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La ciencia a la deriva

El embargo de los equipos de Patarroyo muestra la difícil situación de la ciencia en Colombia y pone en evidencia los peligros que eso significa para el país.

19 de febrero de 2001

El científico Manuel Elkin Patarroyo volvió a ser protagonista de las noticias nacionales hace unos días. Pero esta vez no se trató de un nuevo avance en su investigación hacia una vacuna plenamente efectiva contra la malaria, ni de una nueva reunión con alguna celebridad internacional en un país europeo. Esta vez los colombianos se sorprendieron al ver al renombrado investigador salido de sus casillas. Pero la razón resultó aún más sorprendente: los equipos del Instituto Nacional de Inmunología habían sido embargados.

Aunque se trató de una situación particular relacionada con una deuda del Hospital San Juan de Dios, el hecho refleja la extraordinaria vulnerabilidad de la comunidad científica colombiana a los vaivenes de la economía. El propio Patarroyo no sólo es el científico más conocido sino el que más recursos recibe del erario colombiano. En efecto, según él mismo reconoció por televisión, recibió 5.000 millones de pesos para su investigación, o sea una suma aproximadamente equivalente a lo que recibieron todos los científicos nacionales financiados tras la convocatoria hecha por Colciencias el año pasado. Si alguien del reconocimiento y respeto de Patarroyo vio sus equipos embargados, la pregunta obvia es hasta qué punto la ciencia colombiana se encuentra en situación parecida.



Despega la ciencia

La historia reciente de la ciencia colombiana comienza a principios de los 90, cuando el gobierno de César Gaviria definió la política de Estado y contrató tres créditos sucesivos del BID para financiar a la comunidad científica. Con ello se logró que, en menos de 10 años, Colombia aumentara sus grupos y centros de investigación de 100 a 756, el 10 por ciento con capacidad de competir internacionalmente, según los resultados de la última convocatoria de Colciencias. La formación también creció exponencialmente. Entre 1994 y 1999 Colciencias becó a 596 investigadores para doctorados y maestrías en las mejores universidades del mundo y a otros 87 en programas en el país. Y el número de publicaciones de los colombianos en revistas científicas internacionales se triplicó.

Pero este lento crecimiento del sector científico y tecnológico, cuya situación en todo caso era bastante precaria frente a otros países latinoamericanos, viene siendo golpeado desde hace tres años, cuando la crisis económica y el déficit fiscal obligaron a un recorte dramático. El presupuesto de inversión de Colciencias hoy es un tercio de lo que era en 1997. Disminuyó a cero la financiación de nuevos doctorados y Planeación Nacional calcula que el año pasado el país invirtió casi 200.000 millones de pesos menos que en el año pico de 1996.

Si bien proporcionalmente los recortes que le ha hecho el gobierno a este sector son inferiores a los de otras áreas, el impacto de este ‘tijeretazo’ tiene graves implicaciones para el país. “El costo es enorme porque significa quedarse en el subdesarrollo”, afirma Eduardo Posada, presidente de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia (Acac), una entidad privada sin ánimo de lucro que fomenta la ciencia y la tecnología y que ha sido el motor de iniciativas exitosas como Maloka. Si el país no financia el desarrollo científico y tecnológico las empresas colombianas tienden a perder competitividad a nivel internacional pues tienen que comprar en el exterior tecnología a muy alto precio y por lo general de segunda. Y lo que es peor, según Margarita Garrido, directora de Colciencias, es que se comienza a deteriorar lo que con tanto esfuerzo se había logrado.



Trabajo criollo

Pese a que muchos piensan que Colombia no tiene nada en ciencia ni en tecnología, lo cierto es que la pequeña comunidad científica que hay ya ha demostrado que sí se puede hacer y que, de hecho, pese a las dificultades, tiene nivel internacional. Los investigadores nacionales están, efectivamente, produciendo frutos concretos que contribuyen al desarrollo del país (ver recuadro).

Por ejemplo, el Centro de Investigación de la Acuicultura en Colombia (Ceniacua), con sede en Punta Canoas y Tumaco, produjo hace tres años una variedad de camarón resistente al virus taura, que en 1995 prácticamente arruinó los cultivos en el Pacífico colombiano. La inversión que realizaron el sector camaronero y el gobierno en esta investigación no sólo representó 14,6 millones de dólares en mayores ventas para las compañías sino que hasta agosto de 2000 el país había recibido más de 2,3 millones de dólares en exportaciones de este molusco.

