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A N I M A L E S

La ciudad y los perros

Detrás del robo de perros hay un mundo tenebroso en el que son revendidos en el mercado negro y entrenados para participar en peleas a muerte.

10 de septiembre de 2001

Hace un mes desapareció en forma extraña una perra french poodle blanca, con nombre de personaje de telenovela, 15 años y medio de edad, ciega desde hace seis meses y con tan sólo tres kilos de peso, en la calle 69 con carrera cuarta de Bogotá. En algún momento entre las 6 y las 6:30 de la tarde, mientras su dueña hacía una vuelta, los ladrones forzaron la chapa de su camioneta y se llevaron el radio. Cuando la señora se dio cuenta del robo lo único en lo que pensó fue en su perra, la niña de sus ojos, la que cuida a sol y sombra desde que tenía dos meses de nacida. Esa noche su esposo, acompañado por otra persona, recorrió tres veces esa zona, donde en cuestión de cuadras se va del estrato 6 de Los Rosales al estrato 4 de Chapinero Alto, pasando por el estrato 3 del Juan XXIII.

Una y otra vez subieron y bajaron las empinadas calles de esos sectores con la esperanza de encontrar, en alguna esquina, a la perra inmóvil y aterida por el viento helado que baja a esa hora de los cerros orientales. Preguntaron en todas las tiendas y droguerías que encontraron abiertas. Averiguaron con los policías del CAI de la calle 64 con quinta. La oferta de una gratificación movilizó a los taxistas de los ‘unos’ a participar en el rastreo. Todo fue en vano. La perra no apareció. Al día siguiente empapelaron toda el área con letreros de ‘Se busca’ y recorrieron de nuevo las estrechas calles del Juan XXIII. Alguien les recomendó ampliar sus indagaciones al Bosque Calderón, un barrio localizado arriba de la circunvalar, en la ladera de la montaña.

Su investigación los condujo hasta un ladrón especializado en el robo de perros y a través de él atisbaron la superficie de un circuito clandestino donde estas mascotas, los amigos fieles del hombre, se vuelven mercancía para alimentar un negocio ilícito que, al parecer, mueve mucho dinero. Los perros que desaparecen a diario pueden ser revendidos en el mercado negro a empresas de vigilancia piratas, utilizados como reproductores en criaderos, entrenados para participar en peleas a muerte, como las que muestra la película mexicana Amores perros, y por su devolución se puede llegar hasta a cobrar rescate. La semana pasada los dueños de la french poodle recibieron una llamada en la que les dijeron que la devolución del animal se iba a demorar por lo menos hasta mediados de diciembre porque “ha entrado y salido mucho perro”. Y con seguridad quien les habló no se refería a los 600.000 callejeros que las autoridades distritales calculan que vagabundean a su suerte por Bogotá.

Nadie sabe cuántos perros finos se pierden a diario en la ciudad. Mucho menos se tienen estadísticas sobre cuántos de los que se reportan como desaparecidos son robados. Sin embargo, a juzgar por la cantidad de historias que conocen los dueños de estos animales, es probable que el número sea significativo y que detrás de los robos exista una organización compleja. Por lo menos eso es lo que piensan quienes han sido sus víctimas. Ellos hablan de bandas delincuenciales organizadas que se han repartido la ciudad por sectores y tienen varios modus operandi para llevarse a los perros. En algunos casos contratan a los mal llamados ‘ñeros’ que deambulan por las calles para que, por 20.000 pesos o menos, les hagan el trabajo sucio. En otros recurren a hombres en moto para que se los quiten de las manos a sus amos. Ahora se rumora que en el parque de la 93 y en el barrio Santa Ana utilizan una perra en celo como señuelo para atraerlos, drogarlos y llevárselos con rumbo desconocido.

