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La ciudad invisible

A lo largo del Tunjuelo, un río que nace y termina en Bogotá, hay una bomba política, social y económica que puede explotar en cualquier momento.

12 de febrero de 2006

Pareciera como si media docena de meteoritos hubieran caído en medio de los populosos barrios del sur de la ciudad. Esas gigantescas cárcavas de 30, 50 ó 70 metros de profundidad con cientos de metros entre orilla y orilla afectaron profundamente los que estuvieron considerados entre los ríos y valles más hermosos de la sabana de Bogotá. Y, lo que es peor, algunas permanecen inundadas de aguas putrefactas desde hace más de dos años. Se trata de gigantescas minas a cielo abierto que están en el corazón del sur de la capital, en la gran cuenca del río Tunjuelo, uno de los pocos grandes ríos que nacen y desembocan en territorio de Bogotá. Allí viven 2.500.000 personas, en su gran mayoría pobres o de bajos ingresos, en donde hay una preocupante tensión social, económica y política. Además, a lo largo de los 66 kilómetros del río hay un conflicto por el uso de la tierra y sus recursos en el que se está poniendo a prueba el exitoso modelo de ciudad que ha hecho carrera en los últimos 12 años. Aunque para muchos estos barrios hacen parte del lejano sur, están íntimamente ligados al desarrollo de la ciudad. Desde hace más de 50 años del valle del Tunjuelo han salido la arena, gravilla, piedras, ladrillos y concreto utilizados para construir las avenidas, andenes, edificios y viviendas de Bogotá. Sin importar el estrato o la condición social, se puede decir que prácticamente todos los habitantes tienen un pedazo del río en su casa o en su lugar de trabajo. Aún hoy, tras décadas de una explotación minera intensiva, entre el 80 y el 90 por ciento del concreto y los materiales para la construcción siguen saliendo de allí. Fuente de vida... Desde cuando, en 1934, la administración de Bogotá comprendió que la ciudad requería un acueducto moderno, encontró en el Tunjuelo una fuente segura de abastecimiento. En ese año, para construir la represa de La Regadera, la primera gran obra de ingeniería de su tipo en Colombia, se construyó una vía sobre el antiguo camino colonial para llevar la maquinaría más allá de Usme. Esto unió el sur de la sabana con el centro de la ciudad. La Regadera, de 34 metros de altura y un sistema de conducción de 24 kilómetros, permitió que el agua que nace en el extremo sur de la ciudad, a más de 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, calmara la sed de los bogotanos. También hizo posible que el Valle del Tunjuelo, compuesto de haciendas de pastizales, trigales, pantanos, humedales y aguas cristalinas, quedara abierto a la ciudad, ya que permitió regular las violentas crecientes del río y secar las zonas inundables. Pero también comenzaron a surgir barrios obreros y populares como Santa Lucía, San Jorge, San Carlos y Tunjuelito. Y de las riberas del Tunjuelo comenzó la extracción de materiales para la construcción, primero de forma artesanal y luego industrial. En menos de 40 años los hacendados y los constructores, tanto legales como piratas, promovieron la población de las riberas y el valle. Y cuando este se colmó, los cerros se llenaron de humildes casas que configuraron lo que hoy es Ciudad Bolívar, Bosa, Usme, Tunjuelito y Uribe Uribe. También se crearon grandes unidades residenciales bien concebidas como Ciudad Tunal. Lecciones de vida Las familias que construyeron sus casas en esta zona, especialmente de manera informal y cercanas a la ronda del río, comprendieron con el tiempo el poder del Tunjuelo. Durante buena parte del año tiene una pequeña corriente de 15 ó 20 metros cúbicos por segundo, pero cuando hay un par de días de lluvia en el páramo, especialmente en mayo y junio, puede arrastrar un caudal de 170 metros cúbicos por segundo. Y los técnicos creen que más o menos cada 100 años hay una creciente histórica que supera los 190 metros. Algo muy cercano a eso ocurrió en 2002. Ese día, esta zona dejó de ser completamente invisible para la ciudad. Al medio día del 31 de mayo, el caudal del río creció a más de 100 metros cúbicos por segundo, por lo que se represó la quebrada La Chiguaza y se inundaron 18 manzanas en las que vivían unas 800 familias que prácticamente lo perdieron todo. Esa creciente casi histórica hizo que la Empresa de Acueducto, para evitar una gran inundación en estos barrios, construyera un canal entre el Tunjuelo y una mina abandonada en el interior del Batallón de Artillería. El objetivo era disminuir el caudal del Tunjuelo y darle salida a La Chiguaza. Estas obras frenaron las inundaciones, pero tuvieron un grave efecto en la zona minera. Una caída violenta de aguas de más de 30 metros de altura llenó la cantera Pozo Azul e hizo que el río erosionara su propio cauce aguas arriba. Dos días después, las aguas rompieron las paredes de tierra que la separaban de otra cantera, está sí activa, de propiedad de Cemex, y comenzó a inundarla. El río tuvo que ser desviado, pero el 9 de junio apareció una segunda creciente, esta vez de 150 metros cúbicos por segundo, que obligó a evacuar San Benito y Tunjuelito. Las corrientes del río, ya metidas en la zona minera, terminaron por inundar las otras minas de propiedad de Holcim y de la Fundación San Antonio. "Las canteras y las áreas mineras que se inundaron salvaron la vida y protegieron la integridad física y el patrimonio de un millón de