno de nosotros pudo elegir a su padre, ni a su familia, ni su apellido, simplemente nacimos y nos adaptamos a las circunstancias y al medio que nos rodeaba, pero sólo hasta hoy es que se nos pone verdaderamente a prueba como seres humanos, como víctimas de la barbarie, pero hemos alcanzado la adultez, y hoy somos responsables por cada uno de nuestros actos y elecciones de vida.

(...) En la intimidad de nuestros hogares hemos deseado de una u otra forma comunicarnos, cada uno desde su dolor y su incomprensión, ello nos convierte en jóvenes muy similares por el simple hecho de pertenecer. Esto ha ocurrido en el silencio de nuestras familias, pero nunca nos habíamos atrevido a comunicarlo entre nosotros, menos aún ante la atenta mirada del mundo. Los invito a liberarnos de toda atadura que nos frene a la hora de exteriorizar lo que reside en nuestros corazones, de poder hablar y poder escuchar, de comprender que si seguimos embarcados en este tobogán de odios no habrá porvenir para nosotros, ni para el país. Qué increíble que sea hoy la pérdida de un padre, la que nos une en esta nueva vivencia para poder compadecernos de nuestras historias.

El aprendizaje de la historia de ustedes y la mía es para mí acerca de las paradojas: mi padre con su violencia obligó a muchas familias a exiliarse, principalmente a las suyas, ignorando que con ello se estaba también gestando subrepticiamente el exilio de sus seres más queridos.

El trauma del exilio a veces se camufla en la cotidianeidad de aquel extranjero que como nosotros, tratamos de ignorar su latente y dolorosa presencia, pero no podemos escapar de esta realidad que se hace palpable cada vez que un familiar o escaso amigo nos visita y regresa libremente a nuestra patria. Esa sensación de la que hablo es indescriptible, y me animaría con certeza a afirmar que no nos es ajena a ninguno de nosotros. A mí me tocó aprender de último, pero ya desde que tenía la capacidad para enfrentar y cuestionar a mi padre por sus actos, intuía que todo eso algún día se devolvería. Y así fue.

Nuestro absoluto silencio por casi 15 años de exilio no es más que un reflejo innato de prudencia y de respeto por el país, el tiempo se ha hecho nuestro amigo y la distancia nos permite observar mejor el bosque a la vez que nos alejamos del árbol. Pero el silencio absoluto -según mi humilde opinión- nos mata a todos lentamente, porque nadie nos puede conocer así como realmente somos y viceversa: si nos negamos a comunicarle al otro lo que sentimos con total respeto por su dolor, nadie se enterará de la forma en que también nosotros nos afligimos, ni de nuestras intenciones, ni de nuestros sueños, ni de cuál es nuestra visión de justicia o nuestros valores como seres humanos. El silencio lo único que ha hecho es encubar un nuevo mito acerca de una supuesta persona que no soy, el silencio ha permitido que algunas voces cargadas de perfidia y oscuros intereses se llenen la boca inventando toda clase de mentiras en contra de mi madre y mi persona, el silencio es consecuencia del miedo que tenemos todos los colombianos de opinar, porque sabemos bien que nuestra sociedad está permanentemente amenazada, como consecuencia de su propia inmadurez, de su permisividad, corrupción y violencia.

Respetuosamente,
Sebastián Marroquín.