Este es el primer paso de una bien pensada operación. Luego los animales son entregados a otro grupo, que se encarga de decidir su suerte. A los dueños de la french poodle les dijeron que perros pequeños como el suyo son llevados a algún lugar en el barrio Siete de Agosto. Allí los encierran y los cuidan hasta que sus propietarios paguen la ‘recompensa’ que les pidan, que puede ser hasta de 200.000 pesos. Por las mascotas de niños piden más dinero a cambio de entregar más rápido el animal o de lo contrario amenazan con matarlo y contarle al menor. Los de razas grandes, en cambio, al parecer son llevados al centro de la ciudad, a la zona de El Cartucho, donde su suerte es incierta. Por algunos ejemplares se pide rescate, otros les sirven de sparring a perros de pelea y los mejores son entrenados para participar en combates mortales, en los que se mueven millones de pesos en apuestas.

Combate mortal

Las peleas de perros son más viejas que el Estatuto Nacional de Protección Animal (Ley 84 de 1989), que las prohíbe en tres literales del artículo sexto, del capítulo tres. Sin embargo en los últimos años parecen haberse incrementado amparadas por la clandestinidad. La Asociación Defensora de Animales (ADA) sabe cómo funcionan estos sangrientos actos por las denuncias que les llegan. Por lo general se llevan a cabo en parques, bodegas o zonas rurales, bien entrada la noche o en horas de la madrugada. Los participantes suelen ser jóvenes de todos los estratos, de entre 15 y 25 años, que llevan al combate perros de razas consideradas como feroces y hasta peligrosas, como Pitbull, Rottweiler, Fila brasileño, Doberman, Tosa japonés, entre otras. Las peleas son a muerte y pueden durar entre 10 y 15 minutos. Las apuestas van desde medio millón hasta dos millones de pesos.

Estos animales comienzan a ser entrenados desde los cuatro meses o antes. En este tiempo les enseñan a obedecer. Luego, a partir de los seis meses, les ponen pesas en la espalda para fortalecer los músculos y hacen ejercicios para que tengan fuerza en la quijada. Por último los ponen a pelear con perros callejeros o con gatos hasta convertirlos en una versión moderna de lo que fueron los molosos en la antigüedad (perros que peleaban entre sí, con otros animales o con gladiadores) o los alanos (los que utilizaron los españoles para luchar contra los indígenas en la conquista de América).

Hace unos años un prestigioso abogado conoció de cerca esta realidad luego de que le robaran a Baco y Luca, una pareja de Rottweiler que adoraba. A Baco lo había traído al mes de nacido de Alemania y lo había visto crecer en una finca familiar en Ibagué. Durante siete meses los buscó por todo Bogotá, apoyado por tres funcionarios expertos en secuestro del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) de la Fiscalía. Sabía que Baco estaba vivo, que lo llamaban Bonito y que se había convertido en el campeón de las peleas de perros del norte de la ciudad. También le habían dicho que los fines de semana lo sacaban a trotar, para mantenerlo en forma, en los barrios que están ubicados después de la calle 170, arriba de la autopista. Un día lo encontró mientras lo ejercitaban. Estaba flaco y con un collar de taches en el cuello, para proteger esa zona durante los combates, pero era él. Cuando lo llamó por su nombre Baco comenzó a llorar y a rasguñar el pavimento enloquecido. El abogado, para salvarlo, peleó a puño limpio con el hombre que lo llevaba. Al final demostró ante las autoridades que ese sí era su perro e hizo encarcelar al sujeto por tres meses en La Modelo por hurto calificado. A la semana de haber salido libre lo mataron y el jurista se quedó sin saber qué había pasado con su otro perro, Luca. “Lo agentes del CTI me contaron que lo habían asesinado sus cómplices porque sabían que lo estaban siguiendo y no querían que las autoridades llegaran hasta ellos”, dice.

Los dueños de la french poodle, que esta semana cumple un mes de cautiverio, no quieren que su perra desaparezca en la misma forma en ese extraño mundo de los canes robados. Confían en que se la devuelvan pronto, antes de que se muera de tristeza, como les han dicho que ocurre con los animales de esta raza, porque ya hicieron todo lo que estuvo en sus manos para encontrarla. Incluso más, como haber visitado una iglesia en el centro de Bogotá, por insinuación del hombre que dice tener su mascota, para pedirle a San Roque, quien siempre aparece acompañado por dos perros que le lamen sus llagas, que les haga el milagro de que aparezca.