habitantes de Tunjuelito, México, Villa Jacqui, Abraham Lincoln y demás ubicados aguas abajo, pero prácticamente destruyeron la actividad minera. Tres años después, algunas de las minas han sido vaciadas, pero a unos costos enormes", advirtió Omar Blanco, gerente nacional de agregados de Cemex. Esto creó importantes conflictos. Además afectar la gigantesca y lucrativa actividad minera, las canteras inundadas se convirtieron en un foco de enfermedades y malos olores, pues el río convirtió a estos pits mineros o cárcavas en pozos de oxidación de más de 40 millones de metros cúbicos de agua. Ésta entra contaminada, pero sin mayores olores, pero al caer al pozo levanta un olor a podredumbre que han tenido que soportar miles de habitantes en los últimos tres años. Estos olores se mezclan, especialmente en el barrio Mochuelo Bajo, con los que produce el relleno sanitario de Doña Juana, creado muy cerca, en la ribera occidental del río, en el que diariamente se depositan más de 6.000 toneladas de basura de la ciudad. Este relleno, que será ampliado, ha generado disputas y protestas de los habitantes, que quieren que se cierre el grave accidente ocurrido hace ocho años, cuando un derrumbe desenterró miles de toneladas de basuras y causó graves problemas, especialmente respiratorios, en estas comunidades. La Asamblea Sur, una organización de líderes barriales, ha asumido una dura posición en contra de que el Distrito prorrogue la licencia del relleno. Incluso hace un par de semanas bloquearon por varias horas la entrada, exigiendo que sea cerrado y que se indemnice a las comunidades con obras e inversión social. Hora de las definiciones Desde la creciente de 2002, Cemex y Holcim, dos de las grandes cementeras mundiales, han logrado aislar de nuevo sus canteras, pero el Tunjuelo sigue fuera de su cauce e inundando varios pits. Mientras las empresas han dicho que la responsabilidad es del Acueducto, la ciudad sostiene que la responsabilidad es de ellas, que modificaron y destruyeron el cauce del río durante 50 años. Lo cierto es que el río debe ser desviado por terrenos del Cantón Sur, para poder vaciar los pits que siguen llenos de aguas negras, y reencauzar de manera artificial por el cauce que llevaba en 2002. Las otras alternativas, menos viables, son desviar el río en forma paralela a la Avenida Caracas o a la Boyacá, pero desde ya las comunidades han mostrado su desacuerdo. La decisión no será fácil, pues involucra a dos multinacionales, a la Iglesia y a las Fuerzas Militares que, sin saber por qué motivo, desarrollaron una mina en una guarnición. Precisamente hace menos de un año, Cemex, Holcim y la fundación San Antonio tomaron la decisión de demandar a la Eaab y a la ciudad por unos 190.000 millones de pesos. Si se incluyen indemnizaciones y costos de lucro cesante, las pretensiones podrían llegar a los 350.000 millones de pesos. Carmenza Saldías, directora de Planeación Distrital, advierte que en este momento hay conversaciones y acciones en curso que deben ser dirimidas por los tribunales. Lo cierto es que allí tiene que haber una minería del siglo XXI, que no afecte la población circundante, que defienda y preserve la vida y garantice condiciones ambientales de alta calidad. César González, quien fue hasta hace un mes gerente del río Tunjuelo, un cargo creado por el alcalde Luis Eduardo Garzón para coordinar las acciones de las entidades del Distrito para recuperar esta zona, dice que es el momento de tomar decisiones fundamentales sobre el uso del suelo y el subsuelo. "Se debe determinar si en la cuenca debe haber gran minería o no y bajo qué condiciones, cuál será el borde urbano y proteger la zona rural de los urbanizadores ilegales, reducir los impactos del relleno sanitario pero, especialmente, cómo mejorar las condiciones de vida de los cientos de miles de pobres que allí viven", dice. Aunque aún gran parte de la cuenca del río es campesina, allí también hay serios problemas. El páramo está siendo afectado por el cultivo de papa, que ya llega a los 3.700 metros. Residuos de pesticidas, excrementos y basuras están apareciendo en las tres quebradas que conforman el Tunjuelo. Aunque el Acueducto ya es el gran terrateniente, algunos expertos han planteado que si Bogotá quiere conservar la única área rural que le queda, especialmente la zona alta, debe buscar la forma de comprarla y protegerla. Pese a las millonarias inversiones que la administración Garzón está haciendo en este sector, es claro que no hay un eficiente sistema de cargas y compensaciones con una zona que es productora de agua para la ciudad, que genera el grueso del material con el que progresa y que además recibe sus desperdicios sólidos. La ciudad debe crear un novedoso sistema de aportes para financiar la regeneración de ese territorio, definir los conflictos y permitirle a la comunidad, prácticamente ausente y silenciosa frente a todo lo que allí ocurre, tomar decisiones. Buena parte de los habitantes de esa ciudad invisible, que todos los días deja sus casas en las frías mañanas, usualmente aclimatadas por las ráfagas de viento del páramo de Sumapaz, para prestar los servicios que las familias del norte requieren, necesita desarrollar los mismos derechos que los de las zonas ya consolidadas. De lo contrario, todo el esfuerzo iniciado por Antanas Mockus, fortalecido por Enrique Peñalosa y continuado por Lucho Garzón para crear una ciudad más justa, humana, incluyente y participativa, habrá fracasado.