Otro caso igualmente exitoso es el de Cenicafé, el centro de investigación de la Federación de Cafeteros, que recibe medio centavo de dólar por libra de café exportado. Cuando llegó la roya al país en 1983 Cenicafé ya había desarrollado la Variedad Colombia, que le era resistente, lo cual le ahorra 100 millones de dólares anuales al sector cafetero. Su equipo de investigadores en Chinchiná, Caldas, también inventó el beneficio ecológico del café, una máquina que fue seleccionada en la feria mundial ExpoHannover 2000 como uno de los mejores productos mundiales, porque en vez de usar 40 litros de agua para quitarle el mucílago a cada kilo de café emplea 0,6 litros y lo hace en un minuto, mientras que antes se invertían 18 horas.

En el área de las ciencias puras también se han logrado aportes importantes. Un caso es el del Centro Internacional de Física de la Universidad Nacional (CIF) que, en alianza con la multinacional suiza Sika, sacó la patente internacional de un equipo portátil para monitorear con ultrasonido el fraguado de concreto (y, por ejemplo, evitar que una represa se vuelva una coladera) y la Universidad de los Andes adelanta un trabajo importante en partículas con Fermilab, el laboratorio más grande del mundo en física de alta tecnología. En medicina Colombia es pionera en América Latina en trasplantes, gracias a la investigación que se ha realizado principalmente en Antioquia, y en tecnología aplicada al sector industrial se han dado grandes pasos.

El caso del Instituto de Investigación y Capacitación del Plástico y Caucho (Icipc) en Medellín muestra los beneficios de la participación activa del sector privado en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Tras la apertura económica el gremio de procesadores de plástico, Acoplásticos, se dio cuenta de que si no se modernizaba estaba condenado a desaparecer. Por ello celebró un convenio con Alemania para crear un instituto que permitiera mejorar su competitividad. Ese país, que le vende al gremio maquinaria y materias primas y que a su vez compra productos terminados, aportó fondos para adquirir equipos y capacitó a cinco investigadores. Formacol, una empresa colombiana transformadora de plásticos, donó el edificio, la Universidad Eafit aportó el terreno y en 1993 el Instituto comenzó a funcionar. Desde entonces más de 4.500 ingenieros han sido capacitados y 850 empresas han sido atendidas, con lo que han logrado recuperar hasta en 1.500 por ciento su inversión, según cálculos del Instituto.

En estos siete años y con una inversión total de 8.000 millones de pesos el Icipc produjo, entre otros inventos, la ‘conavitel inalámbrica’, el primer aparato en Colombia que le permite a la gente, por ejemplo, pagar una pizza a domicilio con tarjeta débito o crédito; diseñó una válvula cardíaca y una luminaria pública hecha en plástico que ya alumbra muchas de las calles colombianas. Pero tal vez lo más importante que se ha logrado con esta alianza entre los sectores privado, público y académico es que el de plásticos y de caucho sea uno de los pocos que ha crecido en estos años pese a la crisis económica.

“La única salida para salvar lo que hay es incrementar la inversión del sector privado”, afirma Posada, quien señala que mientras en los países desarrollados la mayor inversión en ciencia y tecnología la hacen las empresas, en Colombia se le deja gran parte de esta labor al Estado. Y todavía hay que romper barreras sicológicas. “Aun cuando los empresarios están convencidos de la necesidad de invertir en tecnología, la mayoría no recurre a las universidades y centros colombianos porque parten de la idea de que sólo les sirve la de los países industrializados”.

Esa situación aleja al país cada vez más de las recomendaciones que hizo en 1994 la recordada ‘Misión de los sabios’ para salir del atolladero. Ellos pedían aumentar la inversión en ciencia y tecnología al 2 por ciento del PIB en 10 años. Actualmente es del 0,4 por ciento. Aconsejaban tener una persona por cada 1.000 dedicada a la investigación y el desarrollo. Eso significaría que en 10 años debería haber en Colombia 40.000 científicos. Actualmente hay menos de 1.000 personas con grado de doctorado y tan sólo 4.000 investigadores. Una situación que, dado el déficit fiscal, no parece que vaya a mejorar sustancialmente por ahora, con las graves consecuencias que eso trae. Un lujo que el país no puede darse. Porque, como señala Margarita Garrido, “rebajar inversión en ciencia y tecnología es como si un papá decidiera no mandar los niños al colegio por la crisis económica pensando que lo puede hacer después. Pero el tiempo perdido es irrecuperable”.